
"¿No se podría ingeniar para enviar la viruela entre esas tribus de indios desafectos? Debemos, en esta ocasión, utilizar todas las estratagemas a nuestro alcance para reducirlos". Jeffery Amherst, comandante en jefe del ejército de la Gran Bretaña en Norteamérica, se comunica con el coronel Henry Bouquet. La carta lleva fecha del 7 de julio de 1763. En mayo, el jefe Pontiac de la etnia Ottawa había forjado una alianza de tribus indígenas americanas para resistir al dominio británico en la región de los Grandes Lagos y el Valle del Ohio. Bouquet, un mercenario suizo que se dirige hacia Fort Pitt asediado por los nativos, le responde el día 13: "Trataré de inocular a los indios por medio de mantas que puedan caer en sus manos, cuidando sin embargo de no contagiarme yo mismo". Amherst contesta el 16 de julio: "Harás bien en tratar de inocular a los indios por medio de mantas, así como en probar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esta execrable raza".
En los días previos a esta correspondencia, oficiales ingleses se habían anticipado a las estratagemas sugeridas por Amherst. Los libros de cuentas de Ford Pitt correspondientes al mes de junio reflejan un pago a Levy, Trent and Company por la compra de dos mantas y un pañuelo. La factura precisa que las prendas han sido adquiridas para transmitir la viruela a los indios ("were taken from people in the hospital to convey the smallpox to the indians"). El pago lo autoriza el capitán Simeon Ecuyer, oficial al mando de la guarnición, certificando que son "para los usos mencionados". Les entregaron las mantas a los jefes indios Corazón de Tortuga y Mamaltee, que habían acudido a parlamentar. En su diario, el comerciante W. Trent anotó: "24 de junio. Les dimos dos mantas y un pañuelo del hospital de la viruela. Espero que tenga el efecto deseado".
El efecto deseado se confirmaría transcurridos más de dos siglos. El Grupo de Trabajo en Biodefensa Civil, creado en Estados Unidos para elaborar recomendaciones en caso del uso de la viruela como arma biológica, emitió un Informe de Consenso en 1999 (JAMA, June 9, 1999-Vol 281). El documento establece que "se produjeron epidemias que mataron a más del 50% de muchas tribus afectadas".
Cuarenta años después de esos sucesos, otro militar, esta vez español, llevó la viruela a las tribus indias. Para sanar. El 11 de abril de 1804 arribó a Veracruz la Real Expedición Filantrópica con la vacuna de viruela. "A petición del comandante general de las Provincias Internas, Nemesio Salcedo, el 21 de mayo una expedición de vacuna llegó a Chihuahua, desde donde se transmitió a toda la Nueva Vizcaya, y desde allí a Nuevo México, donde fueron vacunados, tanto los hijos de españoles como de todas las tribus indias sedentarias y los de las nómadas que aceptaron, como los apaches navajos y los comanches. En poco más de cuatro años, la vacuna había librado de la viruela a todas las tribus indias relacionadas con los españoles". Así lo describe Mariano Alonso Baquer, en su Tesis Doctoral Españoles, apaches y comanches. Publicaciones del Ministerio de Defensa. Madrid. 2016.

Arma biológica vs. salud pública. Raza execrable vs. dignidad humana. Progresismo vs Leyenda Negra.
"El indígena no podía enfermar ni morir ante los ojos de España como cualquier animal". El Hospital Real de Naturales, el primero dedicado exclusivamente a la atención de los indígenas de Nueva España, fue mandado construir en 1553 por el futuro Felipe II, entonces príncipe. Refiriéndose a esta institución, la historiadora mexicana Josefina Muriel destaca que no fue ni única ni privativa de la ciudad de México, sino parte de una política de la Corona española. Política cuyo origen está en el testamento —octubre de 1504— de la Reina Católica: "que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias y Tierra Firme, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien y provean" y en la Leyes de Burgos de 1512.
La vida del indio tenía el valor inapreciable de todo ser humano y como tal merecía que sus problemas se intentaran remediar de acuerdo con su dignidad. Por esto, añade la doctora Muriel: "los hospitales de indios no fueron talleres en donde se reparaba la máquina del cuerpo, sino lugares donde, con todo el respeto que merecían, fuesen curados de sus enfermedades. Consolados y auxiliados en el momento de su muerte".
El Hospital de San Andrés. En 1779 ya hubo un IFEMA y un Hospital Zendal. Con el mismo propósito, con la misma urgencia y pareja eficacia. Hacia el 20 de agosto de ese año, comenzó en la ciudad de México una terrible epidemia de viruela que afectó a más de 44.000 personas, provocando la muerte de cerca de 10.000. Vista la saturación de los hospitales, el Arzobispo de la ciudad se dio a la tarea de organizar un hospital improvisado en el edificio del excolegio de San Andrés. Se habilitó para funcionar con un poco más de 300 camas y estuvo atendido por sacerdotes, médicos, cirujanos y empleados que ayudaban al cuidado de los enfermos.
Sirvan estos precedentes para ayudar a comprender la esencia de un proceder. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna no fue un hecho aislado; su gesta nos sitúa ante "uno de los acontecimientos que más elocuentemente proclaman el carácter español que por sí solo bastaría para inmortalizar a quienes lo proyectaron y lo supieron realizar", escribiría el historiador colombiano Gabriel Giraldo Jaramillo.
La singularidad de la Expedición radica en su presta gestación, organizada y financiada por la Corona y en su propósito filantrópico porque la motiva el amor al género humano y la búsqueda del beneficio para toda la población del Reino. Una empresa universal que recorrió la América Hispana, llegó a las Filipinas, al Macao portugués y a la provincia china de Cantón. Fue un éxito médico y logístico que financia, despliega y lleva a buen fin un solo país. No se volverá a repetir.
"España nunca ha sido un descampado intelectual. Lo que sí ha sido, y es aún hoy día, es un fecundo sembradero de complejos" afirma el historiador y novelista Carlos Aitor Yuste. Consecuencia del movimiento ilustrado de los últimos decenios del siglo XVIII, el ambiente científico era muy amplio. La Ilustración española y el reformismo no se interrumpieron con la muerte de Carlos III. Nos lo recordó Luis Miguel Enciso: el impulso de modernización progresa con Carlos IV. Como se ha dicho, la Expedición de la Vacuna no es la obra de un momento. Va fraguando ante la necesidad de enfrentar las continuas epidemias que asolan América y también España. "Tenían claro el enemigo: la viruela; pero, ¿cómo luchar contra ella?", se interroga la historiadora Susana M. Ramírez.
Este "precioso descubrimiento de la vacuna ha excitado la paternal solicitud del rey a propagarlo en sus dominios de indias…"
Continuará…
