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Agapito Maestre

¡Comunidad de la lengua hispánica!

Los insultos y los desprecios a España forman parte principal de la agenda totalitaria de la mayoría de los partidos políticos de Hispanoamérica. Quien sigue bramando contra sus orígenes para ocultar sus males presentes, es digno de lástima.

Los insultos y los desprecios a España forman parte principal de la agenda totalitaria de la mayoría de los partidos políticos de Hispanoamérica. Quien sigue bramando contra sus orígenes para ocultar sus males presentes, es digno de lástima.
El Franciscano Fray Martin de Valencia es recibido en México por Hernan Cortes | Alamy

Ahora, cuando están celebrándose los aniversarios de las Independencias, por llamarles algo, de los países de Hispanoamérica, no hay día que no se diga alguna barbaridad sobre el significado de la civilización hispánica en América. Los insultos y los desprecios a España son permanentes. Forman parte principal de la agenda totalitaria de la mayoría de los partidos políticos de Hispanoamérica. La cosa viene de lejos, aunque conviene ser cauto a la hora de analizar su actualidad. En este contexto de perdonavidas y moralistas nunca es fácil hallar alguna afirmación razonable. Le cuesta a los hispanoamericanos sacudirse el pelo de la dehesa, cuando se refieren a su pasado. Por ejemplo, ayer un historiador mexicano, gran luchador por la democracia en su país, decía, en el periódico ABC, que "España nunca reconoció la heroicidad de los mexicas". Me parece que Enrique Krauze, siempre tan irenista con sus adversarios intelectuales, se ha pasado de ejercer de historiador holista, objetivo y listo. No entiendo esa afirmación, dicho sea con humildad, si suprimo el reproche moral que contiene a una nación. Pero, aún es peor, si tomo ese titular de Krauze en sentido estricto, porque no puedo dejar de considerarlo como una simpleza.

Quizá no merezca la pena responderse, porque los españoles decentes, desde hace dos siglos, consideran inmoral replicar con acritud y descortesía cualquier forma de antiespañolismo de los hispanoamericanos. Nadie vea en esta actitud un signo de superioridad, o peor, de frivolidad y pasotismo, sino un motivo de compasión con una raza y una cultura muy vilipendiada. Los españoles de a pie siempre han sido piadosos a la hora de juzgar el pasado. El pueblo español, el sagrado pueblo que sufre a sus corruptos gobernantes y a sus incultos "intelectuales", intuye que ese odio a España de los "españoles" de allá, de quienes no dejan de llorar y quejarse por haber sido descubiertos y civilizados por la cultura del Renacimiento, esconde siempre un profundo dolor. Quizá ese odio no sea otra cosa que la sublimación de un hondo masoquismo. Es el reconocimiento implícito de la impotencia para emanciparse.

Quien sigue bramando contra sus orígenes para ocultar sus males presentes, es digno de lástima. Y de misericordia. En todo caso, quiero creer que Krauze nunca caería en la grave acusación que le hizo a México uno de sus grandes poetas: "Aún hay algo de España en tu conciencia…". Lejos de mí tratar con sorna y desprecio el antiespañolismo rabioso de Manuel Acuña en su época, o de López Obrador o cualquier "intelectual" mexicano en la nuestra, porque yo apenas sé nada de psicoanálisis colectivo. Y, además, la inutilidad de la discusión es evidente, pues que es bien sabido, como dijera don Marcelino Menéndez Pelayo, en la época de celebrar el cuarto centenario del descubrimiento de América,

"que los españoles, a pesar de lo vetusto y ya inofensivo de nuestra tiranía, continuamos en quieta y pacífica posesión de servir de cabeza de turco a los patriotas mexicanos, tan rendidos admiradores e imitadores, por el contrario, de los franceses que les hicieron la odiosa guerra de intervención, y de los yankees que les despojaron de la mitad de su territorio."

Trato, pues, de vivir en armonía con gentes que comparten mi lengua, creencias y, de vez en cuando, algunas ideas. En fin, como dijo el famoso fraile de León, busquemos con inteligencia y sensibilidad una concepción armónica de nuestra historia, es decir, una vinculación razonable entre el pasado, el presente y el futuro de eso que se llama la "comunidad de la lengua hispánica". Quizá esto suene a la mayoría de los guerreros nacionalistas e indigenistas, incluidos los que han pasado del salvajismo a la revolución, de nuestro tiempo a poesía mística. Y, sin duda alguna, lo es. Ningún género literario ha expresado tan bien como la poesía mística española ese ideal de unidad en la diferencia. Sí, un trocito de esa mística, que en español siempre viene después de una larga reflexión filosófica, hallarán en estas palabras del libro I de los Nombres de Cristo:

"Las cosas, demás del ser real que tienen en sí, tienen otro aún más delicado, y que, en cierta manera, nace de él, consistiendo la perfección en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que de esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser en todos ellos, y todos y cada uno de ellos el ser mío, se abrace y eslabone toda aquesta máquina del universo, y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezcladas se mezclen, y permaneciendo muchas no lo sean, y extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo".

Unidad, sí, en la diferencia. Grandioso fray Luis de León. La barbarie nacionalista es cruel, pero no conseguirá acabar con la unidad de una civilización: su lengua. Bastó la lengua española para contener y difundir a Platón y Aristóteles en un mundo que pasó de la noche a la mañana, por decirlo suavemente, a vivir en el Renacimiento sin haber pasado por otras etapas oscuras de la humanidad.

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