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García de Cortázar: "Hay que reactivar el patriotismo cultural, que nos une, y del que podemos sentirnos orgullosos"

El historiador publica Y cuando digo España, su legado cultural, concebido para rebatir con argumentos a los que dudan de la existencia de la nación.

Para Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942) no hay estupidez que se repita eternamente a lo largo de la historia. Por eso se muestra optimista con el futuro de España. Eso no quiere decir que no considere crítica su situación actual. Desde hace mucho tiempo ha ido contemplando el deterioro de la nación con una preocupación que, pese a todo, no le ha paralizado. Como historiador, considera una obligación presentar batalla contra esas ideas que cuestionan cada vez con menos pudor, pero sin rigor científico, los elementos básicos que han ido construyendo la identidad española durante siglos. Es consciente de que hemos asistido a un proceso corrosivo en el que se han magnificando los elementos de desunión. Contra ello reacciona, sabedor de que es mucho más lo que nos une y de lo que "podemos estar orgullosos". Así, ha escrito su última gran obra, su legado patriótico, un compendio de argumentos que desmienten la idea de una España inexistente y que rescatan sin complejos todo lo positivo de una de las culturas que más han influido en el desarrollo de la humanidad. Y cuando digo España (Arzalia) es una obra importante, según afirma su propio autor. Un libro escrito con pensamiento crítico, con rigor histórico y con emoción literaria. El penúltimo esfuerzo de un verdadero historiador por recordar a sus compatriotas que la cultura la hacemos todos; y que en ella están presentes incontables ejemplos notabilísimos que nos siguen demostrando que existe una España mejor a la que nos hemos acostumbrado a velar. Hablamos con él.

Pregunta: Escribe en el libro que nunca antes había estado tan en entredicho la nación española como ahora. ¿Qué argumentos aporta la historia a ese debate?

Respuesta: Muchísimos. De hecho, este libro nació con la única pretensión de defender la historia española. Lo que busca es dar respuesta a las diversas necedades que están atacando la idea de España y que tanto protagonismo han cobrado últimamente. Por resumirlo más escuetamente, aquí aporto argumentos que desbaratan las ignorancias y los malos propósitos de aquellos que ya se atreven a decir que no existe España. Se trata de un debate nuevo, tristemente. A lo largo de la historia los españoles se han ido enfrentando a distintas nociones de lo que es España, pero nunca la habían impugnado como ahora. Por eso digo que este es un libro de combate. Posiblemente, de todos los que he escrito, sea, culturalmente hablando, el más patriótico. Lo que buscan cada uno de sus capítulos es una afirmación de la conciencia nacional. Podría quedar resumido en aquella frase de Jorge Guillén: "Ay, patria / tan anterior a mí, / y que yo quiero, quiero / viva después de mí". Como queda claro, una de las cosas que busca es darle énfasis al sentimiento, a la emoción. Quizás sea lo que ha faltado en estos años para afianzar la idea de España. No así en el caso de los nacionalismos periféricos. Tanto catalanes como vascos tienen permitido desplegar sus sentimientos de pertenencia; pero cuando los españoles lo hemos querido hacer hemos sido insultados y llamados fascistas.

P: ¿Podría ser por el miedo que despierta el nacionalismo español?

R: Sí, sí. Creo que eso es acertado. Aunque también te digo que no creo que exista actualmente el nacionalismo español. No es comparable con lo que hay en Cataluña o en el País Vasco, desde luego. Existe un patriotismo, que yo trato de afianzar, pero no existe ningún exclusivismo ni ninguna necesidad de afirmarse frente a los otros. Porque esa es la característica principal de todos los nacionalismos. Lo primero que dice un nacionalista catalán o vasco es que no es español. A la inversa, sin embargo, ese fenómeno no se da. Lo que sí que ha pasado es que, por temor a ese patriotismo adulterado, o patrioterismo, muchas veces monopolizado por una cierta derecha, nos hemos acabado quedando sin nación. Por evitar el patriotismo defectuoso y enfermo, del cual España también dio muestras hace años, nos hemos quedado sin nación… Yo me emociono con la idea de España. A algunos les podrá parecer una manifestación de una derecha caduca. Bueno… Recuerdo una frase que ya se decía en el siglo XVIII: "Encargaos vosotros de las leyes y del aparato jurídico. Dejadme a mí cantar las palabras de la nación". El problema es que durante estos años pocas personas hemos cantado las palabras de la nación. Yo sí he tratado de hacerlo, pero también creo que en el mundo universitario e intelectual ha faltado una defensa, no sólo con razones, sino también con sentimientos, de la idea de España. De eso se han beneficiado los nacionalismos periféricos.

P: Sin embargo me da la sensación de que, al menos entre las generaciones más jóvenes, lo que se pone en entredicho muchas veces es el mismo concepto de nación, más que de España. Se tiene un recelo especial al sentimiento patriótico porque normalmente ha sido utilizado por los nacionalistas que sí querían oponerse al otro, diferenciarse de él drástica, casi belicosamente. Para unas generaciones nacidas en la era de la globalización el patriotismo es un concepto difícil de comprender, tal vez.

R: Claro, efectivamente. Por eso yo introduzco en el libro la idea del patriotismo cultural. Uno no se considera superior ni inferior al francés o al portugués. Pero así como puedo estar orgulloso de ciertos elementos familiares —y la gente lo está—, también puedo sentirme orgulloso de tener una lengua materna hablada por seiscientos millones de personas. Tenemos una cultura que arranca desde Séneca, diríamos, y que incluso llega a nuestros días con representantes como Rafael Nadal, que es un ejemplo de una serie de valores admirables. No nos engañemos. Tenemos unos iconos con los que podemos sentirnos identificados. Cuando se quemaba la catedral de Notre Dame estábamos todos compungidos y agobiados, como es normal. Se estaba quemando un gran símbolo de Francia, por supuesto, pero también de Europa. De la misma forma, en este libro yo hablo de los grandes iconos de España. Si yo me identifico con Galdós no lo hago levantando el brazo ni abombando el pecho; lo hago sintiéndome orgulloso de pertenecer a un horizonte cultural concreto. Galdós nos dio las grandes pistas de la España contemporánea. Y este libro es, en todos sus capítulos, una manifestación de ello. Así que la cosa es muy concreta. A diferencia de aquellos nacionalismos que buscan de forma desesperada ejemplos del pasado para dar legitimidad a sus sentimiento de pertenencia y cohesión frente a los demás, yo me remito tanto a San Isidoro de Sevilla como a otros tantos personajes de la actualidad. Podemos sentirnos orgullosos de grandes personas del presente, que han nacido en España y que representan lo mejor de nuestra cultura. Amancio Ortega es uno de ellos. O Ana María Vidal Abarca, fundadora de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Ella expresa también esa idea de una España que no se venga, de una España admirable, de un proyecto español convincente: aquel que no respondió a la violencia con más violencia, sino demostrando que no existe idea humana por la que merezca la pena matar.

P: Por otro lado, no deja de ser curioso que en estos momentos de recelo al patriotismo estén afianzándose los regionalismos. Uno se siente tentado a decir que lo único que ha cambiado realmente es la escala del sentimiento de pertenencia. ¿Cómo se explica eso?

R: Por añadir un apunte histórico, podríamos decir que el concepto de patria, hasta hace relativamente poco, estaba más ligado a la patria chica. Cervantes lo dejó escrito al final del Quijote, por ejemplo, cuando habló del regreso a la patria refiriéndose al pequeño pueblo manchego de donde eran oriundos los protagonistas. Lo que pasa es que desde el siglo XIX ese concepto varió y se ajustó a los límites geográficos y políticos de todo el estado. Y no hubo mayor problema, eh. No supuso ninguna afrenta ni ningún trauma para la población. La cosa arrancó mucho después, cuando se dibujó el mapa de las 17 autonomías actuales y comenzaron a buscarse folclores regionales que justificasen esa división territorial. Se buscaron conciencias autonómicas que antes no existían. Porque no nos engañemos, antes de eso muy pocos sitios tenían un sentimiento regional profundo. Éramos todos españoles. Yo nací en Bilbao, fíjate lo que te digo, y ni siquiera ahí nos educaron en un amor al País Vasco superior al español. Crecimos sintiéndonos españoles y ya está. Ahora sin embargo podemos decir que el regionalismo ha cuajado definitivamente. Y ha sido alimentado en contraposición con el nacionalismo español clásico más exagerado. Así encontramos esperpentos como la reivindicación de los guanches en Canarias o la exaltación desmedida del pasado andalusí en Andalucía. Ejemplos de esto hay muchísimos. Y no cabe duda de que se trata de uno de los elementos que más han erosionado el sentimiento nacional. Por eso en este libro trato de argumentar en positivo, resaltando todo aquello que nos une y de lo que podemos sentirnos orgullosos todos. Ejemplos culturales que demuestran la imbricación absoluta de los distintos territorios españoles en una amalgama común hay infinitos. Artistas y escritores de diferentes lugares, imbuidos e inspirados entre sí, que han construido sus obras en un lenguaje común, que nos hermana, también. Lo que pasa es que durante años se ha hecho una labor corrosiva, que ha puesto el énfasis en lo tuyo y lo mío en vez de en lo nuestro. Y eso es lamentable. Este libro trata de reforzar la conciencia patriótica en ese sentido, ahora que está tan debilitada.

P: ¿Y por qué cree que en el discurso público, a día de hoy, parece mucho más sencillo encontrar precisamente todo eso que nos separa en lugar de lo que nos une?

R: Bueno, es una cosa que viene de largo y opera en varios niveles. Para empezar, la enseñanza también se ha visto fragmentada. La historia, en lugar de ser un elemento integrador ha sido un elemento desintegrador. Los planes de estudio han sido enfocados de esa manera. Al final, más que atender al sentimiento popular de una persona que puede viajar a León, a Galicia o a Murcia y sentirse como en casa, en lo que se ha insistido es en de dónde es uno. Es algo que en Francia no ocurre tanto. El enfoque educativo de las últimas décadas ha influido, creo yo.

P: No sé qué opina usted de la pequeña polémica que levantó la semana pasada Ramón Espinar cuando defendió que en la Reconquista no existía España.

R: Bueno, con todos mis respetos, espero que comprendas que no voy a entrar en debate con un ignorante. Preferiría mantener uno con el Américo Castro del momento, que no existe. Quiero decir, lo triste es que las discusiones sobre historia no sean protagonizadas ya por un Sánchez Albornoz, o por un Vicens Vives. Y también lo es que los periodistas deis más relevancia a visiones inventadas, defendidas por una serie de personas que no saben de lo que hablan. Por contestar a esa corriente historiográfica que tantos seguidores parece estar captando, es absurdo pensar que la idea de España no esté presente antes incluso de la Edad Moderna. Lo que sí que habría que aclarar es que la idea de nación es una idea contemporánea, del XIX; pero la idea de España como unidad geográfica y estatal es muy anterior… En fin. Es una pena que se de más cancha a la visión de una serie de ignorantes que a la de los historiadores serios y rigurosos.

P: Son ideas pregonadas por políticos y defendidas por algunos ciudadanos. Tienen cancha porque abren debates entre la gente de a pie.

R: El problema está en que la historia, por más que nos duela a los historiadores, es una ciencia blanda. Aquí todo el mundo se cree con derecho a hablar. Y hay muchísimos políticos que directamente la manipulan interesadamente. Sin embargo, en una tertulia nadie se atrevería a decirle a un médico que la gastroenteritis se cura pasando la piedra pómez sobre una mano. En el campo de la historia decir barbaridades está más permitido. Se tiende a pensar que es una ciencia abierta a la interpretación, en la que la carga subjetiva es mayúscula. Pero los que nos dedicamos a ella en las universidades sabemos que hay cosas que no admiten discusión. La capacidad de interpretación de la historia tiene unos límites. El cáncer no se cura con un zumo de naranja y el concepto de España no es un invento del siglo XIX. Para combatir esas manipulaciones interesadas que realizan personas que, por otro lado, ni siquiera tienen la formación para realizar tales afirmaciones, es necesario otorgarle una mayor presencia en el foro público a los que sí que saben.

P: En el libro también se moja y repasa la historia de las lenguas peninsulares. ¿Qué opina del debate generado en torno a ellas en los últimos años?

R: Pues es una vuelta a lo mismo. El mero hecho de hablar de esos asuntos ya es darle demasiado pábulo a las posiciones nacionalistas, que son simplemente falsas. Estos se mueven en el plano de los mitos, y tergiversan su historia y lo que haga falta para darse legitimidad. En el debate que abrieron los catalanes y los vascos acerca de la lengua se asumen ciertas premisas, como el hecho de que existe un idioma oprimido y un idioma opresor. Se dice que el español ha sido impuesto en esos lugares. Bueno, pues eso es mentira. Lo que pasa es que es un tema mucho más complejo. En la expansión de cualquier idioma siempre influyen episodios de fuerza. En la supresión del árabe en España tiene que ver, evidentemente, una campaña de reconquista. Pero luego, los idiomas, realmente, se expanden por su cuenta con una independencia bastante asombrosa. Fernando el Católico, aragonés, abandonó rápidamente las formas dialectales aragonesas en beneficio de lo que luego llamaríamos el español. El español tiene la inmensa suerte de gozar de una gramática muy pronto. La de Nebrija. Y también tuvo un enorme Siglo de Oro, repleto de autores que contribuyeron a su expansión de forma mucho más rápida y amplia que la de otros idiomas regionales. No hay que olvidar el descubrimiento de América, episodio absolutamente fundamental a la hora de comprender el predominio del castellano. España trasvasó inmediatamente sus universidades allí. Ningún otro estado hizo eso. El castellano no ha tenido necesidad de ser impuesto, muchas veces. Por mi parte, yo entiendo que determinadas actitudes condenables de la época de Franco hayan permitido que ahora mucha gente piense que su idioma ha sido oprimido tradicionalmente por el castellano gracias a la intervención directa del Estado. Lo que pasa es que eso no es así.

P: ¿Cómo enfocaría el asunto en el debate público?

R: Creo que no deberíamos hacer tanto caso a las posiciones de los nacionalistas, ya que ellos exigen como punto de partida, antes de empezar a hablar, que asumamos la base de sus mentiras. Es una trampa dialéctica. No hay más que ver cómo utilizan de forma torticera el lenguaje, con esa terminología orwelliana. Hablan de normalización, cuando lo que quieren decir realmente es la imposición de un idioma concreto sobre la población que no lo habla. A los que creen que lo normal en el País Vasco es hablar vascuence habría que recordarles que en Vitoria no se hablaba prácticamente desde el siglo XVI. Tampoco sabemos dónde nació el idioma. Sin embargo, sí sabemos que el castellano nació precisamente en zonas norteñas y que se habló antes en Vitoria que en Madrid. No les hagamos caso. Ellos son los que están ganando la partida. Pero para ganarla están atentando contra las libertades lingüísticas de sus habitantes. Tanto en el País Vasco como, fundamentalmente, en Cataluña. Al final, lo único que me gustaría defender es que los derechos los tenemos los hablantes, no las geografías. Por el mero hecho de que en algún momento se hablara o se hable el vascuence en un determinado lugar, nadie tiene ningún derecho a imponérselo a los demás. No pueden crearse hablantes obligatorios con esa teoría de la normalización, que suena a régimen autoritario. Prefiero hablar de una historia de España no manipulada, en positivo, para resaltar todo aquello que nos une, en vez de dar cancha a su versión falseada, que no resiste ningún análisis medianamente crítico. Aún así, sí te recordaré que el propio Sabino Arana reconocía que le dolía hablar de la historia del País Vasco porque no le ofrecía ningún argumento que fundamentase su idea nacional. Por otro lado, Sánchez Albornoz consideraba al País Vasco la abuela de España.

P: Hablemos de la historia de España en positivo, entonces. ¿Cómo revertir el mito de la eterna decadencia española?

R: Cuestionando la Leyenda Negra. La Leyenda Negra nació de dos aspectos, fundamentalmente. Por un lado, la envidia lógica que han sufrido todos los grandes imperios a lo largo de la historia; por otro, la propia literatura patria, que ha solido encontrar más inspiración en el dolor que en la gloria. Quevedo escribió aquello de "miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados" en un momento en el que, pese a todo, España seguía siendo hegemónica. Las grandes reflexiones que llevaron a cabo los autores del 98, cuando hablaron del gran naufragio, pasaron por alto que se estaba viviendo uno de los momentos de mayor esplendor a nivel cultural de nuestra historia. Así todo, nos ha quedado una imagen negativa. La Leyenda Negra ha sido interiorizada y ha terminado siendo el alimento fundamental de esa concepción negativa de España que atesoran los propios españoles. Nos hace falta hacer énfasis en lo positivo. Todas las épocas tienen luces y sombras. Todas las generaciones cometen fallos; pero también protagonizan episodios brillantes. Simplemente, no es cierto que España sea peor que cualquier otra nación europea.

P: ¿Nos hacen falta mayores nociones de historia comparada, tal vez?

R: Efectivamente. Creo que es importante hacer una historia comparada para quitarnos de encima ciertas cargas negrolegendarias. Mi libro apunta a eso también en algunos de sus aspectos. Durante la conquista de América, por ejemplo, es cierto que se cometieron atrocidades. Pero no es menos cierto que era la manera de funcionar de aquella época o que, de hecho, España fue la primera potencia, de largo, que se cuestionó a sí misma acerca de la moralidad de sus acciones. Ahí quedó recogida la labor de la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria y con Juan de Mariana para demostrarlo. No hubo escuela cultural en el mundo tan importante. De ella bebieron después muchísimos autores extranjeros. Es algo de lo que deberíamos enorgullecernos. Ninguna otra colonización se cuestionó acerca de los derechos de los pueblos conquistados. Los franceses, los ingleses, los portugueses, no se preguntaron con la misma intensidad si lo que hacían estaba bien. Lo que pasa es que el protestantismo trató de afirmarse a sí mismo contraponiéndose a las principales potencias católicas. Ya desde los tiempos de Lutero utilizaron los medios de comunicación social con enorme habilidad. Muchas visiones negras de España surgieron de ahí. Por seguir comparando. En España no se han matado reyes, como en Francia o Inglaterra. Aquí han sido expulsados, pero nunca asesinados. Algo que me parece bastante más civilizado. Nuestro arte, por otro lado, ha tendido a ser notablemente más realista que el de otros lugares. Podríamos hablar de realismo justiciero en nuestra pintura. Porque no es obsequiosa en demasía con el poder, a diferencia de la inglesa o la francesa. Aquí se pintaba a Felipe II como lo que era, un burócrata. No se le intentaba hacer pasar por un héroe victorioso o por un ser sobrehumano. Velázquez pintó al papa Inocencio X y este, al recibir el cuadro, dijo: "Troppo vero, troppo vero". "Demasiado cierto, demasiado cierto". Cuenta la leyenda que Inocencio X tuvo problemas en el cónclave debido a su extrema fealdad. Así han sido retratados siempre los reyes españoles. El ejemplo más claro, desde luego, es La familia de Carlos IV, de Goya. El típico cuadro de fin de raza. Pues se trata de algo inconcebible en otros países. Por seguir hablando, en España fue Juan de Mariana el que en el siglo XVI, cuando apenas se estaba comenzando a discutir acerca del supuesto carácter sagrado de los reyes, defendió que la potestas del monarca debía ir siempre en favor del pueblo, porque si no se convertiría en tiranía. Y así podríamos continuar, poniendo ejemplos todo el día. Es que a diferencia de lo que se cree, España ha ido por delante en numerosas ocasiones. Esa es la España que los habitantes del 2020 deberían conocer. Por eso creo sinceramente que mi libro es importante en estos momentos.

P: Parece que existe una delgada línea entre ensalzar lo positivo de la historia, o cuestionar los excesos de la Leyenda Negra, y caer de lleno en la Leyenda Rosa.

R: Pero es que no es así. Puede hablarse de lo bueno y lo malo de forma rigurosa. No es incompatible. ¿Yo cómo voy a negar las barbaridades que cometieron los españoles en el Nuevo Mundo? Es innegable. Pero, al mismo tiempo, también digo las grandezas. Que existieron, y muchas. También cuestiono las exageraciones, o las falsedades. Por volver al tema de la lengua. Hay gente que defiende que la supuesta imposición del castellano se llevó a cabo a base de la cruz y la espada. Pues bien, es cierto que la Iglesia tuvo una grandísima importancia, tanto en España como en América, pero también lo es que los religiosos fueron los principales impulsores de los idiomas indígenas, porque consideraban que eran más eficaces a la hora de evangelizar. Hoy en día perviven lenguajes como el guaraní, en Paraguay, precisamente por eso. Y sin embargo la visión que tenemos es completamente distinta.

P: Cambiando de tercio. La actualidad me obliga a preguntarle por el proyecto de ley de memoria democrática. Más allá de los diferentes puntos que contempla, me interesa su opinión acerca de los cambios que pretende llevar a cabo en el temario escolar. ¿Se ha explicado mal la Guerra Civil y el franquismo durante los últimos 45 años? ¿Es necesaria una actualización del plan de estudios?

R: A mí lo que me llama la atención es que esa reivindicación concreta, la de la enseñanza de la historia, no se haya dado desde ningún corpus universitario y, sin embargo, venga exclusivamente del ámbito político. Creo que es el puro poder el que trata de adoctrinarnos. Y es curioso porque, en el fondo, que sean los políticos los que decidan qué es memoria y cómo debe enseñarse en las aulas es puro franquismo. Yo sí tuve una asignatura que se llamaba ‘Formación del espíritu nacional’, que no era más que una desviación que trataban de introducir en nuestras mentes para afirmarnos en aquello que el régimen quería. Ahora ocurre exactamente lo mismo pero con distintos mimbres. Precisamente por eso también me sorprende que no haya habido una revuelta de la comunidad universitaria ante esta invasión horrorosa del poder político. Están jugando con las conciencias moldeables de los alumnos. ¡Qué obsesión con el franquismo, además! Resulta dramático que perdamos el tiempo de nuestros alumnos sobrecargándoles con una interpretación de ese periodo que, además de ser parcial, no es toda la historia de España. El drama está en que no les hablemos más de Francisco de Vitoria, o de Velázquez, o de San Juan de la Cruz. En este libro apenas tiene importancia el franquismo. Denuncio claramente, eso por supuesto, cómo erosionó la conciencia nacional al pretender identificarse con toda España y excluir de ella a los vencidos y exiliados. Bueno, también dejo claro que Azaña, por ejemplo, era el primero que terminaba sus discursos con unos vivas a España que resonaban en la audiencia. En aquella época, durante los años del franquismo, muchísimos de los más grandes poetas españoles fueron de izquierdas; y todos vivieron su exilio, interior o exterior, sin renunciar a su amor a España. Miremos a Blas de Otero, por ejemplo; a Ángela Figuera; a Luis Cernuda. Es dramático cómo toda la gran poesía española de izquierdas llorase por España para que ahora desde las aulas tergiversen su memoria, su importancia y su legitimidad como nación de todos. En el fondo no es más que el siguiente capítulo de algo que empezó con la anterior ley de memoria histórica, que ya se encargó de mancillar nuestro pasado sin ningún tipo de pudor.

P: El proyecto de ley se llama de 'memoria democrática'. En el libro usted señala el error de igualar completamente al bando republicano con la defensa de la democracia. La vicepresidenta, sin embargo, no ha precisado qué se va a hacer exactamente con aquellos combatientes republicanos no demócratas ni con los crímenes cometidos a ese lado de la trinchera.

R: Sí, eso digo en libro, es cierto. Lo que me parece raro es que el PP no hiciese nada con dicha ley cuando tuvo mayoría absoluta. Es una interpretación perversa, con una clara intención manipuladora. Lo que venimos comentando desde hace un tiempo. No hay más que leer a todos aquellos que vivieron la Guerra. "Todos fuimos perdedores", decían. Ciertamente, identificar el espíritu democrático con buena parte de la izquierda republicana es una aberración histórica. Ni siquiera les gustaría a ellos. No creo que los anarquistas se sintieran cómodos con esa etiqueta. Se trata de un atentado que perjudica a las dos partes. Lo que buscan con ello parece claro, sin embargo. Utilizando los preceptos actuales, juegan con el maniqueísmo y ubican al adversario político en un campo que lo desprestigia por completo. Como te decía, además de ser un reduccionismo completamente falaz, es tremendamente injusto con aquellas personas de izquierdas que jamás defendieron el ideario político liberal. Y con los liberales que condenaron la II República, evidentemente, también. En ese sentido me gustaría destacar una cosa que debería ser evidente, pero que no lo es tanto al parecer. El hecho de haber sido fusilado por los franquistas no redime al muerto automáticamente. El hecho de que Blas Infante muriese como murió no sacraliza su obra, cargada de fantasías y barbaridades. U otro caso más grave: el hecho de que Lluís Companys fuese crucificado, por así decirlo, no redime las acciones aviesas que también cometió. Sería bueno que se investigue lo que hizo. En fin. Es descorazonador ver que ni siquiera en unos momentos tan graves a nivel económico y sanitario algunos puedan aparcar su tacticismo político. Que se aproveche una situación excepcional para hacer esto es muy preocupante. Lo que nos toca es impugnarlo con todas nuestras fuerzas. Y creo además que grandísimas personalidades de la izquierda de aquella época, como Orwell, criticarían sin dudarlo este tipo de actuaciones.

P: Por último. Cuando usted dice España, ¿qué dice? ¿Ve posible un cambio en la manera como los españoles se enfrentan a su nacionalidad?

R: Como historiador soy optimista. Pienso que no hay torpeza que se repita eternamente. Al final el sentido común y el sentido político terminará haciendo que esto amaine. Todo depende también del movimiento de los ciudadanos y de las denuncias de los excesos manipuladores del poder. Sigo esperando, pese a todo, que la verdad histórica, cosechada por los historiadores con horas de trabajo riguroso, gane la batalla a lo que los políticos tratan de colocarnos movidos, además, por una búsqueda de un beneficio efímero. Tengo la esperanza de que este libro, escrito con espíritu crítico pero también con emoción, pueda ser un vademecum para algunos que sí que quieren mirar a la verdad de los que han construido lo que es España a lo largo de los siglos. Y no me refiero exclusivamente a reyes y militares. Me refiero a la gente buena, a los bienhechores, a los poetas, a los pintores, a los ciudadanos ejemplares, a multitud de personajes que tristemente no son tenidos en cuenta en las escuelas actualmente. Hay mucha gente que no sabe quién es Gracián; hay mucha gente, tristemente, que no sabe quién es Blas de Otero; hay mucha gente que no sabe quién es Diego Saavedra Fajardo; hay mucha gente que no sabe quién es San Isidoro de Sevilla. Eso es lo triste y quizás nuestra recuperación debe empezar por ahí. Si algo nos puede volver a unir es la cultura. No entendida de forma erudita, sino mundana. Cultura también es Rafael Nadal. Cultura también es la gente buena, admirable, que ejemplifica lo mejor de nuestro pueblo. En España habría que reivindicar a las personas que hacen la nación. Dejar de darles tanta relevancia a los políticos y a los profesionales de la gresca. Porque por más que digan no nos representan. Si tuviese que describir a España diría antes aquello de "qué buen vasallo sería si tuviese buen señor" que la idea tremendista y maldita de la tierra del atraso, de los maleantes, los vagos y los incompetentes. A modo de prueba no hay más que comparar la época de la Transición con la actual y colocar a los políticos de entonces al lado de los de ahora. Pero en fin, no quiero alargarme más. Termino diciendo que lo que he tratado ha sido reintroducir el patriotismo cultural. Ese ha sido mi esfuerzo y ese será mi legado.

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