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Pedro Fernández Barbadillo

Última hora: Finlandia ataca a la URSS

Los comunistas de todo el mundo se lo creyeron, como ahora muchos de ellos creen que Helsinki y Berlín tenían un acuerdo secreto para invadir la URSS.

Los comunistas de todo el mundo se lo creyeron, como ahora muchos de ellos creen que Helsinki y Berlín tenían un acuerdo secreto para invadir la URSS.
Cordon Press

La Segunda Guerra Mundial abarcó otros conflictos y enfrentamientos dentro del general del combate entre los Aliados y el Eje, sobre todo al principio. Cuando Japón ataca a EEUU llevaba en guerra con China desde 1937. Italia deseaba expandir su imperio en el Mediterráneo y África. Un sector de los nacionalistas indios colaboraron con Japón para obtener la independencia del Imperio británico. Los húngaros pretendían recuperar sus fronteras anteriores a 1918. Moscú se preparaba para realizar la revolución mundial y saltar sobre el vencedor agotado de la guerra entra las potencias capitalistas. Los árabes apoyaban al Eje para expulsar a los británicos…

El Tratado de no agresión entre el III Reich y la URSS firmado en agosto de 1939 contenía un protocolo secreto por el que las dos potencias se repartían Europa Oriental. El georgiano Josif Stalin se afanó en recuperar las fronteras del Imperio ruso de los Románov. El 17 de septiembre, mientras los alemanes bombardeaban Varsovia, la URSS atravesó las fronteras orientales de Polonia. Los vencedores se reunieron en Brest-Litovsk para celebrar su triunfo. Los franco-británicos, que el 3 de septiembre habían declarado la guerra a Alemania por la libertad polaca, no hicieron lo mismo con la URSS.

En las semanas siguientes, Stalin y su ministro de Asuntos Exteriores, Viacheslav Mólotov, reclamaron a los Gobiernos de las minúsculas repúblicas bálticas la adhesión a pactos de asistencia mutua y el establecimiento de bases militares. En la primavera de 1940, se realizó la anexión.

El 12 de octubre, una delegación finlandesa acudió al Kremlin para escuchar las exigencias de Stalin. Con la excusa de proteger Leningrado, cuya frontera se hallaba a menos de 35 kilómetros, el tirano soviético reclamó la cesión de territorio del antiguo gran ducado. Las fronteras habían sido reconocidas por el mismísimo Lenin mediante el Tratado de Tartu (1920). Con sorpresa de Moscú, el Gobierno y el Parlamento fineses rechazaron tan generosa oferta.

Un falso incidente, copiado de los nazis

Entonces la URSS, en una llamativa similitud con la conducta de la Alemania nacional-socialista, organizó un incidente para justificar la guerra. Berlín montó un falso ataque polaco a la estación de radio de Gliwice, en el que vistió a prisioneros del campo de Dachau con uniformes polacos y los hizo matar para que sus cuerpos sirvieron como prueba. El 26 de noviembre, la artillería soviética bombardeó la aldea de Mainila, en el lado soviético, y Moscú acusó a los finlandeses de ello.

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¡Finlandia ataca a la URSS! Los comunistas de todo el mundo se lo creyeron, como ahora muchos de ellos siguen creyendo que Helsinki y Berlín tenían un acuerdo secreto para invadir la URSS. El presidente Kyösti Kallio rechazó el ultimátum y el 30 de noviembre cinco ejércitos soviéticos atacaron el pequeño país. El mismo día, la fuerza aérea bombardeó Helsinki. La propaganda comunista aseguró que sus aviones habían arrojado cestos de pan a los hambrientos vecinos de la capital, un acto de propaganda copiado de la guerra civil española, donde los nacionales, en 1938, habían dejado caer pan blanco en Madrid, Barcelona y Alicante; pero en este caso, el pan franquista era verdadero.

La población de Finlandia no alcanzaba los 3,7 millones, cuando la de la URSS superaba los 165 millones, y después de haber sufrido la guerra civil, el holodomor, la colectivización y las purgas. Éstas habían afectado al Ejército Rojo. Entre 1937 y 1938, el régimen expulsó a 37.000 oficiales y comisarios. De los cinco mariscales, tres fueron fusilados, entre ellos Mijaíl Tujachevski, inventor del concepto de ‘penetración en profundidad’ con el arma blindada.

Quedaron al frente del Ejército los más ineptos y serviles, como Kliment Voroshílov y Grigorio Kulik. Éstos planearon la operación como un desfile que duraría sólo doce días y se encontraron que los finlandeses detuvieron a sus fuerzas en la Línea Mannerheim, que consistía en trincheras y construcciones de madera.

Los francotiradores

El jefe del Ejército finés era el mariscal Carl Gustav Mannerheim, antiguo oficial del zar que contribuyó a la separación de su país del Imperio ruso y a la victoria de los blancos sobre los rojos en la guerra civil posterior (según Stanley Payne, la guerra civil europea más mortífera del siglo XX por porcentaje de muertos respecto a la población).

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Gustav Mannerheim

Mannerheim, honrado en Helsinki con una enorme estatua, había preparado a su pueblo para una guerra de guerrillas. Las emboscadas y los francotiradores causaron miles de muertos a los invasores, que no tenían ni ropa de invierno. Uno solo de ellos, el campesino Simo Häyä, causó más de 500 bajas. Pronto, en los bosques surgieron pirámides formadas por los cuerpos congelados de soldados soviéticos. Los finlandeses pusieron nombre al ‘cóctel Mólotov', ya usado por los legionarios españoles en la guerra.

Benito Mussolini, que consideraba que Hitler había traicionado la revolución fascista mundial, envió armamento a Finlandia, parte del cual fue interceptado por los alemanes. Los Gobiernos de Suecia y Noruega, que no querían disgustar a Alemania, apenas hicieron algo en favor de su vecino. Sin embargo, a Finlandia llegaron más de 12.000 voluntarios de Norteamérica y Europa.

Una de las escasas ayudas occidentales a Finlandia consistió en la expulsión de la URSS de la Liga de Naciones, realizada el 14 de diciembre. La patria de la humanidad progresista había ingresado a petición propia en 1934, pero fue el único miembro expulsado por su política belicista. Las potencias que luego formaron el Eje, Japón, Alemania e Italia, se habían retirado antes de ser sancionadas por sus actos de agresión.

Al final, la URSS se impuso por su tamaño. A Stalin no le interesaba que la guerra se prolongase, porque Francia, Gran Bretaña y Alemania seguían con la 'guerra de broma’ y renunció a la anexión completa del país. Además, Mannerheim dijo al Gobierno finés que la resistencia no podría proseguir más tiempo, debido a las bajas, las destrucciones y la falta de material militar. Helsinki, aislado y apoyado sólo por las balas de papel de la prensa franco-británica, aceptó el ultimátum remitido por Molótov el 28 de febrero.

El Tratado de Moscú de 12 de marzo obligó a Finlandia a ceder más territorio del reclamado unos meses antes. Tuvo que entregar toda la Carelia y retirarse del lago Ladoga. La URSS alejó la frontera de Petrogrado y aseguró su hegemonía en el golfo de Finlandia. Más de 400.000 finlandeses abandonaron sus hogares para no caer bajo la tiranía comunista.

Los fineses sufrieron 25.000 muertos y más de 40.000 heridos. Los caídos soviéticos sextuplicaron la cifra de los muertos enemigos. El desastre fue enorme para los rojos, ya que además perdieron una cifra de carros que oscila entre los 2.000, junto con varios cientos de aviones. Ambas partes se prepararon para una nueva guerra. Los soviéticos no iban a renunciar a sus planes imperialistas y los finlandeses querían mantener su independencia. Stalin, por su parte, reconoció el fracaso de la campaña y ordenó que se pusiera remedio en el Ejército Rojo.

La Guerra de Continuación

Algunos apasionados de las conspiraciones afirman que Stalin permitió la derrota del Ejército Rojo para inducir a Hitler a atacarle. Es el mismo tipo de pensamiento que sostiene que el presidente Roosevelt conocía la Operación Z (el ataque a la flota del Pacífico en Pearl Harbor) y permitió que ocurriera para entrar en la guerra.

¿Cómo iba a querer Stalin mostrar su debilidad en el momento en que Alemania era más fuerte? Y además la pésima campaña afectó a su dictadura. A los pocos días de que la Werhmacht empezase a arrasar Rusia, Stalin temió ser arrestado por sus camaradas.

Después del ataque alemán contra la URSS, Finlandia se unió a Barbarroja, período que se llamó Guerra de Continuación. Los intereses de los finlandeses se limitaban a la recuperación de sus territorios y el aseguramiento de su soberanía frente a Stalin. Las tropas finlandesas no participaron en el sitio de Leningrado y el Gobierno no se adhirió al Pacto Tripartito, que estructuró el Eje. Además Mannerheim no soportaba a Hitler, tanto por alemán como por nacionalsocialista. Berlín no tuvo ninguna influencia en el Gobierno finés, en el que se alternaron primeros ministros de derechas e izquierda. Fue el único combatiente contra los Aliados que mantuvo un régimen parlamentario genuino.

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En el verano de 1944, Helsinki trató de retirarse de la guerra y pactó un armisticio con la URSS. Para proteger a Mannerheim, el Parlamento le nombró jefe de Estado en agosto de ese año. Como Italia, también volvió las armas contra los alemanes. Estos combates, que duraron hasta abril de 1945, se denominaron la Guerra de Laponia.

La 'finlandización'

Finlandia fue incluida entre los vencidos por los Aliados y por el Tratado de París (1947) tuvo que ceder definitivamente los territorios que había traspasado en el Tratado de Moscú, más otras comarcas y una indemnización económica. Sin embargo, Finlandia mantuvo su independencia y su régimen democrático. Mediante un tratado de amistad (1948), Stalin renunció a imponer a sus ‘quislings’ comunistas, como hizo en Bulgaria o Rumanía, aunque condicionó la política exterior de su vecino.

Así nació el término ‘finlandización’. La nación escandinava era independiente y gozaba de una economía de mercado, pero debió rechazar el Plan Marshall y no podía pertenecer ni a la OTAN ni al Mercado Común Europeo. Además, los políticos y los medios de comunicación evitaban las críticas a la URSS y al socialismo. En 1992, ese tratado fue derogado.

Si se tiene en cuenta el destino de los países bálticos, de Yugoslavia o de Polonia, los finlandeses salieron relativamente bien librados de la Segunda Guerra Mundial.

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