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Pedro Fernández Barbadillo

Pío Moa incendia París

El suplemento de historia de Le Figaro entrevistó al especialista en la Guerra Civil española y un centenar de hispanistas han protestado por su publicación.

El suplemento de historia de Le Figaro entrevistó al especialista en la Guerra Civil española y un centenar de hispanistas han protestado por su publicación.
Madrid durante la Guerra Civil | Cordon Press

¿Cuál ha sido la ‘serpiente del verano’ en Francia?, ¿nuevos avistamientos de extraterrestres?, ¿la aparición del monstruo del lago Ness en la costa bretona?, ¿los paseos en moto náutica de Macron días antes de que les dijese a los franceses que tenían que aceptar el hecho de que su bienestar se ha acabado (el de ellos, no el suyo)? No, ha sido un intelectual español, y no un cantante flamenco ni un actor, sino un ‘maldito’: el historiador Pío Moa.

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A principios de este año, una editorial francesa tradujo y puso a la venta Los mitos de la guerra civil, de Moa, con el reclamo de haber vendido 300.000 ejemplares en España, cifra con la que soñamos los demás escritores, incluso varios premios Planeta recientes.

Pero a finales de julio, a tiempo para estropear a los mandarines universitarios su descanso veraniego, el suplemento Le Figaro Histoire publicó una entrevista de Isabelle Schmitz con Moa. ¡Ocho páginas! Además, Schmitz elaboró un vídeo de cinco minutos en que comentaba la entrevista y que, por ahora, ha superado 1.300.000 visualizaciones. A la altura los vídeos de los trailers de las películas Top Gun 2 y Elvis.

Lo que cuenta Moa no es nada nuevo para quienes han leído sus libros y sus artículos: la izquierda en general y el PSOE en concreto son los principales responsables de la guerra civil; para los republicanos y los socialistas, la república era de su propiedad y cualquier violencia la consideraban legítima para impedir a la derecha su acceso al gobierno mediante elecciones pacíficas; la huelga general de 1934 fue planeada como un golpe de Estado; Franco fue el último personaje de esos años en sublevarse; los figurones del Frente Popular huyeron de España con un inmenso botín y abandonaron a sus sicarios implicados en asesinatos, violaciones y robos; etcétera.

¡Pero es que ahora Moa lo dice en francés! Mais comment cette indécence est-elle possible? Quelle honte! ¡Lo que supone esto para la generación que cruzaba los Pirineos para ver cinema cochon y soñaba con barricadas en Madrid como las de París, mientras acumulaba trienios en la Administración franquista! Es como toparte con la mujer deseada en la adolescencia y encontrarla feliz, hermosa, casada, madre, rica…, mientras que ella apenas se acuerda de ti. Sólo los elegidos de los dioses, como los presidentes de Francia, pueden cumplir el sueño de casarse con su profesora del parvulario o una cantante de moda.

La reacción de la casta académica francesa ha sido más airada incluso que en España. Otra prueba de que "el mal humor es secreción específica del intelecto de izquierda" (Nicolás Gómez Dávila). Un centenar de profesores de historia y de hispanistas ha enviado a Le Figaro una carta protestando contra la publicación de la entrevista (más bien contra su éxito de difusión).

Los educados califican a Moa de "polemista obsceno". Lo mismo podrían dicho de Emile Zola los ‘antidreyfusards’.

"Oigan ustedes, de la república española, de la guerra civil y del franquismo no se habla. Son asuntos zanjados. Por el bien de sus carreras profesionales, cállense. C’est fini!".

Cien contra uno. Pareciera que Moa estuviera a punto de desfilar por los Campos Elíseos al frente de una división pánzer y la falange universitaria reclamara una union sacreé entre profesores y periodistas.

Aparte de las miserias corporativistas y la envidia por las ventas de libros de un intruso, hay algo más en esta jacquerie de los nuevos aristócratas que encuentran en su playa privada o su coto de caza a un individuo que no pertenece a su clase. ¿A qué responde esta batalla por el control del relato de la guerra civil española? Porque en España lo entendemos. Es vital para las izquierdas y los separatistas nacionales, a fin de mantener su superioridad moral sobre una derecha a la que le da miedo que le llamen derecha. ¿Pero en Francia? ¿Qué importan en Francia la matanza de Casas Viejas, el fraude en las elecciones de 1936, la traición de Santoña y el plan del Frente Popular para ceder a Londres nuevos Gibraltares?

La batalla en España y en Francia, como en Italia o Alemania o Bélgica, es la misma. La izquierda se ha cosido un traje de mentiras con el que cubrir sus vergüenzas, desde su admiración por los genocidas Lenin y Stalin a sus ‘sacrificios’ por traernos la democracia a sus súbditos. Y no puede admitir que, mientras pasea por el jardín de su palacio, la espina de una rosa lo desgarre. Porque ese traje está cogido con alfileres y en cuanto se rompiese una costura, todos los retales se caerían mostrando un esqueleto.

Los descendientes de la intelectualidad que persiguió a los desobedientes a sus consignas, se tratasen de Albert Camus, de Raymond Aron, de Louis-Ferdinand Celine y de tantos otros, no puede hacer ni una concesión a la verdad, no puede reconocer que fueron sus correligionarios de los años 30 los que dieron al traste con la República española, ni que la primera derrota de Stalin como amo de la URSS fue en España. Porque entonces otros hechos ocultados saldrían a la luz, como la militancia izquierdista de casi todos los terroristas europeos posteriores a 1945, el fracaso económico y demográfico de la socialdemocracia y los vínculos de los partidos socialistas con la CIA antes y con las multinacionales de Davos ahora. En conclusión, perderían la hegemonía social de que disfrutan desde hace décadas, puntal de su poder y de sus negocios.

En vez de reclamar la censura a Moa, me pregunto por qué estos indignados profesores no escogen a uno de los suyos para batirse en duelo con él y, tal como aseguran que podrían hacer, tumbarle de dos guantazos dialécticos. ¿Será que no tiene la mandíbula de cristal como ellos dicen? Y es una pena, porque un debate como éste en una televisión tendría millones de espectadores. Yo sería uno de ellos.

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