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Amando de Miguel

José María Aznar, en lontananza

Tuvo suerte; llegó al Gobierno en el cenit de la prosperidad económica y del experimento democrático que supuso la Transición. Pero le impuso empeño, decisión, tenacidad; y lo consiguió.

Tuvo suerte; llegó al Gobierno en el cenit de la prosperidad económica y del experimento democrático que supuso la Transición. Pero le impuso empeño, decisión, tenacidad; y lo consiguió.
Corbis

Las virtudes personales de Aznar son contrarias al estereotipo que se tiene de los españoles. Es poco expresivo, calculador, distante, minucioso, organizado, nada dicharachero, disciplinado, componedor. Él mismo reconoce que es un "sequerón". Ese modo de ser, tan alejado del estereotipo de los españoles, ha hecho que Aznar haya cosechado muchas antipatías por parte de muchas personas de la izquierda y a veces también de la derecha.

El artilugio dialéctico con el que Aznar llegó al poder tuvo su mérito: convencer a una gran parte de la población de que el PP pretendía ser un partido de "centro". La realidad era que no había otro a su derecha. De esa forma el PP conseguía liberarse un poco del pesado lastre de ser identificado con el franquismo.

La decisión más notoria de Aznar fue la de limitar su estadía en la Presidencia del Gobierno a dos mandatos, es decir, ocho años, de 1996 a 2004. Nadie se atrevió a tanto en toda la Historia de la Transición. Sería un gran acierto que una práctica tan sana llegara a adquirir rango constitucional.

En 1996 Aznar consiguió un triunfo raspado por votos, y en 2000 ganó por mayoría absoluta. La gran paradoja es que nuestro hombre tuvo grandes aciertos y consiguió un gran prestigio en la primera legislatura, mientras que su popularidad se vino abajo en la segunda. Esta secuencia de "rutinización" del carisma repitió la de Suárez y la de González en sus respectivos mandatos. Hay más ejemplos de que la persistencia en el poder paga tributo.

En la alta política de la Transición ha funcionado muy bien el vínculo de la amistad, pero también el del odio. La figura del madrileño (que muchos consideran vallisoletano) no se entiende sin el odio recíproco hacia el sevillano González. Años después esa relación de odio se ha vuelto a dar entre Rajoy y Sánchez. Resulta divertido que el odiador tenga que resignarse a vivir en la casa que habitó el odiado, el horrendo hotelito de la Moncloa. González añadió a su decoración algunos toques purpurina, quizá un remedo de los pasos de la Semana Santa.

A pesar de los pesares, Aznar es de lo más liberal que hemos tenido en los líderes de los partidos durante la Transición. No es mucho decir, puesto que casi todos los demás han cojeado de estatismo; para nuestra desgracia, la de los contribuyentes.

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