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Chapu Apaolaza: "El encierro va más allá de la tontería de hacer el imbécil delante de un toro"

Entrevistamos al periodista vasco por 7 de Julio, donde aborda, conjugando datos y estilo, las 5Ws de los sanfermines.

Publica el periodista Francisco Chapu Apaolaza (San Sebastián, 1977) 7 de Julio (Libros del KO, 2016), obra poliédrica que, entre el ensayo y la crónica larga, aborda, conjugando datos y estilo, las 5Ws de los sanfermines. Apaolaza escribe con pasión y conocimiento de causa, y lo sabe transmitir con nervio magnético, partiendo de su relato personal y extendiéndose, por ejemplo, por la historia de los Miura, los Borbones antitaurinos, los cánticos de la plaza o las advertencias a los futuros corredores. Conversamos en un bar cercano a Las Ventas, escoltados por carteles de corridas pretéritas y retratos de leyendas del toreo en plena faena. Su "Viva San Fermín" suena auténtico.

P: ¿Sigue siendo el toro un ser divino?

R: Creo que el toro es una deidad. Representa muchas cosas divinas que, para nosotros, cada vez quedan más fuera de nuestro alcance. La animalidad, la fuerza… en el caso de la ciudad: el campo, lo rural, lo salvaje y, quizás, lo libre, lo auténtico. El toro es algo que no podemos comprender: cómo pelea hasta el final de su vida, cómo es tan fuerte que puede partir un árbol en dos… escapa de nuestro concepto de vida. Obviamente, sigue siendo un dios para mucha gente.

P: Su primer catequista fue su padre.

R: Sí. Tuve la suerte de nacer en una familia muy aficionada a los toros. Por parte de mi abuelo, de mi abuela y de mi padre. Desde pequeño, en mi casa, siempre se habló de toros, de toreros. De toreros valientes, locos. Y de héroes. Recibí esos valores y, para mí, es una suerte. Hay gente que considera que llevar o hablar a los niños de los toros es una especie de tortura infantil porque creamos seres casi psicopáticos, pero, desde el punto de vista del aficionado, sólo enseñas valores: la superación, el apreciar el arte, la valentía, y también los valores del toro: la bravura, la nobleza, la fuerza y la pelea a sabiendas de que nunca te vas a rendir y de que tienes la batalla perdida.

P: ¿Qué tiene Pamplona de Creta?

R: En el libro trazo un paralelismo: los atenienses que iban a morir a manos del Minotauro con los guiris que van a Pamplona a vivir algo y, en realidad, quedan presos del encierro, una historia que les viene grande y que, muchas veces, no entienden. Quedan magullados, asustados… los ves con unas bermudas, bebiendo una sangría terrible… Yo creo que siguen pagando el precio de visitar al Minotauro. (Se detiene un momento) La plaza de toros de Pamplona tenía el aforo de la mitad de la gente que vivía en la región. Es como si hicieran una plaza de toros en Madrid con dos millones y medio de espectadores. Al ampliarla, el proyecto de ampliación se llamaba Dédalo, que es el que diseña el laberinto del Minotauro. Pamplona nos remite a nuestras leyendas, mitos y orígenes. Ese es uno de los secretos de los sanfermines.

P: ¿Existe un perfil tipo del corredor?

R: Creo que no. Creo que los corredores no son ni más fuertes, valerosos, etc., que cualquier otro ser humano. Todas las personas son cobardes y valientes y pueden hacer frente a sus miedos, o no. Si hubiera un incendio mañana en la casa de al lado, no creo que yo entrara antes que tú. No creo que un corredor del encierro entre antes. Lo que une a la gente del encierro es que son buscadores de la verdad. Buscamos algo, no sabemos qué es, pero intentamos resolver un misterio en situaciones límite, como es ponernos delante de un toro. Sí que los que han corrido el encierro tienen muchas cosas en común. Nos hace ser de una determinada manera. El encierro nos va modificando. No creo que haya un perfil de los que comienzan a correr, pero sí de los que han corrido mucho: son personas que dan mucha importancia a la vida, que son conscientes de que la existencia es un suspiro y que puede doler mucho, que saben convivir con el miedo, que sabe que a veces aprieta muy fuerte, y que desarrollan entre ellos unos lazos de amistad increíbles.

P: Pese a la diversidad de personajes que aparecen en 7 de Julio, sí que encontramos una premisa básica: la carrera no se debe tomar a pitorreo.

R: Desde luego que no. La gran lección que da el encierro es que esto va en serio. Quizá sea una tontería, no lo sé, y quizá no tenga sentido correr el encierro, o subir una montaña, o hacer tantas cosas en la vida. El encierro va mucho más allá de la adrenalina y de la tontería de hacer el imbécil delante de un toro. Es algo muy profundo y muy serio para mucha gente, condiciona su vida. Físicamente, nadie lo puede tomar a cachondeo: cualquiera que vaya al encierro debe saber que ahí muere gente, y no sólo que muere gente, sino que hay personas que ven condicionada su vida por heridas muy fuertes.

P: Escribes: "Los toreros le dan muchos nombres al miedo por la misma razón por la que los esquimales tienen tantas palabras para calificar la nieve".

R: El miedo pesa muchísimo. Los toreros son los presidentes del Gobierno del miedo. El miedo en el encierro es muy pequeño en comparación con el del torero, pero pesa muchísimo. El encierro, sin miedo, no tendría ningún sentido. Y es un miedo terrible, un temor que empieza meses antes y va creciendo, y apretando y soltando. Media hora antes de correr el primer encierro es terrible. Luis Francisco Esplá dice que en él provoca una "flojera de palúdico". Dice que él tiene que parar el coche en una gasolinera porque de pronto piensa en que tiene que torear en Madrid y el miedo, que dice que le acecha en las costuras de los asientos del coche, no le deja ni conducir. A los corredores nos pasa lo mismo. De pronto, nos levantamos y pensamos que cae una especie de plomo en nuestras zapatillas, que algo no funciona. Casi no podemos levantarnos de la cama o beber un vaso de agua. Es terrible. Pero el miedo está para vencerlo. Hay que manejar el miedo, aguantarlo. Y esa es la base del encierro. Nos hace sentirnos dueños de nosotros mismos, aunque sea un espejismo, pero tenemos esa sensación tras correr el encierro.

P: ¿Podemos hablar de los sanfermines antes y después de Hemingway?

R: Totalmente. Hemingway cambia sin querer los sanfermines. Les da una dimensión internacional y trae a miles de personas. Hay una parte de los pamplonicas que creen que él perturbó o violentó una cosa pequeña que tenían ellos, que era el San Fermín puro, y eso ya se ha perdido. Pero San Fermín es también toda la gente que viene. Cuando deja de ir a Pamplona y vuelve años después, tras la guerra, dice: "Bueno, aquí sobran 40.000 turistas". Y se da cuenta de que los había traído él. Luego, hay un dilema enorme en Pamplona: ¿le vino bien esa avalancha de gente o no?

P: En una parte del libro dices, más o menos, que los sanfermines han dejado de ser de los pamploneses.

R: San Fermín ya no es sólo de los pamploneses. En puridad, sí, pero ya son de mucha gente. Es un símbolo en todo el mundo. El diálogo alrededor de San Fermín está fuera del control de los pamplonicas. Por ejemplo, a uno de los extranjeros se le ocurre que sería divertido saltar desde la Fuente de Navarrería. Alguien lo hace, y lo vuelve a hacer. Y, ahora, gente de todo el mundo salta desde esa fuente. No era una tradición sanferminera, pero da igual. Había gente que se hería. El Ayuntamiento, en dos ocasiones, llegó a retirar la fuente. Entonces, la gente empezó a tirarse desde los balcones. El mundo global ha complicado toda esta historia. Por ejemplo, en el libro cuento que a la curva entre Mercaderes y la Estafeta le llaman 'Dead man's corner', la esquina del hombre muerto. Yo encuentro que es un nombre muy feo y no es cierto, porque en realidad allí no murió ningún hombre y el 'Dead man's corner' en realidad está en Normandía, pero ¿qué importa el origen o si lo inventó un tipo de la NBC o si a los pamploneses les gusta? Está ahí, punto.

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Chapu Apaolaza, en Las Ventas. David Alonso

P: En la obra se lleva un palo Manuel Vicent, quien se dedica "a dar lecciones de moralina" y destila una "pasión antitaurina de la que ha escrito hasta la extenuación de algunos de sus lectores como si expiara algún trauma infantil".

R: No tengo nada en contra de Vicent, pero creo que se pone las gafas de antitaurino en gran parte de su literatura, que ha sido brillante. Puede ser que todos los escritores estén obsesionados con algo. Puede ser que Hemingway estuviera obsesionado con la muerte o la violencia, y Manuel Vicent, obsesionado con la tauromaquia. Pudiera ser que a veces juzguemos las cosas a través de nuestras propias obsesiones. Él ha escrito obsesionado totalmente contra la tauromaquia, pero, obviamente, es libre de tener ese odio.

P: Hay una sociología específica de las corridas de toros en Pamplona.

R: Pamplona es la antítesis de Sevilla. La Maestranza es la quietud, la elegancia, el silencio en el que se oye volar a los vencejos; Pamplona es la explosión, la música, los cánticos. Como todas, la plaza tiene dos partes: la Sombra y el Sol, pero aquí más que nunca. Hay una representación de las dos Pamplonas allí. El Sol es bullicio, ruido, sangría, cangrejos de río volando. La Sombra es la quietud y el disfrute de un modo más moderado. En el Sol disparan sangría con una pistola de agua; en la Sombra, una botella de vino blanco y copas de cristal. No hay una vida mejor que otra, yo creo, pero son totalmente distintas. Quizá, el estereotipo no está en lo que hacen, sino en cómo se ven el uno al otro. El Sol es el puro jolgorio, es Roma, siempre está con el toro. Ojo del torero que pinche al toro o que parezca que no es suficientemente valiente. La Sombra siempre admira la técnica y el detalle de la tauromaquia. El Sol piensa de la Sombra que son los conservadores, todos votantes de UPN o del PP, casi intelectuales de la derecha, y, en cambio, la Sombra piensa del Sol que es una especie de contubernio filoetarra. Es gracioso porque hay gente que va un día a Sol y otro a Sombra. Creo que interpretan un papel, que la plaza es el escenario de una gigantesca obra.

P: Que el ayuntamiento esté regido por tal o cual partido, ¿ha afectado de algún modo a lo sanfermines?

R: Habrá que ver cómo afecta la llegada de Bildu a las fiestas. No sabría responderte ahora; veremos con el tiempo. Creo que, en realidad, la fiesta es muy grande y nosotros somos muy pequeños. Es muy difícil modificarla de veras. Me dan miedo los políticos adanistas, sean del color que sean. Los que, de pronto, creen que ellos van a refundar algo. Todo seguirá su curso.

P: ¿Ha impregnado las fiestas el terrorismo etarra?

R: Esa pregunta trasciende mucho el tema que trato en el libro. (Piensa) Hay dos momentos clarísimos, al margen de las pequeñas historias que cada cual pueda tener relacionadas con el terrorismo. El primero: los sanfermines del 78. El 8 de julio, la policía, con la excusa de una pelea y de unas pancartas que había sacado la gente en Sol pidiendo amnistía, entra en la plaza y empieza a disparar desde el ruedo. Terminan disparando balas o, al menos, se da esa orden. Ese día hay muchos heridos en Pamplona, la fiesta se rompe y muere una persona, Germán, de un disparo. Todavía hay gente que mantiene esta herida abierta. El segundo: el asesinato de Miguel Ángel Blanco. La gente se enteró cuando ya estaba dentro de la plaza de que ETA había cumplido su amenaza y lo había asesinado. Fue un momento peligroso, la gente estaba muy tensa. Luego, al día siguiente, hubo disturbios por la mañana. Lo único que ha podido con los sanfermines han sido las pistolas. Es terrible. Pero sólo ha sucedido dos veces. San Fermín es un milagro. Por ejemplo, los corredores de la cuesta de Santo Domingo, cuando nos juntamos para almorzar, somos gente que, si fuera por la política, no nos dirigiríamos la palabra. Todos sabemos de qué pie cojeamos cada uno y, cuando hablamos de política, lo hacemos intentando comprender al otro. Es una cosa maravillosa. El terrorismo ha sido una losa de sufrimiento sobre el pueblo vasco y navarro, pero no solo en sanfermines; en todos los aspectos de la vida.

P: Dicen que torero casao, torero retirao. ¿Esto pasa con los corredores?

R: (Risas) Algunos sí tienen serios problemas con sus esposos o esposas, pero, normalmente, el que te retira del encierro son los niños. En mi caso, mi mujer siempre me ha entendido. Nunca me ha dicho "déjalo". Pero entonces llega el hijo o la hija y las cosas sí que cambian.

P: En el capítulo sobre las retiradas de los corredores, escribe que cuando su mujer le dio permiso para correr, después de tener una niña, "noté como si derribaran una puerta".

R: Eso fue un momento muy importante. Para poner a la gente en contexto, esta es la historia que me sucede a mí y la cuento porque le ha sucedido a decenas de miles de personas. Es una historia tipo. El caso, que me entero de que voy a ser padre y sigo corriendo ese año, pero decido que no correré más cuando venga mi hija, hasta que ella sea mayor y pueda acompañarme al encierro si quiere, o hasta que sea una adolescente y yo juzgue que ya he cumplido mi papel de padre cuidador y pueda hacer un poco lo que quiera y jugarme la vida. Estaba convencido de eso: era lo que había hecho mi padre. Yo pensaba que me estaba cortando la coleta, pero sólo me estaba arreglando las puntas. Mi mujer, a la que le debo tantas cosas, me dijo: "Bueno, Chapu, si quieres volver a correr, no pasa nada". Ella comprendía que mi encierro no había acabado. Incluso me lo había prometido a mí mismo. No corrí ese año porque pensé: "Si me tomo el pelo a mí mismo, me van a tomar el pelo los demás". Pero al año siguiente volví. Fue una retirada simbólica. No hay respuestas unívocas a esto. Volví convencido a la calle, pero sé que si me agarra un toro y de alguna manera modifica esto la vida de mi familia, y sobre todo de mi hija, sabré que en el fondo me he portado como un imbécil. En el fondo sé que nada está por encima del bienestar de Macarena, pero el ser humano es complejo.

P: ¿Correrá este año?

R: Como dice un amigo que sale en el libro, Asier, yo ya no me anuncio. Me gustaría estar preparado para ello, que sucediera y que fuera bien, pero no lo sé. No sé si mañana, en mi cabeza, se fundirán los plomos y decida no salir. Sé que sucederá algún día y espero que suceda algún día.

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