El año pasado se inició uno de los procesos de restauración más complicados que se puede abordar en ninguna iglesia del mundo. Complejo a más no poder pero no por la calidad artística o la fragilidad de las obras a restaurar –que tampoco es que fuesen sencillas, por cierto- sino porque antes de empezar había que poner de acuerdo a las seis confesiones cristianas que comparten la responsabilidad de cuidar de la Iglesia del Santo Sepulcro, el extraño templo que es casi un laberinto alrededor del lugar en el que se crucificó y se enterró a Jesucristo.
En realidad la restauración ha sido sólo para el Edículo, la pequeña construcción bajo una gran cúpula que cubre el lugar exacto en el que, según la tradición, reposó el cuerpo muerto de Jesucristo sólo por unos días.
Y el acuerdo fue posible porque realmente el Edículo amenazaba con venirse abajo, poco más de dos siglos después de su construcción: lo levantó en 1810 la iglesia greco-ortodoxa después de que un devastador incendio hubiese destruido el anterior que databa del siglo XVI.
De hecho, el pequeño templete llevaba tanto tiempo amenazando ruina que durante el Mandato Británico se colocó una gran superestructura de vigas de acero para evitar un derrumbe. Resulta llamativo ya que el Mandato Británico acabó… ¡en 1948! y desde entonces no se había hecho nada por retirar esas vigas que se pusieron en 1934, tras un terremoto que tuvo lugar en 1927 y que fue bastante devastador para Jerusalén.
Curisamente, esas vigas servían como soporte a las pequeñas y alargadas velas que los fieles depositaban por docenas en la estructura y cuyo humo seguro que no ha sido un tratamiento muy adecuado para la vieja piedra.
Hallazgos arqueológicos
La restauración ha llevado diez meses desde antes del verano de 2016 hasta esta primavera. De hecho, el 'nuevo' Edículo se abrió al público el 21 de marzo y se nos reveló completamente diferente a la imagen a la que estamos acostumbrados: con un renovado blanco marmóreo apenas imaginable bajo la capa de suciedad de dos siglos. Lo cierto es que ahora resulta una estructura hermosa, estilizada pese a su modesto tamaño, hermoso en el estilo un tanto recargado y orientalizante –propio de las iglesias ortodoxas- de alguno de sus elementos.
En el curso de los trabajos tuvo lugar lo que sin duda fue un acontecimiento histórico o, al menos, de esos que ocurren muy pocas veces en la historia: el 26 de octubre se retiró la losa de mármol que cubre la piedra caliza sobre la que reposó el cuerpo de Cristo.
No se sabe con exactitud cuando había ocurrido esto en el pasado, se calcula que fue en el siglo XVI cuando se colocó la losa, pero no se tiene certeza de que no hubiese ocurrido antes. En cualquier caso, desde 1555 sí podemos estar seguros de que no se había retirado este recubrimiento.
Para sorpresa de los arqueólogos bajo la losa de mármol y una buena capa de material de relleno se encontró otra lápida con una cruz que, en principio, se ha datado como de la época de las Cruzadas. Esto reforzaría la tesis de que la supuesta ubicación de la tumba de Cristo no habría cambiado a lo largo de muchos siglos, lo que a su vez hace mucho más probable que ese fuese el sitio real del enterramiento.
De hecho, excavaciones arqueológicas anteriores sí habían determinado ya que la Iglesia del Santo Sepulcro sí se encuentra en el lugar en el que, en época del emperador Constantino y al destruir los templos paganos en la zona –que ya se habían levantado sobre las zonas veneradas por los Cristianos-, se encontró una tumba que fue identificada como la de Jesús y alredor de la cual se edificó una primera iglesia.
Aún así no hay, lógicamente, una certidumbre absoluta de que sobre esa roca llegase a descansar el cuerpo de Cristo, si bien las pruebas circunstanciales –si me permiten la expresión- sí apuntan en esa dirección.
Lo cierto es que tras el descubrimiento de la losa de los cruzados los peregrinos que visiten el Santo Sepulcro esta Semana Santa no sólo encontrarán mucho más hermoso el Edículo que lo cubre, sino que también pueden estar un poco más seguros desde el punto de vista científico de que ese es el auténtico lugar en el que reposó por unos días el el cuerpo de Cristo.
Si bien, por otro lado, en el Santo Sepulcro ocurre como en otros muchos lugares de Jerusalén: más allá de que las evidencias científicas que los arqueólogos van encontrando suelen apuntalar las tradiciones, allí lo que de verdad importa es la fe, y en esa ciudad no hay nada que abunde tanto como la fe.