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Pedro Fernández Barbadillo

Adiós al sueño de la Especiería

En nuestros días, los botes de especias están amontonados en cualquier estantería de la cocina. Sin embargo, por ellas cambió el mundo.

En nuestros días, los botes de especias están amontonados en cualquier estantería de la cocina. Sin embargo, por ellas cambió el mundo.
La nao Victoria | Cordon Press

En Zaragoza, los españoles se despidieron de las Molucas. El 22 de abril de abril de 1529, el emperador Carlos V y el rey Juan III aprobaron el tratado por el que se ponía fin a la disputa entre las coronas española y portuguesa por las islas de las especias, el Moluco.

En nuestros días, los botes de especias están amontonados en cualquier estantería de la cocina. El clavo, la pimienta, la canela y la nuez moscada son tan fáciles de obtener que apenas se les presta atención. Sin embargo, por ellas cambió el mundo. El economista británico Thorold Rogers afirmó que “se ha vertido más sangre por el clavo y el azafrán que por las luchas dinásticas”. Hasta las islas donde se cultivaban, las Molucas, son casi desconocidas, cuando en el Renacimiento los monarcas y los navegantes soñaban con llegar a ellas.

Semillas más valiosas que el oro

Cristóbal Colón propuso atravesar el Atlántico para alcanzar China y el Moluco. Como todos los europeos de entonces, los Reyes Católicos deseaban la seda china, las especias, y también un nuevo aliado en la guerra contra los turcos musulmanes, que no sólo amenazaban a la Cristiandad, sino que también habían cortado la ‘ruta de la seda’; por eso le dieron una carta de presentación al Gran Khan.

Las especias eran imprescindibles para la conservación de las carnes de animales durante el invierno y, también, como signo de poder y riqueza. Tan altas se cotizaban que sólo con el cargamento de la nao Victoria se pagó el coste de toda la expedición de Magallanes. En septiembre de 1522, Juan Sebastián Elcano y sus compañeros, perseguidos por los portugueses, trajeron a España 600 quintales de clavo, más otras cajas con canela, pimienta y nuez moscada.

Los navegantes escogieron en Tidore el clavo porque, a igualdad de peso, ocupaba menos espacio que otras especias; pero, al pesarlo en la Casa de Contratación de Sevilla, la cantidad bajó a 570 quintales; la diferencia se explicó por la peculiaridad del clavo de menguar su peso al secarse. El valor del cargamento de una sola nave de poco más de 100 toneladas cubrió los gastos de 7.875.000 de maravedíes de la expedición completa, formada por cinco naves, sus cargamentos y 240 tripulantes.

Sobre un mapa en blanco

La disputa por las islas de las Especias (luego llamadas Molucas) entre portugueses y españoles arrancaba del Tratado de Tordesillas (1494). Unos años antes, en 1479, Alfonso V, rey de Portugal, Isabel I, reina de Castilla, y Fernando II, rey de Aragón, se repartieron el Atlántico mediante el Tratado de Alcazobas. En la villa castellana los pueblos ibéricos, rebosantes de energía y de confianza en sí mismos, se olvidaron del Atlántico y se repartieron el mundo.

El statu quo entre España y Portugal se rompió cuando Vasco Núñez de Balboa descubrió el Mar del Sur en 1513. La Tierra tenía un continente y un océano nuevos… y al oeste del Mar del Sur se encontraban Asia y las especias. El rey Fernando, gobernador de Castilla y las Indias en nombre de su hija Juana, y luego Carlos de Habsburgo mandaron expediciones en busca de un paso al Mar del Sur y una ruta a la Especiería que no atravesase aguas portuguesas.

Puesto que el meridiano que dividía el planeta entre España y Portugal daba la vuelta, ¿dónde se encontraban las Molucas, en el lado luso o en el hispano? Por si acaso, Carlos I autorizó en 1523 el envío de una nueva expedición y la construcción en La Coruña de una Casa de Contratación para el comercio con Oriente, como cuento en Eso no estaba en mi libro de Historia del Imperio español.

La expedición se suspendió por las protestas de Juan III, rey de Portugal, pero no las obras en la ciudad gallega. Las dos monarquías trataron de ponerse de acuerdo en las Juntas de Badajoz y Elvas (1524), pero fracasaron. En julio de 1525, zarpó del puerto coruñés la expedición mandada por fray García Jofre de Loaysa: seis naos y 450 tripulantes, entre los que se encontraban Elcano y un joven Andrés de Urdaneta. La disputa dio lugar a la que se ha llamado la ‘primera guerra colonial de la historia moderna’ (1526-1527), entre los portugueses ya asentados en el Moluco y los españoles recién llegados.

Mientras en Asia unas docenas de españoles y portugueses combatían entre ellos, con aliados locales, en la Península Ibérica se reforzaba la paz entre ambos reinos con el matrimonio del emperador con la infanta Isabel de Avis, celebrado en Sevilla en marzo de 1526.

La guerra en Italia causa la paz en Asia

A diferencia de lo que pasa hoy, cuando la suerte de los europeos depende de los enfrentamientos en EEUU y China, en el siglo XVI lo que ocurría en Europa determinaba los acontecimientos en Asia.

Carlos V decidió abandonar las islas de las Especias. El embrollador Francisco I de Francia había roto el tratado firmado con Carlos para obtener su libertad y pactó con Venecia, Enrique VIII de Inglaterra y el papa Clemente VII. En mayo de 1526 estalló una nueva guerra entre la Liga de Cognac y el Imperio, España y la república de Génova. Carlos necesitaba oro y, también, aliados o al menos neutrales. Existía el riesgo de que el rico Portugal se uniese al bando francés.

Por otro lado, la explotación de las islas de la Especiería por los españoles se enfrentaba a un enorme obstáculo. El retorno de las expediciones no podía hacerse por el inmenso Pacífico y, en consecuencia, había que atravesar mares portugueses.

Y por último, Carlos V necesitaba, como a lo largo de todo su reinado, dinero para pagar a sus tercios y a sus barcos. Sólo en comprar los votos para su elección imperial, en 1519, tuvo que desembolsar casi 850.000 florines renanos de oro.

El Tratado de Zaragoza

En el abril de hace casi 500 años, el Emperador vendió sus derechos al rey luso por 350.000 ducados de oro de 375 maravedíes cada uno, con la salvedad de que él o cualquiera de sus sucesores podría revertir esa operación mediante el reintegro de la misma cantidad.

Mientras el pacto estuviese vigente, el soberano español se comprometía a prohibir a sus súbditos viajar al Maluco y, también, a confiscar los cargamentos de especias que no se trajesen en naves portuguesas. También se ordenaba a los españoles y portugueses que no guerreasen entre ellos, sino que se tratasen como cristianos y amigos.

Se fijó el Antimeridiano de Tordesillas, la división entre los hemisferios hispano y luso en el Lejano Oriente, que situaba definitivamente las islas de las especias en el lado portugués.

Aunque las Filipinas también quedaban en la zona portuguesa, años después fueron colonizadas por los españoles y adscritas al virreinato de la Nueva España. Y esto sucedió gracias a Urdaneta, que había salido del convento agustino de México a petición de Felipe II para hallar la ruta del tornaviaje (1564-1565).

Hace cinco siglos, los españoles y los portugueses hacían planes para repartirse el otro extremo del mundo. Hoy, los europeos gastan sus energías en discutir sobre los pronombres con que se identifica cada individuo y reducir sus ‘huellas de carbono’. Esto es el declive que precede a la irrelevancia.

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