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Santiago Navajas

Stalingrado, donde crecen las cruces de hierro y las estrellas rojas

Se enfrentaron los dos monstruos totalitarios del siglo XX. Hitler y Stalin, los dos criminales patológicos, enfermos de ideología asesina.

Se enfrentaron los dos monstruos totalitarios del siglo XX. Hitler y Stalin, los dos criminales patológicos, enfermos de ideología asesina.
Soldados alemanes de la 24 División Panzer en acción. | Wikicommons

En Stalingrado se enfrentaron Leviatán y Behemot, los dos monstruos totalitarios del siglo XX. Hitler y Stalin, los dos criminales patológicos, enfermos de ideología asesina, el nazismo y el comunismo, no dudaron en sacrificar millones de vidas para asegurarse un poder tan total como cruel.

Con los fantasmas de Carlos XII de Suecia y, sobre todo, Napoleón, advirtiendo sobre la dificultad suprema de invadir Rusia (invadirla es fácil; lo complicado es permanecer en ella; no digamos vencer), Hitler traicionó el pacto con su "camarada" Stalin porque tenía la hipótesis de que sin los recursos naturales del imperio comunista, el trigo de Ucrania y el petróleo del Cáucaso sobre todo, su plan para invadir el mundo no podía alcanzarse.

Para llegar al petróleo una serie de circunstancias plantaron al ejército germano delante de la ciudad de Stalingrado. Dada su denominación en honor del sátrapa era más que una urbe: un símbolo que había de ser atacado/defendido con mucho más que sangre, sudor y lágrimas (llegaron a comerse los caballos, las ratas y a sus propios muertos).

No se puede entender la resistencia numantina de Stalingrado si no se conoce el carácter ruso (también kazajo, uzbeko, tártaro…), indómito e indomable hasta la muerte y más allá. Como relata Antony Beevor en su imprescindible Stalingrado, uno de los defensores garabateó en su muro:

Me estoy muriendo pero no me rendiré. ¡Hasta siempre, patria! 20-VII-41

Un trozo de muro que está en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú (lo que no se menciona en dicho Museo es que los soldados soviéticos que fueron liberados de los campos de concentración nazis fueron enviados directamente a los gulags comunistas porque Stalin consideraba traidores a todos los que habían preferido ser prisioneros en lugar de suicidarse.)

Después del relativo paseo militar que habían llevado a cabo los alemanes por Europa y África, se sorprendieron de la ferocidad suicida del soldado soviético así como del desprecio de sus dirigentes al sacrificio en masa de los suyos. Se combinaba aquí la dureza de unos hombres y mujeres habituados a climas extremos, siendo normal estar a 20 y 30 grados bajo cero, con el materialismo filosófico como doctrina de Estado que llevaba a considerar a los individuos no tanto como personas únicas sino como cosas intercambiables.

Sobre el carácter ruso trasplantado al terreno militar hay que ver una extraordinaria serie, Cadetes (Andrei Kavun, 2004), acerca del entrenamiento durante 90 días de nuevos oficiales para incorporarlos al asedio de Stalingrado. Sacrificio y patriotismo combinado con dosis de romanticismo y heroísmo explican que para los soviéticos la batalla de Stalingrado trascendía sus propias vidas, en aras de algo que era más sagrado que ellos mismos: su patria y su familia, su amor por sus raíces y su pasión por los más allegados. La realidad, sin embargo, es que la mayor parte de lo soldados fueron enviados al frente sin ningún tipo de preparación. Era habitual lo que le sucedió a un soldado que al encontrar un tubo de aluminio trató de usarlo como mango para un cepillo, sin percatarse de que era una bomba incendiaria… El derroche de vidas soviéticas por el desprecio de los dirigentes comunistas al valor de cada individuo no dejaba de asombrar a los alemanes. El fondo ideológico era el brutal y vulgar materialismo empirista de Lenin que les hacía considerar a los hombres como otro material más que podía ser utilizado y descartado.

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En cuanto a la batalla en sí, dos películas ayudan a configurar el mito de la batalla más dura jamás realizada. La más conocida es la alemana Stalingrado, rodada en 1993 por Joseph Vilsmaier, narra desde el punto de vista de un comando alemán llegado de las arenas ardientes de Egipto a las nieves de la URSS sin apenas transición. La película es vibrante mostrando el descenso a los infiernos de un comando alemán desde el paraíso italiano, en el que descansan al principio, hasta el infierno junto al Volga en el que terminarán aniquilados. La película se centra en la oposición entre la honorabilidad y la valentía de unos soldados que encarnan la ética del ejército -disciplina, patria y honor- frente otros que viven sometidos a una jerarquía nihilista sin principios morales más allá de la victoria erigida sobre el asesinato. El lema de los comunistas era: "Cada hombre debe convertirse en una de las piedras de la ciudad". Y de manera literal usaron a los soldados como si fuesen parte de un ejército de terracota, pura "carne de cañón". Sin embargo, a pesar de la propaganda sobre el presunto compromiso de los ciudadanos soviéticos con el régimen, el poeta Yuri Belash, que además era soldado, escribió

Para ser franco sobre esto
en las trincheras en lo último que pensábamos
era en Stalin

En un momento dado un soldado le dice a otro que por su acción ganarán la Cruz de Hierro. A lo que le responden que quedará muy decorativa sobre su tumba. Otro comenta de pasada que si no regresa a casa su madre no sobrevivirá. Uno más confiesa que se ha ensuciado los pantalones al matar a un soldado golpeándole con una pala. La guerra es eso, nos viene a decir la película, recordar el amor de tu madre mientras le revientas la cabeza a un enemigo. También es "realista" en la descripción de la guerra de trincheras que se vivió en el seno de la ciudad (un desierto de escombros y ruinas) una táctica que los teóricos habían desechado como obsoleta tras la I Guerra Mundial y la carnicería de Verdún.

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Su gemela por la parte rusa, la Stalingrado de Bondarchuk en 2013 destaca tanto por su brillantez técnica, rodada con tecnología IMAX 3D, como por su inanidad temática al centrarse excesivamente en asuntos amorosos que pretende darle un toque más melodramático, pero que termina siendo artificial en el desarrollo de unos protagonistas estereotipados. La impostada voz en off, el saludable aspecto de los actores (los únicos que no tenían un color gris parduzco durante la batalla era los que se entregaban al canibalismo) y la limpia ambientación hace que tengamos la sensación de que estemos más bien ante un capítulo de Cuéntame en su adaptación rusa.

Sin embargo, la obra maestra sobre la batalla de Stalingrado no es alemana ni rusa sino británica. Dirigida por el francés Jean Jacques Annaud en 2001, Enemigo a las puertas relata el mítico (en todos los sentidos) enfrentamiento entre dos francotiradores de los respectivos ejércitos. Interpretados de manera magnífica por el inglés Jude Law y el norteamericano Ed Harris respectivamente, el cazador ruso y el aristócrata teutón representan dos modos diferentes de vivir pero una sola manera de matar, con astucia y paciencia. Especie de duelo en OK Corral sólo que en mitad de una tormenta de acero de proporciones cósmicas, Enemigo a las puertas acierta al no usar el acostumbrado relato coral de las películas bélicas para centrarlo en el más personal del western.

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'Enemigo a las puertas', del francés Jean Jacques Annaud.

No centrada exclusivamente en Stalingrado sino en general en el frente ruso Sam Peckinpah realizó una de las más extraordinarios películas bélicas de la historia, en mi opinión sólo They were expendable de John Ford está a su altura cinematográfica y moral. El enfrentamiento entre un oficial loco por ganar la Cruz de Hierro y un sargento preocupado de que no maten a sus hombres termina en un famoso diálogo entre los dos protagonistas

"Yo le enseñaré cómo lucha un oficial prusiano" – Stransky.

"Y yo le enseñaré dónde crecen las Cruces de Hierro" – Steiner.

Tampoco enfocada en Stalingrado sino en la invasión nazi por parte rusa destaca La infancia de Iván, una película bélico-mística (género cuya última producción fue La delgada línea roja de Terrence Malick) que narra las andanzas de un niño al que los alemanes habían asesinado a toda su familia. Y es que los niños jugaron un papel decisivo durante la resistencia soviética ya que eran, por ejemplo, los principales hurgadores a la hora de encontrar restos tras la batalla, ya que eran más jóvenes y ágiles, además de presentar un blanco menor. Los más pequeños, de tres o cuatro años, no servían como mensajeros y eran utilizados como mascotas. Bella y lírica, la película es delicadamente dura. Curiosamente la izquierda comunista occidental acusó a Tarkovski de "pequeñoburgués" ya que reflejaba un "tradicionalismo estético" así como un expresionismo y simbolismo pasados de moda. En el fondo, la acusación de los críticos comunistas venía del hecho de que Tarkovski se había atrevido a mostrar sentimiento tan presuntamente burgueses como la interrelación entre el amor y el odio individual como motor de la acción humana en lugar de la estereotipada lucha de clases de la ortodoxia marxista.

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'Ven y mira' (1985), de Elem Klimov

También merece la pena ser vista, nunca mejor dicho, la película Ven y mira, una brutal y muy realista representación de las masacres producidas por los alemanes en su invasión de la Unión Soviética. El odio y el miedo que se tienen los germanos y los eslavos cristalizaron en unas matanzas por ambos lados auténticamente dantescas. Y dantesco es el adjetivo que mejor cuadra a lo que Klímov, el director de la película, nos obligar a mirar. Una brutalidad que seguiría más allá de la guerra cuando en la conferencia de Teherán, Stalin, encumbrado por su éxito en Stalingrado, reclamó exterminar a toda la oficialidad del ejército alemán, a lo que se opuso indignado Winston Churchill que se temía ya entonces el destino que le esperaba a Europa oriental bajo dominio comunista.

Sea sobre la batalla de Stalingrado en particular, o sobre la guerra germano-rusa en general, todas estas películas tienen en común la denuncia de la guerra como método. No hay película bélica que no sea en el fondo una batalla a favor de la paz. Aunque siempre hay que desconfiar de que tras el símbolo de la paloma no se encuentre la serpiente. Al fin y al cabo Pablo Neruda escribió una Oda a Stalin y Nuevo canto de amor a Stalingrado.

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