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Federico Jiménez Losantos

'Con Aznar y contra Aznar', (La Esfera, 2002): "Epílogo. La boda de los Aznar o el fin de una ilusión"

La boda de la hija de Aznar en El Escorial, supuso la oceánica satisfacción de la Mamá y el mefistofélico orgullo de Papá: “he aquí todos los poderes de la Nación que puedo poner y pongo a tus pies, hija mía: hasta aquí hemos llegado".

Cuando miraba -sin querer ver demasiado- las imágenes de la boda de Ana Aznar por televisión, me llegaron las pruebas de mi próximo libro, que por esas casualidades tan poco casuales de la vida, se titula Con Aznar y contra. Artículos y ensayos 1987-2002. Es que hace exactamente quince años, casi día por día, que escribí el primer artículo en ABC sobre el entonces desconocido presidente de Castilla-León, presentándolo como el tipo de líder o el modelo de política capaz de rehacer la derecha española. Por entonces, la tribu de Fraga vagaba de líder en líder y de discurso en discurso, condenada a una oposición estéril al Partido Socialista y condenando su vez a la democracia española a todos los abusos y corrupciones que inexorablemente propicia el exceso de poder. Después de ese comentario, ¿cuántos? Cientos, miles en prensa, radio y televisión. Siempre en la misma dirección. Casi siempre con Aznar.

Mentiría si dijera que las imágenes de los que se casaban -parecía que más de dos, por eso digo "los Aznar"- y la profusión de estampas -unas nobles, bastantes grotescas, y no pocas siniestras- de los mil cien invitados a la fastuosa ceremonia sociosacramental me resultaron banalmente entretenidas, levemente aburridas o simplemente indiferentes. Cuando uno va publicar un libro que refleja la atención personal y la estrecha relación política que durante muchos años le ha unido a quien, además, ha votado y ha pedido que se vote cuatro veces como diputado y luego como Presidente del Gobierno de España, la indiferencia ante el espectáculo del Escorial sólo significaría una absoluta insensibilidad, socorrida forma de madurez que afortunadamente no alcanzo. Creo, además, que no habré sido el único en sentir lo mismo entre los que prestaron su apoyo personal, profesional e intelectual a la causa identificada con José María Aznar y el Partido Popular, que era la de una España más liberal, más democrática, más próspera, más limpia, más austera, más ilustrada… en fin, menos bochornosa que la del felipismo, bajo el que parecía una finca particular afanada por unos horteras borrachos de Poder y notoriamente incapaces de distinguir lo público de lo privado, el Estado del Gobierno, el Gobierno del Partido y el Partido de su Líder. Esa confusión es siempre la base de la corrupción de las instituciones y, por lo común, de las personas que temporalmente las encarnan y disfrutan. Pues bien, ahí estaba de nuevo, con los de entonces y a todo color.

Aznar dedicó sus siete años como Jefe de la oposición a criticar con minuciosa e implacable severidad esa confusión de lo público y lo privado en el orden moral así como la del Estado, el Gobierno y el Partido en el orden político, precisamente porque caracteriza a todos los regímenes dictatoriales y corruptos en todas las épocas. Yo dediqué un libro La dictadura silenciosa. Mecanismos totalitarios en nuestra democracia (1993) a explicar las bases teóricas y la actualización española de ese fenómeno clásico de concentración y abuso de Poder. Pocos meses después publiqué otro libro Contra el felipismo. Crónicas de una década (1982-1992) resumen de artículos y breves ensayos sobre el régimen de González, Polanco, Pujol y Arzallus, el póker de ases de la fullería nacional, cuya segunda parte, Crónicas del acabose salió en 1996, cuando Aznar acababa de ganar -por poquísimos votos- las elecciones.

Creo, sin falsa modestia, que ese anaquel crítico permite seguir fielmente, casi al día, la creación, naturaleza y atrincheramiento en el Poder del felipismo. También la perspectiva desde la que lo veía y a veces lo combatía la oposición de Derecha: Suárez, Fraga, Hernández Mancha, Oreja, Herrero, aquel oscuro meteoro llamado Mario Conde y, entre otros, tras ellos, por encima y pesar de todos ellos, José María Aznar.

Mientras repaso los artículos y ensayos dedicados a Aznar en todo ese tiempo, desde la "Serpiente de otoño" de septiembre del 87 hasta este mismo que pergeño ahora, sigo viendo pasar interminablemente las imágenes de la boda y columbro que éste será el texto destinado a concluir el libro. ¿Por qué? Porque aunque resulte pasmosa la multitud de episodios y dificultades que Aznar y los pocos suyos debieron -no sé si "debimos"- afrontar en esos años, creo que lo realmente valioso y duradero es el hilo de reflexión ética sobre el ser de España y la libertad que enhebra todos los episodios y alienta todas las batallas. Ética y estética. Porque la alternativa política al PSOE -en eso nos empeñamos algunos y eso representó finalmente el PP de Aznar- sólo podía ser nacional y liberal, pero, además, debía representar una alternativa en el fondo y en la forma al obsceno derroche de poder, a la confusión (insisto) de los negocios e intereses del Estado, Gobierno y Partido, al batiburrillo de todos los poderes a mayor gloria de un caudillo vagamente democrático, crecientemente plebiscitado desde el cerro de oro de los medios de comunicación adictos y progresivamente convertido en un auténtico peligro público.

Ética y estética, sí. Incluso los capítulos más errados de esa búsqueda de una legitimidad intelectual alternativa al socialismo -como mi libro sobre Azaña, presentado a bombo y platillo por Aznar y que provocó una tormenta feroz en los medios felipistas-, lo que late a través de las páginas escritas a diario en estas dos últimas décadas es una insatisfacción moral y una repugnancia estética por todo lo que el felipismo suponía en España y se complacía en representar. Pues bien, creo que desde la inolvidable investidura "dineris causa" de Mario Conde en la Complutense hay una ceremonia que pudiera ser archirrepresentativa de la estética y de la ética felipistas, esa sería, habría sido ya, la boda de los Aznar en El Escorial. Allí, en torno a un hecho presuntamente individual se retrataban todos los elementos del Poder en España, desde los Reyes hasta los bufones, pasando por los políticos, los banqueros, los grandes empresarios y algunas mujeronas imponentes, de profesión sus hombres. Allí, como aquí, se retrataban ante un Poder transitorio pero decisivo para sus intereses todos los aspirantes a conservarlos. De todos los que ayer aplaudían a Conde, ebrio de Poder y a punto de despedirse camino de la cárcel, los que no le debían un macrosueldo lo injuriaban en privado la noche anterior y en el momento mismo del aplauso. De todos los que se han retratado en la boda de los Aznar, los que más se hacen notar son precisamente los que ya habían estado en aquel aquelarre de corrupción ética y de villanía estética. Allí como aquí, los Albertos con sus consortes de temporada; allí, como aquí, Emilio Ybarra; allí como aquí Fernández Tapias; allí como aquí, los poderes que para ser permanentes deben contentar a los fugaces, desde la Zarzuela a El Corte Inglés pasando por los Botín. Sólo faltaba Polanco y porque no podía ir sola Mari Luz. A cambio de eso, el escenario grandioso, a espaldas del Jardín de los Frailes, mejoraba mucho el anfiteatro de la Complutense, peana y precipicio desde la que se despeñaron las ambiciones de un tipo raro de la clase media baja. A quienes vimos y criticamos aquello, ¿cómo no iba a producirnos esto una desazón atroz?

Me he prohibido hacer ningún comentario basado en nuestra relación personal hasta que Aznar haya designado sucesor y abandonado el proscenio de la política española. Pero si quiere buscar -como hacen afanosamente muchos- la excusa sentimental para perdonar esta exhibición de Poder personal, valga la evidencia de que el Padre ha querido regalar a la Novia la boda más fabulosa que en España pudiera celebrarse, incluidas las de la Familia Real.

El imponente regalo de la niña supone la oceánica satisfacción de la Mamá y el mefistofélico orgullo del Papá: "he aquí todos los poderes de la Nación que puedo poner y pongo a tus pies, hija mía: hasta aquí hemos llegado".

Y, efectivamente, hasta aquí han llegado todos y ahí están: el Jefe del Estado, a su pesar uncido siempre al del Gobierno; las presidentas del Congreso y del Senado, nombradas por él; los presidentes del Supremo y el Constitucional, designados por él; los presidentes de todas las comunidades autónomas del PP, escogidos por él; los ministros todos de sus gobiernos, hechura suya; los directores de los medios de comunicación oficiales y oficiosos, puestos por él, y los eventualmente adictos o habitualmente considerados, en que él relativamente confía; los presidentes de grandes empresas, por él colocados; los grandes banqueros, por él admitidos; los cantantes, y hasta algún escritor de su predilección, por él distinguidos; y, en fin, el interminable friso de celebridades medianejas y medianeras, que acompañan siempre al Poder como el brillo a oropel: modelos, actrices, cineastas, aventureras de la vida y piratas del crédito, futbolistas que antaño pudieran ser toreros y hasta la autoridad eclesiástica y algunas personas decentes, porque de todo hay en la Viña del Señor y tampoco nos privamos de lo bueno, que para saborearlo ha de ser poco. El mejor Presidente de Gobierno en muchas décadas tiene también su punto flaco, como todo el mundo. Sólo que, por respeto lo que quería significar, ayer lo ocultaba y hoy lo exhibe. Porque esto no es una celebración sino una exhibición. Un alarde. Un desafío.

Estos fastos de la boda de los Aznar con el Poder, con su Poder, que desembocaron en el largometraje escurialense tuvieron dos prólogos escalofriantes: el fiestón cautelado por el Alcalde como "acto oficial" de cuatrocientos señoritos en la despedida de solteros y, según se ha publicado aunque no se conocen fotos, el "flamenco" íntimo ofrecido al novio, Alejandro Agag, por Alberto Cortina y Elena Cue. El anfitrión fue hallado culpable por los jueces de uno de los grandes escándalos de corrupción del felipismo, el de las torres de KIO, perpetrado gracias a la mediación de Sarasola, el empresario íntimo de González; sólo la prescripción del delito le ahorró la cárcel. La anfitriona, también se ha librado de la cárcel por la lenidad de la CNMV en un escándalo de información privilegiada en Bolsa, ya con Aznar en el Poder. ¿Se celebraba el feliz ocaso de la corrupción pasada o la gozosa alborada de la corrupción presente? En todo caso, se celebraba.

Los fastos del Escorial pueden ser humanamente comprensibles y biográficamente explicables, pero también resultan políticamente lamentables y estéticamente detestables. Al menos, para quienes precedieron y acompañaron a José María Aznar en la rebeldía ética y la objeción estética al despotismo socialista; y, todavía más para los que, una vez llegado e instalado el PP en el Poder, han querido mantener esa ilusión a la que los liberales, si son personas decentes, no renuncian: el control del Poder. Por una razón personal, Aznar no ha vacilado en la sinrazón política. Ha querido hacer un regalo a su familia que no pueda olvidar. Y lo ha hecho, en efecto, inolvidable.

Pero, en fin, así son las cosas, así son las personas y así es, sobre todo, la política. Incluso en estos frescos días luminosos de septiembre, los de hoy y los de hace quince años, campo abonado para la melancolía.

Con Aznar y contra Aznar (La Esfera, 2002). Epílogo.

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