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Sánchez y Ho Chi Minh: ¡Cómo ama la izquierda a sus genocidas!

La veneración de las izquierdas por los asesinos incluye también a individuos que no comparten su ideología, pero quedan redimidos por su condición de extraeuropeos (y también por su generoso reparto de sobornos).

La veneración de las izquierdas por los asesinos incluye también a individuos que no comparten su ideología, pero quedan redimidos por su condición de extraeuropeos (y también por su generoso reparto de sobornos).
Bajo la efigie del genocida Ho Chi Minh Pedro Sánchez posa con el presidente de la Asamblea Nacional de la República Socialista de Vietnam | EFE

A los izquierdistas, incluso los de chaqueta, corbata y avión privado, les encantan los asesinos, los terroristas y los genocidas que matan en nombre de la revolución, el proletariado, el planeta o cualquier otra causa que se inventen. La izquierda es subversión y destrucción, y es comprensible que quien tiene afición de bola de derribo aplauda el operario que la maneja. Se diría que a estos izquierdistas les mueve el orgullo y hasta la envidia por personajes que hicieron lo que ellos sólo sueñan.

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El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de España Pedro Sanchez

En cambio, los derechistas se suelen definir como ‘gente de orden’ y sólo pretenden que se les deje en paz, en su casa, con su familia y su huerto. Desconfían de los poderosos y les gustaría poner cercos al poder. Unas ideas respetables pero cándidas cuando el Estado, como está ocurriendo en el Reino Unido, los policías detienen en sus domicilios a ciudadanos por difundir en sus redes sociales mensajes que un fiscal o el representante de una minoría oprimida considera incitación al odio.

Veamos unos ejemplos de asesinos amados por los izquierdistas de todas las clases, aunque hayan sido sólo artesanos de la muerte.

Pequeños asesinos admirados por las izquierdas

Cesare Battisti, un canalla comunista, asesinó en Italia a cuatro personas con la excusa de la revolución. Se le condenó, pero escapó. Y en Francia, México y Brasil le protegieron camaradas de corbata y chaqueta. Al enunciar el socialista François Mitterrand la doctrina que lleva su nombre y por la que convirtió a su país en asilo para todos los terroristas italianos de ultra-izquierda que hubieran dejado las armas, Battisti volvió a Francia. Allí se instaló y comenzó una carrera de novelista.

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Cesare Battisti

Cuando por fin Jacques Chirac iba a entregarle, Battisti huyó a Brasil, donde se le encarceló. El Tribunal Supremo se pronunció a favor de la extradición; pero el presidente de izquierdas Lula da Silva la denegó en 2009. En 2011 se le liberó. Bajo Dilma Rousseff, también miembro del Partido de los Trabajadores y antigua miembro de un grupo terrorista, Battisti recibió un permiso de residencia permanente.

Su impunidad concluyó cuando el Senado brasileño destituyó a Rousseff por corrupción y le sucedió el vicepresidente Michel Temer. Entonces, el italiano huyó a Bolivia con documentación falsa, pero Evo Morales, que estaba perdiendo a sus aliados, aceptó entregarlo a Brasil y de ahí se le extraditó en 2019.

Mientras tanto, los que se consideran ‘conciencia del mundo’, como Gabriel García Márquez, Bernard-Henri Lévy, Daniel Pennac y Tahar Ben Jelloun se opusieron a que su colega Battisti pagara por sus asesinatos en Italia. Los pobres muertos por los revolucionarios tienen derecho a justicia ni reparación.

Entre la infinidad de casos que tenemos en España ("ETA ya no existe", "Otegui es mejor que Abascal"), podemos citar por su daño a la paz entre los españoles al chileno Gonzalo Boyé, condenado por el Tribunal Supremo por colaborar en el secuestro por etarras del empresario Emiliano Revilla. Boyé se ‘rehabilitó’ de tal manera que es abogado, ha impartido clases en el colegio de abogados de Madrid, tiene como clientes a narcos y a Carles Puigdemont y Sánchez y sus ministros han aceptado negociar con él los indultos y amnistías para los golpistas catalanes.

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Cristino García Granda

Celestino Uriarte Bedia (1909-1979) fue un pistolero socialista una de cuyas aportaciones a ‘la mejora de la vida de los más humildes’ fue el asesinato del diputado Marcelino Oreja en Mondragón durante la revolución de octubre de 1934. Sus admiradores han grabado un documental para glorificarle.

El comunista Cristino García Granda (1913-1946) combatió en Francia a los alemanes sólo cuando éstos atacaron la URSS. En 1945 penetró en España con órdenes de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri de matar a sus camaradas desobedientes. Una de sus víctimas fue Gabriel Trilla. Este sicario tiene calles en varias ciudades francesas y en Alcalá de Henares, aparte de la condición de hijo predilecto de Asturias.

La veneración de las izquierdas por los asesinos incluye también a individuos que no comparten su ideología, pero quedan redimidos por su condición de extraeuropeos (y también por su generoso reparto de sobornos). Por ejemplo, todos los políticos socialistas que visitan Marruecos ponen una corona de flores en las tumbas de los sultanes Mohamed V y Hassán II. Una humillación que aceptan también los políticos del PP, los presidentes franceses y muchos otros. La dignidad de la persona y el respeto a los derechos humanos parecen disiparse cuando se sale de Europa. No hay que preguntarse por qué se comportan así, sino por cuánto.

Ho Chi Minh, un comunista despiadado

Con estos antecedentes, se explica que en su viaje a dos dictaduras comunistas, la de Vietnam y la de China, el socialista Pedro Sánchez haya homenajeado a Ho Chi Minh (1890-1969), instaurador de la tiranía de Vietnam del Norte y responsable de cientos de miles de muertes.

Ho fue uno de esos hombres de voluntad de hierro y sin escrúpulos morales que ha engendrado el comunismo, de la misma ralea de Lenin, Stalin, Mao, Fidel y Pol Pot, a los que no les importan las matanzas, tanto de partidarios suyos como de ‘enemigos de clase’, con tal de hacerse con el poder e implantar la revolución.

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Ho Chi Minh

En los años 50, después de la retirada francesa y partición de Vietnam (1954) y antes de que llegasen los primeros militares de Estados Unidos, Ho Chi Minh realizó una reforma agraria estilo socialista que, como todas las hechas en Europa y luego en Camboya, enterró a miles de personas en números desconocidos. En el caso de Vietnam del Norte, superó los 10.000 muertos.

En la guerra de invasión contra Vietnam del Sur, Ho Chi Minh contó con un caudillo militar (de formación civil), Vo Nguyen Giap, ministro de Defensa, que dirigió la guerra con un criterio también comunista de desprecio de las bajas propias. Giap elaboró el concepto de ‘guerra prolongada’ para derrotar a los sudvietnamitas y estadounidenses, mediante guerrillas y actos de terrorismo. El Che Guevara trató de imitarle en África y Bolivia.

Como general, Giap sufrió derrotas en el campo de batalla, como la Ofensiva del Tet (1969), que se convirtieron en victorias políticas, al demostrar a los norteamericanos que no estaban ganando la guerra, a pesar del despliegue de tropas y material.

El número de muertos causado por el deseo de Ho Chi Minh y sus camaradas de unificar Vietnam a sangre y fuego causó un número de muertes aún desconocido. Los vietnamitas del norte y sus aliados en el sur pueden rebasar el millón de muertos.

Ho Chi Minh no vio el fin de la guerra ni la conquista de Vietnam del Sur, porque falleció en 1969. En otra imitación de los comunistas europeos, sus camaradas practicaron con él el ‘culto a la personalidad’: embalsaron su cuerpo para exhibirlo y renombraron Saigón, la capital del Sur, como Ciudad Ho Chi Minh.

La alabanza de Franco

En algo coincide Sánchez con su detestado general Franco, y es en su respeto por Ho Chi Minh.

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Ho Chi Minh (segundo por la izquierda) y Vo Nguyen Giap (primero por la derecha)

En 1965, el presidente de EEUU Lyndon Johnson, que llegó a desplegar casi 550.000 militares en Vietnam del Sur, pidió a sus aliados el envío de tropas para combatir a los comunistas, incluido Franco. El jefe del Estado español le advirtió en una carta célebre que Estados Unidos, a pesar de su poderío militar y tecnológico, podría perder la guerra, como así sucedió.

Además añadió el siguiente juicio de carácter sobre el dictador comunista:

"No conozco a Ho Chi Minh, pero por su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses, primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de conferirle un crédito de patriota, al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un lado su reconocido carácter de duro adversario, podría sin duda ser el hombre de esta hora, el que el Vietnam necesita. En este interés superior de salvar al pueblo vietnamita y a los pueblos del sudeste asiático, creo que vale la pena de que todos sacrifiquen algo."

Pero Franco no le llevó una corona de flores.

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