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Pedro de Tena

Memoria de África (IV): El tipo ideal de un enemigo de la democracia y de la tolerancia

Si África se arrepintió de algo fue de haber sido incapaz de erradicar sus afectos, se ha escrito de ella.

Si África se arrepintió de algo fue de haber sido incapaz de erradicar sus afectos, se ha escrito de ella.
África de las Heras | Archivo

La agente soviética del NKVD y del KGB África de las Heras fue condecorada por la antigua Unión Soviética hasta 12 veces, tal vez más, aunque hay quien reduce la cifra de galardones. A la URSS sirvió desde la cruenta dictadura estalinista hasta un año antes de la caída del Muro de Berlín en plena perestroika.

Considerarla una comunista casi perfecta no es enteramente un juicio de valor sino la deducción lógica y natural del aprecio que el comunismo ruso, el gran ejemplo mundial durante 50 años, manifestó por su figura. Si añadimos el "casi" es porque la perfección no existe y porque habrá que esperar a que se desclasifiquen los archivos del antiguo servicio secreto, hoy inasequibles para toda investigación.

No nos interesan, a la hora de valorar su figura, la teoría comunista, ni su totalitarismo explícito. África de las Heras no fue nunca una pensadora del marxismo leninismo y lo que, según ella misma, la caracterizaba era una fe indestructible por lo que conociera de la doctrina comunista. La conducta de África de las Heras, en efecto, compone lo que Max Weber podría considerar el tipo ideal de militante comunista, esto es, un modelo metodológico que aspira a desviarse muy poco de la trayectoria vital de los personajes reales.

La metamorfosis

En el marco de un temperamento rebelde que compartía con su hermana Virtudes, la coronela África, alias Patria, pudo iniciar su metamorfosis. Como al Gregorio Samsa de Kafka, la transformación le sobrevino súbitamente, aunque contó con su propio carácter y con la predisposición previa sembrada por una cenetista rondeña afincada en Ceuta, Isabel Mesa (en realidad Carmen Delgado Palomares), costurera y amante de la cultura.

Nadie nace de izquierdas o derechas, por simplificar. Cuando los jóvenes –África tenía 15 años por entonces—, se hacen de izquierdas o derechas de forma radical y acelerada es porque sentimentalmente, no racionalmente, quieren formar parte de un grupo al que admiran o quieren ser reconocidos como personas relevantes por alguien que los ha deslumbrado.

Naturalmente, fascinar a jóvenes con una nula experiencia de la vida y un gran desconocimiento de la propia historia, de su nación y de la historia de las ideas, es algo sencillo. Por eso, resulta odioso el encuadramiento organizativo de las "juventudes" al que tienden especialmente las ideologías totalitarias e incluso otras más moderadas.

África de las Heras, tras esa primera influencia radical, fue adoctrinada definitivamente, con poco más de 20 años, por el grupo que formaban en Madrid Luis Pérez García-Lago, fundador de la Federación de Banca de UGT, vinculado al PSUC, y Amaro del Rosal en la pensión de la hermana del primero hacia 1933. La rebeldía inicial untada por los afectos personales la condujeron al comunismo, ideas por entonces seductoras para una gran parte de UGT. No pudo ser una consecuencia "científica" sino el tránsito de una fe, la tradicional en la que fue inmersa, a otra fe.

No cabe duda de que las circunstancias históricas —Revolución Rusa, ascenso del fascio-nazismo y II República española— favorecieron un grado máximo de dogmatismo y sectarismo, pero ambos factores están estructuralmente anclados en el marxismo y ganan fuerza o decrecen según las predisposiciones e inclinaciones personales. En el caso de África de las Heras su fe no sufrió menoscabo ni siquiera ante la presencia de los hechos terribles denunciados por el propio PCUS en 1955.

El fundamento de la nueva creencia: el marxismo es indudable y el partido es su intérprete

La doctrina de Marx es omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y
brinda a los hombres una concepción integral del mundo, intransigente con toda
superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. El
marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la
filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.

Es Lenin quien escribe.

Por fin había una teoría "científica" indudable y comprobada (¿?), formulada en la segunda mitad del siglo XIX, antes de la mecánica cuántica, las vacunas y la energía nuclear, que lo explicaba todo y aportaba una visión certera de cómo había sucedido todo desde siempre y para siempre jamás. De hecho, la única etapa de la historia que no tendría cambio ni fin sería la comunista.

El mundo real era de una sencillez asombrosa, inteligible hasta por los menos instruidos. Desde entonces con unas cuantas leyes dialécticas, válidas para todo, y la explicación de la historia como lucha de clases, alimentada por el oportuno odio moral, todo alcanzaba la claridad deseada. África sufrió la iluminación marxista mezclada con los deseos de formar parte de una nueva familia.

Para lograr el paraíso comunista prometido, aunque nunca explicitado, y aceptando una dictadura necesaria de duración indeterminada para llegar a la felicidad total, era precisa la afloración de hombres y mujeres "nuevos" que sustituyeran a la vieja humanidad.

Ello conllevaba no sólo el desconocimiento de todo lo anterior por inútil, sino el desdén más extraño por toda la experiencia humana acumulada. Y para lo que no se entienda o no se explique, ahí estaba el Partido, el gran Hermano propietario de toda exégesis, una entidad abstracta compuesta por hombres y mujeres concretos, pero a salvo de toda crítica y de toda duda.

Naturalmente, tal convicción cimentaba la creencia en la propia superioridad moral de quien sospechaba de las intenciones de todos sus enemigos o adversarios, convencida de que el bien universal era la tarea del comunismo a cuya causa contribuía. Tal creencia imposibilitaba un examen crítico de hechos e ideas y extendía la sospecha generalizada sobre la maldad de "los otros".

Ni familia, ni patria, ni tradición

La primera consecuencia de su mutación ideológica fue la desconsideración absoluta hacia su familia, su patria y su tradición. Naturalmente, respecto a su familia, donde abundaban los militares conservadores en ideas y costumbres, y tras un matrimonio desgraciado con uno de ellos, el rechazo fue total si exceptuamos a su madre con la que marchó a Segovia y luego a Madrid, sin que se sepa del todo qué fue de ella, y a su tío Julián Francisco, asesinado en 1936, que las ayudó. Si abandonó o no a su hijo está por saberse. Con el resto de la familia, hermana, primas y demás, rompió relaciones de por vida.

Respecto a la patria, el internacionalismo proletario que entonces predicaba el comunismo no casaba con la realidad nacional de una España históricamente relevante. De hecho, África de las Heras eligió su nueva patria, la URSS. Su alias "Patria" se refería a Rusia, el meollo del imperio comunista. España sólo fue para ella un pequeño y decadente país capitalista gobernado por una dictadura. El pasado español no tenía interés a pesar de haber nacido en esa patria real.

Consecuentemente, la tradición, que no es algo que se impone sino algo en lo que uno está prendido lo quiera o no, debía ser despreciable no sólo porque se necesitaban hombres y mujeres nuevos, no viejos, para la edificación del socialismo marxista sino porque su transcurso era símbolo del atraso, la superstición, la religión, opio del pueblo, y se oponía a las fuerzas revolucionarias. África cortó con la continuidad a la que tenía derecho y optó por una nueva personalidad sin otras raíces que las de la revolución rusa.

La nueva moral comunista: el interés del partido justifica todos los medios

El triunfo de la revolución en la historia es el único criterio moral del comunismo. Dicho más claramente, la fuente de toda moral es la doctrina marxista leninista y su formulación concreta por el Partido Comunista que, en el tiempo de África de las Heras, era el PC de la Unión Soviética. Todo lo que contribuyera al triunfo del comunismo interpretado desde Moscú era moral. Puede considerarse, pues, que era una moral utilitaria muy simple con atención a los resultados de la acción.

Tres aspectos podemos destacar de las consecuencias de esta nueva formulación moral. Una, que el fin revolucionario justifica todos los medios, desde la mentira al fraude, de la falsificación al asesinato. Dos, sólo es pecaminoso aquello que contradice las órdenes del partido por lo que una virtud moral imprescindible en una buena comunista es la disciplina y la obediencia ciega. Tres, la moral comunista no implica compasión por los pobres concretos. Es una moral fría que sacrifica todo, incluso a parte de esos pobres asalariados que serán los sujetos de la Historia, si es necesario para el triunfo del Partido. La guerra civil española es su exponente más cruel.

África de las Heras asumió plenamente esta moral, lo que está más que demostrado con su participación, nada secundaria, en la actividad armada de la Revolución de Asturias, en las checas de Barcelona de la mano del PSUC (el partido comunista catalán) y luego en los asesinatos confirmados en que intervino, cuando menos el de Trotsky y otro que aparece en la película aprobada por la censura del servicio secreto ruso, Mujer clasificada secreta. Tal vez haya más, pero por ahora están ocultos por la Rusia gobernada por un ex director del KGB.

Hay que destacar, eso sí, su consecuencia en el desprecio de la vida que de las Heras asumió incluso cuando se trataba de la propia, que no dudaba en arriesgar por causa de las instrucciones recibidas del Partido.

Frente a lo que defendió después Gramsci, que la verdad es revolucionaria, en realidad es la mentira la que ha sido y es un arma revolucionaria para el comunismo. África de las Heras estaba preparada para mentir sobre todo y durante todo el tiempo, Con gran éxito, por cierto, algo que no todo el mundo consigue. Su mentira más impresionante fue la de su amor por el escritor Felisberto Hernández, al que sedujo por orden del NKVD soviético para trenzar una red de espías en Iberoamérica.

Mintió sobre los asesinatos de las checas, que atribuyó sólo a los anarquistas; mintió sobre su hijo que moría a los 8, a los 12 o a la edad que le convenía y se llama, según, Fernando o Julián. Mintió al decir que su padre era su tío alcalde Julián Francisco e incluso su otro tío general, Manuel. Mintió a Trotsky exhibiendo un trotskismo militante para ocultar sus planes de asesinato. Mintió a sus hijos uruguayos de adopción, Mario César Fernández y Chichí Bonelli. En fin. Salvo a sus jefes del partido, aunque quién sabe, mentía a todo el mundo.

Sobre su frialdad, sólo hay que repasar los hechos. Los adversarios políticos son considerados enemigos y si es preciso liquidados sin juicio previo ni defensa justa. Su decisión de casarse por orden del NKVD y el KGB dos veces dan una idea muy clara de su heladora sentimentalidad. El sexo ya fue para ella un elemento más de la acción política cuando al principio fue un exponente de su desafío moral.

La indiferencia y el desprecio por los hechos y por la libertad

Leía hace unos días la pregunta dirigida por Pilar Chaves, la centenaria hija de Manuel Chaves Nogales, a su padre, el periodista sevillano desgarrado por el totalitarismo de ambos bandos en la guerra civil española. Lo define como "demócrata, ante todo, defensor de la verdad y de la libertad" y le preguntaba: "Papá, ¿por qué la libertad fue tan importante para ti? ¿Por qué te importó tanto?".

Cervantes ya contestó a ello siglos antes: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida". (Don Quijote, Segunda parte, capítulo LVIII).

A África nunca le importó la libertad real, la de uno mismo, la suya propia. Aceptó desde el principio la sumisión al partido. Aceptaba su propia alienación dejando que su conciencia fuese determinada por la autoridad comunista. Es decir, su desamor por la libertad fue tal que aceptó no tener alma propia ni identidad personal fundiéndose con el Estado absoluto de la URSS. De hecho, en su tumba destaca más un seudónimo, "Patria", que su nombre real.

Durante toda su vida, los hechos no importaron, ni los crímenes en la Guerra Civil, aquel "himalaya de mentiras" del comunismo que denunciara Julián Besteiro, ni los asesinatos del estalinismo, ni los crímenes ordenados por el NKVD y el KGB de los que tenía forzosamente que tener conocimiento. Hegel, Lenin, Adorno y otros ya se refirieron a que, si los hechos no concuerdan con las ideas, peor para los hechos.

Además, los hechos son susceptibles de manipulación, no sólo por deformación u ocultación, sino por mera invención. El asesinato masivo de Katyn fue presentado por Stalin como un genocidio nazi cuando había sido su mano la que firmó la orden, como se supo después. Conocida es la desfachatez de los comunistas de acusar a los adversarios de hechos que ellos mismos han perpetrado. Lo del pisito de Vallecas de Pablo Iglesias sólo es un detalle.

Pudo inventarse una sucesión de identidades con el fin de cumplir los objetivos del Partido. Se pudo ser María de la Sierra con Trotsky, Znoy en la Gestapo de París, Ivonne en las guerrillas de Ucrania, María Luisa de las Heras en Uruguay o Patria para el Centro del KGB. Es el menosprecio absoluto por el hecho de ser y llamarse África de las Heras nacida en Ceuta (España) en el seno de una familia acomodada.

Con ello, se renunciaba a la propia libertad y se asentía, desde el principio, a una dictadura total, no la del proletariado que nunca existió, sino la del Partido, de su Comité Central, de su idolatrado Koba, alias de Stalin que, por cierto, sí veía peligro en despreciar los hechos por parte de los dirigentes comunistas, aunque borraba a Trotsky de las fotos de la revolución.

Si África se arrepintió de algo, fue de haber sido incapaz de erradicar sus afectos, se ha escrito de ella.

En definitiva, este comportamiento, cuyo tipo ideal trata de resaltar lo común tras las diferencias lógicas de cada una de las personas, exhibe cómo es de hecho la conducta de una persona que no cree en la democracia como sistema de gobierno ni cree en las libertades ni cree en la tolerancia ni en la convivencia con los adversarios ni en su valor y utilidad para mejorar las propias ideas y proyectos.

Convencida de su superioridad absoluta por ciencia y fin político, desprecia lo concreto, los hechos, la verdad, las personas, la vida, para adentrarse en un laberinto de abstracciones que pueden llegar a justificar cualquier cosa. El fin justifica todos los medios. Ese fue, no se olvide, el caso de ETA, otra formación marxista.

África de las Heras, la "pequeña Pasionaria" (sólo era más bajita) significa todo lo contrario de lo que una democracia liberal, la única que existe a pesar de sus defectos y deformaciones, exige de sus ciudadanos. Como para todo buen comunista, esta democracia "formal" e insuficiente sólo es un instrumento manipulable para el asentamiento final del comunismo. Así pasó en Rusia, en la España de la Guerra Civil y sigue pasando en Venezuela y otros países iberoamericanos. Y así sigue ocurriendo en la España que vivimos.

El problema del liberalismo como doctrina política es su incapacidad para admitir que incuba al enemigo totalitario en su propio seno, que permite su destrucción desde dentro y que es incapaz de enfrentarse a él, en este caso el comunismo, con armas eficaces que abarquen todo el espectro de la vida: de la educación a la comunicación, de la técnica a la política, de la economía a la sociedad, de la ciencia a la filosofía.

Rayo que nunca cesó, África de las Heras fue fiel a sus convicciones, a su fe, a su KGB y a su "patria", la URSS, durante toda la vida. Para muchos sigue siendo un enigma cómo la coronela llegó hasta el final, cómo sorteó las purgas y cómo soportó la Glásnot y la Perestroika sin decir ni una palabra. Tal vez tuvo miedo o tal vez comprendió que ya era tarde.

Ojalá los liberales españoles defendieran su visión de la política y de la libertad personal con la tenacidad con la que esta ceutí defendió su causa sin que tal fin los lleve, como a ella, a justificar todos los medios.

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