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Pedro Fernández Barbadillo

Unamuno le pronosticó a Franco una guerra

Si incluso sobre el nacimiento de la Segunda República los españoles no nos ponemos de acuerdo, ¿cómo esperar que lo hagamos sobre la guerra?

Si incluso sobre el nacimiento de la Segunda República los españoles no nos ponemos de acuerdo, ¿cómo esperar que lo hagamos sobre la guerra?

Para no anular su relato de la ‘rebelión pacífica del pueblo contra una tiranía secular’, la izquierda se niega a aceptar que las elecciones municipales las ganaron las listas monárquicas y que el desplome de la monarquía se debió a la cobardía de los monárquicos. En la mañana del 14 de abril, los republicanos refunfuñaban y se preparaban para las elecciones a Cortes convocadas para mayo.

Tampoco reconoce la izquierda el pronto desencanto tanto popular como ‘ilustrado’ con la República. Y no me refiero sólo a los primeros ataques a los católicos y la brutal censura de prensa aplicada por un ‘niño’ Maura. Las Cortes Constituyentes y los gobiernos civiles mostraron a los españoles unos nuevos políticos que parecían formar "un manicomio suelto y desbordado" según el mismo Maura Gamazo.

La decepción y la desafección se extendieron en seguida a los intelectuales que tanto habían hecho por traer la República. Junto al célebre "No es esto" de José Ortega y Gasset, está la menos conocida retirada de Miguel de Unamuno, diputado también en esas Cortes.

Ahora el cine, que, dado el fracaso de los historiadores académicos, es el encargado de elaborar un ‘relato’ para todos los españoles, pretende reinterpretar a Unamuno y explicar su apoyo al alzamiento de 1936. Pero la verdad es que Unamuno, siempre contradictorio y siempre opuesto al Gobierno (gesto imposible de encontrar en los intelectuales que aparecen en las televisiones), incluso aguardaba una catástrofe. Así se lo dijo al general Franco cinco meses antes de que estallase la guerra civil.

El suicidio de la República

Ramón Serrano Suñer contó al periodista Julio Merino (El otro Franco) cómo arregló una entrevista entre Franco y Unamuno, y las palabras que éste dijo.

Lo primero que rompe los esquemas es la admiración de Franco, un militar profesional, por Unamuno, que sufrió destierro por parte de otro general, Miguel Primo de Rivera. Lo segundo, que Franco había leído la obra novelística y ensayística del escritor vasco. Y lo tercero, que un intelectual, un filósofo y un políglota aceptara reunirse y charlar con quien había conseguido fama y ascensos por ser jefe de la Legión.

En enero de 1936, Franco fue a Londres como parte de la embajada española que asistió a la coronación de Eduardo VIII. A principios del mes siguiente, aunque ya estaba metida España en la campaña de las elecciones convocadas por Alcalá-Zamora, Serrano Suñer, diputado de la CEDA por Zaragoza, organizó la reunión entre las dos personalidades.

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Unamuno con estudiantes

Franco asombró a Serrano por el exhaustivo conocimiento de los libros de Unamuno; después de alabarlos, pasó a comentar sus artículos periodísticos, sobre todo los artículos anti-republicanos. Unamuno agradeció los elogios y luego habló sin pausa durante toda la comida, en la que mostró su pesimismo sobre la esencia del pueblo español:

El español no es ni mejor ni peor que otros pueblos, pero… tiene algo especial: que es como un péndulo que sólo tiene extremos, o sea, o todo o nada… o apatía total o pasión sublime. (…) te pueden conquistar un Imperio o te incendian las iglesias y los monumentos. No hay términos medios. Por eso creo que también yo me he equivocado, yo quise despertar espíritus y ahora ya me temo que lo que he despertado han sido fieras.

Su opinión sobre la República y Azaña, al que más tarde llamaría ‘faraón del Pardo’, era de repugnancia:

La República se suicidó recién nacida, quizá porque la comadrona fue el resentimiento. Ya saben que su mentor, el señor Azaña, como dije en su momento, era un escritor sin lectores capaz de hacer la revolución para que le leyeran.

me di cuenta en cuanto me hicieron diputado y entré en las Cortes… aquello no era un lugar de encuentro, aquello fue desde el primer día el paraíso del desencuentro, una Torre de Babel a lo pobre

Y preveía un enfrentamiento entre derechas e izquierdas:

Ahora, aquella mi esperanza del comienzo es ya un túnel sin salida. Mejor dicho, con una única salida: la del enfrentamiento, la del exterminio, la de siempre… o tú o yo. ¡No, no me gustan cómo van las cosas!... Las izquierdas, o eso que llaman izquierdas, se han vuelto locas, y las derechas, o eso que llaman derechas, están ciegas… o sea, que estamos entre locos y ciegos… ¡Y esto no puede terminar bien!

La propuesta de un ‘movimiento nacional’

A la pregunta de qué se podría hacer para remendar España, Unamuno contestó:

"A veces pienso que habría que hacer una evangelización nacional para convencer a estos y aquellos de que la República, como la Monarquía, son meros accidentes en el tiempo y que lo importante, lo trascendente, es España… pero los hechos diferenciales pueblerinos han hecho imposible esa vía. Otras veces pienso que lo que esta España necesita es fundirla, refundirla y recrearla… Habría que acabar con eso de las izquierdas y las derechas y convencer, que no vencer, a todos que sólo un movimiento unificador de pasiones y ambiciones puede salvarnos. ¡Y educación, mucha educación, política y de la otra!

También Unamuno estaba harto y asustado del ambiente político, que era una opinión general. Cuando Primo de Rivera dio su golpe de Estado en 1923, el tradicionalista Víctor Pradera dijo de los partidos políticos que en su "seno los hombres más honrados se sientes heridos de parálisis". Con la República, y la violencia de la izquierda, desde la CNT al PSOE, las cosas habían empeorado.

Al despedirse, Franco le preguntó a Unamuno por su opinión sobre el Ejército. Unamuno contestó:

El ejército es como el resto de los españoles… Ya vio lo que pasó con Primo de Rivera y sus generales…

No le faltó razón a Unamuno, pues la mayoría de los generales permaneció obediente al Gobierno del Frente Popular, lo que no les libró a varios de ellos de la depuración y hasta el asesinato.

Puesto que Franco leyó el libro de Salvador de Madariaga Anarquía o jerarquía, que proponía la democracia orgánica, de este almuerzo con Unamuno bien pudo recibir la inspiración para un ‘movimiento nacional’, que uniera a los españoles por encima de las diferencias ideológicas… O, en vez de la inspiración, la legitimidad y la conveniencia de erradicar los partidos y sustituirlos por ese movimiento unificador.

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