España fue leal a Carlos de Habsburgo: cumplió el testamento de Fernando el Católico, rey de Aragón y gobernador de Castilla, y le aceptó como monarca. Con hombres, barcos y oro, España apoyó sus proyectos imperiales y sus guerras contra Francia, el Turco y los protestantes. Carlos quedó tan deslumbrado por sus vasallos españoles y su concepto de la religión y la vida que, como dice su biógrafo Manuel Fernández Álvarez (Carlos V, el césar y el hombre), "Aquel Carlos de Gante se acabó convirtiendo en Carlos de Yuste".
El único hombre que ha sido emperador de Europa y de América se retiró a pasar sus últimos años al monasterio de monjes jerónimos de Yuste. Otra de las pruebas de su devoción por lo español fue el discurso que pronunció ante el papa Pablo III en Roma el lunes de Pascua de 1536: lo hizo en lengua castellana, en vez de en latín o en italiano.
La traición del rey francés
A fin de derrotar a los turcos, que atacaban a la Cristiandad por el Danubio y por el Mediterráneo, Carlos Primero de España y Quinto de Alemania dirigió entre 1534 y 1535 una operación militar anfibia contra el cuartel del pirata turco Jeireddín Barbarroja. En la Jornada de Túnez participaron no sólo tropas y naves de España (concentradas en Barcelona), sino, también, del reino de Portugal, de las repúblicas de Venecia y Génova, de los Estados Pontificios y de la Orden de Malta. La batalla, librada en julio de 1535, concluyó con la victoria cristiana y la liberación de miles de prisioneros. Y en ella se distinguió el mismísimo emperador, que combatió como un guerrero más.
Por tanto, en la Jornada de Túnez participaron todas las naciones europeas que sufrían los ataques y los saqueos de los piratas musulmanes obedientes a Estambul, salvo una: Francia. El rey Francisco I detestaba de tal manera al César Carlos (le había superado en la pugna por la elección imperial y le había derrotado varias veces) que se había aliado con el sultán Solimán I.
En Túnez, Carlos encontró pruebas de la traición del francés. El emperador había pedido ayuda a Francisco y éste, a la vez que se la había negado porque Barbarroja era su aliado, había enviado a un embajador, el señor de Florettes, con cartas de advertencia a Barbarroja. Y ésas cartas aparecieron.
El jefe de la Cristiandad se ganó el apodo de Carolus Africanus y marchó a Italia. En todas las ciudades por las que pasaba recibió el homenaje popular de las gentes a las que había librado de la amenaza musulmana. Pero el Valois francés no paró de conspirar contra su rival y contra la paz de la Cristiandad. En octubre de 1535 falleció, sin descendencia directa, Francisco II de Sforza, el último duque de Milán independiente. El ducado se incorporó al Sacro Imperio Romano Germánico. En abril de 1536, Francisco I invadió Saboya, cuyo duque era aliado de Carlos, y sitió Milán. El emperador llegó a Roma el 5 de abril, dos después de que Francia hubiera desencadenado, nuevamente, la guerra.
El talante del soberano empeoró porque Pablo III se declaró neutral en el enfrentamiento entre él y el francés.
Señor obispo, aprenda español
El lunes de Pascua de 1536, que cayó en el 17 de abril, en Carlos se reunió con el papa, que venía de celebrar Misa, en la Sala dei Paramenti de los Palacios Apostólicos. A Pablo III le acompañaban cardenales, embajadores acreditados ante él y dignatarios de la curia, tanto italianos como españoles. En ese lugar.
"el Emperador pronunció un memorable discurso, en español, sin más apoyo escrito que unos breves apuntes, durante más de una hora" (Miguel Ángel Ochoa Bru).
El contenido del parlamento imperial lo conocemos por los resúmenes que enviaron los diversos embajadores a sus señores. En él, Carlos enumeró los logros de su reinado, negó que quisiera convertirse en amo del mundo, adujo su defensa de la Cristiandad y los cristianos contra los turcos y los herejes y denunció la traición de Francisco I mostrando las cartas delatoras. Además, elogió a los españoles:
yo tengo tales vasallos y que tan bien me han servido y ayudado que, si el rey de Francia los tuviese, a mí sería forzado venir con las manos atadas a lo que él quisiese.
El emperador clamó por tres veces que quería la paz y para zanjar la disputa retó a Francisco a un duelo personal entre ambos monarcas. Pablo III empezó a responder que mantendría su neutralidad y que reconocía que Carlos era amante de la paz, pero éste, vulnerando el protocolo, interrumpió al pontífice, porque se le había olvidado añadir algo importante: "invocaba contra Francia a Dios, al Papa y a todo el mundo".
En ese acontecimiento había presentes dos embajadores franceses: los que estaban acreditados ante el Papa y ante el César. El acreditado ante Pablo III, el obispo de Maçon dijo que no entendía el parlamento de Carlos, porque desconocía el español. Y el emperador contestó con unas palabras que resuenan todavía:
Señor Obispo, entiéndame si quiere y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española; la cual es tan noble, que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana.
Fernández Álvarez interpreta que este discurso en español es:
signo de su hispanismo cada vez más creciente, y que hay que tomar como un gesto de reconocimiento hacia la nación que mejor le estaba sirviendo
Dos días después, el 18, Carlos se despidió del Papa y se dirigió a encabezar el ejército contra Francisco, pero en Roma dejaba su homenaje internacional a la lengua española, a la que había introducido en la diplomacia internacional en la que Fernando el Católico llamaba "la plaza del mundo".