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Enrique Navarro

La eterna muerte del centro político

UCD, CDS, UPyD, Ciudadanos... ¿Cuáles son los paralelismos en estas historias de éxito fulgurante y desaparición tumultuosa?

UCD, CDS, UPyD, Ciudadanos... ¿Cuáles son los paralelismos en estas historias de éxito fulgurante y desaparición tumultuosa?
Adolfo Suárez juró su cargo como presidente de España en 1976 arrodillado ante la biblia y un voluminoso crucifijo. El primer presidente de democracia española fue recibido por el rey don Juan Carlos en la Zarzuela, lugar donde todos los presidentes juran su cargo tras ganas la elecciones. | Gtres

La debacle de Ciudadanos, que se empezó a gestar en 2015, nos trae a la memoria la escasa longevidad de los partidos que aspiran a moverse en el centro, que no es una definición política ni ideológica, eso no existe, es simplemente una equidistancia entre dos extremos. La UCD se constituyó para las elecciones de 1977 liderada por el audaz y pragmático Adolfo Suárez, que en 1983 ya era un cadáver político. El CDS se creó en 1982 y diez años después ya no existía. UPyD creado por el empuje y la autoridad moral de Rosa Díez, tuvo también una corta vida; Ciudadanos, que se lanzó a la política catalana en 2007 y a la nacional en 2014, ya está camino de la extinción. Todas las iniciativas de centro están llamadas a ser eliminadas por una lluvia de meteoritos, como ocurrió con los dinosaurios.

Pero, ¿Cuáles son los paralelismos en estas historias de éxito fulgurante y desaparición tumultuosa? En mi opinión, confluyen en todas estas historias circunstancias comunes.

La primera es que su nacimiento obedece a una oportunidad política y no ideológica. Todos estos partidos nacieron para satisfacer una supuesta necesidad o vacío político, siempre ocasionado por la pérdida de los valores auténticos de los partidos que abandonaron sus creadores o por circunstancias o movimientos radicales de los principales partidos.

La UCD nació para impedir que la izquierda gobernara cuando el ruido de sables era notorio y para que el franquismo no fuera refrendado en las urnas de manera que pudiera producirse una regresión en la transición democrática. El CDS nació para mantener la llama del centro reformista cuando todavía Alianza Popular estaba muy imbuida de los grandes personajes del tardofranquismo, que se habían ido radicalizando, y el PSOE bebía en las fuentes de Largo Caballero. Así, UPyD nació cuando el PSOE comenzó a flirtear con los nacionalismos, especialmente en el País Vasco, estando los cadáveres de socialistas asesinados por ETA calientes; Ciudadanos, por su parte, nació en Cataluña para captar el voto socialdemócrata no nacionalista ante la deriva de Pasqual Maragall y el tripartito, y a nivel nacional para cubrir un centro que se derrumbaba por los casos de corrupción en el PP. En todos ellos no había nada más que oportunismo político.

La segunda, derivada de la anterior, es la ausencia de una base ideológica en sus afiliados; es decir nacen contra algo pero no a favor de determinadas ideas. Su indefinición, a corto plazo, les permite pescar votos en muchos bancos de peces, pero a la larga, éstos se quedan vacíos enseguida. Ciudadanos era un movimiento peronista donde cabían los dispuestos a pactar con Sánchez y Podemos y los que se hacían fotos con Vox, y en muchos casos eran las mismas personas. No se castiga el posicionamiento sino la indefinición. El CDS se decía progresista y dispuesto a pactar con el PSOE y el PP, y cada vez que daba un vaivén perdía el 50% de los votos, así que en dos movimientos se fueron todos. Y algo parecido le ha pasado a Ciudadanos, se decían liberales, pero sus políticas y modos eran más propios del peronismo, es decir, del partido sirve a todos y para todo.

En tercer lugar, todos estos partidos no nacen de un convencimiento ideológico de grupo sino de una fuerte personalidad que absorbe al partido y lo mimetiza con la figura del líder. El CDS era Adolfo Suárez, UPyD era Rosa Díez y Ciudadanos era Albert Rivera. Como todos somos humanos, cuando vienen mal dadas y las responsabilidades políticas llevaron a sus dimisiones, los partidos se quedaron huérfanos, ya que fueron creados y estructurados para servir al líder. Si no se entiende que ningún líder es más importante que su partido al final éste muere de inanición cuando sus cuadros, profesionales de la política, marchan en tropel hacia la izquierda o la derecha.

Finalmente, todas estas circunstancias no justifican por sí solas sus fracasos. Si no entendemos el panorama completo en cada momento, no terminaremos de comprender la eterna muerte de los partidos de centro.

El CDS pretendía erigirse como un partido de centro progresista frente a un socialismo que había abandonado a Marx unos pocos años antes y frente al franquismo sociológico. Seis años después en 1989, el PSOE ya ni siquiera era socialista científico sino europeo, de centro izquierda, y el PP se refundó e inició su camino hacia el centro liberal conservador. En 2004 el PSOE necesita de los nacionalistas para gobernar, y desde la izquierda surgen movimientos que quieren retornar al socialismo tradicional, que por coherencia nunca puede ser nacionalista. El regreso al gobierno del PP en 2011, suprime el problema y UPyD pierde su razón de ser. En 2015, Ciudadanos es tentado por el PSOE, pero Podemos mata la opción y vuelve a gobernar Rajoy, y un Mariano centrado comienza a dinamitar el espacio de Ciudadanos, que consiguió ser salvado de la campana por la Gúrtel y la moción de censura. Pero la llegada de Casado al PP y el blanqueamiento electoral paulatino de la corrupción acabaron de matar al Partido de la Ciudadanía.

La última cuestión, que puede ser más discutible es, ¿estará España mejor sin Ciudadanos? La respuesta es definitivamente sí.

La aparición de Vox ha producido un milagro electoral sin precedentes, ha blanqueado al PP para una gran parte del voto socialdemócrata. El franquismo está en Vox, piensan muchos en la izquierda, y el PP es el nuevo centro, joven y renovado. Ese es el efecto Ayuso: no es donde estás sino lo que dices y haces. El mensaje es atractivo frente a unas políticas de izquierda radical que no nos llevarán por el buen camino, como ya admiten muchos socialistas y frente a una derecha que se afana en defender unos principios que difícilmente podrán ser llevados a la práctica.

La desaparición de Pablo Iglesias podría quitar fuerza al mensaje de Vox. El partido de Santiago Abascal tiene tres grandes ideas fuerza: inmigración, Frente Popular y lucha contra el feminismo radical. Ésta última no parece que sea muy popular como para que crezca en votos. Un partido que ya sólo aspira a moderar al PP en su viaje al centro, podría tener escaso recorrido.

La vuelta al bipartidismo imperfecto es una excelente noticia; la colaboración entre dos partidos moderados a la izquierda y derecha es imprescindible para las reformas que el país necesita, que no son las que a golpe de decreto Sánchez y su duque de Lerma, el cuestionado Redondo, el "malo", –no el "bueno" que estaba combatiendo al fascismo de verdad mientras que los que ahora se proclaman auténticos estaban en guarderías privadas– diseñan para beneficio propio.

La existencia de partidos en los extremos, Vox y el Partido Comunista, y no la pantomima de clan en la que ha acabado convertido Podemos, serán los necesarios apoyos para que los dos grandes partidos puedan conformar gobiernos y permitir la alternancia; la fidelidad a los principios liberal conservadores en el PP y a la socialdemocracia en el PSOE, y ambos combatiendo el secesionismo, son el mejor de los futuros posibles. Sólo nos falta, para que sea todo perfecto, que todos los días se le insista al presidente, como le decía Cicerón a Catilina: "Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia". La marcha de Sánchez y el regreso a las raíces del PSOE son la única piedra que nos falta para reconstruir la democracia, el diálogo y la prosperidad en España, y luego que hablen las urnas.

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