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Pedro Insua: "Hasta el siglo XIII no se puede hablar de España. A partir de entonces sí"

Pedro Insua indaga en la historia nacional en Cuando España echó a andar y llega a una conclusión precisa acerca de los orígenes de España.

Pedro Insua indaga en la historia nacional en Cuando España echó a andar y llega a una conclusión precisa acerca de los orígenes de España.
El filósofo Pedro Insua. | Ariel
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El último libro de Pedro InsuaCuando España echó a andar (Ariel)— nace revestido de polémica. Cualquier libro que trate el asunto candente de lo que es España tiene que pagar ese peaje. El suyo, sin embargo, se gana el derecho de ser tenido en cuenta y sopesado con detenimiento, pues se apoya en una erudición deliciosa y en un rigor historiográfico e intelectual que sólo puede despertar admiración. Por él desfilan muchos de los grandes temas que envuelven el asunto nacional y que suelen ser pasados por alto en la discusión mediática y política, que a menudo suelen ser la misma. Pero para poder hablar de España, de la pugna entre los nacionalismos separatistas de la periferia y los malentendidos con respecto a un término que sigue contaminado por el esencialismo romántico que dio origen a los peligros que desolaron buena parte del siglo XX es necesario rigor y coherencia intelectual. ¿Qué es una nación? ¿Cómo ha evolucionado el significado de dicho término y de dónde surgió aquella entidad antropológica y política que permitió que podamos seguir hablando hoy de España? Esos, a grandes rasgos, son los retos que se puso Insua antes de sentarse a escribir. Y sobre ellos hablamos:

Pregunta: A día de hoy, ¿de qué hablamos cuando hablamos de España?

Respuesta: El enfoque principal del libro va por ahí, precisamente. Es decir, para hablar de la historia de España tenemos que partir de una realidad actual de España. Y la realidad actual de España parte de un postulado, que es que España actualmente es, con unos atributos característicos. El principal de ellos es el de la lengua común, que es el español. Hay más lenguas, sí, pero no son comunes. El español es común también a otros países, sí. Pero para la discusión que nos ocupa, lo que es seguro es que el español es común a toda España. Luego hay otros atributos. La España peninsular, que es la que está en vigor en términos políticos actualmente, tiene una jerarquía urbana, unas instituciones políticas, una organización social determinada. La pregunta que yo me hago en el libro es cuándo surgen todos estos atributos que permiten que podamos hablar de España como hablamos de ella a día de hoy. ¿Cuándo se puede empezar a hablar de la nación española con los atributos actuales? Yo creo que la lengua es el atributo fundamental porque es muy clarificador. La lengua es una especie de hilo conductor que nos pone en contacto con el pasado. Desde la lengua actual podemos leer a Alfonso X, pero más para atrás se nos empieza a complicar el asunto. La lengua es el lecho, lo que permite entender la confección nacional. Es necesaria una lengua común para que haya una comunicación entre generaciones que nos permita hablar de continuidad nacional. Es cierto que hay países que no tienen lengua común. Pero el nuestro sí la tiene. Y empezó a ser común en el siglo XIII, precisamente.

P: ¿El castellano ya era común a todos los reinos en el siglo XIII?

R: En el siglo XIII es cuando empieza a extenderse por Aragón y por Italia, incluso, debido precisamente a las campañas aragonesas allí. El castellano es la lengua del centro peninsular. Por razones logísticas, es la lengua que se acaba imponiendo. La labor de Nebrija, que es el fundador prácticamente de la lengua castellana, también fue fundamental para que el resto de reinos la adoptasen.

P: El argumento de la lengua también es utilizado por los nacionalismos periféricos que persiguen la separación de España.

R: Sí, y esa es la concesión que yo les hago. Es decir, una lengua común, es cierto, implica una comunidad. Lo que yo cuento en el libro es la importancia que tiene precisamente el avance reconquistador —un concepto que admito más o menos, porque también lo termino negando en algunos puntos— en la consolidación de la nación española. Durante la Reconquista se van redefiniendo una serie de nuevas comunidades a partir de una plataforma que se origina en Asturias. El reino de Asturias es una nueva plataforma política, frente al Imperio romano, que era antes, y el reino godo, que fue una prolongación de la Diócesis de Hispania. El reino godo sí que podemos decir que fue una prolongación de la Hispania romana. No era España, tal y como la entendemos ahora. La conquista musulmana de la península cambió absolutamente el panorama. Fue una ruptura radical de lo que había habido hasta entonces. Hay algunas tesis que niegan el hecho de la conquista. Hablan de una especie de revolución social, etcétera. Sin embargo, sin entrar a discutir ese asunto, la realidad es que en el siglo VIII se produjo un cambio absoluto en la península. Cambió la moneda, cambió la arquitectura, la estructuración social, la religión… Es verdad que hablamos de una religión concreta que bebe bastante del aristotelismo, así que no era radicalmente distinta de la que ya había. Pero era otra religión, sin duda. En el fondo lo que se instauró fue una lucha entre el monoteísmo musulmán y el trinitarismo. Es algo que se ve en sus monedas, incluso. El libro sobre la conquista islámica de García Sanjuán es muy bueno, casi diría que definitivo. A pesar de que se meta conmigo y a que ideológicamente no coincidamos, hay que reconocer que como historiador es rigurosísimo. Excepcional. Pero me estoy desviando. A lo que iba: la plataforma política del nuevo reino de Asturias que se produce después de la conquista musulmana es lo que empieza a redefinir a los pueblos que estaban alrededor. Ya no son galaicos y vascones, como en épocas romanas. Ahora son gallegos y vascos. Es decir, las diversas identidades de las que tanto se habla ahora son posteriores a Asturias, no anteriores. Se redefinen a partir de la resistencia contra el invasor. Y colaboran entre sí. Si te fijas, las lenguas que han durado son las lenguas de los extremos. El euskera y el gallego. Pero según se va bajando en la Reconquista la lengua común a todos va siendo cada vez de forma más nítida el castellano.

P: ¿Tenían, los diversos reinos cristianos que fueron surgiendo, un proyecto común para reconquistar el territorio que había sido godo y cristiano en la península?

R: Sí, lo tenían. Tenían un interés compartido, por supuesto, pero no solamente eso. Además también tenían un fuero, es decir, una especie de norma, de ordenamiento jurídico común. Esta es la idea con la que trabaja Maravall. Él entiende que hay un fondo común legislativo del que surgiría la propia idea del Imperio.

P: ¿Cómo influyeron las relaciones familiares que conectaban a todos los reyes peninsulares?

R: Una cosa es la política y otra cosa es la antropología. Hay cosas inconmensurables. Es decir, alguien cualquiera, por más que tenga un rey cuya genealogía es castellana, sigue siendo aragonés. Todos los reyes estaban emparentados porque los matrimonios eran un negocio político. Y las anulaciones también. Era el arma diplomática que tenía el Papa para influir en la política internacional. Al papado no le interesaba la unificación. La división alemana e italiana, que duró hasta el siglo XIX, fue un producto del papado. Lo que hacía era anular matrimonios para evitar poderes civiles excesivamente fuertes. Es mucho más fácil ejercer de árbitro entre poderes pequeños que con grandes potencias. Portugal es otro producto del papado. La sucesión de Alfonso VI estuvo muy marcada por la presión de Cluny y del Papa. Es un tema complejo y controvertido, que nos llevaría para una conversación bastante larga.

P: Pues centrémonos en otra cosa, mejor. Escribes que lo fundamental, que solemos pasar por alto, es que España nació como Imperio. ¿Qué tenemos que entender exactamente cuando hablamos de Imperio en esa época?

R: Uno de los capítulos del libro lo dedico entero precisamente a esa cuestión. Habría que comenzar diciendo que lo que había era una pluralidad de reinos, efectivamente. Sin embargo, la idea que sostienen Maravall y Bueno para defender la realidad del Imperio es que había una unidad detrás. El imperio es un concepto que aparece en varios diplomas de varios reyes. El problema es cómo interpretarlo. Viene de la herencia romana y se reinicia con Alfonso II el Casto para darle la réplica a Carlomagno. Además, uno de los argumentos fundamentales del libro para sostener que esta España de la que estamos hablando no tiene continuidad con el reino godo es Santiago. El conflicto religioso que surge en esos momentos —Oviedo frente a Toledo, que es Santiago frente a Toledo— está amparado también por el Imperio. Y lo que permite que haya Imperio es precisamente que haya varios reinos. Porque un imperio es una coordinación de reinos. La pluralidad juega a favor de la unidad.

P: Dices que había coordinación, ¿pero había subordinación a un emperador?

R: También la hubo, en multitud de ocasiones. Por ejemplo, el primer intento de conquista de Zaragoza se subordinó a Alfonso VI, el de el Cid. Porque esa línea que va desde Asturias como Imperio, y de Oviedo fundada como ciudad imperial, pasó a León. León se refundó como ciudad imperial. Hablamos del Imperium Legionensis. La discusión historiográfica con respecto a esa denominación gira en torno a cómo interpretarla. Hay algunos que dicen que era mera propaganda real. Que no significaba nada en la práctica. Otros dicen que sí que tenía legitimidad. ¿Por qué tanta disparidad de opiniones? Pues porque es un punto fundamental para hablar de la unidad de la España medieval. Si existió realmente un Imperio, hubo unidad. Si no, la unidad se te va. Yo digo que esa subordinación al emperador sí que la hubo. Y que con Alfonso X, desde luego, la acabó habiendo definitivamente. Más allá de todo eso, también podemos juzgarlo todo a partir de su fase consumatoria, que es el Imperio español del siglo XVI. Ahí no hay dudas. Ese imperio existió de forma inequívoca. En él se daba una coordinación y una subordinación, claramente. ¿Pero de dónde viene la composición imperial inicial? Pues de todo esto de lo que hemos estado hablando. El origen es más real que intencional. Es fácil encontrar la coordinación de reinos que terminan subordinándose a Castilla. Con Aragón, en principio, es verdad que Jaime I tiene sus suspicacias con respecto a Alfonso. Muchas suspicacias, para ser exactos. Sobre todo por el tema de Navarra. Pero incluso con ellas se termina subordinando a él, a pesar de que también ejerce de tutor suyo, por así decir. Claro, él era más mayor, era un viejo zorro, diplomáticamente era bastante más espabilado, porque Alfonso era un poco torpe… Lo que hubieron fueron una serie de tratados en los que Aragón se subordinó a Castilla. Siempre teniendo en cuenta que la legislación de cada reino, su justicia y sus fueros van por separado. Podríamos hablar de una especie de federación, sólo que los estados actuales no tienen nada que ver con los reinos medievales. En definitiva: la unidad se juega en la idea de Imperio. Y el resultado de esa unidad imperial es la cohesión social, que es la nación. Yo sostengo que podemos empezar a hablar de nación española inequívocamente a partir del siglo XIII, con la conquista de Andalucía y Murcia. La dinámica es la siguiente: esos reyes son capaces de convocar a una población diferente con lenguas diversas para que se vaya instalando en la frontera para luchar contra el islam. Y una vez que se instalan tienen que repartirse la tierra, convivir y reproducirse. Se dan una serie de novedades que es lo que persiste hasta la actualidad. El 90% de las ciudades en las que vivimos los españoles actualmente se fundaron en el siglo XIII, por ejemplo. Muchas a partir de materiales previos, es cierto. De los romanos, sobre todo. Pero desde el punto de vista de la institucionalización de la ciudad, desde el punto de vista de la propiedad y de la explotación del terreno, y también de la relación entre las diversas ciudades, tenemos que poner el inicio en el siglo XIII. Hasta que no se conquista Sevilla no se da la relación Burgos-Sevilla, que es la columna vertebral de la historia de España. La idea fundamental del libro es que hasta que no se da una cohesión lingüística, cultural y social, no se puede hablar de España.

P: ¿Hasta qué punto la idea de nación esencialista del XIX ha contaminado y sigue contaminando la discusión historiográfica medieval?

R: Bueno, es un punto complicado porque el concepto de nación política surgió precisamente en el siglo XIX como reivindicación de la igualdad. El concepto de nación fue utilizado por los movimientos revolucionarios frente al Antiguo Régimen para romper los estamentos. La nación es lo que hay de común. Toda persona nacida en un lugar se eleva a la condición de ciudadano por el mero hecho de haber nacido. Y por ese hecho ya tiene los derechos políticos que le otorga el Estado. Lo que ocurre con el siglo XIX es que luego hay divergencias. Este concepto del que te hablo no es el mismo que el concepto de nación nacionalista que mencionas tú. No es ese concepto de nación esencialista. Ese concepto que dice que la nación va antes y que después, sólo después, se fabrica el Estado. Los nacionalismos fragmentarios, peligrosísimos, son precisamente los que defienden que toda nación exige la instauración de un Estado. Sin embargo, también en el XIX están los que defienden que son los Estados quienes hacen el concepto de nación y le dan una entidad, que es la soberanía, para producir una suerte de representación mediante sufragio que permite que los ciudadanos se gobiernen a sí mismos. Antes de esto, el concepto de nación era meramente antropológico. Hacía referencia a los que nacían en un sitio. Nada más. Por eso, cuando los nacionalismos periféricos rescatan de ciertas fuentes antiguas pasajes en los que se habla de una nación determinada lo que hacen es incurrir en un anacronismo descomunal. La pregunta interesante sería plantearse cuándo surge ese concepto antropológico de nación. El político ya lo sabemos: nació en el XIX. ¿Y por qué no desaparece el concepto de nación? Pues porque es en lo que vivimos. Un código para todos y una Constitución. La idea de Constitución niega la idea de fuero. Es incompatible.

P: ¿Cómo se compra entonces que la Constitución del 78 reconociese las particularidades históricas de ciertas regiones?

R: Es que la Constitución del 78 incurre en un hibridismo. Es un monstruo. Un monstruo constitucional. Es como lo que decía Copérnico del sistema ptolemaico, que era un monstruo lleno de distintos centros. Pues igual. La Constitución del 78, en ese sentido, es una monstruosidad. Un aborto. Porque una Constitución, si es Constitución, no puede dar pie a privilegios particulares.

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