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La tragedia que esconde la única crónica escrita por Robert Capa en la Guerra Civil en Teruel

El mejor fotógrafo de guerra del siglo XX dejó escapar la oportunidad de captar las que pudieron ser las más épicas imágenes del Ejército Popular.

El mejor fotógrafo de guerra del siglo XX dejó escapar la oportunidad de captar las que pudieron ser las más épicas imágenes del Ejército Popular.
Teruel durante la Guerra Civil | Cordon Press

La única crónica escrita que publicó sobre la Guerra Civil el fotógrafo Robert Capa esconde una tragedia que el mejor reportero bélico del siglo XX nunca pudo imaginar. Sus protagonistas fueron los combatientes de la 84.ª Brigada Mixta en su asalto al Gobierno Civil de Teruel el 3 de enero de 1938, en plena lucha por la ciudad aragonesa. Protagonistas también de sus fotografías de aquel día, los hombres de la 84.ª Brigada sufrirían dos semanas después un castigo brutal por parte de sus mandos. Pedro Corral rescató la historia olvidada de esta unidad republicana en Si me quieres escribir, considerado un clásico entre los libros de la contienda española, que acaba de ser reeditado por La Esfera de los Libros con nuevas investigaciones.

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En Barcelona, la incertidumbre sobre la suerte de la ciudad aragonesa invadió el Hotel Majestic, donde se encontraban hospedados la mayoría de los corresponsales extranjeros en el bando republicano, entre ellos Robert Capa y Herbert L. Matthews, que habían regresado de Teruel el día 29 de diciembre. Sorprendidos por las noticias de la radio franquista, que daban por recuperada Teruel e incluso hablaban de la captura del general Rojo, Capa y Matthews decidieron viajar en automóvil a la ciudad aragonesa para comprobar cuál era la situación real.

Una vez en el interior de la ciudad, Capa y Matthews se encaminaron hacia el Gobierno Civil, donde los combatientes de la 84.ª Brigada se aprestaban para un nuevo asalto contra el principal reducto de las fuerzas de Rey D’Harcourt, en cumplimiento de las órdenes recibidas la noche anterior, que exigían que al día siguiente los focos de resistencia fueran "vencidos o aniquilados". Se trataba de la misma unidad con la que habían entrado en Teruel el 21 de diciembre, asistiendo a sus combates calle por calle, casa por casa, después de haber sido testigos de su ataque al cerro de El Mansueto, en las afueras de la ciudad.

Nuevamente, los testimonios ofrecidos hoy por los veteranos de la 84.ª Brigada se cruzan con los relatos de los periodistas extranjeros que fueron testigos de su actuación en la batalla de Teruel. El hecho excepcional es que uno de estos relatos pertenece a la única crónica escrita que publicó Robert Capa en toda la Guerra Civil, aparecida el 8 de enero de 1938 en el periódico Ce Soir, vespertino del Partido Comunista francés, donde colaboraban también los fotógrafos Henri Cartier-Bresson y David Seymour Chim, con quienes Capa fundaría en 1947 la agencia Magnum.

La crónica de Ce Soir estaba titulada con gran despliegue tipográfico con el nombre del reportero, para entonces convertido ya en corresponsal legendario de cuya colaboración convenía alardear: "Nuestro colaborador Robert Capa, de regreso de Teruel, nos describe la lucha implacable en los subterráneos de la ciudad". El texto de Capa iba ilustrado con un reportaje fotográfico de cinco páginas, que incluía algunas de las imágenes que había captado en Teruel aquel 3 de enero.

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Página del periódico francés con las fotos de los hombres de la 84 Brigada que Capa hizo aquel día

El testimonio de Capa sobre el ataque de la 84.ª Brigada al Gobierno Civil confirma definitivamente cómo la fama le fue esquiva a esta unidad. En su crónica, Capa atribuyó el asalto a los hombres de la "40 brigada", confundiendo la numeración de la 84.ª Brigada, encargada del ataque, con la de la 40.ª División en la que se encuadraba. Sin embargo, ofrece un detalle de sus combatientes, como es el de que estuviera integrada por hombres de la región, que no deja lugar a dudas: la única crónica escrita por Robert Capa en toda la Guerra Civil tuvo como protagonistas a los soldados de la 84.ª Brigada en su asalto al Gobierno Civil de Teruel, el 3 de enero de 1938.

"La toma del último islote de resistencia que los facciosos"

Las tres plantas del Gobierno Civil, uno de los últimos bastiones de la resistencia en el interior de Teruel, estaban reducidas prácticamente a una montaña de escombros. La explosión de las minas, los bombardeos de la artillería y los incendios habían provocado el derrumbe del tejado y de su fachada sur, que se asomaba al viaducto sobre la Rambla de San Julián y que había sido cañoneada incesantemente desde el comienzo del asedio por una batería del 15,50 situada en las casas del Ensanche, al otro extremo del viaducto. Antes del asalto del día 3, se preparó una nueva mina bajo la fachada oeste, que daba al barranco del Turia y lindaba con las casas del Paseo del Ovalo. El ataque estaba previsto a las 13 horas. Era un mañana fría y soleada.

Unos minutos después de nuestra llegada —escribió Robert Capa en Ce Soir— nos dirigimos hacia el palacio del Gobierno Civil, alrededor del cual se apresuraban los hombres de la 40 brigada, exclusivamente compuesta por habitantes de la región. "Llegáis en el momento justo" —nos dijo el coronel—. Vais a asistir a la toma del último islote de resistencia que los facciosos han conservado en la ciudad". No habían pasado cinco minutos cuando en medio de un estrépito espantoso se abrió uno de los muros. Una mina había sido colocada bajo un ángulo y la deflagración causó una brecha enorme en la muralla donde los soldados se precipitaron en medio de los escombros.

Blas Alquézar, el ametrallador de Largo Caballero, confirma que fue su batallón el encargado de asaltar el Gobierno Civil, desde las casas del paseo del Óvalo. Las órdenes eran que el ataque comenzara tan pronto como estallara la mina. Es lógico suponer que Capa y Matthews se encontraban en alguna de aquellas casas, mezclados entre los cerca de trescientos hombres que, como Blas Alquézar, esperaban tensos y expectantes el momento del asalto, ajustando la bayoneta en el fusil o contando sus cargadores.

"Los dinamiteros habían hecho un túnel hasta la fachada del Gobierno Civil. Allí cargaron la mina y la volaron. Nosotros estábamos en unas casas de enfrente. Nos habían dicho que, tan pronto como explotara la mina, saliéramos para atacar. Pero cuando salimos después de la explosión, nos encontramos bajo una lluvia de cascotes y nos tuvimos que retirar y esperar un rato antes de volver a atacar", recuerda Blas Alquézar.

Las memorias de Matthews continúan el relato de Blas Alquézar en este punto exacto, en los instantes que siguieron a la voladura de la mina, cuando Capa y él deciden seguir a los soldados de la 84.ª Brigada en el asalto:

El edificio del Gobierno Civil acababa de ser minado, de manera que Capa y yo nos acercamos rápidamente para ver lo que estaba sucediendo. Toda la parte alta de la fachada lateral que daba al puente sobre el Turia se había derrumbado, dejando al descubierto lo que no parecía ser más que un montón de vigas, trozos de paredes y cemento. Subiendo por aquel lado los soldados republicanos se lanzaron al ataque, y nos apresuramos a seguirlos como pudimos. El edificio se llenó de fuego de fusiles, disparos de pistolas y explosiones de granadas, y se necesitaba cierta capacidad de maniobra y prudencia para reconocer qué esquinas no había que doblar y por dónde era mejor no sacar la cabeza.

La crónica de Capa toma el relevo al testimonio de su amigo y colega Matthews, con el que se vio envuelto en el fragor de aquella lucha encarnizada entre los muros del Gobierno Civil, donde los hombres de la 84.ª Brigada luchaban por cada palmo del edificio:

Entonces comenzó la lucha de habitación en habitación. Una lucha sin piedad, con granadas. Todos los muros parecían haber sido minados: las explosiones resonaban por todas partes. Dominando los ruidos secos de los revólveres, entre los raros segundos de silencio que seguían al estallido de las granadas, se oían en el corazón del edificio los gritos de "¡Arriba España!" y los quejidos de los desgraciados que los facciosos habían arrastrado con ellos para utilizarlos como rehenes en el momento de encerrarse en el palacio.

Se avanzaba con extrema prudencia: no se sabía dónde se encontraban las mujeres y los niños. Los gritos se mezclaban con las explosiones. Al cabo de un instante apareció el primer prisionero: era un guardia civil, un hombre con el rostro descompuesto al que un joven de Teruel mantenía a raya con el revólver que acababa de quitarle.

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Matthews, Hemingway y Capa en Teruel

Matthews recuerda que subieron al tercer piso del edificio convertido en campo de batalla, siguiendo a los soldados de la 84.ª Brigada, que buscaban dominar las plantas superiores para cercar a los sitiados en las inferiores. El relato de Matthews es una cadena de escenas de cada vez mayor dramatismo:

Subimos hasta llegar más o menos a la tercera planta. Los nacionalistas, que ocupaban el piso inferior, disparaban hacia arriba, mientras los republicanos lo hacían hacia abajo o lanzaban granadas de mano en un escenario que resultaba fantasmagórico por la destrucción de casi todas las paredes y techos del edificio. Gritos de "¡Viva Franco! ¡Arriba España!" subían hasta nosotros con nitidez, mientras los milicianos, entre maldiciones, respondían con disparos y granadas. En un momento determinado, sorprendentemente, una canción subió hacia lo alto desde aquel lugar condenado bajo nuestros pies, y un soldado que se hallaba a mi lado hizo una pausa cuando estaba a punto de quitar el seguro de una granada para arrojarla. "¡Están cantando!" dijo, atónito. Ignoro qué melodía era aquélla, pero también me sentí muy conmovido al oír a hombres que cantaban en semejante situación.

Blas Alquézar recuerda otra escena de parecido dramatismo sobre la desesperación de los defensores, subrayando con la misma expresión que Matthews su condición de testigo directo:

Encontramos más resistencia de la que esperábamos, aunque una buena parte del Gobierno Civil había quedado deshecha. Había gente que nos pedía socorro entre los escombros. Vimos a un soldado que estaba atrapado y que nos pedía a gritos que le ayudáramos. "¡Aquí estoy, aquí, ayudadme!", gritaba. Con nosotros iba un teniente que empezó a subir por los cascotes para echarle una mano. Lo vi con mis propios ojos porque el teniente iba delante de mí: cuando el teniente se le acercó, el tío sacó una pistola y le pegó dos tiros. El teniente murió y al otro le hicimos prisionero. Estaba sano, sólo que había quedado preso entre los escombros. Se lo entregamos a los comisarios del batallón, a quienes les contamos lo que había pasado, y ya no sé lo que hicieron con él.

Capa y Matthews permanecieron unas horas más en Teruel. El fotógrafo aprovechó aquellos momentos para captar algunas imágenes de la presencia en Teruel de las tropas republicanas: hombres que buscan entre las ruinas de una calle el mejor emplazamiento para sus ametralladoras, acemileros llevando en artola a los heridos, soldados al calor de una lumbre encendida dentro de un cubo, un combatiente que parece buscar leña entre los escombros… También fotografió a los soldados que habían tomado al asalto el Gobierno Civil. Aquellos combatientes, por primera vez identificados como soldados de la 84.ª Brigada, acababan de conquistar uno de los principales reductos que mantenían los franquistas en Teruel, contra el cual se habían estrellado sus ataques durante cerca de quince días, con numerosas bajas. Y, sin embargo, sus gestos y sus actitudes en las fotografías de Capa no reflejan ningún aire de victoria.

Un fresco de destrucción y muerte

Esta ausencia de triunfalismo es quizá lo que más ha llamado la atención siempre de la que es, sin duda alguna, la fotografía más reproducida de aquella batalla, y la que paradójicamente ha simbolizado mejor que ninguna otra la conquista de Teruel por las fuerzas republicanas. Capa la tomó desde una de las estancias del Gobierno Civil, cuya pared se había derrumbado por efecto de los cañonazos y las minas. Tres combatientes de la 84.ª Brigada aparecen sobre los escombros de la pared derruida y contemplan, a través del gran vano provocado por el derrumbe, el paisaje nevado de Teruel, con el viaducto en primer término y las casas del Ensanche al fondo. La escena está sumergida bajo una luz lechosa que el sol de aquel atardecer invernal derrama en su caída hacia el oeste. A la izquierda, en primer plano, aparece la figura de un soldado de espaldas, con casco y con fusil colgado al hombro. En el otro extremo, un segundo combatiente, con tabardo y con pasamontañas recogido sobre la frente, sostiene el fusil bajo el brazo derecho, con la bayoneta apuntando hacia los escombros. Detrás de él hay un tercer hombre, agazapado entre los cascotes, asomándose al paisaje.

Lo que pudo atraer a Capa de aquella escena no fue la presencia de unos soldados en el escenario de su victoria, sino el paisaje desolado al que dirigían sus miradas, como un fresco pintado en el muro invisible, del que destaca en primer plano el ramaje esquelético de un árbol hendido por la metralla. Los tres soldados son espectadores como Capa de aquel fresco de destrucción y muerte donde aparece retratado el verdadero protagonista de la fotografía: el vacío de la guerra.

En otra fotografía tomada por Capa en el interior del Gobierno Civil, aquel mismo día, cuatro hombres de la 84.ª Brigada miran hacia el hueco de una escalera destruida por las explosiones, con la barandilla retorcida y el pasamanos astillado. Hay una claridad extraña en esta fotografía: el cañizo que los soldados están pisando indica que la luz proviene del exterior, pues es el cañizo de la techumbre desplomada. A la izquierda aparece la figura de un suboficial, con tabardo, una bomba de mano sujeta al correaje y cartucheras al cinto. Los otros tres hombres son soldados, dos con el fusil colgado al hombro; el tercero se apoya en el arma, encogido por el frío, como enfermo. El compañero que está a su izquierda se muerde las uñas.

Al igual que en la anterior fotografía, estos cuatro hombres son espectadores de una escena que, en este caso, no podemos ver, pero que podemos adivinar: bajo la escalera destruida aparece retratado de nuevo el vacío de la guerra, que los soldados de la 84.ª Brigada contemplan pintado en el lienzo negro que asoma a sus pies, en el ángulo inferior derecho de la fotografía.

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El sur de Teruel durante la Guerra Civil

Su simpatía por la causa republicana, bien reflejada en su crónica de Ce Soir, donde identifica como "rehenes" a los civiles refugiados en el edificio, tendría que haber movido a Robert Capa a buscar imágenes de victoria en los momentos que siguieron a la caída del Gobierno Civil. Pero los combatientes de la 84.ª Brigada le ofrecieron un motivo bien distinto, con el que el fotógrafo sintonizó plenamente. El vacío al que dirigían sus miradas aquellos hombres que acababan de recibir su bautismo de fuego hacía dos semanas, era el mismo vacío al que él mismo se había asomado en los últimos meses, después de la muerte de Gerda Taro, el amor de su vida. Allí estaban por vez primera, ante el objetivo de su cámara, aquel lienzo negro de sus noches de insomnio y aquel muro invisible de sus días desgarrados, tras de los cuales veía el rostro de Gerda, inalcanzable. El mismo rostro de las fotografías con las que, días después, llenó una maleta para su viaje a China, durante el cual fue repartiendo los retratos de Gerda a todo al que se encontraba. A quienes entregaba las fotografías de Gerda, les contaba que era su esposa, aunque nunca se habían casado, y que él mismo la había visto morir bajo las cadenas de un carro de combate en Brunete, pese a que él no fue testigo de su muerte, confirmando con estas fúnebres fantasías su estado rayano en la enajenación de amor.

El mejor fotógrafo de guerra del siglo XX dejó escapar la oportunidad de captar las que pudieron ser las más épicas imágenes del Ejército Popular, después de su victoria sobre el principal reducto de la única capital de provincia que conquistó durante toda la guerra. Y, sin embargo, las fotografías de los protagonistas de aquel triunfo se encuentran hoy entre las visiones más humanas y auténticas de la tragedia en que se precipitó España. Capa demostró una vez más ser el mejor testigo de aquella contienda, porque supo retratar en las escenas del Gobierno Civil la condición de los hombres arrastrados hacia el abismo de la guerra, incluida la suya propia.

Aquella misma noche Capa dejaba Teruel para volver a París. Desde allí partiría a China, para cubrir durante nueve meses la invasión japonesa. Atrás dejó una ciudad en ruinas, sumida bajo la claridad espectral de la nieve. Al alejarse por la carretera de Valencia en el coche de Matthews, le pudieron asaltar los recuerdos de aquellas horas en Teruel y de los soldados de la 84.ª Brigada con los que había compartido la jornada, preguntándose quizá cuántos de aquellos hombres morirían en las próximas semanas. Las sombras de la noche, desgarradas por los faros del viejo Ford, podrían haberle dado la respuesta. Dos semanas después, las mismas sombras serían testigos, al borde de una carretera cercana, bajo la luz de los faros de unos camiones del Ejército Popular, del destino cruel de aquellos hombres de la 84.ª Brigada, arrojados al fondo del lienzo negro frente al que él los había retratado.

Pedro Corral es autor, entre otros libros sobre la Guerra Civil española, de Vecinos de Sangre (La esfera de los Libros, 2022).

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