Admiro a la izquierda porque nunca deja de trabajar por su causa y nunca da las batallas por perdidas. Semejante entusiasmo y tenacidad quizás se deban a que los izquierdistas consideran que el mundo está mal hecho y que pueden corregirlo, y, como la mayoría de ellos dice no creer en más vida que la terrenal, se apresura en conseguirlo antes de que la parca les visite.
Este año, los concejales de Izquierda Unida y Podemos en el Ayuntamiento de Sevilla han querido depurar el escudo municipal de elementos machistas, franquistas, reaccionarios, nacional-católicos y belicistas (no sé cómo cabían tantos). Aunque el alcalde socialista no les ha hecho caso, pero la extrema izquierda ha dicho que acudirá a los tribunales.
Simbolismo de la espada
Sobre la espada del rey Fernando, "máxima expresión de violencia", ya les contestó el columnista Enrique García-Máiquez con las palabras del poeta catalán Juan Eduardo Cerliot:
"es un signo de libertad y fuerza, asociada al espíritu, instrumento reservado al defensor de las fuerzas de la luz contra las tinieblas, símbolo de la jerarquía, arma propia y casi exclusiva de las altas dignidades. Su uso constituye una purificación."
Yo quiero ocuparme de la afirmación de que "la conquista de Sevilla produjo una limpieza étnica de gran parte de su población autóctona", porque en estos tiempos de sentimentalismo así se ciega cualquier discusión y se coloca a los partidarios de la verdad y la investigación histórica en el campo de los ‘negacionistas’ y los ‘cómplices’ de los genocidas, como está ocurriendo con la lamentable ‘memoria histórica’.
¡De nuevo, los analfabetos funcionales juzgan el pasado con conceptos y palabras del presente!
Antes, quiero subrayar que el Ayuntamiento de Sevilla, como el Córdoba, el de Granada, o el de Cádiz, existen gracias a la Reconquista. La erección de las instituciones municipales, separadas de la voluntad del emir, del califa o del rey, es obra de los monarcas castellano-leoneses.
Para responder a la pregunta de si hubo ‘limpieza étnica’, hay que partir del hecho de que las primeras deportaciones, saqueos y esclavizaciones de la población nativa española por parte de invasores las realizaron los musulmanes en el siglo VIII.
Durante el califato Omeya, los cristianos y los judíos tuvieron cierta protección por parte del poder, aunque sufrían una humillante y empobrecedora discriminación legal. En el siglo XI, cuando la unidad de al-Andalus desapareció y surgieron los reinos de taifas, su situación empeoró tanto que miles de mozárabes prefirieron la emigración a los reinos españoles antes que seguir en la que había sido su tierra durante siglos. En esta huida a los cristianos les acompañaron también muchos judíos.
En 1060 una comunidad de monjes del monasterio cordobés de San Zoilo se trasladó a Carrión con las reliquias de este santo; en 1063, se llevaron solemnemente las reliquias de San Isidoro de Sevilla a León, donde se encuentran.
Deportaciones de cristianos a África
El avance de la reconquista, militar y político (la imposición de parias o tributos por parte de los cristianos a los musulmanes, lo que suponía reconocer por parte de éstos su ilegitimidad en la Península Ibérica), preocupó tanto a los andalusíes que se tragaron sus prejuicios raciales y su desconfianza, y llamaron en su ayuda a los almorávides bereberes.
Los almorávides desembarcaron en al-Andalus en 1086, después de que Alfonso VI tomase Toledo (1085), derrotaron a los cristianos en Alarcos, sometieron a las taifas y convirtieron a Sevilla en la nueva capital. A partir de 1147, fueron sustituidos por los almohades, que trasladaron la capital a Granada, pero éstos empezaron su decadencia después de las Navas de Tolosa (1212) y del avance posterior al sur de Fernando III de Castilla y de León y de Jaime I de Aragón.
Los almorávides y, sobre todo, los almohades eran musulmanes fanáticos y ejecutaron deportaciones de mozárabes a África. Está documentado el apresamiento y la deportación de cientos de cristianos de la comarca de Málaga en 1106 a Marruecos.
En 1125, el rey aragonés Alfonso el Batallador penetró en al-Andalus por Valencia, venció a los almohades en Lucena (1126) y, después de realizar unos ritos de toma de posesión de la tierra y el mar en Motril, regresó a su reino seguido por miles de cristianos andalusíes. La reacción almorávide fue apresar y deportar a mozárabes de Córdoba, Sevilla y Granada al norte de África en el mismo 1126 y luego en 1138. Algunos de éstos formaron parte de la guardia del sultán. Cuando los almohades conquistaron Marruecos, muchos de ellos regresaron a la Península y ya se instalaron en los reinos cristianos.
En enero de 1147, los invasores almohades tomaron Sevilla y se cebaron en la comunidad cristiana y judía: matanzas, violaciones, saqueos y esclavizaciones. Se sabe que en 1154 residía en Talavera (Toledo) desde hacía años el arzobispo electo de Sevilla, llamado Clemente. Él fue el último de los metropolitanos conocidos de Isbiliya.
La represión almohade afectó también a los musulmanes. Incluso en el siglo XIII, a varias familias andalusíes poderosas, como los Banu Jaldún (Carmona) y los Banu Hayyay (Sevilla), se les obligó a marchar a África.
Aunque sorprenda a los creyentes en la religión de la tolerancia andalusí, en la Sevilla que se rindió a Fernando III el Santo en 1248 no había cristianos ni judíos, como tampoco los había en la Granada de 1492, escriba lo que escriba Karen Armstrong.
Antes en Marruecos que con infieles
A partir de 1224, gracias a una fitna (guerra civil) entre musulmanes, comenzó la irrupción de castellanos y leoneses en el valle del Guadalquivir. Las ciudades cayeron una detrás de otra: Baza, Úbeda, Andújar, Córdoba, Martos, Jaén, Alcalá de Guadaira…Así, hasta Sevilla, y luego la desembocadura del Guadalquivir, que completan Alfonso X (1252-1284) y Sancho IV (1284-1295).
Gran parte de la ciudades y las plazas fuertes se conquistaron gracias a pactos (‘pleitesías’), que permitían a los musulmanes permanecer en ellas. Otras lo fueron mediante ‘capitulaciones’, en las que los vencidos marchaban libres con todos los bienes muebles y animales que pudieran llevarse.
En el caso de Sevilla, las condiciones de la rendición fueron generosas para lo que era habitual en estas guerras. Los musulmanes no serían esclavizados, pero debían abandonar la ciudad en el plazo de un mes; podían ir adonde quisieran; se les dio el plazo de un mes para vender las casas y los bienes que no quisieran llevarse con ellos; contaron con la protección del ejército real. La ciudad quedó completamente vacía. Y entre los repartos posteriores, a los judíos les correspondieron tres mezquitas que convirtieron en sinagogas.
En los años siguientes, los musulmanes prefirieron pasar al emirato de Granada (éste acabó superpoblado, uno de los motivos que retrasaron su conquista) o al Magreb, al otro lado del Estrecho, antes que vivir bajo soberanía cristiana. Esta migración, fomentada por los imanes, trató de compensarse con la repoblación de las nuevas tierras por cristianos.
Como destaca el catedrático Manuel González Jiménez (En torno a los orígenes de Andalucía. La repoblación del siglo XIII),
La época de la conquista y la repoblación de Andalucía por Fernando III y Alfonso X constituye, sin duda, el momento más decisivo, por no decir el más importante, de la historia de nuestra región
Andalucía, una región despoblada y pobre
La revuelta de los mudéjares en 1264 en el valle del Guadalquivir y Murcia fue de tal intensidad que el primer emir de Granada, Muhámad ibn Nasr, soñó con la recuperación del territorio perdido en las décadas anteriores. Los musulmanes recibieron vía marítima refuerzos de los benimerines. Para derrotar a los rebeldes, Alfonso X tuvo que contar con el socorro de Jaime I. Otro ejemplo de la colaboración de los reinos cristianos en empresas comunes por la religión cristiana y España.
Una vez aplastada, la emigración de musulmanes desde el territorio cristiano se acentuó. Pero la cercanía de la frontera con Granada y el Estrecho y las razzias y revueltas desalentaron a muchos de los pobladores venidos de ultrapuertos, que vendieron las tierras y casas adjudicadas por la Corona y regresaron a sus provincias de origen.
De esta manera, sigue González Jiménez, hacia 1280 había en los reinos de Sevilla, Córdoba y Jaén grandes zonas "vacías por completo de población", fuera por la guerra, o por el abandono por los mudéjares y los cristianos. La Castilla Novísima fue hasta el siglo XV una tierra poco poblada y muy pobre.
Cuando los Reyes Católicos reconquistaron Granada, concedieron al sultán Boabdil un señorío en las Alpujarras con rentas, pero éste, como en el siglo XIII tantos otros andalusíes, prefirió vivir entre ‘verdaderos creyentes’ que entre cristianos, de modo que marchó a Marruecos y murió en Fez en 1533.
Una empresa de toda España
De los pobladores cuyo origen podía deducirse se han elaborado las estadísticas de dos grandes ciudades del reino de Sevilla (del libro de González Jiménez):
JEREZ |
CARMONA |
|
Reino de León |
30,65% |
20,50% |
Reino de Castilla |
54,51%* |
69,00% |
Reinos de Aragón y Navarra |
10,73% |
5,50% |
Otros países |
4,01% |
n. d. |
* Incluye al Señorío de Vizcaya: 2,16%
Como se ve, la repoblación de Andalucía fue una empresa de toda España.
Los documentos (libros de repartimientos, crónicas, donadíos….) dejan claro que los andaluces no tienen ningún vínculo étnico con los árabes. A pesar de lo cual, algunos andaluces, como los concejales sevillanos de izquierdas, se sienten más cercanos a los magrebíes que a sus compatriotas.
Los motivos por los que algunos ciudadanos europeos de países laicos y ricos admiran a sociedades subdesarrolladas, despóticas y vencidas ya son causa de reflexión.