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Jorge Vilches

1714: Cataluña en España

No hay aquí una exaltación del centralismo ni una denigración del catalanismo, pero sí una crítica certera a la Historia puesta al servicio de la política.

No hay aquí una exaltación del centralismo ni una denigración del catalanismo, pero sí una crítica certera a la Historia puesta al servicio de la política.

La presión de las naciones sin Estado siempre se produce en tiempos de crisis. El nacionalismo se convierte así en un tipo de populismo basado en denunciar el vínculo entre las consecuencias sociales de la crisis y la insuficiencia de las instituciones estatales para solucionar los problemas. El nacionalista ofrece una sociedad alternativa, armónica y paradisíaca, toda vez que se construya sobre la ficción de la nación como sujeto con un único interés, propósito e idea, donde la pluralidad, la propia de una sociedad abierta, es vista como una mera cuestión de matices en torno a las esencias nacionales. Ese nacionalismo no solo manipula el presente y construye comunidades imaginarias futuras, también manipula situaciones pretéritas que ahondan la sensación de injusticia histórica propia de los populismos. Todo nacionalismo tiene su mitología; en el caso del catalán tenemos, entre otras, la de 1714.

Antonio Morales Moya, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid, ha reunido en 1714. Cataluña en la España del siglo XVIII, de la que es coordinador, una serie de trabajos que tratan de comprender lo que supuso aquel año para la Monarquía hispánica, desde una visión profesional y plural que separa la propaganda de la Historia.

La primera parte del libro está dedicada al conflicto en el que se integra el episodio de 1714, que no es otro que el de una guerra entre tronos europeos por el dominio del Continente que se inicia en 1701. No se trató de un enfrentamiento entre identidades nacionales, sino entre dinastías por la sucesión en España, tal y como remarca Luis Ribot. La Guerra de Sucesión, prácticamente una conflagración mundial, fue un fenómeno complejo que cobijó guerras civiles y fracturas sociales: no toda Castilla era borbónica, ni toda Cataluña era austracista, como señala Ricardo García Cárcel.

No solo falta una "sociología de la rebelión" en Cataluña en 1714, en opinión de David García Hernán, que ubique social, económica y cuantitativamente a los catalanes austracistas, sino que es preciso contarlo todo. La Generalitat no murió el 11 de septiembre de ese año, sino el 26 de febrero, cuando ilegalmente el Consell de Cent de Barcelona la suprimió para asumir todo el poder en la ciudad.

El centralismo borbónico llevado a cabo por Felipe V es desgranado en el libro con énfasis en los aspectos positivos y modernizadores de una Monarquía en crisis desde un siglo antes. La mitología nacionalista ha distorsionado negativamente la imposición de los decretos de Nueva Planta. De hecho, junto a la represión de los que se opusieron a Felipe V hubo una evidente colaboración de la sociedad catalana con el régimen borbónico, apunta Rosa María Alabrús. El relanzamiento del proteccionismo textil se granjeó el favor de los comerciantes, y se buscó que la principal proveedora del Ejército español fuera la industria catalana.

Clemente Polo hace la historia económica de Cataluña para concluir que la causa principal de su éxito ha sido la política proteccionista del Gobierno de Madrid durante los últimos trescientos años, que tuvo el único interés de que España contara con "una fábrica" propia. A partir de ahí, Polo señala el desastre que supondría para Cataluña su separación de España y la consiguiente salida de la UE y la Eurozona, así como la falsedad del déficit fiscal.

Del mismo modo, aunque hubo una prohibición del uso oficial del catalán, continuó la cultura híbrida castellano-catalana en las bibliotecas de los hombres de la Sucesión, de uno y otro bando. La intensificación popular del uso del castellano no se debió a una imposición, sino a la apertura de los mercados. La cultura catalana continuó hasta el punto de que algunos hablan de "Ilustración catalana" y de "recuperación" identitaria a través de la lengua, según señala Joaquín Álvarez Barrientos.

El juego de las identidades nacionales, precisamente, es abordado por Antonio Morales, quien sostiene desde la teoría perennialista que la nación española es de origen medieval, anterior al nacionalismo del XIX, que se consolida plenamente en el XVIII como comunidad política, cultural, moral e histórica, con una "conciencia de identidad nacional" impulsada por el patriotismo en la Ilustración. De esta manera, habría un vínculo entre los Borbones y la construcción nacional.

Pero, por otro lado, la historiografía nacionalista ha mezclado la historia con aspiraciones políticas presentes, sometiendo los acontecimientos a la idea de la "nación catalana maltratada", que sería más una construcción cultural del XIX que una realidad. Juan Francisco Fuentes llama la atención sobre el empeño de esa historiografía en borrar las huellas de la prosperidad económica y subrayar la condición de comunidad homogénea de los catalanes por encima de diferencias sociales, económicas, culturales o ideológicas. Y pone como ejemplo la respuesta de los catalanes en las guerras de la Convención y de Independencia contra los franceses, donde no hay sello de identidad catalana diferenciada de la española.

En el mismo sentido, Enrique Ucelay-Da Cal denuncia el realismo mágico de los nacionalismos, construidos sobre "suposiciones gratuitas" pretéritas, conectadas casualmente con comunidades presentes que poseen un supuesto destino histórico. Francesc de Carreras habla sin tapujos de la manipulación de la Historia para mostrar el supuesto enfrentamiento entre Cataluña y España, partiendo de un origen distinto –carolingio en el catalán; romano y visigodo en el castellano–, el victimismo como resorte sentimental y el diferencialismo –Castilla y Cataluña, dos mundos opuestos–.

En conclusión: nos encontramos con una gran obra, repleta de estudios profesionales, con ideas interesantes para la reflexión. Ya indica en el prólogo el profesor Morales que no pretende ser un libro de combate, pero tampoco eludir el debate público. No se encuentra entre sus capítulos una exaltación del centralismo ni una denigración del catalanismo, aunque sí una crítica certera a la Historia puesta al servicio de la política.

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