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Pedro Fernández Barbadillo

Checoslovaquia, el país que nació para el telégrafo

Checoslovaquia anunció su independencia un lunes, hace 100 años, por consejo de Edward Bernays, padre de las relaciones públicas, sobrino de Sigmund Freud y según Times, una de las 100 personas más influyentes del siglo XX.

Checoslovaquia anunció su independencia un lunes, hace 100 años, por consejo de Edward Bernays, padre de las relaciones públicas, sobrino de Sigmund Freud y según Times, una de las 100 personas más influyentes del siglo XX.
Manifestación por la república en 1932 | Cordon Press

La Gran Guerra fue un momento de enormes cambios no sólo económicos y científicos, sino, sobre todo, políticos. Excepto por los coches y los aviones, el mundo en el que vivían los europeos de 1914 era muy similar al de 50 o 70 años antes: monarquías prestigiadas, parlamentos, partidos de notables, Estados limitados, fronteras en las que apenas se pedía el pasaporte…

Algunas de las dinastías reinantes, como los Borbones, los Románov, los Hohenzollern y los Saboya formaban parte de la historia desde tres siglos antes. La Casa de Habsburgo había empezado su ascenso a la gloria en el siglo XV, aunque se encontraba en retroceso desde su apogeo en los siglos XVI y XVII, en que las dos ramas de la familia ocupaban los tronos de Madrid y Viena. El octogenario emperador Francisco José era un símbolo de esa Europa majestuosa y todavía poderosa.

El principio de autodeterminación

La guerra tuvo el efecto de una lluvia de piedras sobre el escaparate de una cristalería. Aparte de las trincheras, la movilización total y la irrupción de las mujeres en la economía de los países implicados, un factor, de nuevo político, destruyó los imperios centenarios y sigue corroyendo las relaciones internacionales: la autodeterminación.

En noviembre de 1917, nada más asaltar el poder en Petrogrado, Lenin y sus bolcheviques dictaron varios decretos en que exponían su programa y hacían promesas que no iban a cumplir. El decreto sobre los derechos de los pueblos de Rusia establecía el "derecho a libre autodeterminación, incluyendo la secesión y formación de un estado separado". Más tarde, varios de los pueblos que trataron de ejercer ese derecho, tuvieron que conquistarlo por la fuerza (polacos, lituanos, letones, estonios y finlandeses); otros, como los ucranianos, armenios y georgianos, fueron derrotados y mantenidos dentro la URSS (fundada en 1922).

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Tomá Masaryk (1850-1937), jefe de estado checoslovaco.

El 8 de enero de 1918, el presidente de Estados Unidos, ya beligerante en el bando aliado, planteó sus Catorce Puntos, un programa no sólo para las condiciones de paz, sino, sobre todo, un aviso a los aliados sobre los objetivos políticos y militares de EEUU y un arma propagandística frente a los Imperios Centrales. Dos de esos puntos se referían al "desarrollo autónomo" de los pueblos que componían los imperios austro-húngaro y otomano, más un tercero sobre la restauración de una Polonia independiente con salida al mar.

Para muchos políticos y académicos centroeuropeos, que no habían sido en la paz más que periodistas, profesores y agitadores, ésta fue la ocasión de convertirse en cabezas de ratón.

En el Acuerdo de Cleveland, firmado en octubre de 1915, los representantes de la Liga Eslovaca y la Unión Nacional Checa en EEUU, acordaron que ambas naciones formarían un Estado federal, con autonomía absoluta para Eslovaquia respecto a la Administración federal. El 30 de mayo de 1918, se aprobó el Acuerdo de Pittsburg, que detallaba las garantías dadas a los eslovacos; éstos temían cambiar el gobierno de Viena por el de Praga; además, los checos eran protestantes y hostiles, a la Iglesia, mientras que los eslovacos eran católicos.

El máximo dirigente de estos grupos era Tomá Masaryk, que, aparte de su condición de catedrático, tenía a su favor haber nacido de madre checa y padre eslovaco, y también, ya que los conspiradores se encontraban en EEUU, haberse casado con una ciudadana de este país, Charlota Garrigue.

El desmembramiento de Austria-Hungría se convirtió en realidad en el otoño de 1918, cuando los frentes que se mantenían activos (el oriental había desaparecido gracias a que los comunistas se habían sometido al tratado de Brest-Litovsk), se derrumbaron.

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Edward Bernays en los años 80

El carácter artificial del nuevo país se comprueba en el modo de anunciarse al mundo. Edward Bernays (1891-1995), incluido por la revista Time en la lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX, ya que se le considera el padre de las relaciones públicas, decidió la fecha de la proclamación de Checoslovaquia para que apareciese en los periódicos del mundo. Bernays, nacido en Viena y sobrino de Sigmund Freud, se incorporó al Comité de Información Pública para desarrollar lo que él llamó ‘guerra psicológica’.

La fecha del anuncio fue el 28 de octubre de 1918, lunes. Masaryk quería haberlo realizado el domingo, pero Bernays le disuadió con el argumento de que entonces tendría menos repercusión, pues la mayoría de los periódicos no se publicaban el lunes. Según Bernays (Propaganda), Masaryk le dijo:

"Si cambio la fecha de nacimiento de Checoslovaquia como una nación libre, estaré haciendo historia para los telégrafos."

El comentario del publicista fue el siguiente:

"El telégrafo hace la historia, así que decidió cambiar la fecha al lunes 28 de octubre de 1918 y no al domingo 27"

Ahora diríamos que es Internet el que hace la historia.

Ni 75 años de vida

Como suelen hacer los republicanos una vez que conquistan el poder, no se preguntó a los checos y los eslovacos si querían república o monarquía; tampoco si querían separarse de Austria y de Hungría.

Checoslovaquia y Yugoslavia, levantadas con las piedras del demolido Imperio de los Habsburgo, se disolvieron dos veces en menos de 75 años. Irak y Jordania, nacidos también después de la guerra, ya duran más.

Yugoslavia desapareció en guerras y detrás de sí han quedado países ridículos, como Macedonia, Kosovo y Montenegro, que sobreviven gracias a los subsidios de la UE y a negocios oscuros.

Checoslovaquia, en cambio, se disolvió pacíficamente el 1 de enero de 1993, en una decisión pactada por los políticos, al margen de los ciudadanos. Tampoco hubo referéndum. Como los socios que disuelven una sociedad mercantil. Un final no sorprendente para un país nacido en función de los horarios de las redacciones de los periódicos.

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