Fin de semana en Almedinilla, Córdoba, donde emergen continuamente los íberos o iberos que la habitaron hace milenios, con sus certeras hondas y sus inteligentes viviendas y donde se apareció a los insomnes el viejo Hipnos lati-heleno en una casa romana que parece hubiera sido levantada ayer. A cuatro leguas de Alcalá la Real, donde algunos creen que nació el fronterizo Arcipreste de Hita y se erige la estatua de Martínez Montañés y el Castillo Fortaleza de la Mota, no el de Medina del Campo donde Maruja Alfonso de la Milla, mi madre, le cantó una vez a Franco, bien cerca del hermoso y sinuoso Priego y no lejos de Cabra, el centro real de Andalucía y cuna del gran Valera, en esa Almedinilla tuve un amigo que se llamó Alfonso Sánchez Rodríguez.
Lo conocí no recuerdo cuándo exactamente pero entonces dirigía yo una revista digital titulada Por Andalucía Libre que ejercía de martillo pilón a pecho descubierto del régimen socialista andaluz y que fue la cuna de los libros que sobre la tela de araña se parieron, uno publicado previo pago de su importe porque nadie quiso editarlo y muy pocos distribuirlo y otro inédito aún. Alfonso ejercía de profesor de Literatura en La Zubia. Antes estuvo en Priego donde conoció a la profesora Aurora Rodríguez Morón, que le salvó la vida maltratada que llevaba y finalmente, ya su esposa, le salvó del espanto de su temprana muerte madrugadora a los 62 años.
Recuerdo que estaba por entonces ligado al sindicato independiente de profesores llamado APIA, Asociación de Profesores Independientes de Andalucía o algo así, que tronaban ya contra la estupidez creciente en la educación española y andaluza, denunciaban la impunidad de que gozaban los mediocres y se enfrentaban dignamente a las dictaduras de sus inspectores, la inmensa mayoría de ellos, agentes del PSOE. Resulta curioso pero, como en tantos casos, Alfonso había votado al PSOE en 1982 –incluso fue extra en la película Rojos—, y se mantuvo leal a aquella fe hasta que se dio cuenta, como nos dimos muchos, de que la estafa monumental de incautos y tontos de baba se puso en marcha desde el primer momento para la consolidación de una casta vulgar, maniquea, sectaria y autoritaria que se enseñoreaba de las izquierdas.
La gente de bien cambia. La gente de mal también. Pero la gente de bien, cuando cambia, pierde. Pierde posiciones, pierde oportunidades, pierde relaciones, pierde dinero y pierde capacidad de defensa y felicidad. Gana libertad, dignidad, algunos amigos y el cielo, si lo hubiera. La gente de mal, cuando cambia, prospera, se enriquece, se empodera, que diría la tonta mayor del Reino y se envilece hasta extremos poco conocidos. Eso sí, les espera el infierno, si es que tal averno existe.
Va hacer ahora dos años de su muerte. Era un grandísimo escritor, un importante dramaturgo, un delicado y exquisito poeta al que un día vino a ver José María Hinojosa, poeta surrealista de la generación del 27, amigo de Lorca, de Alberti, de Dali, de Buñuel a los que pagaba las copas porque era de familia rica de Málaga y a los que soñó acompañar en la Residencia de Estudiantes. Los impregnó con el aroma de La flor de Californía, el libro que introduce el surrealismo en España y se alejó de todo aquello cuando vio lo que pasaba en la España republicana, que fue la España que lo asesinó en Málaga en una saca de presos el 22 de agosto de 1936, cuatro días después del asesinato de su amigo Federico en Granada.
Alfonso Sánchez se empeñó en hacer su tesis doctoral sobre el pobre Hinojosa, olvidado de todos, ay, Cernuda, a pesar de su valía y aportación, y comenzó a ganarse enemigos a pulso entre las izquierdas que lo rodeaban. Incluso en la familia que formó en Cataluña, que le dio la espalda separatista por su amor a la nación española. Vuelto al Sur, ya con su Aurora en la vida, escribió libros de poemas, de teatro y, en mi opinión, un monumento a la verdad titulad Un temblor de olas rojas, una ardiente y verdadera oración con la que se arriesgó contra las mentiras contadas sobre la violencia en España y el silencio miserable sobre el asesinato de Hinojosa mientras se coreaban los puños sobre las tumbas de otros.
Este fin de semana he estado sentado en su escritorio, vacío ya de su presencia pero impregnado de su dolor del héroe en las tercas y talladas maderas de su casa y me he dado más cuenta todavía de lo solos que se quedan los muertos, que nos quedaremos todos pronto, de que todo ese espíritu rebelde, ese afán de ser lo que se quiere ser contra las voluntades y artificios del poder, puede perderse si nosotros, los aún vivos, permitimos que se pudran en soledumbre. Los poetas andaluces y españoles de ahora deberían cantarlo y reconocer su valor ante los monstruos políticamente correctos y la dictadura deshonrosa de unas izquierdas ágrafas y cada vez más predispuestas a la discordia.
Tendré que hablar con quién sea para que en Madrid y por toda España se represente su obra El buzo y la aviadora, donde se escenifica el asesinato de Hinojosa en las sacas milicianas de Málaga, sacas que han tratado de ser silenciadas por los "gestores" de la memoria democrática y que la entereza y el honor de un solo hombre, el catedrático Antonio Nadal, lo ha impedido. Sí, tendré que hablar y hablaré.