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Pedro Corral

La Guerra Civil contada a la Comisión de la Verdad

A muchos de quienes investigamos sobre la contienda, de la que se cumplen 82 años, nos mueve el sincero interés por saber más de aquel periodo de drama o tragedia de España que vivimos a través de la experiencia de nuestros ancestros.

A muchos de quienes investigamos sobre la contienda, de la que se cumplen 82 años, nos mueve el sincero interés por saber más de aquel periodo de drama o tragedia de España que vivimos a través de la experiencia de nuestros ancestros.
La Guerra Civil española, una contienda fratricida

El recuerdo de la contienda nos ha quedado a muchos como una heredad que recibes y sobre la que te preguntas qué hacer con ella: si dejarla baldía o si cultivarla. Yo soy de los que me decidí a cultivarla para que de ella germinara una lección imperecedera. La lección de que nunca más el odio y la violencia entre españoles.

Esta lección es la que debe prevalecer ante el recuerdo de la contienda para que ésta no sea un elemento de enfrentamiento, ni mucho menos de persecución y castigo penal del que piensa diferente como ahora propone la nueva ley guerracivilista de Pedro Sánchez, sino un medio de rendir homenaje a todos los españoles que se vieron alentados, empujados o forzados a ser protagonistas de la peor de las contiendas, la fratricida. Recordarlos a todos, como decía Julián Zugazagoitia, a los que vistieron unos u otros uniformes y aun a los que no los vistieron. Recordarlos como compatriotas que pagaron el precio de ser hijos de su tiempo.

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A todos se nos ha cruzado en un momento de nuestra vida la Guerra Civil. En mi caso, se cruza en mi infancia, en mi casa, a través del relato del destino de mi tío Manolo Cossío, primo carnal de mis padres.

Hijo de mi tío abuelo Paco Cossío, escritor y periodista, director de El Norte de Castilla, y de mí tía abuela Mercedes Corral, Manolo Cossío murió hace ochenta y un años en la batalla de Brunete. Se alistó voluntario con 18 años en la Bandera de Falange de Castilla y junto con unos doscientos compañeros le tocó en suerte defender el pueblo de Quijorna ante la ofensiva republicana al oeste de Madrid, en julio de 1937.

En Quijorna, resistieron durante cuatro días los ataques de la 46.º División republicana, la de el Campesino, con más de 6.000 hombres. Al final, Quijorna cayó y Manolo murió al pie de su ametralladora en la posición del cementerio.

Podrán imaginar que el cuadro que desde niño yo había pintado de la suerte de Manolo tenía un poco de Murieron con las botas puestas y de Beau Geste. A un lado aguerridos y fanáticos falangistas resistiendo entre las ruinas de Quijorna, del otro lado aguerridos y no menos fanáticos comunistas asaltando esas mismas ruinas.

Pero, con el tiempo, los tonos épicos de aquel cuadro se fueron desvaneciendo. Primero, leyendo Manolo, el libro que Paco Cossío dedicó a la muerte de su hijo, que otro Paco, Paco Umbral, definió alguna vez como una de las mejores elegías de la literatura española. Mi tío Antonio, que guardaba el manuscrito de Paco Cossío, decía que estaba cruzado de nubes de tinta, de la caligrafía emborronada por las lágrimas.

En aquel libro, Paco Cossío reconocía que su hijo se había ido voluntario a luchar como muchos jóvenes de Valladolid pero sin saber por qué, sin saber qué era el falangismo ni el comunismo, por ardor juvenil, porque era lo que hacían sus amigos. Nada de fanatismo.

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Del otro lado, las tonalidades épicas se diluyeron definitivamente con la lectura de Soldado de poca fortuna el libro en el que Javier y Jorge Reverte reconstruyen la peripecia de su padre, Jesús Martínez Tessier, en la Guerra Civil, a partir de sus escritos.

Martínez Tessier, que tenía poco más de 20 años cuando estalla la guerra, era un joven de derechas, pero que le toca en suerte ser alistado en Madrid en la división de el Campesino, la misma que entre el 6 y el 9 de julio de 1937 se iba a estrellar contra las ametralladoras de Manolo Cossío y sus compañeros en Quijorna.

Allí descubrí entonces un cuadro muy distinto al que de niño me habían pintado sobre Manolo Cossío. Vi a un joven de familia de derechas, sin ideas claras de por qué estaba allí, empuñando una ametralladora, y rociando con ellas de balas la carrera atropellada de otro joven de familia de derechas, reclutado a la fuerza en la división del comunista Valentín González, que buscaba sobrevivir a su poca fortuna en los campos calcinados de Quijorna.

Allí estaba, en ese pequeño universo delimitado por la tierra de nadie, entre dos vidas paralelas arrastradas a la locura y la barbarie, el agujero negro sobre el que yo habría de descender años después para buscar la Guerra Civil que nadie nos había querido contar: la de los españoles que desertaron de las filas de uno y otro bando para no empuñar un fusil contra sus hermanos.

Es la Guerra Civil sin el lastre ni los disfraces de la propaganda y las versiones militantes. Ahora acabamos de enterarnos que incluso un libro que todos pensamos que era el primer monumento a la objetividad en la historiografía de la Guerra Civil, la obra de Hugh Thomas, también le inocularon la versión militante a través de las censuras prorepublicanas de la traducción de Ruedo Ibérico.

¿Qué cuerdas, qué arneses, qué mosquetones necesitaba para descender por ese agujero negro, donde imaginaba que quizá podría descubrir una Guerra Civil a salvo de la ley de gravedad ideológica bajo la cual ha vivido aplastada la realidad más profunda de nuestra contienda?

La documentación de los archivos, simple y llanamente. Las cartas desesperadas de los combatientes escritas en las trincheras; los partes escalofriantes, redactados a la luz de un candil en el puesto de mando de batallón, brigada o regimiento, dando noticia de los desertores o automutilados ejecutados ese día en la unidad; las órdenes severas dictadas desde la cómoda retaguardia para atajar la desmoralización de hombres sometidos a la dureza de los combates, el hambre, el frío, la enfermedad; los decretos y acuerdos de gobiernos, juntas de defensa, consejos y ministerios para estimular el compromiso de la población de cada zona contendiente ante la constatación de que el ímpetu bélico se había desinflado después de los primeros días, como Remarque dejó extraordinariamente descrito en su inmortal Sin novedad en el frente sobre la retaguardia alemana en la Primera Guerra Mundial.

¿Por qué en España iba a ser distinto? Herbert Matthews, corresponsal de The New York Times en la España republicana, lo dijo muchos años después de la contienda: solo el 10% de la población de cada bando mantuvo el esfuerzo bélico en la Guerra Civil española.

Admirados siempre de la excelencia artística de la propaganda bélica en nuestra guerra, sobre todo en el caso republicano, se nos ha olvidado siempre hacernos la pregunta esencial: ¿por qué hubo tanta profusión de propaganda, por qué fue necesaria tanta propaganda?

Porque la propaganda es la demostración del esfuerzo titánico de ambos bandos por estimular en la población de cada zona un espíritu bélico del que careció a lo largo de toda la guerra.

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Fue así desde el principio. La guerra no produjo la movilización masiva de los españoles. La guerra les cayó a los españoles como una gran emboscada, como decía Miguel Delibes. En Las guerra de nuestros antepasados, Delibes le hace decir a uno de sus personaje, el Bisa, superviviente de la tercera guerra carlista, que las guerras no se organizan, las guerras se lían, porque sí, se arman como puede armarse un nublado sin saberse dónde ni por qué.

Lo dicen los grandes historiadores: nadie esperaba que la sublevación y la respuesta revolucionaria en julio de 1936 fuera acabar en una guerra de casi tres años de duración.

La constatación de que ha empezado una guerra es muy clara en los dos bandos: cuando se abren las cajas de recluta. Los sublevados llaman al primer reemplazo en agosto de 1936, y a otros catorce a lo largo de toda la guerra. Los republicanos esperan al mes siguiente, septiembre del 36, para empezar a llamar a reclutas (movilizaran 26 quintas en toda la guerra), por la resistencia de los anarquistas a refundar el ejército regular y después de constatar el fracaso de la creación de un ejército voluntario para defender la zona leal al Gobierno.

Primera constatación de la falsedad de la visión militante de la contienda: los dos bandos tienen que reclutar a la fuerza a sus efectivos porque los voluntarios, en contra de lo que transmitieron sus propias propagandas, son escasísimos. El terror impuesto en ambas retaguardias es la mejor arma para convencer a los llamados a filas para que cumplan sus nuevas obligaciones militares.

Las cifras cantan: 100.000 voluntarios en la zona sublevada y 120.000 en la republicana. La fecha es octubre de 1936. Sin contar que algunas unidades de milicias se inflaba el número de efectivos para así cobrar más dinero del Gobierno en concepto de soldadas y manutención.

A modo de inventario de esa Guerra Civil que nadie quiere contar, dejo las siguientes consideraciones para conocimiento de la proyectada Comisión de la Verdad que bulle en la mente de Pedro Sánchez con su nueva Ley de Memoria Histórica, aunque espero fervientemente que nunca prospere tal orwelliano instrumento contra las libertades del artículo 20 de la Constitución:

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-Los cálculos de mi libro Desertores. Los españoles que no quisieron la Guerra Civil arrojan que, de los cinco millones de españoles potencialmente movilizables por los dos bandos durante la Guerra Civil, solo acudieron al llamamiento a filas la mitad: 2,5 millones. Concuerdan con la afirmación de Ramón Salas Larrazábal de que en la Guerra Civil el 45% de los españoles movilizables no acudió a la llamada a filas, afirmación, sin embargo, que el propio autor no aplicó en sus cálculos.

-La inmensa mayoría de los españoles combatió en la Guerra Civil por la única razón de tener la edad de ser llamado a filas, sin que sintieran como propios los fanatismos extremistas que habían destruido la convivencia durante la República.

-La inmensa mayoría de los españoles no tuvo libertad para elegir bando: se adscribió a uno u otro por lealtad geográfica, según hubiera triunfado o no el golpe en su territorio.

-La recluta forzosa obligó a españoles de derechas a combatir en el Ejército Popular, y al contrario, a españoles de izquierdas a luchar en el Ejército de Franco.

-La Guerra Civil, en consecuencia, no fue solamente una guerra entre dos bandos: fue una guerra de todos contra todos, o mejor dicho, como me apuntó sabiamente un viejo lector que la había vivido, fue una guerra de sálvese quien pueda.

-La indiferencia o la ignorancia de la mayoría de los combatientes forzosos en relación con las dos causas en liza fue un motivo de preocupación para ambos bandos porque significaba falta de moral y compromiso en sus filas.

-Los dos bandos activaron medidas de control, espionaje y castigo extremadamente severas contra cualquier elemento de ideas contrarias. En el ejército de Franco se dieron instrucciones para fusilar en el acto a aquel soldado que en una acción de combate disparara a destiempo, descubriendo las posiciones propias, en caso de que tuviera orígenes izquierdistas. El bando republicano llevó a una persecución paranoica y cruentísima en algunas unidades de mando comunista contra los anarquistas. Responsables de la CNT llegaron a escribir a Negrín a mediados de 1938 para que acabara con los asesinatos de sus militantes dentro del Ejército Popular. Para estos españoles masacrados dentro de sus propias filas nunca ha habido "memoria histórica".

-En esa guerra de todos contra todos, se extremaron los castigos contra los desertores y automutilados. En algunas unidades, las bajas producidas por los centinelas al disparar a compañeros que intentaban desertar eran más numerosas que las bajas producidas por el enemigo. Las ejecuciones de automutilados estaban a la orden del día. En el Ejército de Franco, durante la batalla del Ebro, se les castigaba a ocupar las posiciones de mayor peligro si se habían disparado a una pierna, o a servir de enlace entre las posiciones de primera línea en medio del combate si se habían herido en una mano. En el mismo escenario del Ebro, antes de la batalla, la profusión de venéreas en las tropas llevó a los mandos republicanos a declarar como inutilización voluntaria, y por tanto, castigada con pena de muerte, a quienes se infectaran por tercera vez, por la certeza de que buscaban premeditadamente el contagio en los burdeles de retaguardia para no tener que participar en la batalla. Tampoco para estos españoles olvidados ha habido nunca "memoria histórica": son demasiado incómodos de recordar.

-La resistencia a la llamada a filas se produjo antes de que se cumpliera un año de la guerra. De la quinta del 37, movilizada por ambos bandos en el primer semestre de 1937, sólo acudieron al llamamiento la mitad de los reclutas en cada bando. Ante esa constatación, el 18 de junio de ese mismo año, sorprendentemente en la misma fecha, los dos bandos endurecen las penas contra los desertores y prófugos de filas.

-Antes de que se cumplieran el final de 1936, los dos bandos ya habían prohibido la salida de los españoles más jóvenes, ante la evidencia de que los familiares los estaban sacando de España con familiares en América sobre todo, para evitar que les llegara el momento de ser llamados a filas.

-Las continuas, casi obsesivas, revisiones de los considerados inútiles por discapacidad o enfermedad, así como de los llamados "insustituibles" en las industrias y servicios de retaguardia, demuestran la desconfianza de republicanos y franquistas hacia estas fórmulas para no cumplir con las obligaciones militares.

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-El endurecimiento paulatino del castigo contra desertores y prófugos de la llamada filas demuestra que fue un fenómeno creciente y preocupante para los dos bandos. En ese castigo se incluía la detención de los familiares del desertor y la incautación de todos sus bienes, en el bando franquista. En el bando republicano, se llegó a la detención del padre o el hermano mayor del desertor para que ocupara su puesto en las trincheras. En caso de que el desertor no tuviera padre o hermano mayor se detenía a su madre o a sus hermanas para cocinar, lavar o coser la ropa a los oficiales en los puestos de mando de las unidades de primera línea.

Esta es parte de la Guerra Civil que nadie quiere contar, despojada de la gravedad propagandística y militante con la que desde hace 80 años nos la han hecho digerir. Nadie niega el compromiso idealista y militante en muchos de los combatientes de la contienda. Allí están, con numerosos, con miles de ejemplos, que no se pueden borrar.

Que no se pueden borrar, como se ha borrado, durante ochenta años, el recuerdo de tantos españoles que antepusieron su libertad individual a cualquier otra consideración. Aunque sean considerados cobardes, fueron protagonistas de actos de valentía incuestionables. Aunque sean considerados traidores, dieron muestras de una extraordinaria lealtad a sí mismos y a sus más íntimos.

Quiero cerrar este artículo con el recuerdo de unos españoles que para mí han tenido siempre una significación muy especial. Son también los grandes olvidados entre los olvidados de la Guerra Civil.

Me refiero a los más de 50.000 compatriotas a los que el destinó forzó a luchar en dos Guerras Civiles: la que lucharon en cada uno de los dos bandos.

Españoles reclutados por los "hunos", hechos prisioneros por los "hotros" y reenviados al frente como soldados de "segunda mano". ¿Cómo les clasificará la futura Comisión de la Verdad? ¿Fueron españoles de los "buenos" o de los "malos"? ¿Merecerán el reconocimiento por su tiempo de servicio en filas con los republicanos, pero a la vez el oprobio por el tiempo que sirvieron a los franquistas?

Para mí son los que mejor ejemplifican el absurdo de la Guerra Civil: españoles que hasta tal punto fueron arrastrados a una contienda que acabaron como combatientes forzosos de ambos bandos.

Hoy, cuando cada vez quedan menos supervivientes de quienes protagonizaron o sufrieron la Guerra Civil, debemos hacernos merecedores de su ejemplo de concordia y reconciliación. Si los que vivieron la Guerra Civil fueron capaces de perdonar, despreciar ese legado es un suicidio como nación.

Pedro Corral es periodista, escritor y Concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid

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