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Pedro Fernández Barbadillo

El suizo Grüninger, condenado por salvar judíos

Nuestros antepasados han realizado auténticas proezas pero han sido incapaces de difundirlas.

Nuestros antepasados han realizado auténticas proezas pero han sido incapaces de difundirlas.
Paul Grüninger | Wikipedia

Los españoles han destacado en muchas actividades como la navegación, la milicia, la construcción, la misión, la cartografía, la literatura, la legislación… Una en la que más han fracasado es el marketing empresarial y su versión política, que es la propaganda. Nuestros antepasados han realizado auténticas proezas pero han sido incapaces de difundirlas, y éste es uno de los motivos de la persistencia de la leyenda negra.

Un ejemplo es la primera vuelta al mundo. Para muchos anglosajones, esa gloria corresponde al pirata inglés Francis Drake (1577) y para los portugueses a Fernando de Magallanes, hecho dóblemente extraordinario porque consiste en el primer caso en que alguien completa un viaje desde su tumba.

Otro ejemplo, la ayuda de España a los judíos en la Segunda Guerra Mundial. En la Conferencia de Evian (julio de 1938), las democracias de EEUU, Inglaterra, Canadá, Francia, Chile, Suecia o Uruguay cerraron sus fronteras a los perseguidos por el nazismo. Unos pocos años después, la dictadura franquista y sus diplomáticos salvaron a cerca de 40.000 judíos. Sin embargo, aún se habla de la colaboración española con el holocausto.

En este marzo se cumplen 80 años de la expulsión de su cargo y su profesión de un suizo que ayudó a cientos de judíos a escapar de los nazis: el capitán de Policía Paul Grüninger (1891-1972). Éste era el jefe de Policía del cantón de San Galo, fronterizo con Austria. A partir del Anschluss, la anexión de Austria al III Reich (marzo de 1938), muchos de los judíos que vivían en la pequeña república que había sustituido al Imperio de los Habsburgo, trataron de huir a Suiza. El número de los que escaparon entre marzo de 1938 y septiembre de 1939 superó los 100.000.

Una de las vías era Suiza. Grüninger, en vez de rechazar a los judíos austriacos, les permitió el paso. Y cuando el Gobierno del país alpino, de acuerdo con el régimen de Hitler, fue tomando medidas para frenar la entrada de judíos, como las de exigir un visado (28 de marzo de 1938) y aceptar los pasaportes emitidos por los funcionarios germanos con una gran J para identificar a los judíos (abril de 1938), él las ignoró.

Grüninger falsificó informes en los que rebajaba el número de judíos que habían entrado en Suiza a través de los pasos fronterizos de su cantón, fechó los documentos de entrada con fechas anteriores al Anschluss, dificultó la identificación de los inmigrados y hasta pagó con su dinero ropas de abrigo para los perseguidos.

El funcionario obedece siempre

Al final, los alemanes advirtieron a los suizos que había una brecha en la frontera. Los democratísimos suizos hicieron caso a los nazis, investigaron y descubrieron a Grüninger. El Gobierno federal le despidió en marzo de 1939. Además, las autoridades del cantón de San Galo iniciaron un juicio contra él en enero de 1939 que se alargó dos años. En marzo de 1941 se le condenó por falsificación de documentos públicos y por incumplimiento de sus deberes. A la pérdida de su empleo, se le unieron la supresión de su pensión y el pago de una multa y de las costas del juicio. El tribunal reconoció el carácter altruista de sus actos, pero como funcionario debía obedecer las instrucciones de sus superiores.

Unos pocos meses después del despido de Grüninger de la Policía, estalló la guerra entre Alemania, Polonia, Francia y Gran Bretaña. En el verano de 1940, Italia se unió al Reich y Suiza quedó rodeada por las potencias del Eje en los cuatro años siguientes.

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Estatua ecuestre de Henri Guisan

Berlín tenía planes para ocupar Suiza, pero la movilización decidida por el coronel Henri Guisan, nombrado general para la duración de la guerra por la Asamblea Federal el 30 de agosto de 1939, lo impidió. Durante la guerra, en Suiza hubo más de 300.000 extranjeros refugiados, asilados o internados, incluso militares, como tripulaciones de aviones aliados, por cortos períodos de tiempo o por varios años. De todos ellos, algo menos de 30.000 eran judíos. Al acabar la guerra, el número de refugiados rebasaba el de 115.000.

Después de la rendición alemana, no quedó ninguna duda sobre la muerte que aguardaba a los judíos a los que Grüninger había permitido entrar en Suiza. Sin embargo, las autoridades suizas no rehabilitaron ni perdonaron al oficial. Los años siguientes fueron duros para Grüninger, ya que carecía de empleo fijo y pensión.

Sin embargo, una campaña en los medios de comunicación forzó al Gobierno federal a enviar en 1970 una carta privada de disculpas, aunque sin reincorporarle a su puesto ni devolverle su rango ni concederle la pensión. En abril de 1971, pocos meses antes de morir, recibió la dignidad de Justo entre las Naciones.

La rehabilitación le llegó a Grüninger casi veinte años después. Primero, lo hicieron las autoridades de San Galo en 1993 y luego, en 1995, los tribunales cantonales. El policía suizo jamás lamentó haber ayudado a cientos de judíos, aunque ello le supusiera perder su honor, su carrera y su patrimonio.

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