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La otra gran derrota británica: el doble convoy de 1780

Los años entre el final de la guerra de Sucesión (1714) y la Revolución francesa (1789) fueron décadas de desarrollo, reformas, crecimiento demográfico, expansión en América.

Los años entre el final de la guerra de Sucesión (1714) y la Revolución francesa (1789) fueron décadas de desarrollo, reformas, crecimiento demográfico, expansión en América.
Batalla de Pensacola | Cordon Press

Blas de Lezo es una figura de la historia española recuperada en los últimos años, gracias, sobre todo al colombiano Pablo Victoria, recientemente fallecido. Pero la gesta de este almirante vasco no debe opacar a otros grandes personajes del siglo XVIII.

Esta centuria tiene aún mala fama, de manera tanto más incomprensible cuanto más se estudia. La derecha católica atribuye a la casa de Borbón haber iniciado el afrancesamiento y el laicismo, simbolizados por la expulsión de los jesuitas. Y a la izquierda le causan repelús los diversos reyes y ministros que mantenían la Inquisición, perseguían a la masonería y seguían enviando misioneros a las Indias, en vez de ser ‘déspotas ilustrados’ como Federico II de Prusia, José II de Austria y el ministro portugués marqués de Pombal.

Sin embargo, los años entre el final de la guerra de Sucesión (1714) y la Revolución francesa (1789) fueron décadas de desarrollo, reformas, crecimiento demográfico, expansión en América… y más victorias contra el gran enemigo: la Inglaterra, que ocupaba Gibraltar y Menorca y conspiraba para desmembrar los virreinatos.

Aparte de la batalla de Cartagena de Indias (1741), los marinos españoles causaron otra descomunal derrota a la Royal Navy. Se trató de la captura de un doble convoy los días 8 y 9 de agosto de 1780.

El canal, bajo el dominio hipano-francés

En la rebelión de las Trece Colonias, que comenzó en 1775, París y Madrid vieron la venganza de su derrota en la guerra de los Siete Años (1756-1763). En 1778, Francia firmó una alianza con los rebeldes. Londres propuso a España su neutralidad, pero no quería pagar el precio exigido por Madrid. En 1779, en el Tratado de Aranjuez, Carlos III se alió sólo con Luis XVI y no con los revolucionarios. La declaración de guerra de España se comunicó el 21 de junio de 1779.

La corte de Carlos III elaboró planes conjuntos con París, como el sitio de Gibraltar —el tercero desde la pérdida del Peñón—, la conquista de Menorca y la invasión de Gran Bretaña. En esta última campaña sobresale uno de los jefes militares españoles más destacados de la guerra.

Don Luis de Córdova y Córdova era septuagenario, ya que había nacido en Sevilla en 1706, pero el Rey le mantuvo en servicio a pesar de las críticas por su edad, sobre todo de los franceses, como el conde Montmorin, que le calificó de senil. Pocos marinos había en la Real Armada con su experiencia. En el Mediterráneo, participó en las reconquistas de Orán, Nápoles y Sicilia, combatió a los piratas berberiscos y escoltó al príncipe Carlos en su viaje a Nápoles. En el Caribe reprimió el contrabando británico y atravesó el Atlántico varias veces como protección de las Flotas de Indias. Ascendió a jefe de escuadra en 1760 y a teniente general en 1774.

El 23 de junio de 1779 zarpó de Cádiz la escuadra mandada por Córdova, que sumaba treinta y seis velas. Su nave capitana era el Santísima Trinidad, construido en el astillero de La Habana, el único navío del mundo con cuatro puentes. Tenía sesenta y un metros de eslora y dieciséis metros de manga; portaba 120 cañones, que se ampliaron hasta los 140. La dotación para marinar el "Escorial de los mares" superaba el millar de hombres.

Un mes más tarde, el 23 de julio, la escuadra de Córdova, aumentada con otros diez navíos, se reunió en alta mar con la francesa del almirante conde de Orvilliers. La flota combinada sumaba 150 velas. El plan consistía en aprovechar la dispersión de la Royal Navy por el mundo; hundir o encerrar en sus puertos los pocos barcos que quedaban en las costas británicas, que se calculaban en una treintena; y proteger el desembarco de 40.000 soldados ya preparados en Bretaña, Normandía y Flandes.

Los pueblos de la costa sur de Inglaterra se despoblaron y la Flota del Canal británica se replegó en sus bases porque, dada su inferioridad, se habría perdido por completo. Sin embargo, la división entre los mandos anuló la operación. Orvilliers quería destruir al enemigo antes de proceder al desembarco, mientras que Córdova sostenía que los buques ingleses eran tan pocos que no podrían impedirlo si toda la flota combinada protegía los transportes.

El verano concluyó sin desembarco ni batalla. El coup de grâce fue una epidemia de tifus originada entre la marinería francesa, que ya sufría el escorbuto. Los franceses volvieron a Brest; y Córdova, a Cádiz.

El conde de Floridablanca le escribió al conde de Aranda, embajador en París: "Me parece que el viejo es más alentado y sufrido que los señoritos de Brest". Y es que el lastre de la Armada francesa era la irresolución de sus mandos.

55 barcos británicos capturados

En julio de 1780, Córdova patrullaba entre los cabos de San Vicente y Santa María, al sur de Portugal, con una escuadra formada por una treintena de naves de las dos monarquías borbónicas, cuando se le confió la misión de su vida.

El conde de Floridablanca recibió informes de la red de espionaje español en Gran Bretaña de la preparación de dos convoyes, uno destinado a Jamaica y otro a India. Los rumores los confirmó desde Filadelfia el comerciante alicantino Juan de Miralles Trayllón, que ejercía ante el Congreso Continental como agente diplomático español. Floridablanca, que además en esas semanas era secretario de Marina interino por enfermedad del titular, elaboró un plan para interceptar el doble convoy y se lo envió a Córdova.

El almirantazgo, que seguía sin barcos suficientes, tomó una decisión arriesgada. El 29 de julio de 1780, zarparon de Portsmouth cincuenta y cinco mercantes, con una escolta de tres buques de guerra. A la altura de las islas Sorlingas, estos últimos dieron el relevo a la escuadra del almirante Geary, que acompañó al doble convoy hasta las cercanías de Galicia. Allí, Geary regresó para no dejar desguarnecido el Canal y entregó el servicio de escolta al capitán John Moutray, que sólo contaba con su buque, un navío de línea de setenta y cuatro cañones, y dos fragatas, de treinta y seis cañones cada una.

Mientras tanto, la escuadra de Córdova, formada por diecisiete navíos de línea, tres fragatas, una corbeta y una balandra españoles y nueve navíos de línea y una fragata franceses, se desplegaba en las Azores. Al teniente general le acompañaba otro de los grandes marinos españoles de ese siglo, el vizcaíno José de Mazarredo. Al anochecer del 8 de agosto se descubrieron velas británicas, aunque sin conocer el número completo ni identificarlas.

Los oficiales franceses temieron que se tratara de la escuadra del almirante Geary y propusieron mantenerse a distancia. Mazarredo replicó que Geary no les estaba buscando y que, además, el combate era inaplazable.

Córdova ordenó apagar todas las luces de su escuadra, salvo uno de los grandes faroles de popa del Santísima Trinidad. Los capitanes británicos tomaron la luz por la del buque de su vanguardia y la siguieron. Durante toda la noche, en torno a los flancos y la popa de la conserva, la escuadra hispano-francesa se desplegó en silencio.

Al amanecer del día 9, los británicos vieron que habían caído en una trampa. El jefe español izó en el Santísima Trinidad la señal de "caza general". Los mercantes, al ser alcanzados, arriaban su pabellón y se rendían. Moutray prefirió huir.

Las presas, según la relación de Guillermo Nicieza en Leones del mar, fueron treinta y nueve fragatas, diez bergantines y seis paquebotes. Se apresaron 1.250 oficiales y marineros de las tripulaciones, más de 1.300 oficiales y soldados del ejército y 286 pasajeros civiles. En la inspección se contaron 80.000 mosquetes, 3.000 barriles de pólvora, 294 cañones, pertrechos y provisiones navales para las flotas en América y la India, equipamiento para doce regimientos, un centenar de caballos y mulas, un millón de libras en oro amonedado y lingotes, más otras 600.000 libras en que se valoraron los buques. Parte del botín se repartió entre las tripulaciones.

En cuanto se conoció la noticia, la Bolsa de Londres cayó, muchas aseguradoras quebraron y se dispararon los seguros de los fletes. Jorge III sufrió un desmayo causado por el disgusto, ya que había invertido en varias de las empresas implicadas en el doble convoy. El quebranto que Córdova había causado se seguía recordando en la Bolsa mientras se combatía a Napoleón.

Con semejantes refuerzos el ejército británico habría recuperado la superioridad en número respecto a los patriotas americanos y sus aliados europeos. Las victorias de éstos en Yorktown y Menorca se atribuyen a la captura del doble convoy.

La "pérfida Albión" se levanta

En 1781, el almirante, con setenta y cinco años, regresó al Canal de la Mancha para intentar el desembarco otra vez. Entonces el obstáculo fueron las tormentas. Los barcos españoles apenas sufrieron daños debido a la pericia de sus mandos. También participó en el sitio de Gibraltar, la mayor batalla de la guerra por el número de combatientes, y escoltó un convoy con destino a Menorca. En las Sorlingas, en junio de 1782, Córdova capturó diecinueve mercantes de otro convoy que aproaba a Quebec y Terranova.

Acabada la guerra, se retiró con la graduación de capitán general. Falleció en San Fernando en 1796 y sus restos se hallan depositados en el Panteón de Marinos Ilustres, cuya primera piedra colocó él en 1786.

Inglaterra atravesó en el verano de 1780 la situación más peligrosa desde la Grande y Felicísima Armada de 1588. Nunca los alemanes del II y del III Reich, a pesar de su poderío industrial, tuvieron oportunidades similares a las de los españoles y franceses en la época de la navegación a vela para cruzar el canal de La Mancha.

En el tratado de París de 1783, España recuperó la Florida y Menorca, aunque no Gibraltar. Para Londres, el Peñón es innegociable.

(Extracto del capítulo "Cuando la Armada española hundió la Bolsa de Londres", de Historia desconocida del Imperio español.)

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