"Hoy sé que es una empresa sin esperanza recubrir a un hombre de palabras, hacerlo revivir en una página escrita." (El sistema periódico)
Escribir la verdad es una cuestión de estilo. Reclama un lenguaje preciso y contenido. Pues lo verdadero suele ser hosco, sucio, insoportable. Una crónica que caiga en el empalago, viscosa, desbocada en el recurso a lo sentimental, a lo valorativo, recargada, sobreadjetivada, puede traicionar la enunciación del hecho, arrastrando al lector a un onanismo estéril que lo aleje del fondo de lo narrado. El de Primo Levi es, como el ascetismo del superviviente manda, depurado, seco, sereno, severo, implacable. El relato del horror verdadero sólo es posible por medio de una escritura sin concesiones a la emotividad subjetiva. Sin torcer el gesto, sin forzar la sintaxis, sin acumular carga moral o afectiva, el superviviente declara la verdad de lo sucedido. Presenta testimonio público de un acontecimiento. Ofrece sus palabras para el entendimiento de eso que apenas puede ser dicho. Pues si algo se eleva en nosotros por encima de una animalidad estúpida, ciega y fanática, aunque sofisticada por las astucias del lenguaje y los mitos, es el artificio del conocimiento, la disciplina ingrata de la racionalidad, el esfuerzo tenso de entender:
[Si esto es un hombre] era un testimonio casi jurídico y buscaba realizar una acusación, no para producir represalias, venganza o castigo, sino para conservar el testimonio."(Deber de memoria)
Pero la voz de la verdad necesita tiempo. Es impermeable a la inmediatez y a la inercia de la vida cotidiana. Si esto es un hombre (1947) padeció la incomprensión de editores y sólo alcanzó un éxito tardío cuando el espanto de la Shoá comenzó a ser históricamente visible, aunque humanamente inaceptable. El horror, el vacío o la muerte son invisibles cuando están demasiado próximos o son demasiado íntimos. La distancia de la mirada proporciona la posibilidad del conocimiento, pero, al mismo tiempo, la oportunidad para conjurarlo y tranquilizar la conciencia embotándolo, falseándolo, sepultándolo. Contra ese riesgo escribe Primo Levi lo más capital de su obra, en calidad de testigo y víctima, superviviente y portavoz, no en cuanto escritor o literato. La publicación de los textos que componen la Trilogía de Auschwitz reflejan esa necesaria densidad cronológica que la escritura demanda. La tregua se publica en 1963. Los hundidos y los salvados, en 1986. Primo Levi apuró una existencia herida de memoria con tal de escribir lo que había que escribir. Se suicidó el 11 de abril de 1987. Acaso su suicidio, si fue tal, es sólo el punto final.
El título mismo de ese testimonio esencial evoca la urgencia de poner en tela de juicio la idea de Humanidad convencionalmente aceptada. El catecismo del Progreso y la Humanidad no resiste el impacto del Holocausto. Si esto es un hombre no hay motivos para sacralizar lo humano. ¿No será que lo que llamamos inhumano es lo más propio de esta especie hablante? Tener fe en el Hombre no es más lúcido que tener fe en Dios o la Naturaleza:
Hemos viajado hasta aquí en vagones sellados; hemos visto partir hacia la nada a nuestras mujeres y a nuestros hijos; convertidos en esclavos hemos desfilado cien veces ida y vuelta al trabajo mudo, extinguida el alma antes de la muerte anónima. No volveremos. Nadie puede salir de aquí para llevar al mundo, junto con la señal impresa en su carne, las malas noticias de cuanto en Auschwitz ha sido capaz de hacer el hombre con el hombre." (Si esto es un hombre).
Y, sobre todo, no podrá haber comprensión adecuada de los procesos históricos si el intento por reconstruir sus lógicas, heterogéneas y minuciosas, de complejidad inagotable, no se descarga del fardo de la metafísica secularizada en forma de hipóstasis a la moda (Hombre, Paz, Progreso…). La fuerza del sintagma Si esto es un hombre reside, justamente, en el condicional, que apunta a lo inconsistente de la condición humana, a su fragilidad, a la quiebra histórica y ontológica de esa sagrada Humanidad, deletérea coartada para el consuelo moral y el sosiego de la conciencia, uno de esos espejismos con los cuales evitar que la verdad más áspera salte a los ojos, ocultar la corriente abrasiva de la muerte continua, del fragor del tiempo, que todo lo calcina:
"Es un sueño dentro de otro sueño, distinto en los detalles, idéntico en la sustancia. (…) Y, efectivamente, al ir avanzando el sueño, poco a poco o brutalmente, cada vez de modo diferente, todo cae y se deshace a mi alrededor, el decorado, las paredes, la gente; y la angustia se hace más intensa y más precisa. Todo se ha vuelto un caos: estoy solo en el centro de una nada gris y turbia, y precisamente sé lo que ello quiere decir, y también sé lo que he sabido siempre: estoy otra vez en el Lager, y nada de lo que había fuera del Lager era verdad. El resto era una vacación breve, un engaño de los sentidos, un sueño." (La tregua).
¿Y si lo real es el Lager? ¿Y si es la máxima expresión de la naturaleza humana, de la realidad histórica, del fondo convulso y violento que late tras las sedas de la armonía y la felicidad, el magma que borbota bajo una fina capa de hielo a punto en todo momento de resquebrajarse sin que los que la pisan lo adviertan, según la metáfora de Conrad en El corazón de las tinieblas? ¿Y si la pulsión homicida y suicida del hombre es lo normal, lo cotidiano, y la paz un sueño delirante, una ilusión servil, mera espuma hipnótica? En la escritura de Primo Levi alienta el desasosiego límite de sospechar que lo verdadero es ese agujero negro de la Historia como corolario de un silogismo despiadado.
Primo Levi llega a Auschwitz en febrero de 1944. En junio es trasladado al Campo de trabajo, Monowitz (Auschwitz III), por su condición de ingeniero químico. Esa circunstancia determina su destino. La otra es su enfermedad poco antes de que los operativos de las SS abandonaran el campo ante la llegada inminente de las tropas soviéticas. Los enfermos quedaron allí y los demás iniciaron las Marchas de la muerte hacia el oeste. Eso permitió a Primo Levi sobrevivir. En Monowitz, se encontró inmerso en el núcleo de la maquinaria de producción rentable de muerte en que consistió el sistema concentracionario, no exento de contradicciones:
"dependíamos simultáneamente de las SS y de la industria alemana, que tenían intereses opuestos: las SS querían destruirnos, matarnos, ésa era la función del Lager, pero para la industria alemana lo importante era la mano de obra: un obrero que vive tres meses y luego desaparece es un mal obrero, pues debe ser reemplazado por otro que desconoce el oficio. (…) El Lager de Monowitz había sido financiado por la IG Farben; quería tener su propio Lager. Y ocurrían hechos paradójicos: la industria, la IG Farben no buscaba que muriéramos, sino que nuestro trabajo no fuera obstaculizado, y si sobreviví creo que fue en parte por mi condición de químico." (Deber de memoria)
Pero esas fricciones no bloquearon el mecanismo de destrucción ni lo debilitaron. Se acabaron encontrando ajustes que aumentaron la capacidad de aniquilación. Auschwitz es la confluencia fatal entre fanatismo y rendimiento económico, entre ideología y tecnología, entre voluntarismo político y ciencia.
Pero quizá el trauma más atroz de los que superaron el infierno de los campos (los "salvados") sea el generado por la propia supervivencia, vivida como una traición a los "hundidos". Levi se hace eco de esa herida inolvidable de la culpabilidad que le persigue, indeleble como el número de preso tatuado. Y constata cómo la lógica del sistema del Lager imponía la muerte a unos y la vergüenza de la vida, siempre provisional, a otros:
"Mediante esta institución [Los Sonderkommando, unidades de presos judíos obligados a las labores de carga y descarga en las cámaras de gas] se trataba de descargar en otros, y precisamente en las víctimas, el peso de la culpa, de manera que para su consuelo no les quedase ni siquiera la conciencia de saberse inocentes." (Los hundidos y los salvados).
En una especie de darwinismo inverso, el superviviente sabe, y saberlo es lo traumático, que su suerte depende de muchos factores y ninguno de ellos tiene que ver con su calidad humana:
"Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos." (Los hundidos y los salvados).
La grandeza de alguien como Primo Levi se demuestra en la descarnada honestidad de saberse condenado a la vida y a la memoria. Y a la obligación de escribir lo vivido sin caer en el autoengaño o la complacencia de la victimización. La amnesia que aniquila el saber sólo le alcanzó aquella tarde por el hueco del ascensor de su vivienda en Turín, 42 años después de salir de Auschwitz.