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Pedro de Tena

Las pestes en los siglos XVI y XVII y Sevilla

La epidemia de peste bubónica en Sevilla de finales del XVI recreada en 'La peste' ciertamente tuvo lugar. Al menos se constató una importante.

La epidemia de peste bubónica en Sevilla de finales del XVI recreada en 'La peste' ciertamente tuvo lugar. Al menos se constató una importante.
Grabado de 1617. | Archivo

La epidemia de peste [1 ] bubónica en Sevilla de finales del siglo XVI recreada en la serie televisiva de moda, La peste, ciertamente tuvo lugar. Al menos se constató una importante por aquellas fechas. Aunque desde el punto de vista de la ficción, la exactitud del dato no es relevante, Sevilla sufrió una epidemia de peste conocida después como "la peste atlántica". Según las crónicas de la época y los estudios posteriores, tal epidemia tuvo su gran desarrollo en 1599 y tardó algunos años en desaparecer completamente.

Sin embargo, ni fue la única, ni fue la más importante que asoló Sevilla ni la peste - nombre dado a numerosas epidemias en un momento en la que medicina tenía un limitado desarrollo -, se originaba o estallaba exclusiva o preferentemente en Sevilla. De las muchas epidemias que se cebaron con España en los siglos XVI y XVII, las más mortales y dañinas fueron las de la peste bubónica pero no todas ellas fueron de peste ni comenzaron en Sevilla.

Por entonces no se distinguía bien entre diferentes epidemias. De hecho, apenas se conocía la denominada "garrotillo", que atacaba la garganta de sus víctimas al modo del garrote del verdugo. Es más, anota Antonio Domínguez Ortiz para ilustrar el estado de la medicina que hubo famosos galenos que consideraban que los Reyes de Francia y España podía curar algunas enfermedades.

Las disensiones entre los médicos eran tan acentuadas que Baltasar Gracián apuntó desconfiadamente en El criticón que "lo que sé es que mientras los ignorantes médicos andan disputando sobre si es peste o es contagio, ya ha perecido más de la mitad de una ciudad; y al cabo, toda su disputa viene a parar en que la que, al principio, o por crédito o por incredulidad, se tuvo por contagio, después al echar de las sisas o gabelas fue peste confirmada y aun pestilencia incurable de las bolsas". Por si fuera poco, añadía con escepticismo que "si de cuatro médicos, los tres dijesen que te purgues, y uno que no, no te purgues".

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La peste era, naturalmente, muy temida, tanto que se creía que la única manera de salvar su mortal embestida era huir. "Huir de la pestilencia es buena ciencia" se decía, y se creía entonces que sólo se podía hacer tres cosas ante ella, "el más cruel y opuesto enemigo que la naturaleza humana tiene: Huir luego, huir lejos y huir largo tiempo". Es lo que escribió el año que murió Cervantes Juan Sorapan de Rieros en su libro Medicina española contenido en proverbios vulgares de nuestra lengua. Médico extremeño y familiar de la Santa Inquisición de Llerena y Granada conoció bien la peste de finales del siglo XVI, aunque murió antes de conocer la gran peste de 1649.

En su libro, dejó una descripción sintomática. Según él, la peste "súbita, y desaforadamente asalta el corazón (parte más principal del hombre, y que es fuente, y origen de la vida) y con su veneno, y malicia, le destruye. Trae este horrible contrario por compañero el mortal contagio, la calentura maligna, manchas, pintas, landres, carbuncos, desvaríos, modorras, temores, tristezas, sed, cansancio, fastidio, vómitos, ensueños, congojas, inquietudes, frío en los estremos, y fuego interno, pulsos desiguales, muy pequeños, y frequentes, y todas las malicias, y trayciones, que en los demás particulares venenos se hallan, todas ellas, como en eminencia se juntan en sola peste".

Para hacernos una idea de las consecuencias de la peste en la convivencia social, es bueno atender a sus explicaciones: "Haze este miserable mal, que desamparen padres a hijos, y hijos a padres, no ay amigo tan fiel a quien no debilite, y enflaquezca contra la cosa amada. Es azote, y castigo del Cielo, es una bestia fiera, y cruel dragón (dize Galeno) que son invisible cuerpo, y malignante natura, se esparze por el ayre, despedazando, y sorbiendo quantos delante halla. Y en conclusión, es de tan horrible essencia, que de todos los millares de hombres que alcanza con su aliento, la mayor parte mata. Y assi suele aniquilar Reynos, destruyr Provincias, y dexar muchas ciudades desiertas, no perdonando a niño, o viejo". [2]

Dado que la serie de televisión de Alberto Rodríguez, la única conocida sobre la peste hasta el momento, se centra en la ciudad de Sevilla, podría darse a entender que aquella bulliciosa urbe, considerada la Nueva York de los siglos XVI y XVII y más poblada que Madrid y Barcelona, tenía una especial relación con la enfermedad por disponer de un puerto con un trasiego extraordinario de mercaderías y sufrir, o gozar, de un clima templado, en algunos momentos muy caluroso, que facilitaba la extensión de la epidemia. Pero los datos con que se cuentan parecen indicar que, casi siempre, Sevilla quedaba contagiada de la peste que entraba por otros puertos y lugares de la península o de la que ya dominaba buena parte de España.

Epidemias y pestes en España en los siglos XVI y XVII

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La consulta del libro de Joaquín de Villalba Epidemiología española o Historia de las pestes, contagios, epidemias y epizootias que han acaecido en España desde la venida de los cartagineses hasta el año 1801 es la mejor vacuna contra la creencia que hace de Sevilla una ciudad receptiva de males contagiosos o propensa a sus maleficios.

Se dice en él que en 1501 hubo peste en Barcelona. En 1507 tuvo lugar una violenta enfermedad que diezmó a los prebendados de la catedral de Cádiz y repitió la peste en Barcelona llegando hasta Sevilla, donde se afincó otra enfermedad pestilencial en 1510. En 1515, hubo nueva epidemia en Barcelona. En 1518 una enfermedad de garganta afectó a los caballos en Navarra. Como consecuencia de un terremoto en Játiva, hubo una pestilencia en Valencia en 1519 que pasó a Zaragoza y a Barcelona donde se aplacó en 1521.

En 1523, hubo peste en Mallorca que seguramente se transmitió a Valencia. En 1524, Játiva tuvo peste de landres, una tumefacción inflamatoria, del tamaño de una bellota, de un ganglio linfático, generalmente del cuello, axilas e ingles, según la RAE. El mismo año, Sevilla tuvo otra irrupción pestilente grave. Repitió la peste en Játiva en 1527 y se extendió a Aragón en 1528, donde continuó hasta 1530. El garrotillo llegó a España en 1530 procedente de Italia y Astracán, en el Mar Caspio.

En 1531 se infectó Lisboa. En 1533 la peste incendió Aragón. En 1542, hubo una plaga de langostas bermejas y pestilenciales que venían de Turquía. En 1551 un trigo corrompido produjo una epidemia en Valencia y en 1555 se extendió a viruelas y sarampión. En 1557, otro contagio que se atribuyó a los moriscos surgió en Granada y se extendió por España. Al año siguiente hubo peste en Murcia y Barcelona.

En 1560, una peste llegó a Burgos y hubo nuevo contagio en Barcelona. En 1563 se sospechó otra epidemia procedente del Rosellón y estalló otra en Barcelona, no grave, en 1564 que, sin embargo, sí fue perniciosa en Zaragoza a causa de la compra de ropa francesa. En 1565, se reprodujo en Sevilla una peste ya conocida y en 1568, sufrió otra embestida. En 1570, se conocía la existencia de peste en Francia, Alemania y otros países. No era solo España la afectada por los contagios, aunque en este artículo nos limitemos a ellos.

En 1580, hubo catarros mortales en Madrid y Barcelona y viruelas en Sevilla. En 1581 persistía la peste en Sevilla, que se desplazó a Extremadura y León. Se enquistó durante 1582 y 1583. En Valladolid se sufrió peste antes de 1584 y Toledo viruelas los dos años siguientes, que llegó a Madrid en 1587 y a Burgos ese mismo año.

Dice Villalba que "la terrible enfermedad del año 1583 retoñó en los años de 1587, 1588 y 1589, la que duró tres años consecutivos, y atacó con más crueldad a la ciudad de Sevilla y sus contornos…se extendió el mortal contagio al año 1590 y 1591. Volvió después el año 1598, 1603 y 1604, en cuyo tiempo se derramó por casi todos los reinos de España".

En 1589, la peste estaba en Barcelona. En 1590, en Valladolid donde estaba la Corte, se extendieron fiebres contagiosas. Otra peste se declaró en Sevilla desde 1594 a 1597. Desde 1596 ya estaba en España la peste bubónica, la peste atlántica, que iba desde Vizcaya a Castilla, desde Madrid con bubones y carbunclos, a Sevilla. Terminó el siglo con el contagio flamenco de 1599, que trajo la peste bubónica desde Santander a Sevilla, irradiándose a casi toda España.

En uno de los Cuadernos de Historia de la Medicina Española (1964), el catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Salamanca, Luis Sánchez Granjel, se refirió concretamente a las más importantes epidemias de peste bubónica padecidas por la sociedad española en el siglo XVII. La primera de las que cita es precisamente la que se inició en 1599 y que se prolongó a los primeros años del siglo XVII. La segunda fue la grandísima y mortífera peste de 1649 y la tercera, la última del siglo XVII, dio comienzo en 1676.

Dos de ellas no surgieron en Sevilla y la gran peste de 1649, tal vez sí, pero sin certeza. En el caso de la peste de 1599, las bubas no tuvieron origen en los barcos que llegaban de América o el Mediterráneo hasta España, como era habitual, sino - lo que son las cosas -, en navíos que, procedentes de Flandes, fondearon en puertos de la costa cantábrica, Santander y otras localidades.

La peste de 1646 a 1652 que se cebó en muchas partes de España, especialmente en Andalucía y Sevilla (1649), se inició en varios puertos andaluces, pero su itinerario infeccioso tiene interés. En 1646 se señalan brotes de peste bubónica en varios puertos andaluces. En 1647 se declaró la peste en Alcalá de Henares y en junio de ese año, en una localidad cercana a Valencia. De allí pasó a Castellón y al Maestrazgo aragonés, luego a Murcia y Cartagena, ya en 1648. "Desde Murcia la pestilencia se adentra en las provincias andaluzas, afectándolas en el transcurso de 1648 y el siguiente año". Fue entonces cuando llegó a Sevilla, a la que despobló y arruinó, pasando por Córdoba, Málaga, Cádiz y casi toda Andalucía.

La epidemia de peste más grave que vivió Sevilla en su historia tuvo su apogeo en 1649 y fue, como acredita el catedrático Antonio Domínguez Ortiz, la que dio paso a la decadencia absoluta de una Sevilla que no ha levantado cabeza hasta el siglo XX. Aunque se han exagerado las defunciones causadas por la enfermedad, no cabe duda de que la población de la ciudad se resintió irreparablemente. Es convencional señalar que la población sevillana se redujo casi a la mitad.

La tercera peste relevante del siglo XVII tuvo nacimiento en 1676 en el puerto de Cartagena tras el desembarco de ropas procedentes de Inglaterra. De allí pasó a Murcia y a Totana. Aunque se dio por extinguida en 1677, persistió en Murcia y en 1678 surge peste muy grave y polémica en Málaga procedente de Orán pasando enseguida a Granada, Antequera, Ronda y Motril. También se advirtió en Orihuela y llegó hasta El Puerto de Santa María.

Hubo más epidemias y contagios en el siglo XVII. Antes de la gran peste de 1649 que prosperó en Sevilla y el resto de España se desarrollaron otros contagios graves en 1607, 1609, 1611, 1615, 1618 (Sevilla, garrotillo), año del nacimiento de Murillo, 1619 (Levante) y así sucesivamente hasta la gran peste que acabó con la hegemonía de Sevilla en España. Tras ella, igualmente, Roma sufrió una gran peste en 1656. Diez años más tarde España sufrió otra mortífera pestilencia.

Y así siguió la salud pública española, entre epidemias, contagios y pestilencias varias hasta final del siglo XVII. Si bien es cierto que Sevilla fue probablemente la ciudad más afectada por la peste bubónica de 1649, no lo fue por ser puerto fluvial ni por ser puerto de América ni por alguna predisposición especial para sufrirla. Era lo que pasaba en todas las ciudades y afectaba principalmente a los pobres cuyas condiciones de higiene y posibilidades de fuga eran casi nulas.


[1] En este artículo usamos el término "peste" en el sentido de enfermedad infecciosa grave a menos que reseñemos su carácter específico de manera concreta.

[2] He corregido la escritura de algunas palabras para su mejor identificación.

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