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Pedro Fernández Barbadillo

Carlos II, el último Austria

Para mantener la unidad de la familia se pactaron matrimonios constantes entre sus miembros de los que nacían niños enfermizos y pálidos.

Carlos II es el fruto de siglo y medio de matrimonios entre parientes dentro de los Habsburgo. El emperador Carlos V, jefe de la casa, dividió la herencia entre su hermano Fernando, que recibió Austria y el Imperio, y su hijo Felipe, al que adjudicó España, las Indias, Italia y Flandes. Para mantener la unidad de la familia se pactaron matrimonios constantes entre sus miembros. Así fueron comunes entre Madrid y Viena los viajes de las infantas y archiduquesas. De estos matrimonios nacían niños enfermizos, pálidos y rubios que no se parecían en nada a los españoles.

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Mariana de Austria, de Velázquez

El príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV, falleció en 1646 y su padre, sin heredero varón, se casó con la prometida que se le había destinado: Mariana de Austria. De boda entre primos pasó a ser boda entre tío y sobrina. Mariana tuvo tres hijos varones, de los que dos murieron siendo niños y sólo el último llegó a la edad adulta. ¡Pero en qué estado!

Carlos, nacido en 1661, mostró la decadencia de la familia más poderosa del mundo. Aparte de su fealdad, padeció raquitismo, envejecimiento prematuro, debilidad mental y esterilidad. Un análisis genético hecho en 2009 mostró que el coeficiente de consanguinidad de Carlos era similar al de un hijo nacido de una relación incestuosa, como la de unos hermanos entre sí, una madre con su hijo o un padre con su hija.

Felipe IV murió en 1665, cuando Carlos tenía cuatro años. Todo su reinado, de 35 años, giró en torno a dos inquietudes: primero la muerte del monarca en su juventud y luego su impotencia.

El deseo de un heredero se convirtió entre los españoles en obsesión. Carlos no fue capaz de concebir hijos con sus dos esposas, María Luisa de Orleans, fallecida en 1689 de apendicitis, y Mariana de Neoburgo.

Con esta copla que circuló por Madrid comprendemos el sentimiento:

Parid, bella flor de lis,
en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.

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José Fernando de Baviera

A medida que quedaba claro que Carlos II iba a ser el último Austria, se formaron varios bandos en la corte sobre quién debería de heredar la corona. Según un testamento de Carlos, el príncipe niño José Fernando de Baviera fue heredero de la Monarquía Española desde 1696 hasta su inesperada muerte en 1699. Luego los candidatos fueron un Austria germano o un Borbón.

Sorprende que el elegido por Carlos y apoyado por la mayor parte de la corte fuera un descendiente de Luis XIV, porque el francés había sido el verdugo de España desde los años 40. El Rey Sol apoyó a los catalanes y portugueses separatistas, se apropió de la Cerdaña y el Rosellón, de numerosas plazas en Flandes y de Haití. Además, había firmado varios tratados con las demás potencias para repartirse España y su imperio a la muerte de Carlos.

Sin embargo, Francia, por su poder militar, podía garantizar la integridad de España. Por eso, Carlos II, al nombrar heredero suyo al duque de Anjou en 1700, le entregó todos los territorios de la corona.

Un reinado estrafalario y grotesco

En el reinado de Carlos II lo estrafalario y lo grotesco alcanzaron un grado desconocido desde el siglo XV. Se exorcizó al soberano; se alzó con el cargo de primer ministro Fernando de Valenzuela, el Duende de Palacio; y un bastardo de Felipe IV, Juan José de Austria, amenazó con el primer pronunciamiento de la historia española.

Pero también se efectuaron las primeras reformas de la Administración, precedentes de las aplicadas en el siglo XVIII por los Borbones. Éstas fueron posibles por la terminación de la guerra de Flandes, que había durado 80 años, y cierta paz exterior.

Se formó la Junta de Gobierno, por encima de los consejos, que fue un embrión de las secretarías de despacho. Y lo más destacable, se ejecutó una reforma fiscal a partir de los años 80. Sus principales autores fueron el conde de Oropesa y el duque de Medinaceli. Se devaluó la moneda, se eliminaron gastos innecesarios, se persiguieron el fraude y el contrabando, etcétera. Esto supuso la novedad de que España dejó de depender de los créditos de los banqueros, que abandonaron Madrid. Y por primera vez desde el reinado de Carlos V, los súbditos castellanos de la Monarquía pagaron menos impuestos.

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