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Ricardo Artola

Katyn: Goebbels contra Stalin

Así fue el comportamiento de dos dictaduras criminales con un cinismo digno de mejor causa. Goebbels ejerciendo de guardián de los derechos humanos, Stalin haciendo como que le preocupaban los polacos.

Así fue el comportamiento de dos dictaduras criminales con un cinismo digno de mejor causa. Goebbels ejerciendo de guardián de los derechos humanos, Stalin haciendo como que le preocupaban los polacos.
Puerta del memorial de Katyn cerca de Smolensk | Cordon Press

El 23 de agosto de 1939 la Unión Soviética y la Alemania nazi firmaban en Moscú el acuerdo diplomático más sorprendente del siglo XX: dos adversarios doctrinalmente irreconciliables anunciaban a un mundo estupefacto su pacto de colaboración. Lo que no supo ese mundo entonces es que el acuerdo incluía cláusulas secretas en virtud de las cuales se repartían la vida y destinos de sus vecinos más próximos y, muy especialmente, de Polonia.

Una semana después comenzaba la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana de Polonia y, poco después (siguiendo el guión del pacto mencionado), la Unión Soviética hacía lo propio desde su frontera occidental.

El Ejército polaco nada pudo hacer ante el empuje casi simultáneo de dos de las grandes potencias militares de la época, y capituló en poco más de un mes. El balance de prisioneros caídos en manos soviéticas fue de unos 180.000 hombres.

De ellos, los soldados fueron enviados a campos de trabajo y los oficiales internados en centros de detención. Entre abril y mayo de 1940, por orden directa del Politburó de la URSS y bajo el férreo control de su policía secreta (NKVD), esos 15.000 desgraciados fueron evacuados de los centros de detención y masacrados en el bosque de Katyn, a las afueras de Smolensk.

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Ilustración de propaganda Nazi del 22 abril de 1943

Además de los oficiales, el NKVD aprovechó para deshacerse de otros 7.000 polacos de distinta procedencia profesional, pero siempre incómodos a efectos de la ocupación efectiva del país.

El insaciable apetito territorial de la Alemania nazi le llevó a invadir la Unión Soviética en junio de 1941. Por circunstancias largas de detallar los hombres de esas fuerzas armadas descubrieron los cadáveres masacrados en abril de 1943. A partir de ese momento se produjo un cruce de acusaciones entre la Alemania nazi y la Unión Soviética con el gobierno polaco en el exilio como convidado de piedra. Los soviéticos querían endilgar a los nazis la responsabilidad, alegando que los asesinatos se habían producido tras la invasión de la URSS y que ellos los habían liberado en virtud de una amnistía general de todos los polacos presos en ese país.

Pero los hechos no corroboraban esta tesis y el hábil propagandista Goebbels (ministro del ramo en su país) supo sacar provecho de las circunstancias, aireando todo lo que pudo las atrocidades como si se tratara de un pacífico diplomático interesado por los derechos humanos.

A partir de ese momento, y durante décadas, en Occidente era sabida la responsabilidad soviética, pero no había una constancia oficial de la misma. Esta tuvo que esperar medio siglo hasta que el gobierno de Yeltsin reconoció oficialmente la responsabilidad del NKVD en los hechos que aquí tratamos. Por fin se cerraba un capítulo siniestro de la más terrible de las guerras de la historia: ¿la Segunda Guerra Mundial?, sí, pero especialmente la guerra germano-soviética de 1941-45.

¿Por qué nos sigue importando Katyn?

Hasta aquí los hechos. Pero ¿por qué nos sigue importando Katyn? Por muchos y sustanciosos motivos. Primero el del comportamiento de dos dictaduras sangrientas intentando pasarse una patata caliente con un cinismo digno de mejor causa. Goebbels ejerciendo de guardián de los derechos humanos, Stalin haciendo como que le preocupaban los polacos… daría para una comedia si no fuera profundamente trágico.

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Propaganda nazi en París

Segundo porque nos recuerda algo que es imprescindible no olvidar, la famosa frase atribuida a tantos prohombres que no se puede saber quién la dijo: "Se puede engañar a algunos durante algún tiempo, pero no se puede engañar a todos para siempre" (cito de memoria). Y es muy importante porque el engaño es y ha sido una constante de la historia de la humanidad. Algunos piensan que se pueden enterrar 22.000 cadáveres en un bosque umbrío de Rusia occidental y esperar a que la naturaleza haga su efecto disolvente sin pagar un precio por ello. Pero la historia no perdona y llama a tu puerta para reclamar la verdad.

Al hablar de la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades, siempre hay que tener un recuerdo para Polonia, la mártir; el país más maltratado por los combatientes, aquel que provocó la entrada en guerra de las potencias occidentales, las mismas que dejaron su destino en manos del hombre de acero con manos manchadas de sangre: Stalin.

Hay que tener en cuenta que otro de los episodios polémicos de la guerra en el Frente del Este y que tiene también como protagonistas a Polonia y Stalin, es la muy discutible decisión de que el Ejército Rojo no cruzara antes el Vístula en ayuda al Alzamiento de Varsovia de agosto a octubre de 1944, cuando los patriotas polacos intentaron su propia liberación, provocando una intervención militar del ejército alemán y siendo inmisericordemente aplastados. La bella Varsovia se convirtió en un montón de escombros ante la mirada impasible del hombre de acero al que los alemanes le hacían un último favor terminando la "limpieza intelectual" de la élite polaca que él mismo había iniciado en Katyn en 1940.

Nota bene. Siempre he pensado que una de las injusticias del distinto tratamiento de los crímenes nazis y comunistas tiene que ver con el desconocimiento a nivel popular de los artífices soviéticos frente a sus equivalentes nazis. ¿Quién no ha oído hablar o visto decenas de fotos de Joseph Goebbels, Hermann Göring, Heinrich Himmler e incluso Reinhard Heydrich? Pues bien, he aquí la lista de los mucho menos vistos y oídos miembros del Politburó soviético que aprobaron la matanza de Katyn: Viacheslav Molotov, Lázar Kaganovich, Lavrenti Beria, Kliment Voroshilov y Mijail Kalinin. Para que el recuerdo no se quede solo en las víctimas sino que alcance a los verdugos.

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