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Fernando Navarro García

Ruido sin nueces por la conquista de Granada

Si la conquista de Granada de hace más de cinco siglos aún les duele y desasosiega, se explica por qué Franco para ellos aún no ha muerto.

Si la conquista de Granada de hace más de cinco siglos aún les duele y desasosiega, se explica por qué Franco para ellos aún no ha muerto.
'La rendición de Granada', de Francisco Pradilla. | Wikipedia

A algunos reaccionarios que se dicen de izquierdas les molesta que el Reino de Granada fuera reconquistado por los Reyes Católicos en 1492, un año emblemático en nuestra historia patria, tal y como acertadamente nos recuerda Pedro Insua en su magnífico ensayo 1492: España contra sus fantasmas (Ariel, 2018).

Esa izquierda reaccionaria está intentando movilizar a sus desmoralizadas huestes para protestar por el hecho de que los españoles celebremos tímidamente el aniversario de la conquista de Granada, acaecida el 2 de enero de 1492. En realidad el reino Nazarí hacia décadas que no era más que un vasallo tributario de Castilla: las Guerras Civiles de Castilla —una extensión de la Guerra de los Cien Años en territorio hispánico— habían terminado hacía ya mucho tiempo, y cuando las coronas de Aragón y Castilla se unieron en 1469 el Reino de Granada quedó sentenciado, pues ya nada impediría a los reinos cristianos culminar la Reconquista. Luego está la legendaria y bien conocida rendición de Boabdil, sus lágrimas y el reproche legendario de su madre. Hay aquí historia y leyenda en dosis difíciles de cuantificar.

Pero volviendo a las quejas de la izquierda reaccionaria, a mí me parece que han tardado varios siglos en hacer pública una protesta de tantísima actualidad. Y ello me lleva a pensar que esta gente confunde la Historia con Juego de Tronos, y que necesitan vivir enquistados en un pasado cada vez más remoto, falso y traumático, sin el cual su existencia carece de sustancia. Si la conquista de Granada de hace más de cinco siglos aún les duele y desasosiega, se explica por qué Franco para ellos aún no ha muerto. Su reloj vital y mental retrasa no ya horas sino siglos. Por eso me resultan retrógrados. Son la izquierda reaccionaria que tan bien acaba de diseccionar Félix Ovejero con La deriva reaccionaria de la izquierda (Página Indómita, 2018); y añado el calificativo de "reaccionaria" porque sé que existe otra izquierda que trata de encontrar el lugar que merece en nuestra vida política.

En realidad los protestones no son muchos, pero sí los suficientes como para hacer ruido y molestar, que es su principal oficio conocido. La agitación y propaganda es un arte en el que destacan con maestría los enemigos de las libertades públicas, incluida la libertad de celebrar efemérides históricas significativas para la Historia de España. No son muchos, ni parecen muy formados (entendiendo por formación aquella que proviene del estudio crítico de fuentes diversas) pero al parecer cuentan con mucho tiempo libre para holgar e incordiar, y han descubierto un enorme filón en los libros de Historia que nunca leyeron, y ya puestos también en el cristianismo que jamás entendieron.

Los imagino bostezando y rascándose indolentes el sobaco mientras, para inspirar su insidia protestona, ojean un libro de historia de España en el que inevitablemente se destacará el influjo del cristianismo en la mayoría de etapas de nuestra Historia. No seríamos lo que somos sin la influencia helenística y judeocristiana, ni seríamos lo que somos si Granada no hubiera sido reconquistada (repito: re-conquistada) por un cristianismo que ha sabido evolucionar, convivir con un laicismo republicano y asumir —cuando no defender directamente— las libertades y derechos básicos del hombre. En aquellas mismas fechas Constantinopla ya había sucumbido al islam y ya nunca volvió a oler la libertad de la que si gozamos en Occidente, incluidos los tontos útiles que anhelan califatos y comunas. Miremos a la Turquía de hoy, o a la de hace 50 años, o a la otomana de hace un siglo. Nunca hubo libertades y no parece que vaya a haberlas en su futuro cada vez mas islamizado.

¿Olvidan los protestones en nómina que puestos a reprochar a los Reyes Católicos habría que hacerlo, no por la conquista de Granada, sino por la expulsión de los judíos, por ejemplo? Hablan de 'Genocidio' sin saber lo que significa esa palabra, hablan de 'moros' y 'granaínos' con la seguridad propia de una torpe anacronía y se oponen a una conquista ('toma') que acaeció para bien de todos —ignorantes de la historia incluidos— hace más de 500 años. ¿Y qué carajo importa la oposición de esa pandilla a un hecho incontrovertible del pasado? Es como si yo me opusiera hoy a la toma del poder de Hitler ¿Y bien? Lo que hoy sí puedo hacer, y hago, es oponerme a que triunfen las ideologías totalitarias que aún subsisten —de izquierdas, de derechas y religiosas— y que no por casualidad aprueban y justifican muchos de estos vocingleros profesionales. En nuestro ensayo El Delirio Nihilista (Última Línea, 2018) hemos repasado 'in extenso' el terrorífico catálogo de los principales regímenes liberticidas de ayer y hoy, incluidos nacionalismos y populismos.

Las 'harkas' protestonas y ruidosas en realidad representan a esa pequeña parte de "Occidente que odia a Occidente" (parafraseo a Glucksmann) y que pretende "tiranizarnos con la penitencia" del pecado original de ser occidentales (parafraseo a Bruckner). Pueden criticar a Occidente porque tienen el privilegio y la fortuna de vivir en Occidente. Probablemente saben que —dialécticamente hablando— no tienen media torta, pero también son conscientes de que muchos de nosotros no podemos permitirnos el lujo de desmentir sus ociosas avalanchas de odio a Occidente. No tenemos tanto tiempo como ellos para desperdiciar, nadie nos subvenciona los bostezos asamblearios, y esa es su fortaleza, pues su basura seguirá invadiendo las redes sin aparente oposición y de ese silencio hastiado se nutren.

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