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Pedro Fernández Barbadillo

El juez que dirige el Tribunal Supremo: Clarence Thomas, el martillo que está descabezando el 'activismo judicial'

La vida de Thomas es un ejemplo del 'sueño americano', a la vez que una refutación del presunto determinismo social fijado por la raza y la clase.

La vida de Thomas es un ejemplo del 'sueño americano', a la vez que una refutación del presunto determinismo social fijado por la raza y la clase.
Clarence Thomas, miembro de la Corte Suprema de EEUU | Cordon Press

En estas semanas, el Tribunal Supremo de Estados Unidos está derogando la legislación más corrosiva aprobada por el Imperio Progre en los últimos cincuenta años, engendrada en el muladar de la revolución sexual de 1968 y la soberbia de los ‘expertos’.

A la sentencia que tumba Roe vs. Wade, mediante la cual el aborto pasó de delito a derecho federal, se han unido en estos días otra que deroga una ley estatal de Nueva York limitativa del derecho a portar armas y una segunda que reduce las facultades de la Agencia de Protección Ambiental (fundada por el republicano Richard Nixon) para fijar a las centrales energéticas los límites de emisiones de gases llamados de efecto invernadero, sin control alguno por parte del Congreso.

Esta jurisprudencia está animando a otros tribunales. El Supremo del estado de Nueva York ha eliminado la pretensión de los demócratas de alterar el censo, y con él el resultado de las elecciones, al anular una ley, promulgada en enero, que concedía el voto a los residentes sin ciudadanía en las elecciones municipales (por ahora). De haberse aplicado, la ley habría introducido 800.000 nuevos votantes en el censo electoral.

Semejante contrarrevolución judicial la han hecho posible dos bestias negras de la progresía, de los ‘moderaditos’ y hasta de los cristianos ‘maduros’ y sinodales. Uno es obvio: Donald Trump, quien en su presidencia nombró a tres jóvenes juristas confirmados luego por el Senado. El otro se sienta desde hace años en el Supremo y se ha convertido en el capitán del bloque conservador: Clarence Thomas, cuya designación en 1991 fue una de las pocas cosas buenas de la presidencia del sucesor de Ronald Reagan, un tal George Bush.

La vida de Thomas es un ejemplo del ‘sueño americano’, a la vez que una refutación del presunto determinismo social fijado por la raza y la clase. Clarence nació en 1948 en un pueblo del ‘Sur profundo’. Era el segundo de tres hermanos, cuyo padre los abandonó a ellos y su madre. Sus abuelos los recogieron y vivieron juntos los años siguientes en una familia muy pobre. Acudió a un colegio católico y pronto destacó por su inteligencia; también se bautizó.

A principios de los años 70 se graduó en literatura inglesa y luego en derecho por Yale, facultad en la que coincidió con Hillary Clinton. Cuando buscó empleo en diversos bufetes de abogados se dio cuenta de que las cuotas raciales impuestas por los demócratas y los progres le perjudicaban, pues hacían que se dudase de sus méritos. La lectura de los libros y artículos de Thomas Sowell le confirmó en los efectos dañinos de la ‘discriminación positiva’ para aquellos a los que pretendía ayudar.

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Clarence Thomas, Donald Trump y Melania Trump en 2020

Desde su incorporación al Supremo, ha sido un juez originalista, es decir, partidario de interpretar la Constitución en su sentido literal. La túnica de juez no debe ser la de un mago que de ella saca ‘nuevos derechos’. Esto no supone detener la evolución de la sociedad, sino mantener la creación o ampliación de derechos y deberes en el Congreso federal, los estados y, en definitiva, el pueblo, ese enemigo de las élites.

Después de treinta años de paciente trabajo, Thomas se ha convertido en el guía de sus compañeros más jóvenes y en el martillo que está descabezando el ‘activismo judicial’.

Por eso, la progresía le señala con el odio con el que distingue a quienes desbaratan sus planes y su superioridad moral. Ya sufrió esos ataques en 1981, cuando se incorporó al gobierno de Reagan y durante el proceso de su nominación. En éste, ante una acusación de acoso sexual sin pruebas, Thomas recibió el apoyo del senador demócrata Joe Biden.

Ahora algunos le acusan de ser "un negro supremacista blanco" ¡porque está casado con una mujer blanca! Otros, le insultan llamándole ‘Tío Tom’, como el actor negro Samuel L. Jackson. Y Hillary Clinton, la que disculpó los adulterios de su marido porque se trataban de una conspiración de la extrema derecha, ha acusado a Thomas de estar impulsado por el resentimiento, el odio y el agravio; además, le responsabilizó de las inminentes muertes de mujeres.

Como el impeachment, que implica la destitución del cargo condenado por el Congreso, también se puede aplicar a los jueces, cabría esperar que algún legislador demócrata solicitase un juicio político a Thomas, seguramente no ahora, pero sí después de las elecciones legislativas de noviembre. Aunque por fortuna las encuestas indican que el Partido Republicano puede hacerse con la mayoría en las dos cámaras.

El periodista conservador William F. Buckley declaró:

"Prefiero ser gobernado por los primeros dos mil nombres en la guía telefónica de Boston que por los dos mil miembros del claustro de Harvard".

Thomas, Scalia, Gorsuch, Kavanaugh y Barrett están retirando el poder a los ‘expertos’ (sanitarios, ambientales, sociólogos, financieros…) y devolviéndoselo al pueblo. Por eso, las élites, como los demonios al final de los tiempos, están desencadenadas.

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