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Pedro de Tena

'La caída del Imperio Soviético': una extraordinaria vacuna contra el virus social-comunista

En la China actual, el modo original y vigente de ser chino, masivo, campesino y sumiso está sosteniendo a su régimen comunista.

En la China actual, el modo original y vigente de ser chino, masivo, campesino y sumiso está sosteniendo a su régimen comunista.
Yeltsin y Gorbachov | Cordon Press

Un nuevo libro, La caída del Imperio Soviético, de Boris Cimorra, publicado en abril de este año 2021, aporta un contenido profundo, extraído de una razón vital y una experiencia testifical, que se va a convertir en una vacuna extraordinaria contra la actual pandemia del virus social-comunista. Ya saben que, a pesar de las evidencias, de la observación histórica, de la crítica filosófica, económica y política y de las pruebas empíricas, sigue contagiando, disfrazado de fe juvenil (o senil) acrítica, a no pocos europeos y al resto del mundo.

Sobre el comunismo real se han escrito muchos libros. En España, hay especialmente tres que han alcanzado gran resonancia intelectual e histórica en los últimos años. Se trata, por orden de aparición, de El libro negro del Comunismo: crímenes, terror, represión (1997), cuyo autor principal es Stéphane Courtois y un grupo de profesores universitarios relacionados con el centro de investigación público más importante de Francia. Su primera edición española data de 1998, con traducción de César Vidal, y acaba de reeditarse en España.

El segundo gran libro, en realidad una voluminosa trilogía de Antonio Escohotado, se refiere a Los enemigos del Comercio (I, II y III), publicados entre 2008 y 20016, que, si bien es un estudio pormenorizado de la historia universal del comercio, de la propiedad privada y sus beneficios sociales, dedica una parte importante de sus páginas, el segundo y el tercer volumen, a la enemistad visceral del socialismo, especialmente del comunismo, hacia el comercio libre y la propiedad privada.

El tercer gran libro en español sobre el comunismo es mucho más reciente. Aunque son dos libros diferentes, pueden considerarse uno y el mismo libro. Se trata de la bilogía de Federico Jiménez Losantos Memoria del Comunismo y La vuelta de comunismo, el primero de 2018 y el segundo de 2020, que permite al autor ahondar en el análisis del comunismo apayasado y errático de nuestros días tras desmenuzar la anatomía y la fisiología del comunismo original.

El libro que reseñamos, La caída del Imperio Soviético. Crónica de un testigo de excepción es muy importante en estos momentos aunque comenzó a escribirse hace mucho tiempo impulsado por los animosos César Alonso de los Ríos, lamentablemente ya desaparecido, y Agapito Maestre, a los que el autor reconoce su apoyo e insistencia.

Lo que en él se expresa, quién lo escribe y en el momento en que se ha publicado - poco antes de cumplirse el centenario del comunismo chino, último modelo hoy para tantos que se aferran a los regímenes totalitarios inspirados por el marxismo-leninismo, esclavos de su pesimismo casi religioso sobre los seres humanos y su libertad -, y en la hora dramática actual de España, es muy sobresaliente.

Su autor, Boris Cimorra, habla desde las entrañas de su vivencia personal sin olvidar el análisis cuidadoso y concienzudo. El nombre de Boris no es casual. Se llama así porque, aunque de padre español, nació en Moscú en 1944, con Stalin vivo. Cuando pisó España por primera vez tenía ya 33 años. Hacía poco tiempo de la muerte de Franco y se estaba en los albores de una transición a la democracia que muchos en la URSS ya hubieran querido para sí.
Boris es hijo del legendario Eusebio Gutiérrez Cimorra (I) y Eva Cimorra, vieja y común costumbre ésa, también rusa, de que la esposa asuma el apellido del marido. El primero, madrileño (1908), del que hablaremos enseguida, murió en España en 2007. Su madre, Eva Zapochnikova, fue una de nuestras víctimas del Covid 19 en la primavera de Madrid de 2020. ¡Cuánto recuerda la gestión de la pandemia del gobierno Sánchez a algunas actitudes opacas o falsas del viejo régimen soviético!

De que Boris Cimorra tuvo una intensa y extensa experiencia vital del comunismo da fe que su padre, Eusebio, fue militante comunista cabal y consecuente. Director de Mundo Obrero en la Guerra Civil, miembro de la Komintern bajo el mando del sevillano José Díaz, entonces secretario general del PCE, rehízo la vida en su nueva patria soviética. Confiesa su hijo Boris que si el gobierno republicano hubiera ganado la guerra, España hubiera sido la república número 16 de la URSS.

Desde 1939 a 1977, Eusebio Cimorra fue La voz que venía del frío (II), de Radio Moscú (III) en sus emisiones para España e Hispanoamérica. Fue su voz, con el seudónimo de Jorge Olivar, la que transmitió durante 37 años noticias, opiniones, consignas y mensajes procedentes del gobierno de Moscú al mundo hispano. Por si fuera poco y además de muchas otras cosas, escribió no pocos discursos de La Pasionaria, que vivía en una mansión como la de Brézhnev mientras los Cimorra se apretujaban en un pequeño piso moscovita.

Boris Gutiérrez Cimorra, conocido como Boris Cimorra, ha sido un testigo de excepcional relevancia de lo que cuenta en su libro. "Boris" es un nombre ruso derivado de "borezt" (luchador) que le fue destinado porque su madre se puso de parto tras asistir a la ópera Boris Godunov, de Modest Mussorgsky, en el Teatro Bolshói de Moscú en 1944.

Se estaba en plena y terrible Segunda Guerra Mundial, con millones de soldados alemanes todavía en frente del Este y en camino hacia apogeo del estalinismo. Naturalmente, es un gran conocedor de la URSS, donde vivió hasta 1977 en un puesto privilegiado de observación.

Lo del "virus" que va en el título de este artículo pretendía ser original, pero cuando repasé los que Cimorra publica periódicamente en El Imparcial, hallé que una de sus piezas de 2020 se centraba en el análisis del virus leninista: "El virus "leninista" era una verdadera plaga, arrasó medio mundo y se manifestaba siempre con los mismos síntomas: millones de muertos, terror, miseria y desigualdades humanas jamás vistas hasta entonces", escribió.

Este ingeniero aeronáutico soviético, posteriormente experto español en comercio y finanzas, tuvo experiencia directa de lo que había ocurrido en la URSS estaliniana, también en la URSS de Jrushchov y en la de sus reaccionarios liquidadores y, muy especialmente, de lo experimentado por el sufrido pueblo soviético desde 1985 a 2000. Vivió con intensidad en la URSS cuando los "capitanes" Gorbachov y Yeltsin dirigieron perestroika y glásnot contra el todopoderoso Titanik imperial erigido por Stalin. Sabido es que terminaron descomponiéndolo en 15 repúblicas nacionales.

En este libro extraordinario – un libro lo es si es capaz de iluminar y conmover el ánimo de sus lectores -, pueden encontrarse los hechos sucesivos que condujeron a dicho resultado, sus protagonistas históricos principales, sus hitos relevantes y sus circunstancias económicas, sociales y políticas.

Pero si se lee entre sus líneas, palpita el corazón de una población soviética (de población a pueblo media el trecho conceptual de la consciencia, explica Boris) que sufrió un calvario existencial impuesto por unos dirigentes comunistas convencidos de su superioridad científica, política y moral. De ahí que lo considere una vacuna contra toda tentación de contagio del virus social-comunista.

En su relato, se comprueba cómo el PCUS gerontocrático y anclado en el estalinismo resultó incapaz de acometer las reformas económicas, sociales y políticas que su población necesitaba. A pesar de los intentos de Jrushchov y el clarividente Kosyguin, la vieja guardia residente en la estructura vertical del partido y en la KGB, lograron retrasar unos cambios que, cuando finalmente se produjeron con la llegada de Gorbachov, hicieron estallar el sistema.

Se demostraba así que la libertad, toda libertad, tanto política como económica, tanto intelectual como civil, y el comunismo no son compatibles. Hay quien fabula que de haberse hecho las reformas con menos oposición – la del impetuoso demócrata Yeltsin o los viejos totalitarios conservadores - el resultado habría sido otro.

También quedan algunos que defienden que, de no haberse acelerado tanto la liberalización política y de no haberse simultaneado con la económica, el imperio soviético habría resistido de un modo parecido al chino. Boris Cimorra ha comentado a Libertad Digital que hay una diferencia radical entre la URSS y China. En el alma de la URSS había elementos europeos muy fuertes desde hacía siglos y un cristianismo ortodoxo de base popular amplia junto a elementos eslavos y asiáticos. Además, la suya fue una revolución de dirección proletaria. La china, fue una revolución de base campesina.

Lo eslavo-asiático nunca se impuso del todo a lo europeo y a lo cristiano en la URSS. Cuando la libertad llamó a la puerta y se abrió un resquicio, el imperio soviético fue atropellado por los valores occidentales de libertad, democracia y mercado. En la China actual, el modo original y vigente de ser chino, masivo, campesino y sumiso, está sosteniendo a su régimen comunista en la peculiar estrategia de combinar apertura económica y tecnológica con dictadura política. Se verá por cuánto tiempo.

Cimorra considera un grave error que Gorbachov tuviera el horizonte momificado en Lenin, creyendo que su doctrina fundamental era acertada pero que había sido corrompida por Stalin. En realidad, Lenin fue el autor de los planos del "Titanik" soviético erigido por su sanguinario heredero. Gorbachov quería reformar el comunismo, no acabar con él. De haber sabido el final de su aventura, tal vez no la hubiera emprendido.

Tampoco lo quería Yeltsin, convencido de la superioridad histórica y moral del socialismo, que pretendía, a lo sumo, articular un "híbrido" de comunismo y libre mercado que diera a luz un socialismo de "rostro humano" alejado del terror estalinista y de la barbarie ineficaz y absurda de la planificación estatal absoluta. Pero Yeltsin era mucho más vehemente y apasionado en su defensa de la libertad contenida en la perestroika y en su ataque a los privilegios de los dirigentes comunistas. Los "galapagares" no fueron inventados por Pablo Iglesias.

Este libro demuestra, en mi opinión, que el sistema soviético, al margen de su terror revolucionario y sus millones de muertos, no podía subsistir como tal porque no era una isla y estaba sometido a las influencias internacionales y, cómo no, a sus mercados libres. Era a ellos a los que tenía que recurrir para comprar productos de primera necesidad, materias primas y maquinarias, bienes que en la URSS resultaban más que costosos.

Un sistema productivo "idealista", en el peor sentido de esa palabra, en el que los dirigentes políticos "ideaban" en sus planes periódicos qué, cuánto y cómo debía producirse para consumo de cada familia soviética sin atender a otro criterio que el de la "superioridad" política de su casta dirigente y de la teoría marxista, no funcionó ni siquiera en tiempos de Lenin que tuvo que dar el volantazo de la Nueva Política Económica en 1921.

Para darse cuenta del sufrimiento del pueblo soviético, piénsese en una población cuyas familias y personas no eran propietarias de nada y en un Estado que era propietario de todo. El Estado, dirigido por la minoría comunista dictatorial, era propietario de campos, de fábricas, de energía, de viviendas, de escuelas, universidades, hospitales, infraestructuras... De todo. Y, naturalmente, su cúpula decidía quién estaba al frente de las organizaciones y asociaciones, desde los mortecinos soviets a los sindicatos.

Por eso, cuando el equipo de Gorbachov puso en marcha la Ley sobre la Actividad Individual Laboral, por no llamarla privada, en 1986, un economista amigo de Cimorra y del equipo de la perestroika, pudo decir que era "el primer clavo en el ataúd del sistema socialista". Y así fue. Su argumento merece la pena ser reproducido:

"El sistema socialista…está basado en una economía centralizada y dirigida cien por cien por el Estado, que es el único dueño de todos los bienes y medios de producción y es, también, quien distribuye lo producido. El sector privado irá creciendo por mucho que el patrón-Estado intente controlarlo. No hay duda de que la actividad privada es más productiva y eficaz que la "socializada"…El socialismo y el capitalismo no son compatibles. Es una utopía". (Pág. 156).

Claro, ¿puede planificarse cuántos pares de zapatos han de producirse, de qué tamaños, formas y estilos sin tener en cuenta la libertad de unas personas que andan más o menos, que tienen gustos diferentes y opciones vitales distintas? ¿Y el número de agujas, o de alfileres, o de sombreros, o de pan, o de pasta, o de camisas o de radios? Naturalmente, estos planes "idealistas" chocaban con la realidad diversa y plural de las familias y las personas y causaron mucho sufrimiento real.

Cuenta el propio Boris Cimorra que su padre, Eusebio, le regaló en su juventud un magnetófono que funcionaba con cintas. Pero, claro, los planificadores no habían tenido en cuenta el número de aparatos vendidos al producir cintas. La consecuencia fue que no servía de nada tener una grabadora-reproductora porque en las tiendas no había cintas.

Imaginen lo demás y el por qué las colas y las estanterías vacías son una imagen fidedigna del calvario de la población soviética como lo fue después en la China de Mao, en Cuba y ahora en Venezuela y otros países Y sigan imaginando su destino si hubieran decidido oponerse a la jerarquía comunista, dueña de todo. Su destino hubiera sido o la indigencia o el exilio interior, o la cárcel, o los campos de concentración, o los psiquiátricos (porque ¿cómo alguien en su sano juicio podía oponerse al "paraíso"?) o una purga peor y definitiva.

Si tal descripción la blande hoy un ciudadano liberal o conservador o libertario o sencillamente un demócrata, no faltarán quienes lo acusen de demagogia barata o de mentir, algo que saben hacer a la perfección quienes han dirigido y dirigen los países y partidos comunistas. Por ello, el testimonio y la exposición de Boris Cimorra resultan contundentes, rocosos, sólidos, definitivos.

Les ruego encarecidamente que lean la estremecedora crónica que Boris Cimorra hace de la catástrofe de Chernobyl, la "bomba atómica" de la perestroika, que está en su segunda parte, capítulo 13, que terminó costando al gobierno reformista, aplicado todavía en la ocultación sistemática de la verdad a su pueblo, un número aún indeterminado de muertos y afectados que no supieron qué les pasó hasta mucho después y nada menos de 80.000 millones de dólares que mermaron la disposición de bienes de consumo de primera necesidad.

Primero se echó la culpa al factor humano de sus técnicos, luego se barajaron conspiraciones y finalmente se admitió que la central nuclear era deficiente desde el origen de su construcción porque se apostó por la opción más barata y menos segura. Me apostilló Boris Cimorra en nuestra conversación: "Es que esa misma gente era la que controlaba los misiles nucleares y las bombas atómicas". La verdad es que tiembla uno al pensar en manos de quién estábamos y seguimos estando.

Además, de los factores técnicos y económicos, estuvo el factor militar unido a la propaganda por la ciencia obtenida por el famoso vuelo espacial de Yuri Gagarin. Las necesidades soviéticas - militares, tecnológicas y de estrategia en la Guerra Fría -, la condujeron a embarcarse en gastos que su economía precaria no podía sostener o sostenía a costa del abastecimiento primario de la población. Ni siquiera las inyecciones "petrolíferas" siberianas podían contener su melena hemorrágica social y al final, todo se precipitó.

En este libro sobrecogedor, además de hacerse una autopsia profesional y minuciosa del sistema soviético, se muestra el desprecio de una casta política intelectualmente narcisista, creyente ciega en su supremacía científica, política y moral. La prohibición del alcohol, del vodka, a la población por sostener que beberlo no se ajustarba a la moral socialista, condujo a la desaparición del azúcar de las tiendas. Las familias lo destinaron a la fabricación casera de licor. Es el ejemplo de la "ingeniería" social de los "iluminados" por el comunismo sobre la libertad y la dignidad de su pueblo, sus familias y sus miembros individuales.

Las páginas que dedica Cimorra a los desafíos nacionalistas que condujeron a la disgregación del imperio soviético junto a los demás factores antedichos, deberían alumbrar a los españoles actuales. En sólo seis años, un Imperio tan rígido como el soviético hizo revivir a los nacionalismos.

En la larga conversación sostenida con Libertad Digital, el autor de este libro expresó su inquietud por la situación geopolítica de España, el eslabón más débil de Occidente, donde hay quienes están ensayando la extraña alianza entre las cúpulas capitalista y social-comunista con el propósito de reinstaurar en parte el dirigismo social y político propio del marxismo-leninismo con la liquidación "nacionalista" de la nación histórica española.

El libro de Boris Cimorra es un libro capital para entender cómo la transición soviética a una "democracia socialista" conllevó el desmoronamiento de un sistema porque la libertad fue y es incompatible con todo social-comunismo. Junto a los otros libros ya mencionados sobre el comunismo, éste es el libro de un testigo, el resultado de una experiencia vital y la consecuencia de los hechos tal y como se desarrollaron.

Al tiempo, y tal vez sin ser su objetivo consciente, resulta ser un libro que nos obliga a reflexionar sobre el camino que los españoles estamos transitando, casi alevosamente y a la inversa, desde un régimen de libertades democráticas y constitucionales, por imperfecta que fuese nuestra Transición, a otro que tiene como modelo el régimen sectario, social-comunista y separatista que se trató de imponer durante la II República.

En nuestra conversación con él, Boris Cimorra expresó claramente su preocupación por la deriva de la España democrática actual hacia un régimen social-comunista totalitario del que escapó cuando tenía 33 años. "Parece que lo que son mis recuerdos presagian el futuro", dijo, meditando sobre un porvenir ya vivido como virus letal en el caído imperio soviético y que ahora, metamorfoseado y maquillado, algunos pretenden inocular de nuevo en España.


(I) Era, según Boris, de familia destacada que descendía de los Condes de Orgaz, de cuyo patrimonio familiar conservaba una sortija. Escribió dos libros El sol sale de noche y Un mito llamado Pasionaria. Su hermano Clemente Cimorra, exiliado en Argentina, fue asimismo autor de libros como El bloqueo del hombre: novela del drama de España y algunos otros.

(II) Libro anterior de Boris Cimorra, prologado por el añorado César Alonso de los Ríos y en el que narra la historia de su padre con el afecto y el respeto de un hijo muy distanciado de sus creencias comunistas pero que lo admiró por su consecuencia moral y su honradez.

(III) No era La Pirenaica, denominación popular de Radio España Independiente, Estación pirenaica, también conocida como La Pire, que dirigió un antiguo compañero de Eusebio Cimorra en Radio Moscú, Ramón Mendezona, desde 1951 hasta su cierre.

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