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Las fascinantes historias de cuatro objetos cotidianos que viajaron a la Luna con las misiones Apollo

Un reloj, una cámara, un bolígrafo o una linterna: objetos cotidianos que cualquiera puede comprar, pero que fueron claves en la conquista de la luna.

Un reloj, una cámara, un bolígrafo o una linterna: objetos cotidianos que cualquiera puede comprar, pero que fueron claves en la conquista de la luna.
Buzz Aldrin durante el vuelo del Apollo 11. | NASA

Cuando Kennedy lanzó la promesa de llegar a la luna en menos de diez años, la experiencia espacial americana era prácticamente nula: el único americano que había estado en el espacio había sido el incombustible John Glenn y lo había hecho sólo durante 15 minutos y 28 segundos.

Partiendo casi de la nada, cumplir el compromiso presidencial requirió un descomunal esfuerzo desde todos los puntos de vista: el económico, por supuesto, pero también el científico, la ingeniería, la investigación aplicada… incluso la logística, casi cada rama del conocimiento humano se vio implicada y de esa agrupación de talentos surgieron cantidades ingentes de ideas que se desarrollaron específicamente para la aventura espacial y luego tuvieron incontables aplicaciones civiles o militares. Pero al mismo tiempo también se aprovecharon otras tantas nacidas fuera del control de la NASA y que fueron igualmente útiles o incluso claves en algunas de las misiones del programa Apollo.

Así, entre unas y otras, cada vez que un cohete de la NASA dejaba atrás la superficie terrestre miles de instrumentos, herramientas, objetos y sistemas electrónicos de todo tipo se ponían en marcha o eran parte del equipaje. Algunas eran gigantescas máquinas con capacidades desconocidas hasta entonces, como los propios cohetes Saturn V, que tenían más de cien metros de altura y 3.000 toneladas de peso. Otras, en cambio, eran algo tan sencillo como un reloj de pulsera o un bolígrafo, pero incluso estos pequeños objetos cotidianos -o casi cotidianos- que fueron a la luna tienen una interesantísima historia detrás. Y aquí les vamos a contar la de cuatro de ellos.

Omega Speedmaster: así se eligió el reloj que viajó a la luna

Algunos astronautas de los primeros programas de la NASA habían comprado personalmente y usado en el espacio ejemplares del Omega Speedmaster, un cronógrafo de elegante diseño que la empresa suiza había introducido en el mercado en 1957 y que era en aquel momento un producto de la más avanzada tecnología relojera.

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El Speedmaster, tal y como era en 1967 | Shane Lin/Wikipedia

Sin embargo, de cara a las misiones Apollo, la NASA decidió que sus astronautas debían contar con un reloj estándar que cumpliese una serie de requisitos. Para ello pensaron obviamente en el Speedmaster, que al fin ya al cabo ya había demostrado su fiabilidad, pero también hicieron un llamamiento a que otras marcas de relojería presentasen sus productos.

En lo que desde la perspectiva actual sólo puede calificarse de llamativo, habida cuenta de que su relación con las misiones Apollo ha sido uno de los mayores éxitos de marketing de la historia de Omega, sólo cuatro compañías se presentaron: Rolex, Longines, Hamilton y, obviamente, la propia Omega. Como anécdota, cabe decir que hoy en día tres de ellas pertenecen a la misma compañía, el Grupo Swatch, y sólo Rolex se mantiene como una empresa independiente.

Los modelos de Omega, Longines y Rolex pasaron a la selección final, mientras que el de Hamilton no cumplía las especificaciones más básicas ya que, sorprendentemente, mandaron un reloj de bolsillo en lugar de uno de pulsera.

Once pruebas diferentes

Los tres relojes finalistas, por llamarlos así, fueron sometidos a 11 pruebas diferentes con las que se trataba de anticipar las posibles situaciones en las que se podían encontrar en el espacio. Estos durísimos test fueron de altas temperaturas, en el que pasaron 48 horas a 71ºC y 30 minutos a 93ºC; de bajas temperaturas, soportando cuatro horas a -18ºC; de temperatura pero encima en una cámara de presión; de humedad; de alta presión y, además, tuvieron que aguantar golpes, vibraciones, descompresiones, señales acústicas de gran volumen y, por supuesto, las brutales aceleraciones propias del despegue.

Las pruebas se terminaron en marzo de 1965, el Speedmaster de Omega había sido el único reloj en superarlas ya que había logrado seguir funcionando a través de todos los test, por lo que resultó el elegido y, a finales de ese mismo mes, era parte del equipo de los astronautas de la misión Gemini III, como también lo fue de la Gemini IV en la que Edward White se convirtió en el primer estadounidense que daba un paseo espacial y lo hacía con su Speedmaster atado a su muñeca.

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Ed White, en el espacio con su Speedmaster | NASA

A partir de entonces, el mismo modelo de reloj fue usado en las diferentes misiones, si bien en determinados momentos se introducían mejoras o cambios, que según el caso exigían que se superasen de nuevo las pruebas anteriores, tal y como volvieron a superarlas años más tarde para entrar a formar parte del programa de los Transbordadores Espaciales.

El reloj que usaban los astronautas era exactamente el mismo que podía comprarse en cualquier tienda del mundo, con una diferencia: en lugar de las correas de cuero o metal que con las que se venden normalmente la NASA usaba una de velcro muy larga que podía adaptarse tanto a la muñeca como al exterior del traje espacial y que, además, resulta muy fácil de usar tal y como se puede ver en este vídeo:

Hasselblad: las cámaras que fotografiaron la luna

La primera cámara Hasselblad que viajó al espacio lo hizo de la mano de Walter Schirra, que casualmente -o quizá no tanto- también fue el primer astronauta en usar el Omega Speedmaster.

Fue a partir del éxito de la misión de Schirra cuando la colaboración entre la NASA y la firma sueca de fotografía se hizo más intensa y se empezaron a desarrollar cámaras que cumpliesen los especiales requerimientos de una misión espacial, sobre todo, tal y como cuenta la compañía en su web, uno: reducir el peso de los equipos.

Este requerimiento indujo algunos cambios llamativos, por ejemplo las cámaras no tenían visor -que en cualquier caso habría sido muy complicado de usar para los astronautas dentro de su traje- así que el encuadre de las fotografías se hacía a ojo. Hay que reconocer que los resultados fueron bastante buenos para esas condiciones.

En la propia web de la NASA podemos ver que modelo de partida era una Hasselblad 500EL que, una vez modificadas, pasaron a denominarse 500ELs. La tripulación del Apollo 11 llevaba dos de estas cámaras equipadas con dos objetivos: un Zeiss Planar f2.8 de 80 mm y un tele Zeiss Sonnar f5,6 de 200 mm de longitud focal. Cada una de ellas estaba equipada con dos chasis de película extra.

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Una de las Hasselblad usadas para entrenar a los astronautas, expuesta en el Met de Nueva York | C.Jordá

Esto nos lleva a una de las características esenciales de estas cámaras: la película se puede montar en un chasis aparte que se separa del cuerpo del aparato. En la tierra esta cualidad permitía usar diferentes tipos de película en la misma cámara, en el viaje a la luna esto permitió… ¡dejar abandonadas las cámaras en la superficie lunar para ahorrar peso y compensar así el de las muestras de rocas recogidas!

Una cámara aún más especial

Además, una tercera cámara fue la estrella del viaje del Apollo 11: la llamada Data Camera, que tenía alguna modificación más, sobre todo una placa de reajuste que era un pequeño filtro de cristal colocado justo delante de la película y que debía servir para poder corregir las distorsiones que podría tener la película.

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La Hasselblad Data Camera en una imagen promocional | Hasselblad

Para ello contaba con una red de 25 pequeñas cruces cuidadosamente calibradas que se pueden ver si se observa detenidamente algunas de las fotos hechas por Buzz Aldrin y, sobre todo, Neil Armstrong en la luna. Gracias a ellos, sabiendo la óptica usada en cada imagen los expertos podían calcular incluso las distancias en la superficie lunar.

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La sombra de Neil Armstrong y las cruces de la placa de reajuste. | NASA

Además de ello la cámara tenía otros extras: un acabado en plata para soportar mejor los cambios extremos de temperatura; un objetivo diseñado especialmente para la NASA pero que luego se convirtió en un producto comercial a la venta; y unas modificaciones para evitar la acumulación de electricidad estática que podía llegar a ser hasta peligrosa en determinadas circunstancias.

Por último, también la película especial en los vuelos de las misiones Apollo: una Kodak muy fina que permitía realizar 160 fotos en color o 200 en blanco y negro en cada cargador.

La Data Camera fue la que bajó a la superficie lunar y con la que se tomaron las icónicas fotografías que todos hemos visto. Además, otra de las Hasselblad 500ELs iba en el módulo lunar. En julio de 2012 la NASA hizo pública una lista de objetos creados por el hombre que siguen abandonados en nuestro satélite: ambas cámaras están en ella y siguen allí arriba, quizá esperando un nuevo usuario.

El bolígrafo que funciona en el espacio

Nuestro tercer objeto nació, como los dos anteriores, fuera del ámbito de la investigación espacial, pero su creador sí lo desarrolló pensando específicamente en su uso más allá de la estratosfera.

Estamos hablando del bolígrafo que usaron las misiones Apollo, desarrollado por una pequeña empresa fundada unos pocos años antes, en 1948, por un inventor llamado Paul C. Fisher. La Fisher Pen Company ya había conseguido un importante éxito comercial al inventar un recambio de tinta que podía usarse en muchos tipos diferentes de bolígrafos, pero animado por el furor espacial que recorría los Estados Unidos en los años 60 se decidió a crear un bolígrafo que pudiese ser usado en las condiciones únicas del espacio, sobre todo en ausencia de gravedad.

A esto también contribuyó la polémica generada por la NASA al equipar las misiones Gemini con unos portaminas que, por alguna extraña razón, se compraron a un coste de casi 130 dólares por unidad, en dólares de 1965, no lo olvidemos.

Poco después Fisher patentó su Space Pen, un bolígrafo retráctil y presurizado que era y es capaz de escribir "bajo el agua, sobre grasa, en cualquier ángulo, de abajo a arriba, tres veces más tiempo que un bolígrafo medio, en temperaturas extremas entre más de 30 grados bajo cero y 121 y en gravedad cero", tal y como proclama orgullosa la propia compañía.

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Un ejemplar del Spacen Pen Ag7, en original de las misiones Apollo | Fisher Space Pen Co.

De 128 dólares por unidad a seis

Fisher ofreció su flamante producto a la NASA que lo sometió a 18 meses de "rigurosas pruebas" -por cierto, bajo la supervisión de James Ragan, el mismo ingeniero que supervisó la elección de los Omega Speedmaster como relojes oficiales de las misiones Apollo.

Las pruebas dieron un resultado positivo, la NASA compró 400 unidades del Space Pen AG7 a un precio de seis dólares cada uno y el 11 de octubre de 1968 los astronautas del Apollo 7 viajaron al espacio con sus perfectamente funcionales bolígrafos.

Por supuesto, el Apollo 11 llevaba también Space Pen, como lo han hecho todos los vuelos espaciales americanos desde entonces e incluso muchos de los soviéticos: tan pronto como en 1969 la URSS compró 100 unidades del bolígrafo y 1.000 cartuchos de tinta.

El Space Pen es, además, uno de los más económicos equipamientos espaciales que el coleccionista puede adquirir: por menos de 60 euros uno puede tener la ilusión de disfrutar del mismo bolígrafo que usaron Armstrong y Aldrin.

Las linternas que salvaron el Apollo 13

Unas sencillas linternas de cuerpo de latón fueron parte del equipamiento de las misiones Apollo también desde la número 7. Habían sido un desarrollo específico para la NASA que se encargó a ACR Electronics, una empresa especializada en productos de supervivencia para uso civil y militar. Esta empresa, a su vez, subcontrató la fabricación a Fulton Industries, un especialista en linternas.

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La pequeña linterna que salvó el Apollo 13 | Smithsonian

Se trata de una sencilla linterna con forma cilíndrica, de 12,7 centímetros de largo por 1,6 de ancho en su parte más fina y 2,54 en la gruesa y sólo 70 gramos de peso. Se encendía al girar su cabezal y fue usada en muchos vuelos espaciales pero cobró un protagonismo especial en la conocida aventura del Apollo 13.

Como recordarán esta misión sufrió una explosión en un tanque de oxígeno que afectó seriamente a la nave y obligó a los astronautas a usar el módulo lunar como nave salvavidas. Los problemas y las carencias fueron múltiples: por ejemplo, como bien se reflejaba en la película rodada sobre la historia, hubo que improvisar un sistema para eliminar el dióxido de carbono que los propios astronautas generaban al respirar.

Solucionado el problema del dióxido de carbono los astronautas se vieron obligados a racionar severamente el agua y -aquí cobran importancia las linternas-, también la electricidad, insuficiente para mantener encendidas las luces dentro de la nave. Así, en medio de una lucha por salvar sus vidas en la que prácticamente cada segundo contaba, los astronautas habrían tenido que trabajar a oscuras todo el tiempo que no recibiesen la luz del sol a través de las ventanas… de no ser por las linternas.

"Merecen un reconocimiento especial"

Los tres miembros de la tripulación lo reconocían y agradecían en una carta que enviaron a la empresa en abril de 1971, un año después de su regreso, en la que decían que la compañía "merece un reconocimiento especial" por el rol que su producto jugó en su vuelo.

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Carta de los astronautas del Apollo 13 | ACR Electronis

Los astronautas -James A. Lovell, Fred W. Haise Jr. y Jon L. Swigert- que firmaron la carta aseguraban que las linternas "fueron nuestra forma de 'ver' para hacer el trabajo durante las muchas horas de oscuridad" y alababan el producto asegurando que "ninguna de ellas dejó de funcionar durante el viaje y, de hecho, siguen haciéndolo hoy en día". Es más, uno de los astronautas contó que en 1981 encontró una de las linternas y ¡esta seguía funcionando perfectamente!

Además, alababan una característica peculiar de las pequeñas linternas: "Su tamaño también resultó una ventaja" ya que las podían "sostener con los dientes mientras copiábamos las largas instrucciones que nos dictaban desde la tierra".

Tal y como se puede ver en la estupenda Apollo 13, el Omega Speedsmaster también jugó un papel clave al permitir calcular con exactitud el tiempo de varias maniobras vitales para el regreso a la tierra. Como podemos ver, los pequeños objetos cotidianos también tuvieron sus momentos de gloria en la carrera espacial.

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