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Eduardo Fungairiño

Italia 1943: de la derrota al desenganche

Al firmarse la forzada capitulación francesa en Roma, el Ejército italiano había tenido 1.250 muertos y 4.780 heridos.

Al firmarse la forzada capitulación francesa en Roma, el Ejército italiano había tenido 1.250 muertos y 4.780 heridos.
Benito Mussolini junto con Adolf Hitler en abril de 1943, tres meses antes de su caída. | Wikipedia

El Ejército italiano no ganó ninguna de las batallas que libró durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando el 10 de junio de 1940 Mussolini dio la puñalada trapera a la Francia derrotada, atacándola por la espalda incluso antes que ésta acabara de firmar la rendición ante Hitler (Compiègne, 21 de junio de 1940) el bombástico Duce obtuvo como resultado una pírrica ganancia de territorio en las comarcas alpinas de La Brigue y Tenda (91 km). Al firmarse la forzada capitulación francesa en Roma el 24 de junio el Ejército italiano había tenido 1.250 muertos y 4.780 heridos, la mitad de ellos por congelación. El total de las bajas francesas no superó los 250 hombres.

Panorama prebélico

Italia no tenía ninguna necesidad de ir a la guerra ni le convenía hacerlo, con un Ejército mal equipado y carente de motivación, sin combustible para sus aparentemente modernas Regia Aeronautica y Regia Marina, y con riesgo de perder su flota mercante, repartida por todos los mares del mundo (786 buques con un total de 3.300.000 toneladas de los cuales una tercera parte -1.210.000- serían capturados o hundidos con pérdida de 7.200 tripulantes). El Duce, como todo Dictador que se precie, se había significado por la realización de destacables obras públicas: urbanización de Roma, creación de nuevas ciudades como Littoria, Sabaudia, Pontinia, Aprilia y Pomezia, promoción de la agricultura (incluida la desecación de las Lagunas Pontinas e incremento de los cultivos en las colonias de Libia y Somalia), modernización de la industria (especialmente la química, automovilística y aeronáutica), modernización de los ferrocarriles, etc.

Contaba, además, con el favor de la sociedad popular y burguesa por el respeto al comercio y a la propiedad privada y por el aplastamiento de los sindicatos de izquierda o su absorción por el fascismo. Ostentaba influencia comercial y marítima en el mundo y un evidente poder de mediación entre las potencias europeas (lo había demostrado en la Conferencia de Munich el 30 de septiembre de 1938), además de administrar un apreciable imperio ultramarino: Libia, Etiopía (o Abisinia), Eritrea, la Somalia Italiana, Albania y el Dodecaneso). También había fijado una sólida relación con la Santa Sede mediante los Pactos de Letrán (11 de febrero de 1929). En definitiva Italia disfrutaba en 1939 de una estabilidad y bonanza que parecían compensar los desafueros de la dictadura y los incontables crímenes que los squadristi fascistas habían cometido en los años veinte para forzar la conquista del poder que culminó con la Marcha sobre Roma (29 de octubre de 1922).

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Incluso el propio Obrkommando der Wehrmacht u OKW (Alto Mando alemán) consideraba perjudicial la entrada de Italia en la guerra. Tendría que suministrar a su incómodo aliado armamento, petróleo, carbón, grano, etc.; eso si no tenía que enviar tropas de montaña para una nueva guerra alpina como la que la Wehrmacht había tenido que librar recientemente en Narvik y otros puntos de Noruega. Italia era mucho más útil fuera de la guerra pues podría haber mediado en unas conversaciones de paz entre Alemania, de un lado, y Francia y el Reino Unido, de otro.

Pero la vanidad del llamado César de Carnaval no podía tolerar que la Gran Italia que aspiraba a reconquistar territorios perdidos (la Saboya, Niza) o a ampliar todavía más su imperio colonial (Túnez, Dalmacia, Egipto) quedase fuera del reparto de Europa ahora que la Alemania nacionalsocialista iba a erigirse, aparentemente, en dueña del Continente. Mussolini justificó atacar a Francia "por el honor y el interés que Italia requiere de nosotros".

Esa necedad criminal, contraria a la opinión de sus consejeros militares (Roatta, Badoglio, Riccardi), vinculó a Italia de forma humillante al carro del vencedor alemán, llevó a cientos de miles de sus soldados a la muerte y al cautiverio en los más lejanos escenarios bélicos (desde Stalingrado a Amba Alagi), atrajo la ruina y la destrucción a sus propios conciudadanos y arrastró hasta su desaparición a la Monarquía de los Saboya, que bien poco había hecho por distanciarse del Dictador. Solo tardíamente (25 de julio de 1943), y cuando ya los Aliados habían desembarcado en Sicilia, Víctor Manuel III ordenó la destitución y prisión de Mussolini sustituyéndolo por Badoglio.

Aventura en el África Oriental

Pero volvamos al principio. Menos de un mes después de apuñalar el cadáver de la rendida Francia, en el extremo oriental del continente africano, en el llamado Cuerno de África, Mussolini había decidido engrandecer su Imperio (Eritrea, Etiopía y la Somalia Italiana, que constituían el África Oriental Italiana). Inicialmente el 3 de agosto de 1940 una fuerza italiana (Nasi) integrada por dos brigadas de tropas coloniales, caballería, blindados y artillería convergieron sobre la Somalia Británica desde la Somalia Italiana y desde Etiopía (ocupada por Italia desde 1935) y obligaron a la guarnición británica (Godwin-Ausen) y al personal civil a retirarse y a evacuar la colonia desde el puerto de Berbera (el único existente) a bordo del crucero HMAS Hobart (Howden) y de varios remolcadores. Pero cuando se abandonó la colonia el 19 de agosto de 1940 los británicos solo habían tenido 38 bajas mortales, mientras que los italianos sufrieron 2.050 muertos.

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Estaba claro que el África Oriental Italiana (AOI) era un conjunto colonial difícil de mantener desde el punto de vista estratégico. Aunque estaba defendida por 370.000 soldados metropolitanos y coloniales y 325 aviones, todo bajo el mando del Duque de Aosta, el AOI se encontraba cercada por los territorios del África Oriental Británica (el Sudán Anglo-Egipcio y Kenia) y, sobre todo, aislada de cualquier auxilio terrestre y marítimo que pudiera facilitar municiones, combustible y repuestos. Como consecuencia, a pesar de disponer la Regia Marina italiana de 7 destructores, 8 submarinos y varias lanchas rápidas en el puerto eritreo de Massaua, al estar escasos de combustible los buques se enfrentaban en inferioridad de condiciones contra los buques que escoltaban los convoyes que desde el Índico se dirigían a Suez. De hecho, a finales de 1940 la Royal Navy británica dominaba incontestablemente el Canal de Suez, el Mar Rojo, el Estrecho de Bab el Mandeb y el Golfo de Adén.

De esta forma el Comandante Jefe británico de Oriente Medio (Wavell) no tuvo que esforzarse demasiado para traer del exilio de Bath al Emperador de Etiopía, Hailé Selassié, que disfrutaba de una apreciable popularidad entre sus súbditos, la mayoría de ellos contrarios al ocupante italiano. Por su parte, las tropas de las que Wavell disponía en Sudán fueron reforzadas por las 4ª y 5ª Divisiones Indias (Platt) que el 19 de enero de 1941 invadieron Eritrea mientras que la Gideon Force (Wingate) consistente en dos Batallones de exiliados etíopes invadieron la propia Etiopía; el tridente se completaba con las fuerzas de Cunningham que desde Kenia invadieron la Somalia Italiana. Tras la batalla de Keren en el norte, Cunningham entró en Adis Abeba por el sur el 6 de abril de 1941. La pinza de Platt desde Eritrea y de Cunningham desde Somalia se cerraba sobre el Duque de Aosta, quien se encerró en la fortaleza de Amba Alagi. Allí, con escasa provisión de agua y alimentos, se rindió con sus tropas el 20 de mayo de 1941.

Los italianos y sus soldados coloniales sufrieron 20.000 muertos y 15.000 heridos. Otros 20.000 cayeron prisioneros. Las tropas de Wavell (británicos, indios, sudafricanos, rodesianos, keniatas, etíopes, sudaneses, somalíes, egipcios, franceses libres y belgas libres) tuvieron 15.460 muertos. A pesar de la capitulación del Duque de Aosta y la reposición de Hailé Selassié en el trono, Nasi continuó la lucha contra los británicos y sus aliados en el oeste de Etiopía, en la fortaleza de Gondar y en el Lago Tana. Allí, tras siete meses de lucha que terminó el 27 de noviembre de 1941 los británicos, a costa de 32 muertos y 182 heridos, hicieron prisioneros a 40.000 soldados italianos y coloniales. Además, las tropas de Nasi sufrieron 4.000 muertos.

Ahora, a por Egipto

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Hailé Selassié

Por si no fuera suficiente con la descrita campaña del Cuerno de África, entonces recién iniciada (3 de agosto de 1940) Mussolini se dispuso innecesariamente a conquistar Egipto, entonces protectorado británico, y añadir otra pieza al imperio colonial que regía Víctor Manuel III. Dio orden a tal efecto a Graziani, Gobernador de Libia, quien el 9 de septiembre de 1940 puso al Décimo Ejército (Berti) en marcha a través de la frontera libio-egipcia. Ya es conocido cómo tres meses después la Western Desert Force (O'Connor), integrada por 15.000 hombres, había contraatacado (Operation Compass), había recuperado los 100 km de la Marmárica que los italianos habían invadido, había entrado en la Cirenaica y tras una ininterrumpida persecución por la costa (Tobruk, Derna, Bengasi) y un movimiento en pinza acelerado por el interior (oasis de Mechili y de Msus), había envuelto al Décimo Ejército italiano en Beda Fomm el 8 de febrero de 1941, donde O'Connor había forzado su rendición capturando 130.000 prisioneros, 400 vehículos blindados y 900 piezas de artillería.

Churchill había elogiado a los aviadores británicos que habían derrotado a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra y frustrado la invasión alemana de las islas con la célebre frase: "Nunca tantos debieron tanto a tan pocos".Después de la rendición italiana en Beda Fomm, Halifax le parafraseó: "Nunca tan pocos hicieron prisioneros a tantos".

Italia perdió, por tanto, la Cirenaica y estaba a punto de perder, además, la Tripolitania. A O'Connor le bastaba, una vez destruido el Décimo Ejército italiano, continuar su ataque a lo largo del Golfo de la Sirte y llegar hasta Trípoli con lo que liquidaría el frente de África del Norte. Pero Churchill ordenó a Wavell (cuya Comandancia de Oriente Medio abarcaba además, Grecia, Chipre y Palestina) que detuviera el avance de O'Connor y enviara parte de sus tropas a Grecia, que en aquellas fechas era atacada por Italia y lo sería pronto por Alemania; Wavell -la oportunidad de hacerse con la Tripolitania y expulsar a Italia definitivamente de África era única- discrepó pero tuvo que atacar la orden. La 2ª División neozelandesa, la 6ª División australiana y la I Brigada Acorazada (en total 60.000 soldados) fueron embarcadas para Grecia. Pero la maniobra no resultó, pues ni se pudo detener el fulgurante avance alemán ni se pudo arrebatar la Tripolitania a los italianos. Efectivamente, a partir del 14 de febrero de 1941 desembarcaron en Trípoli las Divisiones 5. Leichte y 15. Panzer, primeras unidades del Afrika Korps alemán (Rommel) que llegaban ¡cómo no! en socorro del Regio Esercito italiano. Para los británicos batirse con los italianos había sido fácil. Hacerlo ahora con la Wehrmacht era otra cosa.

Por si fuera poco, a por Grecia

No se comprende cómo teniendo ya dos frentes abiertos (África Oriental y África del Norte) y en tan apurada situación, el Duce decidió meterse -y meter a los soldados italianos- en otra aventura. Así el 28 de octubre de 1940 Mussolini ordenó atacar a Grecia, lo que hizo el Undécimo Ejército (Visconti Prasca). La noche anterior, a las 3 h., el Embajador de Italia en Atenas (Grazzi) había despertado al Primer Ministro griego (Metaxas) y le había presentado un ultimátum ¡que vencía solo 3 horas más tarde! Italia requería la entrega de varios aeropuertos y puertos desde los que, alegaba, aviones y buques británicos llegados desde Egipto podían atacar a Italia. De hecho el ultimátum era una mera formalidad pues el Regio Esercito cruzó la frontera albano-griega (Albania era protectorado italiano desde 1926) a las 5.30 horas, media hora antes del vencimiento del plazo. En todo caso, Metaxas había rechazado firmemente el ultimátum.

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Mariscal Wavell

El mismo día de la invasión Hitler llegaba en tren a Florencia para entrevistarse con Mussolini. Cuando el primero todavía no había pisado el andén, el segundo, con su habitual incontinencia verbal, le gritó: "¡Führer, estamos en marcha!" Hitler ya había tenido indicios por su Agregado Militar en Roma (Mackensen) de los preparativos de la ofensiva pero no creía que la invasión fuera a materializarse, y al oír la noticia de boca del Duce tuvo que poner cara de póker y luego sonreír. El Duce se había quejado meses antes de que Hitler no le hubiera informado de su ataque a Noruega y Dinamarca (9 de abril de 1940) y ahora con criminal frivolidad se tomaba su revancha.

El Undécimo Ejército italiano se articulaba en dos Cuerpos de Ejército, alineando en total 6 divisiones. El XXV Cuerpo (Rossi) avanzaba por la costa de la Cameria y el XXVI (Nasci) por el interior, la comarca de la Corizza. Visconti Prasca, tan fanfarrón como su jefe, alardeaba de que esas tropas eran suficientes y que los griegos, apáticos y enfrentados con sus dirigentes políticos, no presentarían resistencia. La ofensiva italiana comenzó con brío y canciones de marcha pero a los pocos días (10 de noviembre) se estancó, a unos 40 km del punto de partida. La resistencia griega fue fanática, imbuida de la injusticia de la agresión y sabiendo que la suya era una verdadera guerra patriótica, pues los soldados griegos defendían sus tierras y conocían el terreno (el Epiro) perfectamente. Por el contrario los soldados italianos carecían de motivación y desconocían el terreno; si no sabían qué habían ido a buscar en Albania mucho menos se explicaban por qué atacaban a un pueblo hermano.

Efectivamente, las reivindicaciones territoriales de Italia en Grecia: Salónica, Morea, Eubea, Creta, Chipre, las Islas Jónicas, las Cícladas (el Dodecaneso ya era suyo desde 1911) carecían de toda base jurídica y se basaban en fantasías históricas, como el Imperio Romano o la República de Venecia, que habían regido aquellos territorios en siglos pasados, cuando Italia no había existido sino desde 1870. Mussolini pretendía además arrebatar el Epiro a Grecia y cedérselo a Albania.

Aparte de su escaso entusiasmo los soldados italianos iban mal equipados, con armamento anticuado, y habían recibido poco entrenamiento. La ofensiva italiana tuvo lugar cuando ya empezaban las lluvias y la nieve en las montañas del Epiro (de lo que había avisado Rossi pero nadie le hizo caso); el transporte motorizado era escaso e ineficaz en zona montañosa con difíciles senderos, los soldados carecían de calzado adecuado y de ropa de abrigo; más de diez mil combatientes fueron baja por congelación. El 14 de noviembre el Ejército griego, integrado en aquella zona por los II (Papadopoulos) y III (Tsolakoglu) Cuerpos de Ejército, contraatacó y empujó a los italianos hasta 50 km más allá de la frontera albanesa, desde la que los invasores habían partido. La ofensiva acabó en desastre y en vergüenza. Visconti Prasca fue destituido. El frente quedó así estabilizado. El Regio Esercito tuvo 17.000 muertos y 54.000 heridos; y perdió 21.000 prisioneros. El Ejército griego padeció 13.000 muertos y 42.000 heridos; perdió 1.500 prisioneros.

El aliado alemán, una vez más, al rescate

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Las consecuencias de la humillante derrota italiana fueron graves, pues extendieron el escenario bélico a una región, los Balcanes, cuyos países (Yugoslavia, Rumania, Bulgaria y Grecia) no habían provocado el conflicto ni lo deseaban. Hitler necesitaba paz en los Balcanes puesto que de esa región obtenía petróleo, aluminio, plomo, cobre, estaño y otros materiales. Pero, sobre todo, le quitaban la iniciativa a Alemania, que por razones de prestigio para el Eje, se veía ahora una vez más obligada a sacar las castañas del fuego a su incómodo, e inútil, aliado.

Así, el 6 de abril de 1941 el Duodécimo Ejército alemán (List) atacó desde territorios del Eje y satélites (Alemania, Bulgaria, Hungría y Rumania) a países hasta entonces neutrales o que no habían emprendido agresión ninguna (Yugoslavia y Grecia) en una nueva campaña relámpago (Operación Marita) que destrozó sus ejércitos y sometió a sus habitantes; la resistencia de Grecia se vio inicialmente reforzada por la W Force británica (Wilson) -las dos Divisiones de infantería y la Brigada acorazada que Wavell había tenido que enviar desde África del Norte- y un contingente aéreo (D'Albiac) con 200 aviones, pero aun así los griegos no pudieron resistir la invasión.

El Duodécimo Ejército alemán de List disponía de 4 divisiones acorazadas y 8 mecanizadas (que agrupaban más de 1.000 carros de combate) frente a los escasos medios griegos: 40 tanquetas Fiat-Ansaldo capturadas a los italianos y 10 autos blindados Marmon-Herrington cedidos por los británicos, vehículos solo útiles en el combate con la infantería. La resistencia greco-británica en las Línea Metaxas y Aliakmon, en el Canal de Corinto y en el histórico Paso de las Termópilas fue heroica pero no fue suficiente para impedir la conquista alemana. Tan heroica que el propio ejército alemán rindió honores a los defensores de la Línea Metaxas, y List dio orden de poner en libertad a todos los soldados griegos prisioneros, permitiéndoles regresar a sus hogares.

El 5 de mayo la campaña concluyó con la ocupación por la Wehrmacht del Peloponeso y las islas del Egeo (Cícladas y Espóradas). La W Force tuvo que ser evacuada, dejándose 14.000 prisioneros, británicos, australianos y neozelandeses. Las bajas mortales de la W Force ascendieron a 1.900 (unos combatiendo en tierra y otros al ser hundidos por la Luftwaffe los buques que evacuaban a las tropas supervivientes) y los heridos a 1.250. El Ejército griego tuvo 13.000 bajas mortales. El Ejército italiano no tuvo casi bajas en esta nueva campaña, pues apenas participó en la ofensiva, pero Mussolini se las arregló para que desfilara como vencedor en la Atenas ocupada junto a los alemanes. Nada menos que el Jefe del OKW alemán (Keitel) calificó el desfile conjunto de los ejércitos alemanes e italianos como "espectáculo miserable que produciría risotadas entre los griegos". Si la ocupación de un país conquistado conlleva algún beneficio, a los italianos les correspondió la mayor parte pues, aparte de algunos territorios puestos bajo la jurisdicción alemana en Salónica y la Tracia Oriental, las tropas de Mussolini dominaron hasta 1943 todo el país, desde el Epiro hasta el Peloponeso y la mayor parte de las islas del Egeo.

El Rey Jorge II de Grecia, el Gobierno y unos 8.000 soldados griegos pudieron embarcarse primero a Creta y después a Siria y a Egipto, donde los soldados fueron encuadrados en dos Brigadas que combatieron en África del Norte junto a los Aliados en El Alamein y más allá contra el Afrika Korps y nuevamente contra el Regio Esercito italiano.

La alternativa de Malta

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Rey Víctor Manuel III

¿Por qué Mussolini se empeñó en invadir Grecia cuando tenía la isla de Malta a tiro? La Valeta está a 20 min de vuelo de Catania, de la que dista 60 millas náuticas. Y era un punto crucial en el Mediterráneo, tanto o más importante para los británicos que Gibraltar; entre otras cosas porque mantenía enormes depósitos de piezas y vituallas para abastecer a la British Mediterranean Fleet así como un dique seco donde podían ser reparados los buques de mayor tonelaje de la Royal Navy.

Cuando Italia declaró la guerra a Francia y al Reino Unido el 10 de junio de 1940 Malta se encontraba prácticamente carente de aviones (6 Gladiator y 4 Hurricane) y de defensa antiaérea (34 piezas Vickers de 94 mm de a/a pesada y 8 Bofors de 40 mm de a/a ligera). Habría sido entonces factible organizar un lanzamiento de paracaidistas sobre la isla, para lo que Italia contaba con poderío suficiente, con relativo efecto sorpresa y con la ayuda de Alemania personificada en las opiniones del Gran Almirante Jefe de la Kriegsmarine (Raeder) y del Agregado Naval en Roma (Weichold), que eran partidarios de atacar en el Mediterráneo para anular el poderío británico y habían elaborado planes concretos para el ataque a Malta.

Ciertamente un ataque simultáneamente paracaidista y anfibio, necesariamente precedido de un intenso bombardeo aéreo y naval, habría producido incontables bajas entre los atacantes, pero no más que las que sufriría Italia meses más tarde en la campaña de Grecia y las que padecería luego Alemania en la invasión de Creta. Por otra parte, la invasión tendría lugar por aplastamiento o saturación; Malta era sólo una isla de 315 kilómetros cuadrados(los islotes de Gozo y Comino no tenían relevancia defensiva) y la guarnición (una Brigada de Infantería formada por 4 batallones) no podría esperar refuerzos.

Al dejar pasar la ocasión de hacerse con Malta, Italia selló su incapacidad de dominar el Mediterráneo y de expulsar de él al Imperio Británico. Ello tuvo, como se dijo, importantísimas consecuencias: la de interceptar continuamente la RAF y la Royal Navy basadas en la isla los convoyes de abastecimiento a Libia y a las fuerzas del Eje allí asentadas; la de no poder impedir el tránsito de buques británicos entre Alejandría y Gibraltar; la de no poder socorrer a las fuerzas germano-italianas cercadas en Túnez en mayo de 1943 por los Ejércitos británicos Primero (Anderson) y Octavo (Montgomery); la de no poder poner obstáculos a la invasión aliada de Sicilia (OperationHusky), etc., etc. Con Malta el Eje germano-italiano tuvo durante toda la campaña del Norte de África no ya una piedra en el zapato sino una úlcera sin tratar que había de resultar letal.

Segunda oportunidad perdida

Cuando tras la invasión de Grecia en abril de 1941 el OKW planeó las siguientes ofensivas dio una clara prioridad a Malta sobre Creta, por la mayor importancia estratégica de la primera (aunque para esa fecha Malta ya había recibido importantes refuerzos aéreos y navales). Pero Hitler se decidió por Creta, que en realidad era una calle que no llevaba a parte alguna, pues no podía emprenderse desde allí una operación aeronaval de desembarco contra el Canal de Suez o Alejandría, que distaban 600 millas náuticas.

En todo caso, ya era demasiado tarde. En 1941 había ya en Malta 4 Brigadas de Infantería que totalizaban 14 Batallones de Infantería. Pero sobre todo había 60 bombarderos Blenheim, 75 cazas Hurricane, 15 cazas Spitfire y 230 piezas de artillería antiaérea de diversos calibres. Todo ese material, además de incontables suministros de alimentos, medicinas y municiones, había sido llevado a la isla desde Gibraltar y Alejandría en convoyes integrados por mercantes escoltados por cruceros o por los portaaviones HMS Eagle (Rushbrooke), HMS Argus (Bulteel), HMS Illustrious (Mountbatten), HMS Furious (Talbot), HMS Ark Royal (Holland), HMS Victorious (Bovell) y USS Wasp (Reeves).Con ese material los aparatos de la RAF eran capaces no solo de defenderse de los continuos ataques de la Luftwaffe (los bombardeos de la Regia Aeronáutica además de ser ineficaces habían cesado) sino además de atacar a los convoyes navales italianos hasta una distancia de 580 nm (prácticamente hasta la vertical de los puertos libios de Trípoli, Derna y Tobruk) y a las propias bases aéreas italo-alemanas en Sicilia.

Además, Mussolini no se atrevía a atacar sin la ayuda de los aviadores de la Luftwaffe alemana; éstos era resolutivos y audaces, y no atendían a las bajas que sí atenazaban la iniciativa de los pilotos italianos. Por su parte, Hitler desconfiaba de la Regia Marina, que entre los mandos del OKWhabía adquirido la fama de retirarse en cuanto veía aparecer un buque británico. De modo que, entre las dudas de unos y otros, la Operación Hércules, para la que el Estado Mayor italiano había preparado intensamente a las Divisiones 1ª de Paracaidistas Folgore y 80ª Aerotransportada La Spezia y a la Brigada de Infantería Naval San Marcos, fue poco a poco retrasada, los planes quedaron archivados y pasaron al olvido.

La amarga guinda del Frente Ruso

Ya hemos visto tres frentes abiertos simultáneamente por Italia: África Oriental, África del Norte y Grecia entre agosto y octubre de 1940, y que para la primavera de 1941 ya habían mostrado las tremendas insuficiencias materiales y personales de sus ejércitos, el número de bajas mortales hasta entonces padecidas (más de 60.000) y el número de prisioneros para entonces ya internados en los campos de concentración británicos, canadienses, australianos y sudafricanos (más de 220.000). Pero la inconsciencia del Duce no tenía límites; como el 22 de junio de 1941 la Alemania nacionalsocialista había invadido la Unión Soviética, la Italia fascista no podía dejar de acompañar a su aliado. No en vano la toma del poder por el fascismo (1922) había precedido a la toma del poder por el nazismo (1933).

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De esta forma, y a pesar de las reticencias del OKW a aceptar la colaboración italiana, entre julio y agosto de 1941 llegaron a la Unión Soviética unidades de Infantería, Caballería, Alpinos y Camisas Negras (Milicia Fascista) que habrían de formar el Octavo Ejército Italiano (Messe) que comprendía 14 Divisiones con un total de unos 230.000 hombres y que fueron desplegadas en Ucrania dentro del Grupo de Ejércitos Sur (Von Rundstedt) y más tarde en Rusia dentro del Grupo de Ejércitos B (Von Weichs). Messe se quejó del pobre equipo de sus soldados, especialmente en cuanto a ropa de abrigo y número y de calibre (solo 37 mm) de la artillería anticarro, así como de la falta de anticongelante para los vehículos y para el armamento (fusiles y ametralladoras). Messe fue destituido y en su lugar fue nombrado Gariboldi.

En los primeros meses de la ofensiva (1941 y hasta octubre de 1942), el ejército italiano cumplió su papel, al lado o detrás de la Wehrmacht, en funciones de seguridad y ocupación. Pero cuando, cubriendo el flanco izquierdo del profundo saliente alemán a lo largo de la ribera del Don hasta Stalingrado, súbitamente los soviéticos desarrollaron el 11 de diciembre de 1942 la Operación Pequeño Saturno, con el 63º Ejército (Kutnetzov) al frente, y todo se vino abajo. Para aislar al Sexto Ejército alemán en Stalingrado (Paulus) el Estado Mayor soviético (o Stavka) había decidido atacar a los elementos más débiles de ese flanco, y, entre ellos el Octavo Ejército italiano. La ofensiva fue brutal, pese a lo cual los italianos resistieron con bravura, especialmente las tres Divisiones Alpinas (ciertamente las mejor adaptadas para la lucha en invierno), que resistieron hasta el 26 de enero de 1943.

Pero nadie podía resistir por mucho tiempo la incontenible ofensiva del Ejército Rojo, superior en 10 a 1 en hombres y en artillería, dotado de los poderosos carros T-34 (cañón de 76 mm) y con apoyo aéreo total que anulaban cualquier posible defensa. Cuando acabó la batalla de Nicolayevska el Octavo Ejército italiano había desaparecido. Había sufrido en la campaña de Rusia más de 90.000 muertos y más de 50.000 heridos (muchos de ellos por congelación). Cayeron prisioneros unos 60.000 hombres, de los que unos 45.000 murieron en los campos de concentración o en marcha hacia los mismos. Añádase a ello, en un punto muy lejano, en distancia y en clima, la capitulación en Túnez del Primer Ejército italiano (Messe) el 13 de mayo de 1943 ante los Aliados dirigidos por Eisenhower, Alexander y Montgomery que supuso la pérdida de otros 80.000 soldados que cayeron prisioneros.

Un final sangriento

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Mussolini

Era algo que ya la población italiana no podía tolerar. Hacía tiempo que se habían sobrepasado todos los límites. Además de las enormes pérdidas humanas ya reseñadas, las fábricas italianas (Génova, La Spezia, Milán, Turín, etc.) se encontraban paralizadas por la falta de carbón, petróleo, hierro y otros materiales que Alemania ya no podía proporcionar, y por los continuos bombardeos aéreos sobre el Paso del Brennero (por donde llegaban lo poco que el III Reich podía suministrar) y sobre las principales ciudades italianas. Los bombardeos afectaban también a la población civil, que moría por decenas de miles, y pasaba hambre y frío. Estaba claro que el Régimen fascista, dictadura hasta cierto punto popular, había perdido no solo la guerra sino también la calle y la confianza de la población.

El 25 de julio de 1943, poco después de la invasión angloamericana de Sicilia (Operación Husky), el Gran Consejo Fascista se reunió en Roma y Grandi presentó una moción de censura buscando la destitución de Mussolini. La moción, apoyada por De Bono, Bottai y Ciano (el yerno de Mussolini), fue aprobada por 19 votos de los 28 presentes. Mussolini fue a dar cuenta al Rey Víctor Manuel III y cuando el destituido jefe de gobierno salía de la audiencia regia fue introducido por los Carabineros en una ambulancia y llevado a una prisión, primero en la Isla de Ponza, luego en la Isla de La Madalena; finalmente fue confinado bajo vigilancia en un hotel de montaña en el Gran Sasso. Entretanto Víctor Manuel III había nombrado a Badoglio para sustituir a Mussolini y firmar un armisticio con los Aliados (Cassibile, 3 de septiembre de 1943). Ello suponía casi inmediatamente cambiar de bando y enfrentarse con los alemanes, que enviaron más tropas a Italia y a los Balcanes y desarmaron a sus antiguos aliados, matándolos cuando se resistían al desarme, como en Cefalonia y en Corfú en que masacraron a 6.500 hombres de la 33ª División de Infantería Acqui (Gandin).También deportaron a miles de trabajadores italianos a los campos de concentración en Alemania.

Además, el 12 de septiembre de 1943, un comando aerotransportado de las Waffen-SS (Skorzeny) con planeadores aterrizó en la montaña en una campa junto al hotel y liberó a Mussolini quien escapó con sus libertadores en un vuelo casi suicida. El suceso, del que hace poco se han cumplido 75 años, conmovió a Italia que se encontraba una vez más sin quererlo bajo la égida del incompetente dictador. Éste, con la ayuda de Hitler, formó la República Social Italiana (o República de Saló, por el lugar donde tenía su capital junto al Lago Garda) que se enfrentó en una cruenta guerra civil con los partisanos comunistas y liberales a los que se habían unido militares leales a Badoglio. En esa guerra no buscada los partisanos sufrieron unos 40.000 muertos y unos 30.000 heridos.

La guerra civil se libró en el norte de Italia y terminó cuando la Wehrmacht se rindió y se retiró de Italia el 2 de mayo de 1945. Uno de los actos de Mussolini en la naciente república había sido ordenar la detención y fusilamiento el 11 de junio de 1944 en Verona de varios de sus oponentes en el Gran Consejo Fascista (Ciano, Marinelli, De Bono, Pareschi y Gottardi). Menos de un año después, cuando el 27 de abril de 1945 Mussolini, su amante Clara Petacci y otros miembros de su nuevo gobierno fascista pretendían huir a Alemania en un convoy militar fueron identificados por los partisanos quienes les sacaron del convoy (ante la pasividad los soldados alemanes que no tenían interés en un nuevo enfrentamiento con la guerrilla cuando la capitulación se preveía inminente). Mussolini y sus acompañantes fueron fusilados al día siguiente y sus cadáveres llevados a Milán donde fueron colgados de ganchos de carnicero en la Plaza de Loreto para escarnio público.

Adiós a los Saboya

El Rey Víctor Manuel III con su familia, Badoglio y su gobierno se trasladaron a Brindisi, al sur de la península, bajo la protección de los ejércitos aliados. En abril de 1944 nombró Lugarteniente del Reino a su hijo, quien, una vez ya producida la abdicación de su padre, reinó como Humberto II solo desde mayo a junio de 1946. Ese mes se celebró un referéndum sobre la forma de Estado. Muchos italianos no perdonaban a Víctor Manuel el haber admitido el régimen fascista (lo que podría haber evitado mediante la declaración del estado de excepción, como le aconsejaban los militares, y en todo caso los fascistas eran una minoría en el Parlamento italiano); el haber sido el Rey tolerante con los crímenes de dicho régimen y el no haber destituido a Mussolini mucho antes de que éste llevara a Italia a la ruina total. El referéndum dio la victoria a la República por 54% frente a 45%. Los Saboya, antaño artífices de la unidad italiana, se marcharon de Italia

Mussolini y Hitler murieron con 2 días de diferencia (28 y 30 de abril de 1945, respectivamente. Ambos, el Duce y el Führer, fascismo y nacionalsocialismo, se arrastraron mutuamente a la derrota, trajeron la ruina a Europa y al mundo y se extinguieron al mismo tiempo

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