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Pedro de Tena

Los españoles que miramos fijamente a la cabra

Alfonso Guerra ha dicho que "algunas personas lo mismo abuchean a un presidente del Gobierno que aplauden a una cabra". Si se fijan, equipara a todo un presidente del gobierno con una cabra en eso tan español de los amores y los odios.

Alfonso Guerra ha dicho que "algunas personas lo mismo abuchean a un presidente del Gobierno que aplauden a una cabra". Si se fijan, equipara a todo un presidente del gobierno con una cabra en eso tan español de los amores y los odios.
Alfonso Guerra, en la presentación del libro | EFE

Cuando se cumplen más de 80 años de edad y aún no se ha perdido perdón por nada, ni por decir que Adolfo Suárez se subiría al caballo de Pavía si hubiera entrado en las Cortes ni por haber inventado el racismo ético y estético del dóberman contra el PP, léase ahora Vox, ni por nada relacionado con la corrupción, la andaluza o la de su hermano Juan, pedir algún signo de madurez civil y nacional a un personaje como Alfonso Guerra es cansino. Hemos tenido esperanza, pero la hemos perdido.

Su última boutade ha sido decir que "algunas personas lo mismo abuchean a un presidente del Gobierno que aplauden a una cabra", añadiendo: "Cada uno elige quién le representa mejor". Se refería de este modo a la sonora bronca evacuada contra Pedro Sánchez por algunos asistentes al desfile del pasado Día de la Hispanidad.

En su segunda parte, ya se ve, equiparaba tales protestas con los aplausos que recibía una cabra, no una cabra cualquiera, claro, sino la cabra de la Legión. La forma de expresarlo permite deducir que Guerra identificaba a los gritones y silbadores contra la figura del socialista Sánchez con los aclamadores del singular caprario. Y finalmente, sacaba el látigo deduciendo que hay quienes eligen como representante a un socialista como Pedro Sánchez y otros a una cabra, como los legionarios y sus simpatizantes.

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Vaya por delante, independientemente de la opinión que nos merezca el siempre esperpéntico Guerra, que su idea de que la Legión tiene algo que ver esencialmente con una cabra es errónea. Ciertamente se ha impuesto la presencia de un ejemplar caprino en los desfiles militares o procesiones religiosas cuando en ellos participan los soldados de la Legión. Pero eso ni ha sido siempre así ni tiene por qué ser así.

Mejor que nosotros lo sabe el general Dávila que, en una de las entradas de su blog, se refiere a que, por poner un ejemplo, el propio Francisco Franco nunca consideró a la cabra ni a ovino alguno, carnero o borrego, animales representativos de su Bandera legionaria. Cuenta su último médico, el melillense Vicente Pozuelo, en su libro Los últimos 476 días de Franco en la página 41, y así lo indica Dávila, que:

"Un día me atreví a preguntarle:

-Excelencia, ¿por qué en los desfiles lleva la Legión un borrego corno mascota? No lo encuentro lógico.

Respondió inmediatamente:

-Inadmisible: en mi Bandera llevábamos un jabalí."

Sí, sí, pero a las Fiestas de la Hispanidad en Zaragoza a las que asistíó, por ejemplo, ya desfilaba una cabra ante Franco y su séquito.

Además del jabalí, la propia Legión informa de que, a lo largo de su historia, ha habido muchas mascotas. "En los primeros tiempos, monos, habituales en la zona de Ceuta, la gacela del Sahara, loros e incluso un oso; siendo los más habituales los carneros y cabras. Sin embargo, ha sido la cabra la que finalmente se ha llevado la fama." A ellas habría que añadir gallinas (algo dudoso y mucho más que se nombrara a la primera cabo interina) e incluso perros, ya presentes, por cierto, en los Tercios de Flandes.

Los carneros y los borregos (machos de las ovejas) fueron mascotas legionarias muy frecuentes y hay muchos testimonios de ello desde 1922. Continúa el general Dávila:

"Carnero era el nombre más adecuado, el de borrego el más generalizado, aunque el tiempo ha popularizado a la cabra. Me quedo con el nombre de carnero, pero acepto encantado el de la cabra. Ambos son arietes, máquinas militares que se caracterizan por su potencia de choque. Cabra o carnero son sinónimos de acometividad, ligereza, movilidad, austeridad y dureza. En definitiva, animales que ofrecen mucho y piden poco. Perfectas mascotas para la Legión."

Pero ojo con las cabras y, muy especialmente, con las cabras de la Legión porque, entre otras cosas como acabamos de ver, pueden ser machos (lo del género está en decadencia), esto es, cabrones, llamarse Pepe y ser ascendidos a cabos de la compañía. Por ejemplo, ha sido un separatista, el ex consejero de la Generalidad catalana, Santi Vilas, el que escribió que el director de un digital independentista llegó a decirle:

"—¡Eso sería un error, conseller! Si de nuevo hay elecciones, no descartes un revés electoral y la constitución de un tripartito en Cataluña. Además, vuestro partido, en la oposición y sin cargos a repartir, caerá en el caos y en la lucha cainita. Sacad a Mas de en medio y abriros paso los jóvenes. A corto plazo, si es necesario, poned de presidente a la «cabra de la Legión», eso es lo menos importante. La cuestión es ganar tiempo y no perder la Generalitat."

Visto está que la famosa cabra legionaria puede valer hasta para presidente de la Generalidad de Cataluña. Esto no se sabía. Finamente, no lo fue la cabra, sino que lo fue el muy famoso en su día Quim Torra, tal vez algo peor. Sobre lo de Shakira, de la que se burlaban en el colegio por cantar "como una cabra" pasemos sin hacer ruido.

Por eso, entre otras cosas, no está bien burlarse de las cabras que tienen una larga historia en la mitología y el orden económico y social de las civilizaciones. Lo de la cabra Amaltea y su cornucopia de la abundancia es una consecuencia de su relación con Zeus, que fue alimentado por su leche, no por leche materna ni leche de vaca ni leche de loba. Su leyenda sigue en el cielo con el nombre de Capellas (pequeñas cabras) grupo de estrellas, gigantes, enanas y amarillas o rojas.

También está Capricornio, para recordarnos que esto del respeto a la cabra es incluso astronómico-lógico. Hay más mitologías, de Escandinavia a la India y más cabras, pero ya está claro que la burla de una cabra puede ser fatal y quien sabe si vuelve locos como la tal a quien se atreve.

Que no debe alguien medianamente prudente mofarse de las cabras nos lo mostró, crudamente, como Sartre nos mostró la destemplanza de su náusea de carne y músculos amorfos, el dramaturgo Edward Albee, que se hizo famoso con su pregunta sobre el miedo a Virginia Wolf. Verán. Es que uno de sus personajes se enamora de Sylvia. El problema empieza cuando se desvela que Sylvia es una cabra. Si, una cabra.

Entre nosotros, José María Marco ha recordado que Manuel Azaña consideraba a Unamuno una cabra loca. Recuérdese que incluso la iglesia tiene Cabra, como el dómine, que describió fisonómica y detalladamente Quevedo. Agregan los hermanos Álvarez Quintero que hay ciudadanos Cabra, que son víctimas resignadas de la Administración, miopes y de gastada indumentaria. O sea, muchos de nosotros.

Vamos, que hay cabras por todas partes y que siempre son respetables porque aportaron mucho a los seres humanos de todos los continentes, como alimento, como vestido, como objeto de trueque o comercio, como fuente de ingresos, como apellido o como nombre o como ingrediente de la pintura y la poesía. Tomen nota:

"Rayendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, suave, tierno y muy sabroso."

Esto lo escribió el primer poeta castellano nacido en México, Francisco de Terrazas, descendiente del conquistador que fue mayordomo de Hernán Cortés y alcalde de México. Ahora que estamos, como desde hace siglos y para mal, de moda entre los gobernantes mexicanos, bueno está recordar que también cometimos la fechoría de animar una literatura desde la propagación de una lengua.

Incluso como monstruo. En los Avisos de Jerónimo de Barrionuevo puede leerse

"Dícese que en Cerdania, en lo fragoso de las montañas, han cogido un monstruo con pies de cabra, brazos de hombre y rostro humano, con algunas cabezas y caras, y que, aunque tiene en ellas diversos ojos y bocas sólo come por una."

Menos mal.

Sirva todo lo anterior como introducción a nuestro tema que es el mirar fijamente a una cabra para librarnos de algún enemigo o de algún mal. Puede parecer una broma, pero no lo es. Incluso hay una película de 2009 sobre el tema protagonizada por George Clooney, Jeff Bridges y Ewan McGregor entre otros.

Hay muchos libros sobre cabras

Desde La canción de la cabra de Frank Yerby a El misterio de las cabras y las ovejas de Joanna Canon. Y no olvidemos ¡Estás como una cabra! publicado por Edelvives. Mas títulos podrán encontrarse en el Bompiani. Pero el que aquí nos interesa es el que produjo la inspiración para la mencionada película. Se trata de Los hombres que miraban fijamente a las cabras, título que se respetó, y que publicó Jon Ronson en 2004.

Puede parecer una barbaridad o una estupidez, pero en ese libro se dice que los responsables de inteligencia de los Estados y Naciones a veces enloquecen, o desbarran, o están como una cabra. Se cuenta la historia de algunos de ellos, y se afirma que es real, que quisieron, mediante control mental, atravesar una pared o desgraciar a espías enemigos. No se consiguió lo de la pared pero otros sí que lograron por mera concentración cerebral parar el corazón de una cabra. Al menos, una vez.

Por si no quieren leerse todo el libro, esta es la sinopsis que facilitó la editorial:

"Tras la derrota de Vietnam, el ejército de los Estados Unidos exploró todo tipo de posibilidades para impedir nuevos fracasos militares… y el control mental fue una de ellas. Ésta es la historia real de un destacamento militar del ejército estadounidense especializado en fuerzas paranormales, cuyos integrantes pretendían aprender a asesinar al enemigo con la mirada, dominar la técnica de atravesar paredes, conseguir poderes similares a los de los caballeros Jedi de La guerra de las galaxias, y desarrollar otras de espionaje psíquico…"

El libro cuenta que, a finales del verano de 1983, el general Stubblebine vuela a Fort Bragg, en Carolina del Norte, centro neurálgico de las Fuerzas Especiales. Iba a exponer un plan de sanación psíquica de los componentes de unidades que habían quedado aisladas y desprotegidas. "Si utilizas la mente para sanar, es probable que tú y tu equipo podáis salir vivos e ilesos, sin tener que dejar a nadie atrás", decía.

Pero nadie pareció echarle cuenta. Y entonces, para clarificar su tesis, exclamó: "¡Animales!", añadiendo: "Hacer que el corazón de un animal deje de latir -prosigue-. Hacer que le reviente el corazón. Esta es la idea en la que estoy trabajando. Ustedes tienen acceso a animales, ¿verdad?" Le dijeron que no y su viaje terminó en desastre sepultado como secreto militar.

Lo que los jefes de las Fuerzas Especiales no quisieron decirle es que su plan estaba siendo tenido en cuenta, que era excelente y que mientras exponía su plan para "reventar clandestinamente corazones de animales y ellos le replicaron que no tenían acceso a animales, le estaban ocultando que había cien cabras en un cobertizo a unos pocos metros de allí."

¿Y cómo es que no oían sus balidos? Pues porque sólo unos pocos privilegiados dentro de las Fuerzas Especiales sabían de la existencia de estas cien cabras y porque, y esto es lo mollar, "las habían desbalado; permanecían ahí, de pie, abriendo y cerrando la boca, sin que de ella saliera un solo balido." El libro de Jon Ronson trata de la historia de esas cien cabras.

No sólo trata de ellas sino de una "media docena de soldados que se pasaban el día sentados dentro de un edificio de madera muy bien custodiado y declarado ruinoso en Fort Meade, Maryland, intentando usar sus poderes psíquicos. Oficialmente, la unidad no existía.

Estas personas con habilidades paranormales participaban en lo que en el argot militar se conoce como una "operación negra"". Por ejemplo, mirar fijamente a las cabras para pararles el corazón. Y añade Ronson: "Todo esto, el mirar fijamente a las cabras y muchas otras cosas tuvieron su origen en la mente de un teniente coronel que se llama Jim Channon." Y así sigue y sigue el libro.

Corolario. Si Alfonso Guerra hubiera querido hacer daño de veras a la cabra de la Legión, qué importa el género si la demagogia es buena, tendría que haberse sentado en las primeras filas de autoridades del desfile del Día de la Hispanidad y haber permanecido un buen rato mirando fijamente a esa cabra. Lo de decir la banalidad de que hay quien prefiere aplaudir a una cabra y quien prefiere abuchear a un presidente, no dice mucho, salvo que, si se fijan, equipara a todo un presidente del gobierno con una cabra en eso tan español de los amores y los odios.

Muchos de nosotros, demócratas que no matamos porque los demócratas no matan, miramos fijamente a la cabra, o lo que sea, de la Legión cuando desfila porque es un símbolo. Pérez Reverte dio las razones hace años: "Algunos la detestan, pero allá cada cual. Es más ignorancia que otra cosa, supongo. 10.000 muertos y 35.000 heridos en un siglo de historia son cifras a respetar. A usted puede gustarle mucho la Legión Española o gustarle poco, pero lo que no podrá negar es su hoja de servicios. Desde su fundación en 1920, los españoles y extranjeros que sirvieron en sus filas escribieron páginas de heroísmo, abnegación y servicio a España, o a la idea de España que se les impuso según las distintas épocas."

Pero también muchos de nosotros, españoles de buena voluntad, podemos mirar fijamente a Alfonso Guerra, no con el fin de hacerle daño físico ni moral naturalmente, pero sí con todas las ganas del mundo de que personajes como él - que habiendo tenido en 1982 la posibilidad de consolidar una sociedad democrática y libre casi ab initio, decidió hacer todo lo posible en compañía de otro por desbaratar la Constitución, liquidar a Montesquieu, tejer su tela de araña de partido sectario e inventar el racismo ético-político (el que no es socialista es perverso) dejando a España de un modo que no la reconociera ni la madre que la parió -, cesen de hilar simplezas de una vez.

Y eso nos bastaría, aunque no podríamos conseguir hacerlo desaparecer de la vida pública española. De lograr tal hazaña ya se ha encargado su compañero Pedro Sánchez, que, al parecer, lo ha estado mirando fijamente desde hace tiempo. Y ha tenido éxito total. Una vez eliminado del tablero le da igual que lo abuchee o que lo aplauda. A ver qué ganamos nosotros si lo miramos tan fijamente como se merece.

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