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Pedro Fernández Barbadillo

Solsona, el obispado fundado para defender la fe de los catalanes

Xavier Novell representa la tragedia del clero que cree que su misión es no llevar almas al cielo ni difundir el Evangelio, sino hacer la revolución o crear una 'nación'.

Xavier Novell representa la tragedia del clero que cree que su misión es no llevar almas al cielo ni difundir el Evangelio, sino hacer la revolución o crear una 'nación'.
Xavier Novell, entrevistado por Buenafuente | Imagen de vídeo

La decadencia de la Iglesia católica, al menos en Europa, se muestra innegable cuando se comprueban los números de bodas religiosas, de seminaristas y de asistencia a misa. Otras pruebas más preocupantes, que más bien constituyen las causas de lo anterior, son la erradicación de la belleza y la tradición (como la persecución a la misa en latín); la adhesión a los discursos y las campañas de propaganda elaboradas por los poderosos del mundo (como el cambio climático), en vez de su denuncia; el maltrato a los propios para halagar a los enemigos; y la conversión de la fe católica en una creencia espiritual más que busca hacer un mundo mejor, como si la Iglesia se hubiera convertido en una ONG con túnicas raras.

Hace treinta años, cuando el papa de entonces hablaba, se solía hacer el silencio en naciones como España; hoy, a nadie le importa lo que se diga desde Roma, salvo a los que cobran de ella. Entonces, los enemigos de la Iglesia (y del ser humano) aullaban y pataleaban de rabia ante las palabras de Juan Pablo II o de Benedicto XVI; en cambio ahora ríen y aplauden.

Siempre ha habido sacerdotes y monjas que han abandonado sus votos. Por amor, por pérdida de su vocación o de la fe, por odio o por soberbia. El sacerdote Xavier Zubiri colgó los hábitos por amor a una hija de Américo Castro y siguió siendo católico. El monje agustino Martín Lutero los arrojó al barro, se casó con una monja secularizada, Catalina de Bora, y sembró el odio y la división en el mundo.

Solsona, trampolín roto

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Xavier Novell

Hace unas semanas conocimos la aventura del sacerdote Xavier Novell. Nombrado obispo de una pequeña diócesis catalana en 2010, con 41 años de edad, parecía que tenía un gran futuro ante sí. Uno de los anteriores obispos de Solsona fue Vicente Enrique y Tarancón, que llegó a ella más joven todavía, con 38 años, y luego, gracias a la obediencia de las directrices de Pablo VI para la transición española, ascendió a los arzobispados de Toledo y Madrid y a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española.

Sin embargo, su adhesión al nacionalismo catalanista y su carácter lo echaron a perder. Novell consiguió que nadie le quisiera: ni el clero mayor, tan ‘progre’ como catalanista (los ‘progresaurios’), ni los escasos fieles que creen en Dios, ni los políticos separatistas, que le pusieron en su lista negra cuando criticó la ideología de género.

Los católicos creemos por gracia de Dios, que la da y la retira a quien Él quiere por razones que ignoramos. Novell perdió esa fe, porque la sustituyó por el diosecillo nacionalista. Fue el único obispo catalán que participó en la pamema ilegal del referéndum de 2017. También ha visitado en la cárcel a los políticos condenados por desobedecer las leyes. Novell representa la tragedia del clero que cree que su misión es no llevar almas al cielo ni difundir el Evangelio, sino hacer la revolución o crear una ‘nación’. Ese fanatismo ha llevado a algunos, como el monje benedictino Raguer (que dijo que no quería morir sin ver la república catalana) a negar el asesinato del arzobispo de Barcelona, Manuel Irurita Almándoz, durante la guerra civil.

Petición de Felipe II

La diócesis de Solsona de la que Novell ha desertado la erigió en 1593 el papa Clemente VIII, que la agregó a la provincia eclesiástica de Tarragona. La causa de su nacimiento fue una petición de Felipe II; sin duda, una mancha para los nacionalistas. El rey español trataba de cuidar de las almas de sus súbditos, de las que se sabía responsable ante Dios, y le preocupaba la infiltración de protestantes franceses (hugonotes) a través de los Pirineos.

Los Pirineos eran uno de los puntos débiles de la Monarquía Hispánica. En el lado mediterráneo estaban los condados del Rosellón y la Cerdaña, al norte de la cordillera y por tanto privados de defensas naturales ante los franceses. España los perdería en 1659, salvo la villa de Llivia. En el lado atlántico, la dinastía de los Albrecht se resistía a reconocer la conquista de Navarra por Fernando el Católico y en la ciudad de Saint-Palais mantenía una corte real, subsidiada por los Valois franceses.

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Juana de Albrecht

Aparte de la constante reclamación sobre Navarra, integrada en el reino de Castilla en 1513, la disputa se agravó con la abjuración del catolicismo por Juana de Albrecht, hija de Enrique II de Francia, que reinó en la Baja Navarra entre 1555 y 1572. Juana III, cuyo matrimonio con el príncipe Felipe se había discutido entre los padres de ambos en los años 40, mostró en público, en Pau, en 1560, su conversión al calvinismo. A partir de entonces, la reina persiguió a sus súbditos católicos (hecho que los ‘abertzales’ callan), algunos de los cuales se exiliaron a España, y envió misioneros y panfletos protestantes al sur de la cordillera.

Por ello, Felipe II reclamó a la Santa Sede la erección de nuevas diócesis, pues los sacerdotes podían ser tan efectivos como los soldados de los Tercios para vencer a los herejes y mantener la paz del reino. Por tanto, la organización eclesiástica de los Pirineos se modificó en los años siguientes. La diócesis de Pamplona recibió en 1566 los territorios españoles de las diócesis de Dax y Bayona y en 1574 pasó a depender del arzobispado de Burgos, en vez del de Zaragoza. De la diócesis de Huesca se segregaron en 1571, por bula de San Pío V, las diócesis de Jaca y de Barbastro. Y en 1593 se fundó la de Solsona.

El primer obispo de Solsona, Luis Sans y Códol, aplicó las decisiones del Concilio de Trento: construcción de un seminario donde formar a sus sacerdotes, erección de nuevas parroquias, educación de los jóvenes y adultos en el catecismo, implantación del nuevo misal de San Pío V… Tan bien debió hacerlo que su siguiente puesto fue el de obispo de Barcelona.

Cuatro siglos después, Solsona es una diócesis casi extinguida, donde los campanarios de las parroquias llaman a la adoración de la ‘republiqueta’, y cuyo pastor cae en las redes de una escritora erótica y satanista. Desde luego, esto confirma el fin del catolicismo en Cataluña. ¿Habrá nuevo comienzo?

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