Empecemos con una broma: el veneno compite con el diamante por la condición de mejor amigo de la mujer. En los crímenes pasionales (¿todavía se permite este concepto?) suele ser una de las armas preferidas de las féminas, ya que se adapta a su constancia y permite camuflar las huellas del asesinato más que un acuchillamiento. Los hombres parricidas caen en el arrebato y la violencia; en cambio, las mujeres parricidas practican el engaño y el disimulo.
Los venenos se han empleado desde la Antigüedad para ocupar un trono, para obtener una herencia, para librarse de un cónyuge molesto, para evitar la humillación, como Cleopatra, que se envenenó con un áspid para escapar de la cárcel romana (30 a. de C.), o para ejecutar a un ‘enemigo del pueblo’, como Sócrates (399 a. de C.). La primera ley que reconoció los envenenamientos y los castigó fue la Lex Cornelia de Sicariis et Veneficiis (81 a. de C.), aprobada por el dictador Sila. En la dinastía Julio-Claudia, que gobernó Roma después de la victoria sobre los asesinos de César, el veneno circuló como el vino, desde bebedizos a setas.
Otra familia a la que se ha vinculado con el veneno es Borgia. Sin embargo, según la profesora Adela Muñoz Páez (Historia del veneno), el papa Alejandro VI, uno de los hombres más vilipendiados de la historia, no murió en 1503 envenenado, sino de malaria, enfermedad frecuente en la Roma de entonces. Igualmente, la muerte de Felipe el Hermoso (1506) se suele atribuir a un veneno, pero lo más probable es que la causa fuera una fiebre, ya que Burgos sufría entonces una epidemia.
Las envenenadoras de París
Uno de los mayores escándalos de envenenamiento se produjo en la corte de Luis XIV, cuando en 1677 se descubrió a tres mujeres que preparaban venenos, afrodisiacos y filtros de amor por cientos y además realizaban abortos y hasta sacrificios de niños. Una de sus clientes era la amante oficial del Rey Sol, la duquesa de Montespan, con la que tuvo dos hijos. La dama compraba filtros de amor, que daba a beber al monarca sin que éste lo supiera.
El escándalo fue de tal magnitud (hubo 36 ejecutados, aparte de docenas más de desterrados y encarcelados a perpetuidad) y los implicados abarcaban todas las clases sociales que Luis XIV ordenó primero la suspensión de las investigaciones y los procesos y, luego, la destrucción de los archivos. Por fortuna, Gabriel Nicolás de La Reynie, el primer jefe de policía de París (entre 1667 y 1697), que lo investigó a conciencia, dejó varias copias de sus descubrimientos y de los documentos que acumuló, y por él conocemos la existencia de esta trama.
¿Cómo protegerse del veneno? Aparte de supersticiones como las vajillas de ciertos materiales, el método más habitual era el catador, símbolo también de riqueza: un individuo que probaba la comida y la bebida de su amo antes de que se le sirvieran a éste. Sin embargo, la mayoría de las ponzoñas suele ser de efecto lento, por lo que, en caso de envenenamiento, fallecían el catador y el señor. En las cocinas de los palacios reales, donde el trasiego era mayor que en las salas de baile se guardaba el vinagre bajo llave y solo el jefe de cocina lo usaba.
A Agatha Christie se le reprocha haber difundido, en su novela El caballo blanco, el talio, un metal descubierto a mediados del siglo XIX y tan blando que puede cortarse con un cuchillo. La profesora Muñoz Páez explica así las ventajas de este veneno perfecto:
aparte de que sus sales son incoloras e insípidas, por lo cual resultan difíciles de detectar, hay que destacar que hace efecto varios días después de ser ingerido, lo cual enmascara aún más su efecto
El paraguas y el ricino
¿A quiénes les puede interesar disponer de venenos variados e indetectables? A los servicios de información. El pistolero, aunque consista en un chivo expiatorio, sea un Lee Harvey Oswald o un Alí Agca, siempre deja pistas que pueden seguirse: dinero, armas, amistades, testigos, incluso documentos. En cambio, el envenenador y el veneno desaparecen en la niebla.
Georgi Markov, un escritor búlgaro anticomunista que trabajaba en la BBC fue asesinado mediante la inyección de una bola llena de ricino disparada por medio de un paraguas. Ocurrió en el centro de Londres el 7 de septiembre de 1978 y se señaló como autores a los servicios secretos del régimen comunista.
El médico que atendió a Markov le tomó por un perturbado, ya que le dijo que la KGB le había envenenado y que iba a morir. La seriedad del búlgaro persuadió a Bernard Riley para investigar inmediatamente.
Si está diciendo la verdad no va a ser una bacteria o un virus, porque el riesgo de contagio sería muy alto. Tiene que ser una toxina. Pero no puede ser cianuro porque eso mata más rápido. Y no puede ser talio ni arsénico porque son demasiados lentos,
dedujo el médico.
De vuelta a su casa, comentó el caso con su esposa y ésta le dijo: "Tienes que leer más a Agatha Christie". En la novela que la señora acababa de terminar, el asesino usaba ricino como veneno.
Markov murió el 11 de septiembre. Al tomarle una muestra de tejido del lugar donde tenía la marca del pinchazo del paraguas, los médicos encontraron una minúscula bola metálica de dos milímetros de diámetro con restos de ricino.
Los últimos casos
En 1997, unos agentes del Mossad inyectaron un veneno al palestino Jaled Meshal, dirigente de Hamás en Jordania. Las autoridades jordanas detuvieron a dos de los espías y el rey Hussein, por medio del presidente de EEUU, Bill Clinton, exigió a Israel que entregase el antídoto, lo que ocurrió y así se salvó la vida de Meshal.
En 2004, el candidato presidencial ucraniano Viktor Yúshchenko empezó a encontrarse mal durante la campaña electoral en la que competía con el primer ministro Viktor Yanúkovich, apoyado por Moscú. Yúshchenko fue trasladado a Viena y apareció con la cara deformada. Meses después, varios toxicólogos austríacos y británicos determinaron que había sido envenenado con la dioxina TCDD. Y se sospecha que el envenenamiento se produjo en una cena de Yúshchenko con un grupo de altos funcionarios ucranianos, poco antes de que comenzase la campaña. En enero de 2005, Yúshchenko ocupó la presidencia de su país hasta 2010.
El 1 de noviembre del 2006 el ex agente del KGB soviético Aleksander Litvinenko, que había huido a Occidente, se reunió con otros dos rusos, también ex agentes de los servicios de inteligencia, en el hotel Millenium de Londres, donde tomó un té. Horas después enfermó y murió semanas más tarde. Había sido envenenado con Polonio-210, una sustancia radioactiva muy tóxica producida en Rusia. Litvinenko colaboraba con los servicios británicos. Las autoridades británicas acusaron incluso al presidente Putin de haber ordenado la ejecución, aunque no se sabe con qué pruebas.
El 13 de febrero del 2017, Kim Jong-nam, hermanastro del ‘rey comunista’ de Corea del Norte, Kim Jong-un fue asesinado en el aeropuerto de Kuala Lumpur (Malasia) con VX, un agente neurotóxico. Mientras esperaba un vuelo, dos mujeres, una vietnamita y la otra indonesia, se le acercaron y le rociaron la cara con un líquido. Kim murió mientras era trasladado al hospital. Las dos mujeres fueron detenidas.
Fáciles de transportar, en ocasiones difíciles de detectar, los venenos preocupan más que otras armas mortales. Porque implican cercanía y roce. El envenenador, a diferencia del francotirador, tiene que estar al lado de su víctima, ser íntimo: un criado, un guardaespaldas, un abogado, un médico, un pariente incluso.
Por eso se siguen usando en esta época de drones y algoritmos. Al veneno siempre acompaña la desconfianza en los que te rodean. Es una ejecución para la víctima y un aviso para muchos otros: "No podéis escapar de mí. Mi poder llega hasta vuestra alcoba".