
En 1623, en la Corte española se discutía sobre moda. En el orden del día se colaba la necesidad de desterrar de la indumentaria habitual de los hombres un adorno, y no por pecaminoso, ni mucho menos. El sevillano Diego de Velázquez nos ha dejado pruebas del lugar tan privilegiado que ocupaba esa prenda hasta ese momento entre la alta alcurnia de nuestro país. Importaba la imagen, y mucho.

Durante el reinado de Felipe II, la Corte española era ejemplo de buen gusto. Los trajes sobrios y negros eran símbolo de elegancia y esta tendencia se contagió a los países vecinos. La moda era vestir a la española y este tono no faltaba en los vestidores de los nobles europeos. España exportaba el tinte negro recién descubierto en el Nuevo Mundo, obtenido del Palo Campeche.
Con Felipe III, esa sobriedad fue dejando paso a una moda más recargada, con exceso de adornos y colores brillantes. Primaba el aparentar opulencia. Tan solo hay que darse un paseo por el Museo del Prado para comprobar esta evolución en la forma de vestir.

Felipe IV, en cambio, quiso que la Corte fuese un ejemplo de moral pública. Luchó contra la corrupción del reinado anterior y quiso que se reflejase hasta en la indumentaria. El monarca, conocido como el Rey Planeta, comenzó a obsesionarse con la imagen que daban las clases altas. Quería que la nobleza española huyera de la ostentación y el negro volvió a los armarios, contrastando con las tendencias que exportaba Francia, mucho más doradas y brillantes. Se decidió, por mandato real, prohibir el cuello lechuguilla, llamado así por la similitud con esta verdura, que usaban los nobles.

El 11 de febrero de 1623, la Junta de Reformación impuso nuevas disposiciones legales para acabar con los innecesarios gastos a la hora de vestir. Felipe IV impuso por norma que el cuello lechuguilla debía ser sustituido por uno plano, el cuello golilla, que además de ser más cómodo era bastante más económico. Frente a los doscientos reales que costaba el primero, el segundo podía encontrarse por unos cuatro reales. Primaba la sencillez y sobriedad.