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Pedro de Tena

75 años de CIA. Los servicios de inteligencia, ¿defensa o liquidación de las democracias?

El problema es cómo resolver la gestión de los servicios secretos de gobiernos democráticos cuando utilizan los mismos métodos que las tiranías.

El problema es cómo resolver la gestión de los servicios secretos de gobiernos democráticos cuando utilizan los mismos métodos que las tiranías.
Robert Redford y Brad Pitt en Spy Game. | Archivo

El próximo 25 de mayo hará 75 años desde que el presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, creó la Agencia Central de Inteligencia (CIA) mediante la firma de la Ley de Seguridad Nacional. Corría el año 1947. Tras haber sido ayudada por los aliados a resistir a las potencias del EJE, la Rusia de Stalin se extendió por Europa desde su república finlandesa y los países Bálticos hasta Alemania y desde Polonia a Albania y Rumanía. Estallaba la Guerra Fría.

Hasta entonces, aunque se aseguraba que los servicios de inteligencia o el espionaje eran la segunda profesión más antigua del mundo tras la prostitución y que su ejercicio descendía de los mismísimos mandatos bíblicos (I), Estados Unidos no se había esmerado en su desarrollo. Así lo contaba el "traidor" Philip Agee en su libro Dentro de la Compañía. Diario de la CIA(1975). Pero todo cambió con la llegada de la CÍA.

Este servicio de inteligencia es el más conocido del mundo y seguramente el más criticado y condenado. No es el único (II) que sostiene el gobierno de Washington (III), pero sí el más célebre. De hecho, toda nación que tenga voluntad de autoconservación dispone de su red de inteligencia, más o menos poderosa y eficaz, dependiendo de los medios con que cuente y el desarrollo científico y técnico de su sociedad.

No haría falta recordar al KGB ni a sus antecesores, ni a los británicos MI5 o MI6, ni la Dirección General de Seguridad Exterior francesa, ni a los implacables servicios secretos marroquíes, ni al siempre espectacular y eficaz Mosad israelí, ni el MIT turco, ni la GIP de Arabia Saudí, ni el Ministerio de Seguridad Estatal chino, ni, desde luego, a nuestros CESID y su sucesor CNI. Con nombre propio o sin él, todo Estado dispone de ellos.

Pero no cabe duda de que, de entre todos los que existen y han existido, la CIA, Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, es el más famoso: por la amplitud planetaria de sus acciones, dado el papel de USA en el tablero mundial; por el decaimiento del más siniestro, el KGB, tras el derrumbe de la URSS; por su presencia hegemónica en la literatura, el cine y la TV y también, cómo no; y por los escándalos revelados que han puesto de manifiesto que el fin justifica los medios para todos, sean servicios de democracias o dictaduras.

Muy difícil, si no imposible, es discernir si los libros que se han escrito sobre las actuaciones de la CIA, que hay bastantes, son fruto del resentimiento de ex espías malqueridos, consecuencia de la propaganda antiamericana de las izquierdas comunistas o ejemplos de veracidad indiscutible e inocente. Lo mismo puede dudarse en el caso de otros servicios secretos, los españoles, hoy tan moda por razones alucinantes, incluidos.

Por poner un ejemplo. Otro libro del espía William Blum sobre la CIA cita nada menos que actuaciones irregulares de la Agencia en 55 países desde 1947 a 1994 –y han pasado casi 30 años más—, y aporta una lista de atentados políticos atribuidas a su mano que suman casi 40, desde el primero conocido de 1949 sobre Kim Ku, líder coreano de la oposición, hasta los perpetrados sobre Sadam Husseim y su familia en 2003, pasando sobre los de los hermanos Castro en Cuba o Patricio Lumumba en el Congo en 1961. Pero, ¿quién publicitó su libro Asesinando la esperanza? La editorial Oriente, de Santiago de Cuba en 2005. O sea.

Además de estos libros, la desclasificación de documentos clasificados como secretos en el propio país norteamericano no ha ayudado demasiado a mejorar la imagen de la agencia. "A través de la desclasificación de documentos, la historia de la CIA está haciéndose dolorosamente clara para los estadounidenses. El entrenamiento para torturas "que rivalizaron con los nazis" y la asociación de la CIA con los "escuadrones de la muerte" para los que "la Agencia Central de Inteligencia sirvió de cobertura", son algunas de las afirmaciones contenidas en el de Eric Frattini sobre la Historia de la CIA.

Pero otros servicios de inteligencia o agencias de espionaje han cometido atentados terribles. Por poner algunos ejemplos, la inteligencia marroquí asesinó al general Ufkir, jefe de los servicios secretos marroquíes que, a su vez, había ordenado asesinar al opositor de Hassan II, Ben Barka. Se ha sugerido que sus agentes han estado implicados en el mayor atentado terrorista de la historia europea reciente, el del 11-M en Madrid de 2004.

Los servicios franceses dinamitaron el barco emblema de Greenpeace, su Rainbow Warrior, en Nueva Zelanda que tuvo como resultado el asesinato del fotógrafo portugués Fernando Pereira. La consecuencia más llamativa de tal atentado fue que "los ingresos de Greenpeace se triplicaron hasta alcanzar la suma de 25 millones de dólares, entre 1985 y 1987" se cuenta en el libro Ecología: Mitos y Fraudes, II, del argentino Eduardo Ferreyra.

Los GAL fueron agentes españoles, no muy inteligentes desde luego, al servicio del gobierno socialista de Felipe González, que asesinaron a etarras en respuesta a los crímenes de la banda separatista. Y así podríamos seguir línea tras línea. Pero antes o después habría que llegar a algunas conclusiones porque todos los datos coinciden en el carácter de amoralidad, arbitrariedad y ausencia de escrúpulos por parte de todos los servicios de inteligencia, animados por su obediencia a cúpulas desconocidas o incontrolables por parte de los ciudadanos.

El profesor e investigador de los servicios secretos españoles concluye su libro Servicios de inteligencia con una primera certificación lapidaria: "El tipo de procedimientos empleados por los servicios de inteligencia es lo que les diferencia de los cuerpos de seguridad como la Policía y la Guardia Civil. Esos procedimientos incluyen el uso de métodos contrarios a la ley, como la intervención telefónica, la entrada en domicilios, el acceso a información reservada en bancos y la investigación de la vida sexual". Sin contar, claro, el uso de medios más infames, como el chantaje, el atentado terrorista o el asesinato.

Estos métodos son utilizados sin control ni freno en regímenes dictatoriales. El problema es cómo resolver la gestión de los servicios secretos de gobiernos nominalmente democráticos cuando utilizan los mismos métodos que las tiranías y eluden todo tipo de control moral y legal sobre sus actuaciones.

Lo que estamos viviendo en estos días en España con los servicios secretos españoles y su organización de cabecera, el Centro Nacional de Inteligencia, muestra con claridad que su funcionamiento y normas de aplicación distan mucho de ser admirables. No es sólo la suposición de que se espía, con o sin autorización judicial, a ciudadanos, a representantes públicos o a autoridades del Estado.

Se trata además de que sus mandos adquieren programas e instrumentos procedentes de países terceros para espiar de forma oculta a personas e instituciones españolas sin que se aprecie control alguno sobre la exclusividad de la información obtenida y valoración de la confidencialidad de las pistas o pruebas.

Además, y como traca final, que un gobierno como el del Reino de España, que está en los diez más importantes de Europa y el mundo, admita que el teléfono móvil de su presidente y los de otros altos cargos han sido infectados por programas espías introducidos por otros países con los que se mantienen litigios internacionales y conflictos estratégicos de calado que pueden derivar en confrontaciones abiertas, no aporta tranquilidad.

Pero la mayor interrogante de todas es la que señala qué puede hacer un ciudadano de a pie contra estas maniobras orquestales en la oscuridad. Ningún Juan español, ciudadano y pagano de impuestos miles, puede controlar de un modo eficaz las acciones de estos servicios secretos. Más aún, es que no podemos estar informados de tales actividades por la salvaguarda legal de los secretos oficiales, ni siquiera mediante una investigación judicial. . Por encima de todo y de todos, hay una cosa tal como "el Estado", al que representan no se sabe bien qué personas que deciden qué es interés general y qué no.

¿Es compatible esta situación con la plena salud de una democracia? Dicho más cruelmente: ¿es compatible la existencia de la democracia con la actividad impune y descontrolada de servicios secretos opacos que pueden llegar a amparar incluso intereses contrarios al Estado y la nación a los que deben defender por ley? ¿Qué podemos esperar cuando en los patios de los colegios públicos catalanes profesores y alumnos separatistas espían a los niños que hablan en español en los recreos, como denuncia una y otra vez Pablo Planas?.

En su reciente libro, nuestro compañero Luis del Pino alude al libro de Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, en el que se expone el concepto de "criptogobierno" para describir la degeneración de unas democracias que formalmente asumen procedimientos supuestamente ejemplares para la elección de gobiernos que, en realidad, son dominados por una especie de "dictadura invisible" de grupos de poder en la sombra.

Bobbio reconocía el peligro para la democracia cuando escribía: "El tema más interesante, en el que verdaderamente se puede poner a prueba la capacidad del poder visible de develar el poder invisible, es el de la publicidad de los actos del poder...". Pero añade que, en referencia a Italia, "debemos reconocer francamente que la debellatio del poder invisible por parte del poder visible no ha tenido lugar. Me refiero sobre todo al fenómeno del subgobierno y al que se podría llamar del criptogobierno".

Luis del Pino deduce de su estudio que la democracia es una perla poco frecuente y que fácilmente es derribada por las tiranías que se fraguan a veces en su seno. De su lectura puede intuirse que la estructura y sentido de sus servicios secretos pueden contribuir al deterioro visible de la democracia y, en estos momentos históricos, en que se pretenden fraguar gobiernos universales, ayudar a consolidar una dictadura total e infinita de la que ya ningún poder externo –el exterior no existe—, podrá librarnos.

En este 75 aniversario del nacimiento de la CIA y vista la trayectoria de los servicios de inteligencia, sus modos, sus métodos, sus ilegalidades e impunidades, bueno será echarle una pensada a si realmente ayudan al perfeccionamiento de las democracias como deberían, o si, por el contrario, preparan con sus prácticas oscuras y amorales el advenimiento de las tiranías. O lo que es peor, a su invisibilidad bajo la máscara democrática.

Se dice que el periodismo limpio y la justicia independiente son los únicos factores que pueden detener tales perversiones. Pero, ¿son suficientes? En cualquier caso, la ingenuidad democrática ya no cabe en ningún espíritu crítico. Vivir en libertad cuesta, vivir en libertad conduce a contradicciones morales y vivir en libertad es vivir peligrosamente. Aun así, muchos creemos que merece la pena.


(I) Josué envió espías a Jericó que ayudaron a tomar la ciudad. Incluso Dalila es vista como una "Mata-Hari" filistea encargada de asesinar a Sansón. Pero el espionaje y la inteligencia están presentes desde la prehistoria (la matanza selectiva de Asparn-Scheltz en la actual Austria hace más de 7.000 años). Documentados ya se encuentran estas actividades en tiempos de Sargón I de Acad, que usó mercaderes como espías durmientes en las regiones que quería conquistar en el III Milenio antes de Cristo. Para más detalles, puede leerse el ameno libro de Juan Carlos Herrera Hermosilla titulado Breve historia del espionaje (2012).

(II) Hasta el Vaticano ha tenido servicio secreto.

(III) Hay otros menos conocidos como el Servicio Secreto americano, que nació en 1865 y duró hasta el advenimiento del FBI.

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