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La guerra que no se podía perder

Los países que no invierten en Defensa tienen más posibilidades de ser devoradas por los totalitarismos.

Los países que no invierten en Defensa tienen más posibilidades de ser devoradas por los totalitarismos.

Si lo piensan bien, ochenta años no es nada, todavía viven decenas de millones de personas que vivieron cuando esta terrible tragedia envolvió a toda la humanidad en una guerra global. Pocos fueron los países que se escaparon de esta carga de destrucción que se llevó por delante a casi cien millones de muertos entre la guerra y los duros años que le siguieron y centenares de millones de heridos, y con casi nueve millones de personas asesinadas sistemáticamente por razón de su raza o religión. Ni siquiera en los bárbaros tiempos de los jenízaros cabría imaginar tanta ansia de muerte.

Era la guerra de la civilización contra la barbarie; de los valores de la libertad contra los de la opresión; la anterior guerra en la que se produjo este choque de civilizaciones terminó en el año 476 con la ocupación del trono de Roma por Odoacro, y de esta derrota nos costó casi mil años salir, por eso, este conflicto era una guerra que no se podía perder.

Estos ochenta años nos han dado una perspectiva de la que extraer algunas lecciones necesarias para evitar que algo así pueda ocurrir de nuevo, y para que en caso de que fuera inevitable un nuevo conflicto, asegurar nuestra victoria.

La primera lección es evidente; los regímenes autoritarios son expansionistas por naturaleza; necesitan de ampliar su esfera de influencia para subsistir, y por ello debemos desconfiar de todas aquellas naciones que reniegan de las libertades o las visten de regímenes fuertes, porque siempre estarán abocados a buscar soluciones fuera a los problemas que son incapaces de resolver en casa. El nazismo y el comunismo son dos ejemplos evidentes.

La segunda, es que el diálogo sólo es útil cuando se evidencia la voluntad de las dos partes de llegar un acuerdo justo, y que una mesa de negociación debe cesar cuando uno de sus contendientes se salta las reglas del juego; si lo hizo una vez, lo volverá a hacer.

La tercera, es que las alianzas internacionales son la principal línea de defensa de la democracia, ningún país sólo asentado sobre un régimen de libertades tendrá la capacidad militar y moral de derrotar a quienes carecen de las más mínimas restricciones morales. Sin Estados Unidos y sin el Imperio británico la guerra se habría perdido de forma irremisible.

La cuarta, los enemigos de mis enemigos son aliados de corto recorrido. El comunismo pactó con el nazismo repartirse Europa, y claro como entre pillos andaba el juego, pues pecaron de inocentes con un precio superior a veinte millones de rusos. Una vez más el gobierno supuestamente del pueblo masacrando a su propio pueblo.

Quinta lección Sin el poderío militar británico, Hitler hubiera invadido toda Europa y habría llegado a un acuerdo con la América aislacionista, desmarcándose de las ambiciones nacionalistas japonesas en diciembre de 1941. La lección es evidente, los países que no invierten en Defensa tienen más posibilidades de ser devoradas por los totalitarismos. Si Estados Unidos hubiera estado preparada para la guerra en 1939, seguramente nunca habría comenzado este desastre.

Sexta lección. El evidente éxito militar de Hitler fue consecuencia por encima de todo de una táctica y de una organización brutalmente eficiente. Allá de donde los italianos debían salir corriendo, los alemanes eran capaces de volver y hacer lo mismo con la mitad de efectivos. La disciplina germánica en su organización política, económica y militar convirtió a la pequeña Alemania en el enemigo del mundo.

Séptima lección. La determinación aliada fue fundamental para la victoria. Ni en los peores momentos decayó la voluntad de victoria. No importaban los daños y los sacrificios: la confianza en la superioridad de los valores de los países aliados fueron quizás el elemento decisivo para la victoria. Cuando los alemanes tuvieron que defender su madre patria, ya estaban exhaustos.

Octava lección. Sin el tremendo avance científico que se produjo en el mundo occidental en los años anteriores al conflicto, la victoria hubiera sido mucho más costosa. El mundo avanzó tecnológicamente en el periodo entre 1935 y 1945 más que en los treinta y cinco años anteriores. Si los países occidentales no mantienen esta vanguardia tecnológica estarán perdidos en el futuro, especialmente con la democratización de las tecnologías actuales. Sin Watson Watt, Alan Turing, Enrico Fermi o Von Neuman, la guerra habría durado más de una década. A ello se une que el antisemitismo en Alemania arruinó la posibilidad de una Alemania nazi y nuclear, y empobreció intelectual y artísticamente hasta unos extremos de barbarie al país que había liderado la cultura europea en el primer tercio de siglo.

La novena lección es para mi, la más relevante, y la que me genera más dudas sobre nuestro futuro. A una generación de mediocres líderes políticos que nos llevaron a la crisis de 1929, al auge de los totalitarismos y a las guerras de los años treinta, sucedió en el mundo occidental una generación de políticos de una envergadura gigantesca, que viendo lo que hoy nos rodea asusta. De Chamberlain a Churchill y de ahí a Boris Johnson; de Hoover a Roosevelt, y ahora Trump; de Albert Lebrun a De Gaulle y ahora Macron. No son los líderes que nos llevarían a una victoria militar como en 1945; por no hablar de los liderazgos militares, MacArthur, Eisenhower, Montgomery, Marshall, Dowding, Patton.

Para la última lección le cedo el testigo al hombre que simboliza la victoria, Winston Churchill, que, en sus magníficas Memoria de Guerra, señala la propia moraleja de la Obra: "En la Derrota, Altivez. En la Guerra, Resolución. En la Victoria, Magnanimidad. En la Paz, Buena voluntad."

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