Esta semana sale a la calle su último libro, Shangri-La: el elixir de la eterna juventud. Y, la verdad, no pudo elegir la editorial momento procesal más oportuno. Porque el próximo día 2 de octubre, el autor cumplirá ochenta años, en plenitud de facultades o casi, y sin mediar pacto alguno con el diablo o no que se sepa. Sirva, en cualquier caso, la publicación del libro como punto de arranque de la entrevista, pues lo que sigue no es sino un repaso, necesariamente somero, por la vida de Fernando Sánchez Dragó, uno de esos hombres fieles hasta la muerte a las ensoñaciones de la niñez, en su caso, ser el quinto proscrito de Guillermo Brown.
-Gonzalo Altozano: ¿De cuándo data su búsqueda del elixir de la eterna juventud?
-Fernando Sánchez Dragó: De muy temprana edad. Pronto me di cuenta de que para hacer lo que yo quería hacer en la vida no solo tenía que cuidar mi alma, cuidar mi espíritu, cuidar cabeza; también cuidar mi cuerpo.
-GA: Porque aparte de escribir, ¿qué quería hacer usted?
-FSD: Meterme en líos, cazar leones en el Kilimanjaro, oír silbar las balas cerca de mis sienes, sentir en los riñones los morrillos de un toro, vivir peligrosamente. No lo puedo evitar; es abrir el periódico y leer que ha estallado una guerra, una bomba, una erupción volcánica, lo que sea, y mi primer impulso es irme allí.
-GA: Sin embargo, ahora está aquí.
-FSD: Hombre, no siempre lo puedo hacer, y menos en estos momentos, anclado como estoy por mi hijito que va a cumplir cuatro años y con el que estoy encoñadísimo. Pero sí que es verdad que lo único que me incita ya a mi edad es la vita pericolosa.
-GA: ¿Y no le habría traído más cuenta ser, qué sé yo, torero, en lugar de escritor?
-FSD: El torero, además del ser más inteligente que conozco, es lo máximo a lo que un hombre puede aspirar. El torero es el héroe, es el que encarna la efigie de los viejos dioses, el que encarna lo ético y lo estético, el valor, la generosidad, el compañerismo, el hacer las cosas bien, la fidelidad a sí mismo, la vida. El toreo es lo único que queda del mundo antiguo, cuando el hombre era un animal épico y no un animal sedentario, un flojito, un calzonazos, como lo es ahora. El toreo es, en fin, el último gozne.
-GA: ¿El último gozne de qué?
-FSD: De la España arquetípica, de la España bárbara, de la España mitológica, de la España que troqueló una forma de ser en la historia; en definitiva, la España mágica.
-GA: De la que usted, por cierto, fue notario mayor. No en vano, su primer libro, Gárgoris y Habidis, es una historia mágica de España.
-FSD: Esa España, que entonces sobrevivía pujante, hoy ha desaparecido por completo. Quedan, como digo, lo toros. Y si te pones a buscar con lupa encuentras, aquí y allá, algún destello.
-GA: ¿Por ejemplo?
-FSD: Las fiestas populares. Y ya ni siquiera. Porque ahora todas están reguladas y para que un chico corra delante del toro tiene que sacarse un seguro en Mapfre.
-GA: Imagino que usted, de mozo, se hubiera negado a correr con una póliza enrollada.
-FSD: ¡Por supuesto! Porque el peligro es un chute de energía tal que te devuelve las ganas de vivir. Por eso Graham Greene jugaba a la ruleta rusa cuando se deprimía. Y por eso se corren los sanfermines.
-GA: ¿Y por eso acometió la proeza de Gárgoris y Habidis? Porque fue una proeza, ¿no?, la dragoneida o casi.
-FSD: Fue un esfuerzo colosal, no se lo puede usted imaginar, la decimotercera tarea de Hércules.
-GA: No solo se pateó los archivos y las bibliotecas de España, también los caminos.
-FSD: Porque me gusta ver las cosas de las que escribo. En eso soy como Frederick Forsyth, que si le cuentan que un sicómoro crece frente al Kremlim, se va hasta allí a verlo.
-GA: ¿Era capaz de vislumbrar, mientras lo escribía, el éxito que el libro alcanzaría?
-FSD: Nunca pensé que se fuera a publicar semejante tocho. Porque el manuscrito lo rechazó Javier Pradera en Alianza, y lo rechazó el cura Aguirre en Taurus, y lo rechazó Jaime Salinas en Alfaguara. Y sin leerlo siquiera, solo por el tamaño. Si no llega a ser por Jesús Munárriz…
-GA: ¿Quiere decir que se embarcó, por su cuenta y riesgo, durante varios años, y entrado ya en la cuarentena, en una aventura que pudo acabar en la papelera?
-FSD: Quiero decir que Gárgoris y Habidis lo escribí a fondo perdido, o sea, por el libro en sí y no por sus frutos, que es como dice el Bhagavad Gita que hay que hacer las cosas.
-GA: Y, sin embargo, los frutos -feraces, copiosísimos- terminaron llegando.
-FSD: Hace solo unos meses Planeta sacó la edición 74, con un prólogo escrito por mí titulado La mágica historia de la historia mágica. Este libro está en las librerías españolas desde hace cuarenta años; con una venta lenta, de goteo, es verdad, pero está. Aunque no debería ser yo quien lo diga, Gárgoris y Habidis se ha convertido en un clásico.
-GA: ¿Es Gárgoris y Habidis, y perdone la cursilada, su libro más personal?
-FSD: Todos lo son; incluso El Dorado, aquella primera novela que escribí a los veintidós años para conquistar a una chica. Pero no hablo solo mis libros. Sucede que cuando releo las redacciones del colegio, escritas con ocho o nueve años, en ellas ya está Gárgoris y Habidis y en ellas reconozco a un Dragó que ha permanecido a lo largo del tiempo hasta hoy.
-GA: ¿Significa eso que no ha cambiado?
-FSD: Por supuesto que he cambiado, como manda la lógica, como es inevitable. Pero he cambiado de ideas, lo cual te sirve para darte cuenta de que ninguna de ellas funciona. Por tanto, cuando digo que hay un Dragó que ha permanecido en el tiempo no me refiero a ideas, mucho menos a ideologías (que son un corsé); me refiero a otra cosa, me refiero al carácter, me refiero al destino.
-GA: ¿Carácter es destino?
-FSD: Carácter es destino, sí. Eso está en Platón, y está en Keats, y está en los poetas románticos, y lo sabe, en fin, cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo de sensiblidad o cualquiera que haya tenido un hijo… o un gato.
-GA: Eso exige una precisión, ¿no?
-FSD: Todo hijo y todo gato -y, en definitiva, todo ser vivo- viene al mundo con un carácter. ¿Porqué con un carácter determinado y no con otro? Eso es un misterio. Un científico dirá que es cuestión de herencia, de genes. En Oriente, en cambio, te hablarán del karma, te hablarán de reencarnaciones, de vidas vividas con anterioridad. Da la explicación que quieras, pero lo cierto es que el carácter es lo único que no cambia desde el nacimiento hasta la muerte.
-GA: Y si somos únicos e irrepetibles ¿cómo explicar tanta uniformidad, con individuos fabricados diríase que en serie?
-FSD: Porque la mayor parte de la gente no es fiel a su carácter y no lo es porque lo desconoce. La gran aventura no son las nieves del Kilimanjaro, ni oír silbar las balas, ni correr los sanfermines, ni nada de lo que hablaba antes. La gran aventura es conocerte a ti mismo; es lo de Ulises.
-GA: ¿Lo de Ulises?
-FSD: Hale, recorre el Mediterráneo, enamórate de todas las mujeres, desenamórate de ellas, pelea con los cíclopes, con los lestrigones, con los lotófagos, con lo que sea, sobrevive -si puedes-, hasta saber por fin quién eres, y será entonces cuando empuñes las riendas de tu destino y lleges adonde tienes que llegar: tu corazón.
-GA: ¿Es por eso que una novela suya, aquella que narra su largo viaje a Oriente, lleva por título El camino del corazón?
-FSD: Por supuesto.
-GA: En este punto procede preguntarse aquello de Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió el Perú?
-FSD: En el momento en que llevamos a los niños al colegio. Ya decía Bernard Shaw que su educación terminó aquel día. Vuelvo a Platón: el alma no conoce, sino que recuerda. Y es en el colegio donde nos enseñan a olvidar. La pedagogía es un brutal elemento de deseducación. Lo veo en mi hijo pequeño, al que con cuatro años van adoctrinando para que sea un emasculado y perfecto ciudadano de esos que pagan sus impuestos y obedecen.
-GA: ¿Guarda acaso mal recuerdo de su colegio, El Pilar?
-FSD: ¿Mal recuerdo? Pero si adoró El Pilar. Muchas de las cosas buenas que me han pasado en la vida se las debo a ese colegio. A mi madre le estaré siempre inmensamente agradecido por haberme llevado a aquel centro de élite. Porque, ¿sabe?, frente a la chusma, soy un defensor de la excelencia.
-GA: Le van a llamar lechuguino, pisaverdes, pollo pera o cosa por el estilo.
-FSD: Que me lo llamen. En el fondo, sigo siendo un niño bien del barrio de Salamanca. De hecho, voy al barrio de Salamanca con nostalgia; me siento bien allí, me reconozco.
-GA: ¿Ni siquiera le traumatizó aquel mote que le pusieron sus compañeros y profesores?
-FSD: ¿Cuál? ¿El de la rata literata? Pero si me encantaba que me lo llamaran. Porque demuestra que ya de pequeño quería ser escritor y solo escritor y que toda mi vida ha sido un empeño por permanecer fiel a mí mismo.
-GA: ¿Eso es así, desde niño quiso ser escritor?
-FSD: Tal es así que mi primer recuerdo, con tres o cuatro años, es el de una señora de visita en casa de mi madre que me pregunta lo típico, qué quiero ser de mayor, y yo respondo que escritor. Escribir, escribir, escribir. Ese ha sido siempre, insisto, mi norte, mi proa.
-GA: ¿Y de verdad que en el colegio no trataron de corregirle el rumbo?
-FSD: Le voy a contar una cosa. Cuando yo acabé en El Pilar, su entonces director, don Victorino Alegre, llamó a mi madre para decirle, señora, a este niño, a este chico, no lo ate usted corto, dele cuerda, permítale que estudie Filosofía y Letras. Y todo en una época en la que era impensable que un varón estudiara una carrera que solo hacían las chicas y los curas. Hablo de la España de 1952, aquella España de la que tantas mentiras se cuentan, por cierto.
-GA: El primer año, sin embargo, se matriculó en Derecho.
-FSD: En la vieja casona de la calle San Bernardo, sí, y con notas brillantísimas; que si matrícula de honor por aquí, que si matrícula de honor por allí. Porque yo era muy bien estudiante, ¿eh? Hasta que en segundo me dije qué cojones hago estudiando Derecho Civil y a don Federico de Castro y no volví más por allí.
-GA: ¿Y no le hubiera sido más fácil sacarse una oposición y dedicarse por las tardes a escribir?
-FSD: No era ese el tipo escritor que yo quería ser. Ya le digo, la vita pericolosa. Por otro lado, todos mis amigos del colegio se hicieron notarios, registradores de la propiedad, abogados del Estado… De alguna manera, yo estaba condenado a eso, pero me rebelé.
-GA: ¿Puede decirse que no se resignó a cargar con el peso de un brillante porvenir?
-FSD: Algo así, sí. Solo que al final, y por mantenerme fiel a mí mismo, mi porvenir resultó bastante brillante.
-GA: También hay que decir que no fue usted el único pilarista que eligió vivir peligrosamente.
-FSD: Mire, una de las cinco veces que estuve en la cárcel de Carabanchel, me acuerdo que hicimos una encuesta entre los que estábamos allí. Más del cincuenta por ciento éramos del Pilar; el resto se repartía entre el Estudio, el Liceo Francés, el Maravillas, Areneros, etcétera… Hablo, naturalmente, de los universitarios, no de los obreros.
-GA: Toca precisar que a todos ustedes les fue de aplicación el 288 del Código Militar.
-FSD: Que era el artículo con el que nos procesaban a los comunistas y cuya letra decía "los que se sublevaran en armas a las órdenes de una potencia extranjera…". Imagínese, sublevados en armas, y a sueldo de Moscú, nosotros, unos niñitos del barrio de Salamanca criados entre algodones.
-GA: Sin embargo, el 288 podía acarrear la pena de muerte.
-FSD: Que, por supuesto, no nos iban a aplicar.
-GA: ¿Y eso?
-FSD: Pues porque éramos los hijos de los vencedores. Éramos los Pradera, los Sánchez Ferlosio, los Bustelo, los Tortella, la flor y nata, en fin, de lo que vendría después: la democracia. Franco no sabía qué hacer con nosotros, por eso nos soltaba en cuanto podía, como cuando murió Pío XII. En la cárcel, esa es la verdad, nos trataban exquisitamente.
-GA: No me diga que guarda buen recuerdo de Carabanchel.
-FSD: Y también de la mili, que, por cierto, a ver si la vuelven a poner, coño, y se dejan ya de historias.
-GA: La cárcel.
-FSD: Me gustaba extraordinariamente ir. Y por varias razones. En primer lugar, porque nos obligaban a llevar una vida muy ordenada, que a esa edad te venía muy bien. Te levantabas a tus horas, te acostabas a tus horas, hacías deporte, leías, estudiabas, aprendías lenguas… Era como un colegio mayor. ¡Pero si hasta nos dejaban jugar a las chapas por aquellos pasillos de baldosas eternas, con eso le digo todo! Y luego estaba la gente.
-GA: ¿Qué pasaba con la gente?
-FSD: Que era interesantísima. Y no hablo de los presos políticos, hablo de los comunes. De no ser por la cárcel, y dada mi extracción social, nunca hubiera tenido contacto fácil con tipos así. Como escritor, por tanto, Carabanchel resultó una experiencia fundamental. Hasta el punto de poder decir que mi dientes de juglar, mis dientes de narrador, los eché escuchando las historias de aquellos presos, los comunes.
-GA: ¿Y el paso por la cárcel no le estigmatizaba a uno socialmente?
-FSD: Todo lo contrario. En la calle te trataban como a un héroe, como a un torero, y si encima eras guapete y simpático, como yo, las chicas se te rifaban, ligabas a mogollón. La cárcel, en fin, fue la medalla de oro para aquellos que soñábamos con correr aventuras.
-GA: ¿Eso fue su paso por el Partido Comunista, una aventura?
-FSD: Una aventura y nada más que una aventura, lo más peligroso que la vida podía ofrecerme aquellos años: que si los grises, que si las pedradas, que si la policía, que si la clandestinidad. Porque yo nunca fui comunista. ¿Cómo iba a ser yo comunista? Solamente un memo puede ser comunista. Qué disparate de doctrina enemiga a muerte de la libertad.
-GA: ¿También de la libertad sexual?
-FSD: ¡Bueno! Usted no se puede imaginar lo que era el Partido Comunista. Era como la catequesis de María Inmaculada.
-GA: ¿Ah, sí?
-FSD: Con decirle que cuando a los dos años de mi primer matrimonio -locura, por cierto, que perpetré en la cárcel- aquello se rompe, Enrique Múgica, que entonces era mi superior jerárquico en el partido, me citó en la cafetería Montana, junto al cine Carlos III, en la plaza de Colón, para conminarme a volver con mi mujer, y con la siguiente frase, que entrecomillo: "nosotros, los comunistas, tenemos que dar ejemplo de respetabilidad burguesa".
-GA: ¿Puede deducirse de todo lo anterior que de haber ganado los rojos la guerra usted hubiera militado, qué sé yo, en la Falange clandestina?
-FSD: Es muy difícil responder a eso, pero es casi seguro que sí. O en la Falange o en la Federación Anarquista Ibérica, que se parecían mucho.
-GA: Por otro lado, lo que contaba de que fueron ustedes, los hijos de los vencedores, los más conspicuos antagonistas del régimen tiene mucho de asesinato colectivo del padre, ¿no?
-FSD: Bueno, yo a mi padre no lo tuve que matar porque, desgraciadamente, me lo mataron en la guerra. Pero sí, lo nuestro fue la ley del péndulo, algo que pasa en las mejores familias, incluso en las peores. Lo curioso es que muchos de nosotros, los de entonces, fuimos derivando a posiciones más, digámoslo así, de derechas. Aunque yo no soy ni de izquierdas ni de derechas. Yo no soy de nada.
-GA: Pues le han llamado de todo.
-FSD: Es que cuando en España te ponen una etiqueta ya no hay manera de quitártela.
-GA: Por estar en contra del aborto, por ejemplo, muchos creyeron que era católico.
-FSD: Y eso a pesar de ser el autor de la Carta de Jesús al papa, probablemente uno de los libros más heréticos jamás escrito. Pasa lo mismo con lo de si soy budista. Tampoco lo soy. Insisto, no tengo ismo alguno. Soy de todos y soy de nadie. Voy por ahí, picoteando, como un pajarito. O como un pajarraco.
-GA: Más etiquetas.
-FSD: Corre por ahí la especie de que soy vegetariano. ¿Vegetariano yo? ¡Pero si soy de Soria!
-GA: Y un soriano al que no le guste el chorizo…
-FSD:… eso es un oximorón, eso es una contradicción en los términos, eso no existe, eso no puede ser.
-GA: No sé si procede pasar, sin solución de continuidad, de los embutidos a las drogas. En cualquier caso, se lo preguntaré al modo de su hija Ayanta cuando era niña: ¿ha visto a Noé?
-FSD: He visto a Noé, sí. Lo he visto muchas veces. Lo he visto en estados de trance, en estados de éxtasis, con el empujoncito y la ayuda de esas sustancias enteogénicas -que es así como hay que llamarlas-, esas sustancias, digo, que tanto me gustan y que sigo tomando, esas sustancias que son el LSD, el peyote, la mescalina, la psilocibina…
-GA: O sea, que quien se asome a su último libro no se va a encontrar un vademécum naturista ni nada por el estilo.
-FSD: Vamos a ver, si a mí me diagnostican un cáncer yo me voy a Houston y yo me voy a Lourdes. El naturismo, la dietética, lo vegetariano… como te tomes todo eso como las tablas de la Ley de Dios estás frito; es delirante.
-GA: Pues los que lo hacen son legión.
-FSD: La historia son ciclos puritanos y ciclos orgiásticos, libertinos. En estos momentos vivimos sometidos a una ola de puritanismo brutal: la corrección política. Y la culpa la tiene la izquierda.
-GA: Eso es tanto como decir que el puritanismo ha cambiado de bando.
-FSD: Pero su origen sigue siendo el mismo: el miedo a la libertad que anida en el corazón del ser humano. ¿Y de dónde nace el miedo a la libertad? Del miedo a morir. Y eso es lo que está agazapado detrás de todas las melancolías, de todas las neurosis, de todas las depresiones, de todos los males del alma, en fin. De ahí que lo más importante para gozar de salud y ser eternamente joven sea la libertad.
-GA: Relacionado con todo esto, y por volver a la fiesta nacional, ¿cabe encuadrar aquí las campañas de los antitaurinos?
-FSD: Se tratan, en primer lugar, de campañas para acojonados, para gente que no sabe plantar cara a la vida. Y sí, son campañas fruto del puritanismo, de la corrección política.
-GA: "Acojonados", dice; usted, como siempre, haciendo amigos.
-FSD: A mí los enemigos -que tanto me han ayudado en mi carrera, como a Cela- me encantan. Son utilísimos. Es más, considero desperdiciado el día en que no me hago, al menos, un enemigo. Por otro lado, los grandes hombres -y no es que yo lo sea- vivían rodedados por muchedumbres de enemigos. Mire a Jesús de Nazaret. Es lo que pasa cuando no te casas con el discurso de valores dominantes. Ahora bien, por cada mil enemigos, aparece un amigo.
-GA: Amigo al que, por cierto, cantó Kipling.
-FSD: "Un hombre hay entre mil, Salomón dice, que os será más amigo que un hermano./ Vale la pena que se gaste el tiempo en el tenaz empeño de encontrarlo".
-GA: No voy a preguntarle si en sus mil y un correteos por el mundo encontró al amigo, pero sí por esos mismos correteos.
-FSD: Cuando era más joven y viajaba -el camino del corazón-, los únicos turistas eran unos que iban en autobuses con aire acondicionado, y pasaban tan raudos que ni los veías.
-GA: Ahora en cambio…
-FSD: Ahora, doquiera vayas, y cuanto más bonito el sitio, hay manadas y manadas de esos borregos numerados, estabulados, que son los turistas. A mí, por ejemplo, me encantaría ver la exposición del Bosco en El Prado, pero no puedo. Y no puedo porque me niego a estar cinco horas a pleno sol haciendo cola. Porque nada en la vida justifica las colas. Pues bien, ahora, doquiera vayas, colas. Por no hablar de los aeropuertos.
-GA: ¿Qué pasa con los aeropuertos?
-FSD: La cantidad de vesanias inútiles y ridículas -porque son inútiles y ridículas- a las que te someten antes de montarte en un avión. Eso sí es una violación de los derechos humanos, eso sí debería estar prohibido por la ONU.
-GA: Es pOr su seguridad… le dirán.
-FSD: Eso es una gran mentira; eso es lo que es. Todas esas medidas cuestan dinero, parte del cual se lo quedan las multinacionales y los políticos, eslabones, en fin, de la corrupción.
-GA: Conclusión.
-FSD: Antes viajaba para ver mundo. Ahora viajo -cada vez menos, la verdad- para huir de España.
-GA: ¿Y lo logra?
-FSD: Pues no del todo. Porque aquí no puedo salir a la calle, por los pelmazos. Pero es que voy a Bangkok y, ¡plaf!, lo mismo: "¡Hombre, Dragó!". Yo que soy gatuno, yo que soy huraño, yo que soy lobuno, yo que soy esquivo.
-GA: El precio de la fama, supongo.
-FSD: Le doy mi palabra de honor, aunque ni usted ni nadie lo que crea, que si pudiera volver al día antes de publicarse Gárgoris y Habidis, volvía. Ese libro ha sido una de las grandes equivocaciones de mi vida. Pero cómo iba yo a saber que vendería más de doscientos ejemplares.
-GA: ¿Y no le consuela que, en parte, gracias a esos ejemplares de más y a la fama haya podido vivir de lo que le gusta, y con holgura?
-FSD: El dinero. ¿Para qué sirve el dinero?
-GA: ¿Para comprar tiempo quizás?
-FSD: Eso solo es cuando tienes lo necesario para vivir.
-GA: Y por encima de esa cantidad, ¿qué?
-FSD: Entonces solo sirve para hacerte pobre. Porque tener dinero es la cosa más cara del mundo. Solo da quebraderos de cabeza. Te inquietas, lo pasas mal, Dios mío, qué hago con el dinero, lo inviertes, juegas a la bolsa, baja la bolsa, compras bonos, amenaza el corralito, acabas convertido en un gestor. Es, sin duda, de las peores cosas que me han pasado en la vida. Sonará cínico pero… ¡la cantidad de horas que he perdido en el banco!
-GA: El dinero.
-FSD: Ni me lo nombre. No, no, no. Por favor. Lo detesto. Cuántas falsas necesidades crea.
-GA: ¿Su refugio soriano de Castilfrío, por ejemplo?
-FSD: La pregunta es y ahora qué hago yo con ese casoplón que refleja mi vida casi tanto como mi obra, con cosas que he traído de todas partes del mundo y libros, sobre todo libros, 110.000 libros, transportados uno a uno por mí, como si de una caravana de mulas se tratara, posiblemente la biblioteca privada más grande del mundo.
-GA: ¡110.000 libros! El paraíso del bibliófilo.
-FSD: Un gasto absurdo y un drama, eso es lo que es. Porque tienes que habilitar espacios y catalogar volúmenes, y cuando crees que ya está todo, luego no encuentras El Quijote, y te toca ir a comprarlo a la librería más cercana. No sé qué voy a hacer con tanto libro.
-GA: Dónelos.
-FSD: ¿Y quién los va a querer? Ya ni siquiera puedo fantasear con la idea de hacerlos arder en una inmensa pira en la plaza de Castilfrío. No tengo dinero para transportarlos. Eso sí, la pira sería, con la muralla china y la cabaña del cerdo ibérico, lo único que se viera desde la luna.
-GA: ¿Ha probado, no sé, a alimentar con los libros la chimenea? Lo que iba a ahorrarse en calefacción.
-FSD: Hubo un tiempo en que yo pasaba el invierno también en Castilfrío, pero ahora solo voy en verano. Porque la calefacción se ha puesto tan cara -¿lo ve, el dinero?- que no la puedo ni poner. Pero no solo yo, ¿eh? Por eso nadie vive allí.
-GA: ¿Y merece la pena el sitio?
-FSD: No se puede imaginar la belleza de ese pueblo y del paisaje alrededor. Esa estepa soriana en la que te aupas un poco en Numancia y ves América... Castilfrío es mi Shangri-La particular.
-GA: No lo diga muy alto, no sea que algún promotor descubra esos horizontes perdidos y se ponga a construir como un loco.
-FSD: Son dos las barreras que nos protegen. Una es la del frío, de la que hablaba antes. Y la otra es la de la despoblación. Soria es la zona más despoblada de Europa, con menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado, un índice demográfico inferior al del desierto del Gobi. Y eso es lo que ha impedido que Castilfrío se convierta en uno de esos pueblecitos cercanos a Madrid -como Pedraza, como Riaza- plagado de chalets.
-GA: O sea, que en Castilfrío va bien servido de soledad.
-FSD: A mí es que lo que más me gusta del mundo es la soledad. De hecho, todos los momentos de mi vida en los que he estado solo he sido feliz. En cambio, aquellos otros en los que he estado acompañado he sido feliz… o no, según.
-GA: ¿Y eso siempre ha sido así?
-FSD: Recuerdo cuando de pequeño llegaba del cole a casa -porque en aquella España maravillosa un niño podía ir por la calle solo-, digo que recuerdo abrir la puerta y, oh, felicidad, descubrir que no había nadie, ni mi padrastro, ni mi madre, ni mis hermanos, ni las criadas, nadie, hasta que una hora después oía la llave en la cerradura, anunciando alguien que llegaba, y todo aquel encanto se desvanecía.
-GA: ¿Le sigue pasando?
-FSD: Continuamente. Me pasa ahora, y hoy, y ayer, y antes de ayer, y al otro, y al otro del otro, y también al otro. Me pasa incluso con las mujeres, no importa que sea al principio, cuando estás enamorado y tal y cual. O sea, es entrar en casa, comprobar que no están y, oh, alivio, hasta que, de repente, ¡plaf!, las oigo entrar. El prójimo nos quita libertad. Ya lo decía Sartre: el infierno son los otros.
-GA: La soledad del escritor, supongo.
-FSD: La soledad del escritor, sí, que es formidable y que solo los escritores entienden. Los escritores de verdad, quiero decir, no esos que publican para ser famosos, salir en televisión, ganar dinero, ligar. Porque escritor de verdad es aquel para el que lo único importante en la vida es escribir; hasta el punto de, llegado el caso, pensar seriamente el suicidio.
-GA: Huelga preguntarle si ha acariciado alguna vez la idea.
-FSD: Incluso he consultado con algunas personas cual era la forma menos cruenta, menos dolorosa, menos desagradable, en fin, para mis herederos. El problema era que nadie me entendía. Unos pensaban, ¡bah!, tonterías de Fernando, y otros, Dragó se ha vuelto definitivamente loco.
-GA: Al menos tuvo el buen gusto de no recurrir a internet.
-FSD: Internet es el fin del mundo, es el Apocalipsis y sus cuatro jinetes, es, como yo lo llamo, La Araña, con mayúsculas. Fíjese si lo detesto que podría llegar a suicidarme por su culpa. Porque todo lo que amaba en este mundo ha sido destruido por La Araña y nada de lo que esta ha generado me interesa. Ahora entiendo a Hemingway, que cuando ya no pudo beber más whiskies -o mojitos, o daikiris-, ni cazar leones, ni irse a la guerra, ni ligarse a Ava Gardner decidió, en buena lógica, poner fin a sus días.
-GA: Usted siempre con la vida y la muerte a cuestas.
-FSD: En Soria, frente a la mesa de mi despacho, tengo un ataúd, alrededor y encima del cual he ido colocando los premios, los diplomas, las estatuillas, para no olvidar que son blablabla, polvo en el polvo, gilipolleces, en definitiva. Tengo también un rinconcillo en el cementerio de Castilfrío, donde yacerán mis huesos.
-GA: Ya solo le falta la lápida.
-FSD: Y el epitafio.
-GA: Lo tendrá, al menos, pensado.
-FSD: Uno no; varios.
-GA: Dispare.
-FSD: Un posible epitafio sería la inscripción del Edificio A de la Facultad de Letras, la vieja facultad de Letras, la maravillosa Facultad de Letras, aquella en la que estudié y donde tuve la suerte de ser discípulo de grandes maestros como Aranguren, como Rafael Lapesa, como Dámaso Alonso, como Montero Díaz, la inscripción, digo, en la que se leía y todavía se lee "Siste viator", es decir, "Détente, caminante". Ese es un posible epitafio.
-GA: Otro.
-FSD: Otro sería el de Richard Ford, uno de aquellos viajeros ingleses del siglo XIX en España, y que tanto escribió sobre nuestro país que su epitafio dice: "Acérrimo investigador de las cosas de España". Ese sería otro.
-GA: Otro más.
-FSD: Otro más sería la paráfrasis de uno de los epitafios más hermosos de la historia, el epitafio de una matrona enterrada en un viejo cementerio de Roma, el cementerio de los ingleses, creo, un epitafio que lo único que dice es "Guardó su casa e hiló"; el mío rezaría "Cuidó de los suyos y escribió".
-GA: No sé si lo de "suyos" incluye también a sus mujeres, sus muchas mujeres, todas sus mujeres.
-FSD: Para eso se me ocurre otra paráfrasis, esta cómica, graciosa, la paráfrasis del epitafio de Groucho Marx, que es, por cierto, falso: "Perdonen que no me levante". Yo pondría: "Perdonen que no se me levante".
-GA: Y, para despedirnos, un último epitafio.
-FSD: El estrambote de aquel soneto que escribió Cevantes, el mejor soneto que escribió Cervantes, ese que termina: "Fuese y no hubo nada".
-GA: Todos le cuadran.
-FSD: Todos me cuadran. Borges escribió: "Yo que tantos hombres he sido". Yo, en cambio, puedo decir: "Yo que tantos muertos voy a ser".