Sonny Crockett vivía en un barco. Igual que Travis McGee, el protagonista de la novela Adiós en azul, publicada en España por Libros del Asteroide y primera de una serie de 21 novelas dedicadas al personaje del "recuperador" e investigador McGee, un tipo duro con un fondo menos rocoso de lo esperado. La segunda novela, Nightmare in Pink, nos llegará en 2016.
Para algunos lobos de tierra, vivir en un esquife y recibir la visita de amigas, clientas y mujeres fatales varias como hace McGee sería un modo de vida potencialmente deseable. Y Adiós en azul cumple con el contrato de quien busca un producto de este género. En las sucesivas novelas, MacDonald iría ampliando la biografía del recuperador McGee, plasmando los cambios políticos y sociales de un país que, si no lo han adivinado, es EEUU; añadiendo -en definitiva- carne y sangre social al hard-boiled de la primera historia, anclada en ciertos fantasmas (o tesoros) de la Segunda Guerra Mundial.
Adiós en azul es una novela negra como muchas otras, pero tiene "eso" que necesitan las mejores. Para empezar, parece cortada a cuchillo al estilo Westlake, y ya en la página 10 estamos metidos en el meollo. MacDonald, escritor trascendental para superventas como Stephen King, Kurt Vonnegut o Lee Child, ganador del American Book Award de 1980 y autor del volumen que inspiró El cabo del miedo, creó un antihéroe con rasgos de caballero andante, con retazos de conflicto interior, oscuro pero en esencia, bueno. Noir entre pulp y sofisticado, con acertadas pinceladas psicológicas y una enorme precisión estructural, además adecuado sentido de lugar, tiempo y acción.
Un estilo que crece y destaca, sin embargo, a la hora de describir a los personajes femeninos. Y en Adiós en azul hay muchos, su presencia es constante. Se trata de una novela escrita en los años 60, y eso se nota en crueldad lúcida del autor. Incorrecto y brutal, pero al final refrescante, las señoras que pueblan esta primera entrega de McGee son las protagonistas indiscutibles de la intriga. Víctimas y un poco verdugos, exuberantes cabellos de materia oscura que al final se sitúan en el corazón del relato. Seres humanos con vida propia más allá del tópico andante (un tópico que, si me permiten, todavía se disfruta).
Escrita en eléctrica primera persona, MacDonald nos mete en el papel de McGee y nos guía de primera mano por la húmeda y sensual Florida, con sus puertos llenos de vida (decadente), bares de mala muerte llenos de promesas sexuales y mansiones que ocultan enigmas que conducen a psicópatas. Al final de la montaña rusa nos espera Junior Allen, un chulo maligno de sonrisa mefistofélica, un veterano que evoluciona de ladrón a un brutal asesino de mujeres al que hay que detener.
Cuando acaba la primera novela, breve como un aguijonazo y entretenida como una despreocupada película de acción (ahora mismo en preparación, si el proyecto acaba de salir: Christian Bale fue anunciado como protagonista), el espectador tiene una idea clara de dónde nos hemos metido y en quién nos hemos convertido. MacDonald es claro pero sabe extraer poesía del estereotipo pulp. Puede que las escasas trescientas páginas en las que acompañamos a McGee sean, sesenta años después, una combinación de rasgos sui generis y otros más tópicos, pero el viaje ha sido grato, rápido y tiene olas. Queremos más.