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Ricardo Artola: "Cuanto más grande es un conflicto, más perdura en el recuerdo"

El historiador charla con LD el día que se conmemoran 80 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El historiador charla con LD el día que se conmemoran 80 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El general Eisenhower se pasea por las ruinas de Varsovia una vez finalizada la guerra | Cordon Press

El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas traspasaron la frontera polaca y dieron comienzo a una invasión relámpago que estuvo completada en poco más de un mes. Después de varios años de tensiones internacionales, aquella fue la gota que colmó el vaso. Nada más conocerse la noticia del ataque, tanto Inglaterra como Francia impusieron a Hitler un plazo de dos días para abandonar el territorio. Agotado el tiempo, el 3 de septiembre, las dos potencias europeas declararon la guerra a Alemania. Era el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Se cumplen 80 años de aquella operación que desencadenó todas las demás. Por ello charlamos con Ricardo Artola, experto en el conflicto y autor de La Segunda Guerra Mundial. De Varsovia a Berlín (Alianza Editorial):

PREGUNTA: Han pasado ochenta años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué conmemoramos exactamente?

RESPUESTA: Bueno. Lo primero que habría que dejar claro es que conmemorar no es lo mismo que celebrar. Conmemorar es recordar. Y por eso, nosotros no celebramos el aniversario del inicio de ninguna guerra. Podemos celebrar el aniversario del final, en todo caso, nunca del principio. Dicho esto. Lo que conmemoramos hoy es el comienzo de la guerra más abrumadora de la historia de la humanidad. La más sangrienta y mortífera, de largo. Los números de víctimas son tan elevados que no caben en nuestro entendimiento. Es una guerra que no tiene comparación, por mucho que la comparemos inevitablemente siempre. Hace unos años recuerdo que en una charla un historiador mencionó, hablando de la Guerra del Golfo, que había sido la mayor guerra de tanques desde la Segunda Guerra Mundial… pero es que aún así los números ni se aproximan. La Segunda Guerra Mundial es el momento en el que el planeta ha sido llevado más al límite de toda la historia de la humanidad.

P: Es muy llamativo, ¿no? El hecho de que, de forma simultánea, la gran mayoría de la humanidad comience a matarse de repente…

R: Claro que sí. Para explicar eso siempre se ha hablado de cómo funcionaba el mundo entonces, que era mucho más colonial. Y es cierto que ese fue uno de los factores que desencadenaron la guerra, primero; y que la convirtieron en un conflicto mundial, después. Al final, de forma muy resumida, la Segunda Guerra Mundial fue una pelea entre unas pocas naciones que arrastraron a todas las demás tras de sí. Pero es que hay algo que parece políticamente incorrecto, pero que es así: El hecho de que a día de hoy no es lo mismo Alemania que Marruecos, o que España. Como tampoco es lo mismo Estados Unidos que Guatemala… Quiero decir, que existen una serie de potencias que tienen una relevancia internacional mucho mayor que otras. Y por aquel entonces esa diferenciación estaba más pronunciada, si cabe, porque muchos territorios del globo eran meras colonias que dependían directamente de la metrópoli. En ese sentido, es cierto que en el momento en el que la mayoría de esas metrópolis comenzaron a pegarse, automáticamente todas sus colonias tuvieron que secundar sus peleas. Una vez asumido eso, es necesario observar cómo fueron desarrollándose las relaciones entre esas grandes potencias europeas durante el periodo de entreguerras. Cómo las condiciones humillantes del Tratado de Versalles ayudaron a que pudiese triunfar el nazismo en Alemania, por ejemplo. Porque al final esa fue la clave última del asunto, ya que Hitler terminó siendo el desencadenante de todo. Él sí que tenía una voluntad clara de ir a la guerra, y además tenía el poder y la influencia para convertir su propia guerra en un conflicto global.

P: Hay una cuestión que me llama la atención. En la Segunda Guerra Mundial todavía puede verse un ímpetu por la conquista territorial… ¿Es posible que esa característica haya dejado de ser prioritaria en las guerras actuales?

R: Sí, sí. Está claro que antes las conquistas iban encaminadas necesariamente a la dominación de un territorio y de una población, por diferentes motivos: Por un lado, siempre existe esa necesidad de recursos materiales, y la tentación de conseguirlos a través de la fuerza; por otro, el mayor poder geoestratégico que otorga el poseer más territorios, y mejor situados en el mapa. Pero eso es algo que cambió ya, hasta cierto punto, durante la Guerra Fría. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX se ha visto cómo Estados Unidos ha sido capaz de ejercer un poder efectivo sobre diversos territorios sin necesidad de conquistarlos. Sin embargo, antes de la Segunda Guerra Mundial Hitler tenía una idea diferente. Era algo que estaba en la calle, además, que compartía mucha gente en Alemania: Una necesidad de "espacio vital", por llamarlo de alguna manera. La sensación de que era necesario salir del encajonamiento. Hay que tener en cuenta que Alemania por aquel entonces, además de sentirse humillada por el Tratado de Versalles, también veía que en el reparto colonial había salido muy perjudicada. En comparación con los de Bélgica, por ejemplo, los territorios coloniales de Alemania eran irrisorios… Y eso era algo que flotaba en el ambiente. Existía la sensación de que, una vez repartido el pastel del mundo, era muy difícil volver a repartirlo, por lo que para conseguir nuevas vías de aire, nuevos territorios, era necesario emplear la fuerza. Hitler tenía todo eso en la cabeza y su intención, por tanto, era extenderse hacia el este.

P: Pero con el pacto Ribbentrop-Molotov se cortó esa vía, ¿no? De hecho, durante los primeros meses del conflicto, Alemania se dirigió al oeste…

R: Eso tiene que ver únicamente con la obsesión de Hitler de no abrirse dos frentes al mismo tiempo. Él bebió mucho de la experiencia de la Primera Guerra Mundial, y estaba convencido de que Alemania no podía aguantar una guerra constante con enemigos atacando desde dos flancos distintos. Además, creía que el este, al ser un territorio mucho más extenso y árido, le iba a requerir más esfuerzos, por lo que decidió eliminar primero a sus enemigos potenciales del oeste, para poder atacar después el este sin interrupciones. La paradoja aquí vino cuando, en contra de lo que había pensado, el oeste se le acabó atragantando…

P: ¿Y no pensó nunca en todo el alcance mundial que tendrían sus acciones? Quiero decir, pactó con la URSS para cerrarse un frente durante un tiempo, pero no tuvo en cuenta a Estados Unidos en ningún momento, por ejemplo…

R: Claro, porque su escenario fue siempre dominar Europa. Nunca tuvo en cuenta a Estados Unidos porque estaba al otro lado del Atlántico y pensaba, con razones para ello, que no iba a compensarle meterse en una pelea que no le concernía. Por lo que se pudo ver, tampoco anduvo muy desencaminado. De hecho, hasta Pearl Harbor —que fue un ataque unilateral de Japón, del que él no estaba enterado— Estados Unidos se mantuvo al margen. En lo que sí que existe un consenso amplio es en que su mayor error fue romper prematuramente su pacto de no agresión con Rusia. El ejemplo que se suele poner a ese respecto es que la URSS era como un enorme castillo de arena, de manera que en el momento en el que Hitler pateó su puerta, toda la estructura se le vino encima. Eso para empezar. Luego ya, sus planes de repoblar todo ese territorio con gente alemana de "raza superior" no eran nada realistas. Lo que se proponía era una tarea irrealizable. Rusia era un territorio imposible de colonizar.

P: Se dice que durante la década de los 30 existieron infinidad de señales que avisaron de la guerra que se avecinaba. ¿Hasta qué punto esta afirmación es del todo justa?

R: Hombre, es que a toro pasado es muy fácil hablar. Es mucho más sencillo ser historiador que futurólogo. A ver, existían síntomas que señalaban la proximidad de un posible conflicto, eso está claro. Pero tampoco se sabía con certeza nada. Cada uno tenía sus cartas pero no conocía las de su vecino. A día de hoy resultan algo patéticas las imágenes de Chamberlain regresando a Inglaterra con ese papel, promulgando que había evitado la guerra después de su reunión con Hitler… Pero en ese momento, eso no tenía por qué ser tan descabellado. Él realmente creía que lo había conseguido, y no era un estúpido. Simplemente las cosas dieron un vuelco porque Hitler, en cuestiones diplomáticas, resultó ser una especie de hooligan. Cambió drásticamente los paradigmas diplomáticos convencionales.

P: ¿Hasta qué punto la visión de la Segunda Guerra Mundial como una batalla de ideas entre democracia y fascismo es una simplificación?

R: A partir del momento en el que la Unión Soviética entra en el bando de los aliados. Ese factor hace que la visión de la Segunda Guerra Mundial como una batalla de ideas se diluya. Eso es así. La URSS fue una dictadura atroz. Y ese es el gran agujero moral de la Segunda Guerra Mundial: el hecho de que entre los vencedores, que decían luchar por la libertad y la democracia, se colase un monstruo igual de tenebroso que el nazismo al que combatían. Además, es una cuestión interesante porque es indudable que la aportación de los rusos fue clave en el desarrollo de los acontecimientos, y en la posterior derrota de Hitler.

P: Sin embargo el sistema comunista gozó de buena prensa durante las décadas posteriores. E incluso a día de hoy sigue sin terminar de ser equiparado en perversidad al fascismo o al nazismo.

R: En España, la explicación se encuentra en que vivimos cuarenta años de una dictadura que ha sido comúnmente equiparada con el fascismo. Yo soy reticente a la idea de igualar el franquismo al fascismo, porque no fueron exactamente lo mismo. Pero es una idea bastante extendida. En ese sentido, el comunismo aquí tiene la cara bastante lavada porque el PCE combatió ferozmente a Franco. Luego, esa benevolencia hacia el comunismo que existe en el resto del mundo tiene una explicación mucho más compleja. Creo que confluyen multitud de factores distintos.

P: ¿Cuáles?

R: Pues cada uno tiene sus teorías. Yo no creo que sea tanto el hecho de que la URSS ganase la guerra como toda la maquinaria propagandística que empleó después, durante la Guerra Fría. Todo pudo influir. Durante muchos años los intelectuales más destacados de una gran cantidad de países occidentales, sobre todo Francia, fueron fervientes filocomunistas y estalinistas… Eso ha tenido sus consecuencias también.

P: Cambiando de tercio. Se hace imposible hablar de la Segunda Guerra Mundial y de sus causas sin caer en comparaciones. ¿Es cierto que nos encontramos en una situación similar a la de los años 30 del pasado siglo?

R: Hay síntomas parecidos, desde luego. Pero eso no quiere decir nada. Nunca se dan dos situaciones exactamente iguales en la historia. El que existan una serie de síntomas no quiere decir que el resultado vaya a ser el mismo. Para empezar, el nivel de pobreza y miseria que había entonces era infinitamente más extremo de lo que pueda haber ahora. Y si la historia nos ha enseñado algo es que el ser humano sólo se moviliza cuando su supervivencia se encuentra seriamente amenazada. Además, ahora tenemos una serie de redes de contención que antes no existían. La Unión Europea, con todo lo denostada que está, sigue siendo una institución fuertemente consolidada y fiable. Desde luego, muchísimo más de lo que nunca lo fue la Sociedad de Naciones. Así que, en general, por cada diez similitudes entre una época y otra, yo encuentro otras veinte diferencias. Y de ellas, las dos que considero más fundamentales son las que te he mencionado: el que ahora tengamos los organismos internacionales más desarrollados; y el hecho de que, por muy mal que suene decirlo, no es lo mismo luchar por tener que pagar la hipoteca a fin de mes —que es algo jodido, nadie lo duda—, que hacerlo por no saber si vas a poder llevar un plato de comida a tus hijos cada día.

P: Un argumento alarmista, sin embargo, se podría fundamentar en el hecho de que, pasado el suficiente tiempo, el relato histórico de un acontecimiento concreto termina perdiendo su capacidad persuasiva. ¿Hasta qué punto la distancia histórica nos dificulta el aprendizaje de los errores pasados?.

R: Es difícil. Es una pregunta interesante, lo que pasa es que puede tratarse desde demasiados ángulos. En términos generales, es cierto que el tiempo hace olvidar. Pero también creo que la magnitud de un acontecimiento influye directamente en la cantidad de tiempo necesaria para borrarlo de la memoria. Cuanto más grande es un conflicto, más perdura en el recuerdo.

P: Y después de ochenta años, ¿cuánto hemos olvidado de la guerra más sanguinaria de la historia?

R: No creo que hayamos olvidado tanto. Es cierto que las generaciones han pasado y que ahora sólo queda el relato. Casi no hay personas vivas que conserven una experiencia directa de la guerra, por lo que las cosas se han difuminado un poco. Sin embargo, el trabajo histórico es aún reciente, y ha pasado el tiempo suficiente como para que deje de estar contaminado por una memoria traumática. Por ponerte un ejemplo, el Holocausto no fue tratado hasta mucho tiempo después de su descubrimiento, y aún así, a medida que fueron saliendo cosas, nos fueron conmocionando a todos con la misma fuerza que si hubiesen sucedido el día anterior. Aún a día de hoy siguen publicándose buenos estudios que aportan una visión más objetiva y útil de lo que pasó.

P: Pero se siguen simplificando las cosas, por otro lado.

R: Cierto. Eso no te lo niego. En todo esto influye mucho cómo son tratados los temas desde la política y desde los medios. El cuarto poder. Pero la historiografía sigue ahí, después de todo, derribando mitos y falsas verdades. El otro día leí, por ejemplo, el discurso de De Gaulle después de la liberación de París. Menuda aberración. Un dato objetivo es que Francia fue liberada por los aliados, casi exclusivamente. Pero en Francia, durante mucho tiempo, se extendió la idea de que la clave de la liberación fue la actuación de los propios franceses. Con el tiempo se ha sabido que la influencia de la Resistencia fue muchísimo menor de lo que se vendía. Pero De Gaulle, nada más terminada la guerra, ofreció un discurso en el que habló casi exclusivamente del honor de la patria y de la valentía de los franceses, que habían combatido al invasor en todo momento, etcétera. Es un discurso entendible, teniendo en cuenta su contexto, pero que facilitó que se extendiese una percepción de los acontecimientos errónea y muy maquillada.

Luego está la labor de los medios, que puede ser muy mejorable muchas veces. El caso de España es un ejemplo claro. La semana pasada, sin ir más lejos, lo hemos podido ver con toda esa conmemoración de la liberación de París llevada a cabo por soldados españoles, La Nueve y demás… ¡Ahora resulta que a París la liberamos los españoles! Un titular de El Mundo decía, literalmente: "Mi abuelo liberó París". Es una falta de rigor y de responsabilidad enorme. Esas cosas sólo sirven para frivolizar y para enturbiar la percepción de la gente. Pero bueno, de todas formas, como te decía, el tiempo hace que las cosas se asienten y que los estudios críticos vayan poco a poco colocando las cosas en su sitio. Para mí, lo único realmente preocupante de los medios de información es la utilización indiscriminada de imágenes y vídeos, que acaban anestesiando a la gente, inmunizándola del horror.

P: ¿Las pantallas inmunizan tanto, o es más bien la lejanía? Quiero decir, ¿puede alguien inmunizarse realmente del horror cuando hace acto de presencia en su vida?

R: Entiendo lo que dices. Ahora vivimos en una burbuja que nos aísla de la crudeza de la vida; y somos la primera generación en la historia de la humanidad que ha vivido algo parecido. En otras épocas, o incluso a día de hoy, en otros lugares, la gente está mucho más acostumbrada a convivir con el desastre. Pero como dices, la historia también demuestra que el hombre espabila rápido en tiempos de crisis, por muy acomodado que haya estado antes.

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