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Agapito Maestre

Fin de la historia nacional

La muerte de la nación está a la vista de todos, pero la barbarie del hombre actual se niega a levantar acta de esta tragedia.

La muerte de la nación está a la vista de todos, pero la barbarie del hombre actual se niega a levantar acta de esta tragedia.
Junqueras y Aragonés valoran el resultado electoral | EFE

La traición está a punto de consumarse irreparablemente. España como nación está a punto de desaparecer. Salvo la gran historia intelectual de los defensores de España como nación, apenas conseguimos otear en este obscuro horizonte una verdadera, recta y limpia posición política que haga frente a esta gran traición. Una minoría abyecta y rencorosa sin otro designio que el explicado por la patología o el dinero nos lleva al despeñadero. El acercamiento semanal de cinco terroristas a su zona de nacimiento certifica la catadura inmoral del gobierno de España. El descuartizamiento territorial y moral de España va acompañado del arrasamiento de cualquier tipo de vida espiritual, incluida la interpretación decente de nuestra historia. La muerte de la nación está a la vista de todos, pero la barbarie del hombre actual, caracterizada por su absoluta ahistoricidad, se niega a levantar acta de esta tragedia. Sí, porque la historia nacional de España desapareció hace tiempo de la educación básica de los españoles, los traidores pueden cantar con total desvergüenza su palinodia contra España. El estudio de cómo y por qué hemos llegado a esta situación constituye uno de los retos intelectuales más apasionantes de los historiadores y filósofos de nuestro tiempo y, por supuesto, de las próximas generaciones. La mentira, el engaño y la calumnia de los separatistas se han impuesto a la verdad de una historia milenaria de España. Hace tiempo que los políticos rindieron el Estado-nación al separatismo. Los responsables políticos de esta tragedia son todos los presidentes del Gobierno de España, desde 1978 hasta hoy. Sobra decir que el actual inquilino de La Moncloa está puesto ahí por los exterroristas y los separatistas catalanes y vascos. He ahí la prueba más contundente para decir que España como nación está moribunda. 

En este contexto de total desnacionalización de España nadie se rasgue, pues, las vestiduras por las necedades que los separatistas catalanes y vascos ponen en los libros de texto para adoctrinar, engañar y mentir, o sea, aturdir a los escolares para que odien España. Los grandes historiadores y estudiosos de la historia de España han denunciado el silencio cómplice de ciento de historiadores e intelectuales ante la negación de la historia nacional. Se trata de un crimen de guante blanco sin posible redención. El destrozo de la historia nacional será estudiado, sin duda alguna, por las próximas generaciones como el mayor crimen llevado a cabo contra una nación. So pretexto de superar intelectualmente un inexistente nacionalismo español se han cometido todo tipo de barbaridades políticas e ideológicas contra la historia nacional. Desde la manipulación sistemática de los libros de textos de historia, supresión de asignaturas  clave para la formación de la identidad nacional como la Historia de la Literatura Española, incluida la de lengua catalana, pasando por el destrozo del Archivo Histórico Nacional, hasta la resignificación, manipulación y destrucción de todo nuestro patrimonio artístico nacional, así por ejemplo la destrucción sistemática de nuestra cultura museística de corte nacional, para instalar en su lugar centros de interpretación de nuestro pasado, es ya una muestra de barbarie para el mundo entero. 

De ese complejo y terrífico proceso de degradación espiritual, sin duda alguna, la consecuencia más terrible consiste en la desaparición de la historia nacional de España como factor de identidad personal y, por supuesto, colectiva de la población española. El proceso ideológico de negación de la historia tiene diferentes componentes. Pero, en mi opinión, no es el menos relevante el olvido sistemático de sus grandes hombres de letras y ciencias en general, y de los historiadores y filósofos de España en particular. Los grandes autores del pasado, como fuente clave para deshacer entuertos en el presente y esbozar un futuro mejor, han sido despreciados sistemáticamente por las agencias españolas de socialización intelectual y política.  Esta actitud refleja no sólo la desaparición de la cultura humanística, sino la voluntad ideológica de empezar de cero, imitando a los simios, que sobresale en los dirigentes políticos e intelectuales de España. El paradigma de este desprecio por la cultura humanística, en la España actual, sigue siendo hoy, como en la España de las generaciones del 98 y el 14, no tanto el vilipendio de la figura civil e intelectual de Marcelino Menéndez Pelayo cuanto el desconocimiento absoluto de su nombre. Ni siquiera se considera una desgracia que un estudiante de Humanidades no sepa quién es Menéndez Pelayo. Tampoco a esta caterva de bárbaros sin España, entre los que destaca la piara de los  políticos y los periodistas a su servicio, les dirá nada los nombres de Cánovas del Castillo y Valera, de Galdós y Clarín, de Unamuno y Baroja, de Ortega y Marañón, de Altamira y Araquistain, de Américo Castro y Sánchez Albornoz, de Laín y Calvo, en fin, de Dalí y Antonio López. 

Sin embargo, sin esos nombres, junto a otros de similar catadura moral e intelectual, y sus ideas será imposible enfrentarse con alguna garantía de éxito a los traidores secesionistas y sus cómplices en la jefatura del Gobierno de España. En fin, contra el olvido de esos nombres escribí Entretelas de España, una singular filosofía de la historia sobre el ser de España, que los “defensores de boquilla” de la unidad nacional no quieren discutir, ni siquiera entrar, porque ellos prefieren invocar unas cuantas hazañas de nuestra historia milenaria que construir, repito, una verdadera, recta y limpia posición política. En todo caso, y perdonen mi reiteración, lo poco que sea hoy España, por mínimas que sean sus tradiciones y escuálidos sus proyectos políticos, es infinitamente superior a cada una de sus comunidades autónomas. Nada son y, sobre todo, nada serían sin España.

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