El mejor elogio que un entusiasta de las viejas Monarquías europeas como yo ha leído dedicado a éstas lo escribió Stefan Zweig en El mundo de ayer. Memorias de un europeo: "la edad de oro de la seguridad":
Nuestra moneda, la corona austríaca, circulaba en relucientes piezas de oro y garantizaba así su invariabilidad. (…) Todo tenía su norma, su medida y su peso determinados.
El siglo XX derrocó no sólo la venerable Monarquía de los Habsburgo, sino también la noción de moneda, de libre comercio y hasta la libertad de viajar. Como comprobó un castañero que en la posguerra necesitaba un visado para circular por las nuevas repúblicas (La cripta de los capuchinos, de Joseph Roth):
Ahora se necesita un visado para cada país. En toda mi vida había visto yo una cosa como ésta, antes podía vender por todas partes: Bohemia, Moravia, Silesia, Galitzia, pero ahora está prohibido, y además tengo un pasaporte con fotografía.
La prosperidad de la 'Belle epoque'
Desde mediados del siglo XVII hasta que se convirtió en la potencia hegemónica, con su flota, con su industria y con su libra vinculada al oro, Gran Bretaña fue un país proteccionista. Las leyes de navegación aprobadas por Cromwell, los Estuardo y los whig impedían la introducción de mercancías extranjeras en el país y sus colonias; a la vez, los diplomáticos exigían a España que permitiera la entrada de barcos británicos en los puertos de su Imperio. Las leyes fueron abolidas en 1849, después de la guerra del opio. Y es que los Imperios no quieren barreras a su poder, ya que las consideran un obstáculo a la civilización… o, en el caso de los británicos, a los negocios.
Durante un corto período de tiempo, menos de 70 años, el régimen económico mundial se basó en el libre comercio. Hubo países que lo aprovecharon para desarrollarse y enriquecerse, como Estados Unidos y Alemania. Otras naciones, como España, Portugal o México, prefirieron acomodarse en la parte baja de la cadena de intercambios y especialización, exportando solo productos agrícolas y minerales. Menos dolores de cabeza, ya que, en caso contrario, habría que alfabetizar a la población, invertir en infraestructuras y educación, limpiar la Administración, formar nuevas alianzas políticas… Las oligarquías locales preferían comprar las máquinas al extranjero y asomarse poco a éste.
Fue una época de prosperidad para quien quiso. Rusia, a la vez que se industrializaba de manera acelerada, se convirtió en el primer exportador de cereales del mundo. En el Imperio de los zares, pese a las mentiras comunistas, sobraba la comida y abundaba la pequeña propiedad entre los campesinos.
Esta situación se invirtió con el estallido de la Gran Guerra. Quienes habían pronosticado que una guerra europea era imposible debido a los vínculos económicos entre los países comprobaron su equivocación. Las potencias implicadas suspendieron la conversión de sus monedas en oro y el comercio mundial casi desapareció.
A principios de los años 20 fue imposible recuperar el patrón oro, aunque Winston Churchill lo intentó con medidas tan absurdas y dolorosas que causaron su caída. Las guerras prosiguieron en el Oriente (Turquía, Rusia, Polonia…). Pero el mundo atlántico y centroeuropeo pareció recuperarse gracias a los acuerdos de la Conferencia de Génova (1922), hasta que se produjo el 'crack' en la Bolsa de EEUU. La desaparición del crédito, la recesión y la ruptura del comercio internacional se extendieron desde Japón a Austria. Esta catástrofe financiera, inmediatamente transmitida a la economía productiva, acabó de desprestigiar el libre comercio y hasta el capitalismo durante veinte años.
A España le salva la debilidad de la peseta
A fin de animar la economía, Londres vulneró su fe en la libertad de mercado y estableció un sistema proteccionista, las 'preferencias imperiales'. En los años 30, Italia y Alemania desarrollaron planes de autarquía y la URSS dedicó todo su esfuerzo a prepararse para la guerra revolucionaria, con masas de tanques y aviones que sorprendieron a los alemanes cuando invadieron el país.
España, amodorrada en un aislamiento voluntario desde hacía un siglo, no padeció los efectos de la crisis debido a su atraso técnico, ya que en un mercado minúsculo para bienes industriales predominaba una agricultura de subsistencia y, además, la peseta no era convertible.
La Segunda Guerra Mundial volvió a poner la economía al servicio del esfuerzo militar. Inglaterra se endeudó de tal manera con Estados Unidos que después de la guerra tuvo que devaluar la libra y empezar a desprenderse de un imperio que ya no podía sostener. En julio de 1944, en Bretton Woods, se estableció un nuevo sistema económico, en el que el dólar se dotó con las facultades que antes tenía el oro como moneda de referencia y se propuso el regreso al librecambismo, aunque hay que señalar que ni el proteccionismo ni el librecambismo protegen a los pueblos de las guerras ni las provocan. La Primera Guerra Mundial comenzó en la situación de la mayor libertad económica conocida hasta entonces; y la Segunda lo hizo en una fase de proteccionismo.
Sin embargo, las ideas de planificación, intervencionismo y socialismo tenían enorme prestigio, sobre todo en Europa. El Gobierno laborista de Clement Attlee procedió a nacionalizar cantidad de industrias, desde siderurgias a ferrocarriles y minas. La refutación de esta doctrina correspondió a un alemán.
Ludwig Erhard refuta el dirigismo
En Europa, el aspecto económico de la Guerra de los Treinta Años empezó a derrumbarse en junio de 1948, cuando Ludwig Erhard, director de la oficina económica de las zonas estadounidense y británica de la Alemania ocupada, suprimió los controles de precios. En vez de sufrirse el desabastecimiento, se disfrutó de un enorme aumento de la producción. En Alemania nació la 'economía social de mercado'.
Aunque dispusiera de antibióticos o cine en su pueblo, un campesino francés tenía en 1950 un nivel de vida inferior al de 1914. Las causas de los ‘treinta felices’, los años que transcurren entre 1945 y 1975, consisten en energía barata, crecimiento demográfico y apertura de los mercados internacionales. Ocurrió en la Alemania Federal, Estados Unidos, Japón, Italia, Francia, Corea del Sur y, por supuesto, España, que a partir de 1959 comenzó a abrir su economía por el fracaso de la autarquía. Así describe el efecto de la apertura de mercados Mariano Navarro Rubio, uno de los responsables del avance económico español, en sus memorias:
Como he dicho antes, yo sé cómo se produjo 'el milagro español' que nos colocó rápidamente en el décimo puesto del ranking mundial. Saltó la chispa del progreso, al unirse dos fuerzas colosales, que parecían opuestas: la libertad internacional, que abrió las fronteras, y la autoridad de Franco, que garantizó la buena marcha del programa.
La apertura de fronteras económicas ha beneficiado a la humanidad. Pero el creciente poderío de China y otros países antes subdesarrollados, que inundan los mercados occidentales con una producción industrial basada en métodos repudiados por las democracias (robo de propiedad intelectual, explotación laboral, control de las empresas por parte del partido único…) ha hecho que hoy el proteccionismo se haya desempolvado. Libertad de competencia, sí, pero entre iguales.
Tiempos fascinantes en que Donald Trump, con sus guerras comerciales, rebaja el desempleo a la misma tasa que los exuberantes años 60.