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Pedro Fernández Barbadillo

Churchill: de fracaso en fracaso hasta la victoria

Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial en Europa el 8 de mayo de 1945, casi cinco años después de su nombramiento como primer ministro, Churchill tenía un lugar asegurado en la historia.

El 10 de mayo de 1940 acabó la ‘guerra de broma’ en Europa Occidental. Los tanques, los aviones y los paracaidistas alemanes penetraron de manera imparable en los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, países neutrales, y en Francia, con la que había un estado de guerra. El éxito de la campaña alemana dejó pasmado a todo el mundo, de Franco a Stalin, que recordaba la horrorosa guerra de trincheras librada entre 1914 y 1918.

El 14 de mayo, se rindieron las tropas neerlandesas. El 15 de mayo, el primer ministro francés, Paul Reynaud, telefoneó a Londres y le dijo al primer ministro británico Winston Churchill que ya estaban derrotados. Churchill voló el 16 a París y se encontró una ciudad en trance de evacuación. El 17, el Ejército alemán ocupó Bruselas y Amberes. Todos los contraataques franco-británicos fracasaron. El 28 se rindió el ejército belga y el rey Leopoldo III se entregó a los alemanes. En ese mes, la única buena noticia para los Aliados fue el comienzo de la evacuación de los soldados en la bolsa de Dunquerque.

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Supervivientes ingleses de Dunquerque

El 10 de junio, Mussolini declaró la guerra a los Aliados ante una multitud enardecida y el gobierno noruego se rindió. El Heer ocupó París el 13. El 16 Reynaud dimitió y le sustituyó Petáin. Francia se rindió a Alemania y a Italia. Hitler se trasladó a Francia para firmar el armisticio el 22 de junio y visitar París. Ese mismo mes, el Ejército Rojo de la URSS, de acuerdo con las cláusulas secretas del pacto nazi-soviético ocupó Lituania, Letonia y Letonia y parte de Rumanía.

En mes y medio, los totalitarismos dominaban la mayor parte de Europa y las democracias parlamentarias sólo pervivían en Suecia, Finlandia, Suiza, Irlanda y la sitiada Gran Bretaña, donde muchos eran partidarios de un tratado de paz con un III Reich vencedor. La resistencia a Hitler la encarnaba Winston Churchill.

Churchill causa la derrota de Noruega

El 9 de mayo el rey Jorge VI siguió el consejo de Neville Chamberlain y decidió nombrar a Churchill primer ministro. Una derrota, la de Noruega, le iba a elevar a la cima de su carrera política.

Churchill era conocido entre los británicos por representar el imperialismo británico y la antigua sociedad; y por su larga lista de fracasos, primero como jefe de la Armada en la Gran Guerra, y luego como ministro de Hacienda en los años 20, en que se empeñó en regresar al patrón oro y desencadenó una recesión.

En cuanto Londres declaró la guerra a Alemania, el 3 de septiembre, el primer ministro, el conservador Neville Chamberlain, le nombró para el mismo cargo que desempeñó a principios de siglo a las órdenes de otro primer ministro, pero liberal, H. H. Asquit.

En condición de tal, Churchill encabezó uno de los grandes fracasos británicos en la Segunda Guerra Mundial: la campaña de Noruega. Convenció al Gobierno de Chamberlain para que autorizase el minado de las aguas del país escandinavo, de manera que los barcos que llevaban suministros a Alemania no pudiesen navegarlas.

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Adolf Hitler con el Primer Ministro británico, Neville Chamberlain en Munich en 1938

Semejante violación de las normas del derecho internacional, más otros actos hostiles, decidieron a Berlín lanzar una campaña de conquista de Noruega y, también, de Dinamarca, paso obligado. La Operación Weserübung comenzó el 9 de abril y constituyó otra victoria alemana, que no sólo derrotó a las fuerzas armadas noruegas, sino también a las tropas y buques británicos, franceses y polacos. La víspera, el día 8, Chamberlain había afirmado jactancioso que "Hitler había perdido el tren".

Un duro debate en el Parlamento

El desastre militar, que daba a los aviones y los submarinos alemanes más bases en el mar del Norte, causó enorme descontento en la oposición política y en el propio partido conservador. En la Cámara de los Comunes comenzó el 7 de mayo del ‘debate sobre Noruega’. Los laboristas y los liberales reprocharon a Chamberlain su pésima dirección de la guerra. Entonces no se admitía que el Gobierno acallase las críticas con invocaciones a la unidad frente al enemigo.

Los laboristas, cuyo jefe era Clement Attlee, y el liberal David Lloyd George, que había sido primer ministro entre 1916 y 1922, arremetieron contra Chamberlain. Un grupo de conservadores mostró su descontento, primero por boca por Leo Amery y después en la votación de una moción de confianza.

El día 9 se votó la moción de confianza del Gobierno. Aunque éste la superó, perdió el apoyo de más de un centenar de diputados: cuarenta y uno votaron en contra y más de sesenta se abstuvieron. A Chamberlain le abandonaba su partido.

¿Churchill o Halifax?

Ante semejante crisis, la alternativa era alguien que pudiera formar un Gobierno de coalición con laboristas y liberales y resistir a la avalancha alemana.

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Lord Halifax llegando al 10 de Downing Street

El nombre que sonaba como sucesor de Chamberlain era el de Edward Wood, lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores, un hombre con mejor carrera política (fue virrey de la India cinco años) y menos fracasos que Churchill. Estos tres políticos se reunieron para discutir la situación. También hablaron con los socialistas Attlee y Arthur Greenwood.

Churchill estaba mejor visto por los liberales y laboristas, debido a su patriotismo y a su odio a Alemania. Desde 1938 se había reunido varias veces con el embajador de Stalin, Iván Maiski, para discutir una alianza de los dos países contra el Reich. La desconfianza de los conservadores respecto al voluble Winston era uno de sus mejores puntos para la oposición. Por otro lado, Halifax estaba a favor de un acuerdo con Alemania, como lo expuso unas semanas más tarde.

El 10, con la máquina de guerra nacional-socialista penetrando en las líneas aliadas como un cuchillo caliente en una barra de mantequilla, Chamberlain visitó al rey Jorge VI para presentarle su dimisión y le propuso que nombrase a Churchill.

En su primer discurso después de que el rey le ofreciera encabezar el Gobierno, el 13, Churchill dejó clara su política al decir que solo podía ofrecer "sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor".

Por una vez su fracaso, le benefició

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Churchill visitando Bristol tras la caída de una bomba

Por una paradoja, la política agresiva de Churchill de minar las aguas noruegas había terminado causando la caída de Chamberlain y su ascenso al puesto de primer ministro. Por una vez, el desastre que Churchill causó, lejos de perjudicarle, le benefició.

Contra la ‘leyenda rosa’ creada en la posguerra, la política británica no estuvo unida en torno a Churchill. La caída de Singapur en poder de Japón, en febrero de 1942, fue su peor momento, con quejas y protestas en el Parlamento y el Gobierno. Hasta que la guerra empezó a girar contra el Eje en 1943, el sillón de Churchill no estuvo seguro.

Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial en Europa el 8 de mayo de 1945, casi cinco años después de su nombramiento como primer ministro, Churchill tenía un lugar asegurado en la historia.

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