
El molt honorable prófugo de la Justicia española, Carles Puigdemont, anunciaba el pasado jueves desde Elna (Francia) su candidatura a las próximas elecciones catalanas, subrayando que sus relaciones con el Gobierno son meramente instrumentales y que no le interesa el diálogo, sólo la negociación. El fugitivo reactivado lo tiene claro, nosotros también: el derecho que tengan estas fuerzas secesionistas es la fuerza que demuestren en la resistencia o en la negociación. Y en eso están, con la anuencia del Gobierno plurinacionalizador. Declaraba el Forajido de Waterloo: "No nos casamos con el PSOE. No tenemos un romance con las izquierdas españolas. Nuestro objetivo es Cataluña. En esta legislatura propondremos al Estado un Referéndum de autodeterminación, no una consulta". Pero da igual que reconozcan a las claras que su propósito no es mejorar la convivencia ni la reconciliación. Gracias a la PSOE state of mind, el panfilismo dialogante y pacifista de millones de españoles ha aceptado llamar "diálogo" a los contubernios secesionistas, esto es, a lo que de toda la vida de Dios se llamó traición y mal gobierno.
La sedición es una corrupción política que tiene el nombre de traición. Y las sediciones no son exclusivas de las sociedades democráticas: hubo sediciones importantes en la Roma republicana o en la España del Antiguo Régimen. Pero las sediciones en el Antiguo Régimen o en las dictaduras tienen las vías de acceso muy limitadas. En cambio, la sedición en una democracia tiene vías mucho más accesibles: las urnas de la democracia facilitan la acción de los secesionistas a través del concepto espurio del "derecho a decidir". Podemos observar, de hecho, que si el secesionismo catalán no practicó más el terrorismo armado es porque no lo necesitó: la democracia ha sido su plataforma de lanzamiento y solo hay que ver que el separatismo catalán era completamente residual hasta hace pocos años. ¿Su gran jugada? Presentarse como un nacionalismo más civilizado frente al vasco, presentarse como un nacionalismo democrático, y en eso basan toda su propaganda. De tal suerte que si los supremacistas etno-lingüísticos han decidido ahora presentarse como demócratas, pues alharacas y verbena para todos: por emergencia metafísica se han convertido en partidos respetables y súper progresistas, aunque lo que persigan sea segregar a los catalanes no separatistas y robar una parte del territorio español al resto de españoles.
EL PSOE bebe de las concepciones neutralistas como las de Habermas, que suelen ocultar la existencia de conflictos objetivos, presuponiendo un armonismo optimista según el cual, hay por naturaleza un fondo bueno en todos los hombres que se puede sacar a flote gracias a un simple diálogo concienciador. Pero eso es mucho suponer. Ante una dialéctica de proyectos distintos no siempre cabe el recurso de la palabra, sobre todo si las contradicciones son radicales. Con quien te va a matar no cabe mucho diálogo y hay que oponerle (violentamente si cabe) una fuerza lo más racional posible. Esto vale también para el asunto de la amnistía a los promotores del golpe al Estado perpetrado en Cataluña en 2017: el proyecto de una República independiente de Cataluña, señores dialogantes, es incompatible con la Nación española y aplicar ahí el diálogo o la amnistía sólo tiene un nombre: traición o delito de lesa patria, sobre todo porque los amnistiados repiten por activa y por pasiva que lo volverán a hacer.
Ni que decir tiene que nuestro protagonista de hoy es el heredero del principal cabecilla o Gran Timonel del separatismo catalán durante la fase final de la pasada centuria, y así revelaba José Bono lo que el mismo Pujol explicaba al ministro socialista Fernández Ordóñez:
La independencia es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso, los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza.
En la España del presente podemos constatar que la aplicación del programa ha sido esmerada y sus resultados más que satisfactorios, pues el sistema educativo catalán es una eficacísima fábrica de nacionalistas fraccionarios.
El catalanismo político, desde que nació, se propuso empapar y organizar hasta el último rincón de la vida social y así declaraba Joan Ballester en 1963:
Hemos de hacer un trabajo de concienciación nacional. Y cuando no tengamos a mano ningún motivo auténtico, inventémonos uno. Hay que aprovechar cualquier circunstancia, inventar cualquier cosa, esencialmente importante, para llevar esta acción vitalizadora al medio de la calle. Será el momento en el que todos comprenderán que la función de sardanista, de bailes, orfeones, excursionistas, boys-scouts y toda la gama de actividades colectivas tiene una misión de servicio a la comunidad y no de goce de la actividad en sí misma.
El plan consistía en darle a todo una función política.
Pujol el sigiloso
Que nadie se llame a engaño: Pujol nunca fue un moderado. Pujol y el pujolismo siempre fueron separatistas. La cuestión está en que realizó su política con más disimulo, lo que terminó generando mayores daños. Su secesionismo era sigiloso, largoplacista. Lo dejaba meridianamente claro en su discurso de investidura de 1980:
Nuestro programa tendrá otra característica: será un programa nacionalista. Si ustedes nos votan, votarán un programa nacionalista, un gobierno nacionalista y un presidente nacionalista. Votarán una determinación: la de construir un país, el nuestro. Votarán la voluntad de defender un país, el nuestro, que es un país agredido en su identidad.
En 1998 se aprobaría la Ley de Política Lingüística según la cual el español era interpretado como una lengua impuesta por el opresor Estado español.
Ni que decir tiene que la estela (o la estelada) separatista del pujolismo perseveró con fuerza en los gobiernos de Maragall, Montilla, Arturo Mas, Puigdemont y, por supuesto, en el de Joaquín Torra y Pere Aragonés. La ideología secesionista fue gestándose desde las instituciones del Parlamento de Cataluña y de la Generalidad, junto con el dejar hacer de los gobiernos de Moncloa. En otras palabras, el secesionismo catalán se administró desde arriba hacia abajo, desde el poder descendente, a través de los políticos y de ciertas élites periodísticas, artísticas, universitarias, etc. Aunque hay que dejar claro que el "pueblo", si se deja engañar, también es culpable. Esto, mutatis mutandis, sirve para analizar los casos del País Vasco y de Galicia, así como otros secesionismos que vayan surgiendo, pues tal es el estrago causado por la historiografía basura que predica el odio a España que los separatistas nacen como setas a lo largo y ancho de la piel de toro.