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'El tigre mordió a Cristo', de Rubén Amón: una galería de "monstruos en su decadencia"

Hablamos con el periodista de su bestiario tragicómico, en el que figuran "personajes radicales" como Berlusconi o Juan Pablo II.

Hablamos con el periodista de su bestiario tragicómico, en el que figuran "personajes radicales" como Berlusconi o Juan Pablo II.

Rubén Amón le ha dedicado El tigre mordió a Cristo (Leéme, 2015) a Groucho Marx y a José María Aznar. Al primero, porque "el perfil del libro es la tragicomedia", o sea, "el registro que mejor concibe Groucho"; al segundo, porque, tras leer sus memorias, "me parecía increíble que uno pudiera escribir así". "Si uno tiene que contar experiencias heroicas, que las cuente otro", añade. También pensó en dedicárselo a Pepe Bono.

En El tigre mordió a Cristo conviven el periodismo y la caricatura, lo grotesco y lo entrañable. Es un bestiario divertido y didáctico, una lectura de esas que se echan de menos en la carrera. Amón escribe con fluidez, desde la experiencia. El relato prima sobre la ostentación, cuenta cosas de otros -el libro se define como "antídoto al egocentrismo". El periodista -él- es la columna vertebral de la obra pero, a la vez, es un actor secundario: "'Periodista' rima con 'exhibicionista' y no me parece una casualidad".

El tigre mordió a Cristo se divide en dos partes: la primera, "Extramuros", formada por personajes conocidos, como Silvio Berlusconi, Plácido Domingo, Monica Bellucci o Juan Pablo II; la segunda, "Intramuros", en la que aparecen tipos anónimos, ligados a la biografía del autor. "Esto es una galería de monstruos en su decadencia. Reflejo el lado oscuro de las personas, incluso cuando asumimos que son profundamente millonarias y felices. O sea, el desgarro del famoso, del gran actor, el vacío de un futbolista o un boxeador. Y no porque sean inadaptados, sino porque la oscuridad, en el ser humano, contagia al recadero o a la estrella de cine", cuenta Amón.

No crean los lectores que, por no ser conocidos, los tipos de "Intramuros" son menos interesantes que los de "Extramuros". Ahí tenemos a Julián Campo, un aficionado taurino que se transformó "de misionero de Antonio Chenel, Antoñete, jaleando sus naturales, a misionero de Dios", ejerciendo como tal en Nueva Delhi; a Clément, quien curó su enfermedad del sueño leyendo a Dostoievski, o a Monseñor -sin nombre ni apellidos-, un iracundo sacerdote "más partidario del Antiguo Testamento que del Nuevo". ¿No se cuela la literatura en este tipo de personajes? Responde Amón: "Te voy a confesar una cosa, y es que tengo la imaginación muy restringida. Sería incapaz de hacer una novela, si por novela entendemos un ejercicio de ficción abstracto en el éter".

Los personajes de El tigre... están ligadas a todas las etapas profesionales del autor -crítico operístico y taurino, enviado de guerra, vaticanista, corresponsal en París y articulista-, salvo a una: la de tertuliano. Asume que "no es el ángulo más ortodoxo ni más puro de la profesión -periodística-, pero tampoco soy partidario de denigrarlo", y cuenta que "hubo una posibilidad, que yo mismo descarté, y era desglosar nuestra profesión en categorías". "Pero hacer de policía de asuntos internos convierte al que lo hace en una especie de figura por encima del bien y del mal, y eso fue lo que me disuadió", agrega.

Finalmente, una advertencia: no se escandalicen las monjas de clausura ni las groupies de Rouco Varela por el título. "La blasfemia no existe. Si hay un blasfemo, es el pueblo español, que es el único en el que se puede utilizar el nombre de Jesús y el nombre de Cristo. Y uno se puede llamar Cristo González", dice el autor. ¿Quieren saber más sobre la sangrienta y berlanguiana aventura de Amón en Ambiciones? Compren el libro.

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