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Pedro Fernández Barbadillo

Centenario del exterminio de los Románov

La aniquilación de la familia imperial en julio de 1918 afectó a millones de seres humanos. Simboliza el comienzo de un régimen despótico dispuesto a crear el hombre nuevo.

La aniquilación de la familia imperial en julio de 1918 afectó a millones de seres humanos. Simboliza el comienzo de un régimen despótico dispuesto a crear el hombre nuevo.
Imagen del sótano donde fueron acribillados los Romanov | Cordon Press

Hace cien años, la noche del 16 al 17 de julio de 1918, en el sótano de una casa en una ciudad de Siberia, un piquete de soldados de la Cheka, la policía política de los bolcheviques, fundada por Lenin en diciembre anterior, asesinó al derrocado zar Nicolás II, a su esposa Alejandra, al príncipe heredero, el enfermo Alexis, a sus cuatro hijas, Olga, Tatiana, María y Anastiasa, al cocinero Iván Jaritónov, al ayudante de cámara Alexéi Trupp, a la doncella Ana Demídova y al médico Yevgueni Botkin. En total, once personas indefensas.

La aniquilación de la familia imperial afectó a todos los rusos y a millones de seres humanos. Simboliza el comienzo de un régimen despótico dispuesto a crear el ‘hombre nuevo’ a costa del exterminio de sus ‘enemigos de clase’, que podían ser la humanidad entera.

El primo Jorge se negó a recibirlos

Cuando se produjo la Revolución de Febrero, el zar Nicolás II abdicó en su hermano el gran duque Miguel, que renunció a la corona. La monarquía y la casa Románov cayeron como sendas hojas de los árboles. El Gobierno Provisional de Lvov encerró a Nicolás y su familia en el palacio de Tsarkoye Seló, cercano a Petrogrado. El zar no trató de recuperar el poder y hasta pareció aliviado de haberlo perdido.

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En 1909 familia real rusa e inglesa

Los nuevos gobernantes trataron de desterrar a los Románov a Inglaterra, pero el rey Jorge V, primo de Nicolás, vetó la operación por miedo a la agitación izquierdista. Fue un acto despreciable, pues el emperador perdió su corona por ser leal a los Aliados y aceptar el sacrificio de cientos de miles de sus soldados para debilitar los ataques austro-alemanes en los frentes de Italia y Francia.

La toma del poder por los bolcheviques sorprendió a la familia Románov en Tobolsk, adonde la había enviado Kerenski en agosto. Además, los rojos se hicieron con todos los Románov que pudieron. Por orden de Lenin, Yákov Sverdlov se encargó del traslado de la familia imperial a Ekaterimburgo, entre abril y mayo de 1918. Los siete Románov y sus acompañantes fueron encerrados en la casa del ingeniero Ipátiev, que en la jerga de los bolcheviques se llamó ‘la casa del propósito especial’.

En junio, los rojos asesinaron en Perm al hermano de Nicolás, Miguel, y su secretario inglés. También difundieron noticias de que el antiguo monarca había muerto para medir las reacciones nacionales y extranjeras. Richard Pipes (La Revolución Rusa) cree que "la indiferencia dentro y fuera de Rusia ante esos rumores selló el destino de la familia imperial".

En esos días, mediante mensajes secretos de supuestos amigos se incitó a Nicolás y a Alejandra a estar preparados para una huida. Los rojos querían aplicarles la ley de fugas.

Acabar con la ‘gran Yekteníya’

Al final, el método empleado consistió en un fusilamiento masivo en el sótano de la casa la madrugada del 16 al 17 de julio. Nicolás, Alejandra y una de sus hijas murieron en los primeros disparos. Las otras tres hijas sobrevivieron debido a que en sus corsés habían escondido numerosas joyas que hicieron rebotar las balas, por lo que se les remató a culatazos y bayonetazos. Alexei agonizaba y Yákov Yurovski, otro de los hombres de confianza de Lenin, que había planeado la matanza y ya había disparado a Nicolás, le pegó dos tiros en la cabeza.

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Más tarde, llevaron los cuerpos a una mina a unos quince kilómetros. Los asesinos desnudaron y profanaron los cuerpos de las mujeres. Antes de enterrarlos, los quemaron. Sin embargo, Yurovski quiso borrar completamente el rastro de los Románov. La noche del 18 de julio, exhumó los cuerpos, desfiguró con ácido sulfúrico los rostros y los enterró en otro lugar, que permaneció secreto hasta 1989.

La primera investigación del magnicidio la realizó el fiscal Nikólai Sokólov, en febrero de 1919, cuando los blancos controlaban Ekaterimburgo. Hasta 1989 su libro fue la principal fuente sobre la matanza. En ese año, se publicaron las memorias del matarife Yurovski escritas en 1920.

Hasta que apareció el libro de Sokólov, los bolcheviques mantuvieron el secreto de la escabechina y declararon repetidas veces que la zarina y sus hijas vivían en un monasterio siberiano, lo que induce a pensar que no pretendían ‘dar un escarmiento’ ni dejar claro a sus enemigos que estaban dispuestos a pelear hasta el final. Igualmente, el exterminio de la familia y sus servidores no se debió a la cercanía de las tropas del almirante Kolchak.

Quizás el antiguo zar habría perdido la vida, ya que había ordenado la represión de los revolucionarios sublevados en 1905, pero ¿por qué asesinar también a su familia, a sus servidores y hasta a un perro?

Jiménez Losantos (Memoria del comunismo) subraya que al día siguiente de la carnicería en Ekaterimburgo, la misma suerte corrieron otros miembros de la familia por orden de Lenin. Es decir, fue un acto de poder ejecutado por los bolcheviques contra sus más odiados enemigos.

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El hermano de Lenin, Aleksandr, fue ahorcado en 1887 por haber participado en un complot para matar al zar Alejandro III, padre de Nicolás, y negarse a pedir clemencia. Además, uno de los revolucionarios rusos más veteranos, inspirador y modelo de los demás, Serguéi Necháyev, a la pregunta de sus camaradas de qué hacer con la dinastía, respondía que había que aniquilar a la ‘gran Yekteníya’, en alusión a una oración en la liturgia de la Iglesia Ortodoxa en que se rezaba a Dios por la casa Románov.

Los revolucionarios hicieron lo mismo en España con los Borbones que atraparon durante la guerra civil (asesinaron a ocho) y en Etiopía con varios miembros de la familia imperial, incluido el negus Haile Selassie.

Una iglesia sobre la casa Ipátiev

Tan orgullosos de su matanza estaban los comunistas que en los años 20 publicaron fotografías de la casa Ipátiev como ‘el último palacio del último zar’; muchos apparatchiks se fotografiaban delante de la pared que sus camaradas usaron como paredón. También la convirtieron en museo del soviet de los Urales, escuela de agricultura, museo de ateísmo y sede del PC local. En 1974, se incluyó en la lista de monumentos históricos revolucionarios, que es como si los socialistas convirtieran el cementerio de Paracuellos en lugar de la ‘memoria de PSOE’. En 1924, los rojos cambiaron el nombre de la ciudad por el de Yákov Sverdlov; también el oblast (región) recibió el nombre de Sverdlov.

A pesar de la represión comunista, la casa se convirtió en destino de peregrinaciones para los monárquicos y las personas religiosas. Tan grande era la presencia de este tipo de visitantes molestos que, con motivo del sexagésimo aniversario de la revolución, se ordenó al jefe del PCUS en el oblast de Sverdlovsk, Borís Yeltsin, que la demoliese, lo que se realizó en un solo día. Ahora, en el solar se alza la Iglesia sobre la Sangre, construida entre 2000 y 2003.

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Nicolás II y su hijo

En otra muestra de la justicia de la historia, Yeltsin, convertido ya en presidente democrático de Rusia, ordenó en 1998 las exhumaciones de los cadáveres de los Románov y sus servidores y su entierro en la Catedral de San Pedro y San Pablo. Faltaban los restos de Alexei y María, que fueron sepultados en otro lugar cercano, y se hallaron en 2007.

En 1981, la Iglesia Ortodoxa Rusa en el exilio canonizó a los integrantes de la familia Románov por su condición de mártires (asesinados por odio a la fe) y su resignación ante la muerte. En 2000, el sínodo de la Ortodoxia Rusa refrendó la decisión.

En menos de un siglo, los Románov han pasado de ser para los rusos déspotas sanguinarios a mártires.

En los años siguientes, ya asentados en el poder, los comunistas publicaron los diarios y la correspondencia de la familia imperial, que mostraron a un Nicolás que estaba lejos de merecer el apodo del Sangriento y de planear la recuperación de su trono.

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