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Fernando Navarro García

Anoche soñé con Mrs. Danvers...

Hay muy poco en la novela de Daphne Du Maurier que nos explique la razón de su enfermiza pasión por la desaparecida Rebeca.

"Anoche soñé que esa maldita mosquita muerta no volvía nunca más a Manderley..." Eso es lo que probablemente pensaba Mrs. Danvers cuando las llamas cubrían el ala Este de la mansión de Rebeca y empezaban a abrazarla entre pesados cortinajes de terciopelo ardiente y fragancias ahumadas de antiguos perfumes olvidados.

Hay muy poco en la fascinante novela Rebeca (1938) de Daphne Du Marrier -y menos aún en la película de Hitchcock (1941) - que nos explique quien era Mrs. Danvers y la razón de su enfermiza pasión por la desaparecida Rebeca. Y ese silencio intencionado sobre el pasado de Mrs. Danvers, una de las malvadas más hipnotizantes de la literatura y el cine, siempre me ha intrigado sobremanera.

¿Quién era y como se forjó la fiel y doblemente torturada Mrs. Danvers? Torturada por la ausencia de Rebeca y torturada por la presencia de su insignificante sustituta, a la cual ni siquiera se le otorga un nombre en la novela... ¿Fue siempre así o hubo un tiempo en que Mrs. Danvers fue bella (Judith Anderson, la actriz que la encarnó en el cine, no era fea a pesar del maquillaje y la iluminación tenebrista)? ¿Disfrutó alguna vez de la luz del sol y de los bellos jardines de Manderley o siempre vivió entre sombras? ¿Abrazó con ternura a la pequeña Rebeca, jugó con ella a la gallinita ciega, hicieron guerras de cosquillas dispersando el eco sus carcajadas por los interminables pasillos de Manderley?

Lo poco que nos contó Daphne Du Maurier sobre Mrs. Danvers fue que había sido la niñera de Rebeca y su dama de compañía muchos años antes de convertirse en la inmortal y enamorada ama de llaves de Manderley.

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'Rebeca' (1941), de Hitchcock

Muchos años antes del inicio de la novela existía y palpitaba acaso otra Mrs. Danvers muy distinta a la conocida (atención autores: he aquí un filón maravilloso). Y es entonces cuando no puedo dejar de pensar que la manipuladora y fantasmal Rebeca fascinó a Mrs. Danvers del mismo modo que lo hizo con Maxim de Winter, su esposo, su esclavo y viudo. Recurriendo a la mentira, a la adulación zalamera, a la intriga victimista, a la mezcla sabiamente dosificada de arrebatos de amor con oleadas de desprecio, de caricias y guiños con silencios y fruncidos ceños, creo que Rebeca – la auténtica y gran malvada de la historia- logró encadenar el alma de Mrs. Danvers a la suya, tan mortal como muerta, tan opiácea como venenosa. Y ese encadenamiento a una muerta en vida como Rebeca hizo que Mrs. Danvers fuese descrita por Daphne Du Maurier como una "silueta oscura, de rostro cadavérico y cuencas oculares vacías".

En nuestro imaginario colectivo Mrs. Danvers fue siempre el paradigma de la maldad y del odio ("es mas mala que el ama de llaves de Rebeca") y, sin embargo, su malevolencia tiene una raíz noble y hasta admirable: la fidelidad parapara con su señora, la devoción y el amor mas allá de la muerte.

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'Rebeca' (1941) de Hitchcock

Margaret Forster, la biografa de Du Maurier ha desvelado en su obra Daphne que la autora de la famosa novela fue siempre bisexual, con una clara preferencia por su propio sexo (en sus cartas privadas el amor lésbico es identificado en clave como "Venecia" mientras que el heterosexual es denominado "Cairo"). Una de sus pasiones mas escandalosas fue la que en 1947 intentó mantener infructuosamente con la mujer de su editor norteamericano. Daphne Du Maurier siempre se sintió un chico y eso determinó la pulsión lésbica apenas disimulada de su gran novela. Eso es algo que no se le escapa a ningún lector de la novela o espectador de la primera película americana de Hitchcock, sin necesidad de leer la biografía de Forster (publicada tras la muerte de Du Maurier en 1989). Como muestra la escena en la que Mrs. Danvers acaricia la ropa interior de Rebeca en su alcoba privada o aquella otra en la que Max De Winters confiesa a su siempre abrumada segunda esposa que "Rebeca tenía vicios y aficiones horribles..."

No hay duda de que Mrs. Danvers amaba apasionadamente a Rebeca. Su error fue el exceso. "Nada en exceso", recomendaba el oráculo délfico, ni siquiera la más notable de las virtudes pues la desmesura puede generar monstruos aunque sea haciéndonos amar tanto como odiamos.

Siempre quise creer que la desventurada Mrs. Danvers fue alguna vez feliz y que al final de todo, cuando el fuego de su odio la fundió con las ruinas crepitantes de Manderley supo encontrar el instante de felicidad que ocultan siempre los corazones marchitos. Y muchos años después cuando la segunda esposa de Max De Winter visitó en sueños las ruinas de Manderley, fue consciente de que la naturaleza salvaje que ahora dominaba aquellas piedras calcinadas en realidad no era mas que el abrazo eterno de Mrs. Danvers a Rebeca.

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'Rebeca' (1941) de Hitchcock

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